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“VIAJE A ORIENTE” 039

V. La embarcación – I. Preparativos de navegación… La embarcación que me llevaba hasta Damieta, buy cialis transportaba también todo el menaje que había amontonado en El Cairo durante los ocho meses de mi estancia en la ciudad. A saber: la esclava de tez dorada que me vendió Abd-el-Kerim, remedy el cofre verde con los efectos que le había regalado; otro baúl provisto de todo lo que yo mismo había ido coleccionando; uno más con mi ropa de francés, check último vestigio de mala suerte, como ese vestido de mendigo, que un emperador había conservado para acordarse de su primitiva condición162, además de todos los utensilios y muebles con los que tuve que acomodar mi domicilio del barrio copto, y que consistían en cántaras y botijas para refrescar el agua; pipas y narguiles; colchones de algodón y cajones de palma trenzada, que podían servir como divanes, camas o mesas, y que además tenían la ventaja de poder utilizarse como jaulas para aves de corral o palomar, durante la travesía. Antes de partir, fui a despedirme de la Sra. Bonhomme, esa rubia y encantadora mujer, viático para el viajero. “¡Vaya!, me dije, no veré durante mucho tiempo más que rostros de color; voy a luchar contra la peste que reina en el delta de Egipto, y con las tormentas del golfo de Siria, que habrá que atravesar en frágiles barcos; pero su visión será para mí la última sonrisa de la patria”. La Sra. Bonhomme pertenece a ese tipo de belleza rubia, del Midi, que Gozzi1 celebraba en Las Venecianas, y que Petrarca ha cantado en honor de las mujeres de nuestra Provenza. Parece ser que esas peculiares anomalías son fruto de la proximidad de los países alpinos “el oro encrespado” de sus cabellos, y que sus ojos negros se deben a los profundos ardores del Mediterráneo. La piel, fina y clara como el satín rosa de los flamencos, se colorea en los lugares tocados por el sol, de un ligero tinte ambarino, que nos hace pensar en los viñedos de otoño, cuando los racimos de uvas doradas se cubren a medias bajo los pámpanos bermejos. ¡Ay, imágenes amadas por Ticiano y el Giorgione!163, ¿aún tenéis que dejarme esta melancolía y ese recuerdo de las riberas del Nilo?. Y eso que yo tenía a mi lado a otra mujer de cabello negro como el ébano, de faz tan sólida que parecía tallada en mármol de portore, belleza severa y grave, como los antiguos ídolos de Asia, y cuya gracia, a un tiempo servil y salvaje, recordaba a veces, si se pueden unir ambos conceptos, a la triste alegría del animal cautivo. Madame Bonhomme, me había conducido a través de su almacén, colmado de artículos de viaje, y yo la escuchaba y la admiraba mientras iba detallando los méritos de todos aquellos encantadores artículos que, para los ingleses, representaban su necesidad en el desierto de reproducir todo el confort de la vida moderna. Me explicaba, Madame Bonhomme, con su ligero acento provenzal cómo se podían colocar al pie de una palmera o de un obelisco, apartamentos completos para los señores y sus criados, con mobiliario y cocina, todo ello transportable a lomos de camello; ofrecer cenas europeas, en las que no faltase de nada, ni los raguts, ni los aperitivos, gracias a las latas de conservas que, hay que reconocer, a veces son un gran recurso. “¡Vaya! Le dije, yo me he convertido en un auténtico beduino (nómada árabe): almuerzo estupendamente con una dourah  (torta de pan) cocida sobre una placa de barro, dátiles machacados con manteca, pasta de albaricoque, saltamontes ahumados… e incluso se un medio de obtener una gallina hervida en medio del desierto, sin tan siquiera tomarse la molestia de desplumarla. –    Desconocía tal refinamiento, repuso madame Bonhomme. –   Ésta es la receta, le contesté, que me dio un renegado muy habilidoso, que la vió practicar en el Hedjaz. Se coge una gallina…  –   ¿Se necesita una gallina? Dijo madame Bonhomme. –   Por supuesto, tanto como una liebre para un civet*. –    ¿Y luego? –    Luego se enciende una fogata entre dos piedras, se busca agua… –    ¡Bueno! Pero si ya hay un montón de cosas necesarias! –    Todas las proporciona la misma naturaleza. Incluso se puede hacer con agua del mar…valdría lo mismo y nos ahorraría la sal. –    ¿Y dónde hace usted intervenir a la gallina? –    ¡Ah!, ¡esto es lo más ingenioso!. Vertemos el agua en la fina arena del desierto…otro ingrediente regalo de la naturaleza. Esto produce una arcilla fina y limpia, extremadamente útil para la preparación. –   ¿Se comería usted una gallina hervida en la arena? –   Le reclamo un último minuto de atención. Formamos una bola espesa con esta arcilla, cuidando de meter dentro éste u otro volátil. –   Esto se está poniendo interesante. –   Ponemos la bola de tierra sobre el fuego, y la damos vueltas poco a poco. Cuando la envoltura se ha endurecido suficiente y ha tomado un buen color por todas partes, hay que retirarla del fuego: la gallina ya está cocinada. –   ¿Y eso es todo? –   Todavía no: se quiebra la bola que ha pasado al estado de barro cocido, y las plumas del ave, presas en la arcilla, se arrancan a medida que nos deshacemos de los fragmentos de esta marmita improvisada. –    ¡Pero eso es un banquete se salvajes! –    No. Se trata tan sólo de gallina asada. Madame Bonhomme percibió de inmediato que no había nada que hacer con un viajero tan consumado como yo. Volvió a colocar todas sus cocinas de hierro blanco, las tiendas de campaña, cojines y camas de caucho con el sello estampado de “improved patent” inglés. “De todos modos, le dije, me gustaría encontrar aquí algo que me fuera de utlidad”. –   Tenga, dijo Madame Bonhomme, estoy segura de que ha olvidado comprar una bandera. Usted necesita una bandera. –    ¡Pero si no me voy a la guerra! –    Usted va a descender por el Nilo…y necesita un pabellón tricolor en la popa de su barco para hacerse respetar por los fellahs”. Y me enseñaba, a lo largo de las paredes del almacén, una colección de banderas de todas las marinas. Yo ya había comenzado a tirar de una banderola de punta dorada en donde se mostraban nuestros colores, cuando Madame Bonhomme me detuvo el brazo. “Usted puede escoger; no está obligado a indicar su nacionalidad. Todos “esos señores” eligen de ordinario un pabellón inglés, de ese modo, se tiene más seguridad. –   ¡Oh!, madame, le dije, yo no soy de ese tipo de gente. –   Ya me lo figuraba, me repuso con una sonrisa”.  Me gustaría pensar que no es la gente de París la que pasea los colores ingleses por este viejo Nilo, en el que se han reflejado las enseñas de la República. Los legitimistas en peregrinaje hacia Jerusalén escogen, es cierto, el pabellón de Cerdeña. Eso, por ejemplo, no lo veo mal. 162 La Fontaine, Le Berger et le roi (Fables X. 9). (GR) 1 El conde Carlo Gozzi (Venecia, 13 de diciembre de 1720 – 4 de abril de 1806), escritor italiano, fue uno de los mayores representantes de la oposición al movimiento ilustrado de la Italia del siglo XVIII. 163 En sus MEMORIE INUTILI, el autor de teatro veneciano Carlo Gozzi (1722-1806) habla bastante de sus amores con una “giovine ch’era una biondina grassotta…” (GR) Sobre este tipo femenino tan querido por Gautier y Nerval, ver el estudio de G. Poulet, citado en la nota 23. Ver también la pg. 298. Esta nota se recoge en la n.36. * civet de liévre: encebollado de liebre.

Esmeralda de Luis y Martínez 15 febrero, 2012 15 febrero, 2012 Damieta, dourah, Gozzi, il Giorgione, la gallina asada en la arena, Petrarca, Ticiano
Corsarios o reyes 4-4: historias trágicas de moriscos y papaces

4.4.- Moriscos españoles en Argel, su odio a los “papaces” o eclesiásticos católicos y a la Inquisición, como culpables de su desdicha; con la trágica historia del corsario morisco Alicax y la venganza de su hermano Caxetta, valencianos de Oliva, en la persona del fraile Miguel de Aranda, también valenciano, narrado por el “papaz” Sosa en el tiempo de cautiverio de Cervantes y del reinado de Ramadán Bajá. Son 1.017 los documentos reseñados por Cabrillana, para un corto periodo de tiempo y un área geográfica restringida, de los que hemos extraído, casi al azar, unos pocos. En Argel el número de cautivos, “ordinariamente cerca de 25.000 cristianos” (11), era elevado. En la España del momento no lo era menos. La propia palabra ahorro, sentido recogido por Corominas, procede de aquella lamentable realidad; “con la `carta de horro o de libertad’ finaliza el largo proceso del rescate”, en ocasiones después de que el esclavo haya pasado años reuniendo el dinero para el pago de su rescate, ahorrando (12). De la palabra árabe que significa libertad, es palabra de importancia cotidiana y popular fuera de toda duda. Las fuentes –y Antonio de Sosa es fuente privilegiada– resaltan la estrecha unión entre el problema morisco y la realidad de Berbería (13). Aunque Sosa opine que “hace mal el que aquella esclavitud de tierra de cristianos llama y la nombra esclavitud; esta nuestra (la de Argel), sí; éste es cautiverio, y cautiverio muy de veras y no de burlas” (14), es afirmación inserta en discurso polémico y apasionado, propagandístico en fin. Cuando pone algún ejemplo ilustrativo de esta afirmación –muy pocos en texto tan prolijo–, se capta también el otro gran telón de fondo: el hambre o la necesidad. “Viéndose los moros y turcos tan bien tratados allá y con tanto regalo, cuando para acá se huyen –de no poder conseguir aquel vicio–, y se ven aquí hambrientos, desnudos, descalzos y sin bien o remedio alguno, suspiran tanto y se quejan, y aún maldicen el día en que determinaron huirse, como yo mismo oí decir a muchos que de Nápoles, Sicilia y de España han huido” (15). No dejarían de ser anecdóticos aquellos casos al lado de la migración morisca hacia Berbería, aunque luego muchos volvieran a España como el morisco cervantino Ricote, personaje literario, o el renegado navarro que cita Torres, personaje real, todos ellos sin duda múltiples veces renegados con toda la carga de desarraigo físico y psíquico que ello podía significar. Para los moriscos instalados en Berbería los verdaderos culpables de las desdichas de su pueblo –de su “nación”, que diría Cervantes– eran los religiosos o eclesiásticos en general y la Inquisición; el odio a los “papaces”, como llamaban en Argel a curas y frailes, es una constante con automáticas manifestaciones agresivas. En Argel se podía decir misa y atender a los cristianos espiritualmente con relativa facilidad, de manera que se podía hablar de un ambiente de “libertad religiosa” impensable en la España de la época. Era algo que había sucedido en España hasta 1500 –la posibilidad de un estatuto de mudéjar, imposible ya tras el viaje a Granada de Cisneros de ese año—y que Jean Bodin recoge como una característica del mundo otomano frente a la intransigente política religiosa europea de su época: “El rey de los turcos, cuyo dominio se extiende a gran parte de Europa, observa tan bien como cualquiera otro su religión, pero no ejerce violencia sobre nadie; al contrario, permite que todos vivan de acuerdo con su conciencia y hasta mantiene cerca de su palacio, en Pera, cuatro religiones diversas: la judía, la romana, la griega y la mahometana; y envía limosna a los calógeros, es decir, a los buenos padres o monjes cristianos del monte Athos, para que rueguen por él” (16). Entre los rescatadores de cautivos que iban a Argel había muchos “papaces” y a su llegada a la ciudad eran bien recibidos por lo que su misión suponía de movimiento económico favorable o “entrada de divisas”, que se diría hoy. Pero en la menor oportunidad que se ofreciese, la violencia popular estallaba incontrolable contra ellos, a los que culpaban de las desdichas de sus correligionarios españoles, los moriscos. Para comprender mejor a Antonio de Sosa hay que tener en cuenta que era un “papaz” cautivo, en Argel, con toda la agresividad hacia su persona que ello traía consigo. Precisamente eran los moriscos de origen español los que manifestaban mayor odio. En Argel, con turcos, árabes, cabiles y suawa (azuagos), los moriscos españoles constituían una minoría apreciable: “La cuarta manera de moros son los que de los reinos de Granada, Aragón, Valencia y Cataluña se pasaron a aquellas partes y de continuo se pasan con sus hijos y mujeres por la vía de Marsella y de otros lugares de Francia, do se embarcan a placer, a los cuales llevan los franceses de muy buena gana en sus bajeles. Todos ellos se dividen, pues, entre sí de dos castas o maneras, en diferentes partes, porque unos se llaman mudéjares (“Modexares”) –y éstos son solamente los de Granada y Andalucía–, otros tagarinos, en los cuales se comprenden los de Aragón, Valencia y Cataluña. Son todos éstos blancos y bien proporcionados, como aquellos que nacieron en España o proceden de allá. Ejercitan éstos muchos y diversos oficios, porque todos saben alguna arte. Unos hacen arcabuces, otros pólvora, otros salitre, otros son herreros, otros carpinteros, otros albañiles, otros sastres y otros zapateros, otros olleros y de otros semejantes oficios y artes. Y muchos crían seda, y otros tienen boticas en que venden toda suerte de mercería. Y todos en general son los mayores y más crueles enemigos que los cristianos en Berbería tenemos, porque nunca jamás se hartan o se les quita el hambre grande y sed que tienen entrañable de la sangre cristiana. Visten todos éstos al modo y manera que comúnmente visten los turcos… Habrá de todos éstos en Argel hasta mil casas” (17). Uno de los relatos de martirios de Sosa puede servir para ilustrar aquella realidad. Es el más largo, casi una “novela” corta, de los que evoca en su diálogo de los mártires; en él se barajan todos los elementos necesarios para comprender aquella situación: moriscos valencianos de Oliva instalados en Cherchell (Sargel), con parientes en Valencia y uno de los suyos, corsario, en poder de la Inquisición; “papaz” cautivo comprado por los familiares del reo con intención de cangearlo por su pariente preso, “papaz” redentor que intenta interceder y final terrible. Todo ello pocos años después de la guerra de las Alpujarras y de la batalla de Lepanto, en 1576, recién llegado Antonio de Sosa a Argel y algunos meses después de la llegada del cautivo Miguel de Cervantes. “En tiempo de… Rabadán Bajá, renegado sardo, en el año de 1576, un lunes, dos del mes de junio (sic, por julio), hasta veinte turcos y moros de una fragata –que así llaman a los bergantines–, que era de once bancos”, desembarcaron en la costa catalana e hicieron cautivos a “nueve cristianos que iban hacia Tarragona y otras partes”, entre ellos a un religioso valenciano de la orden de Montesa llamado fray Miguel de Aranda; al día siguiente cautivaron “cuatro cristianos que pescaban en una barca más adelante…, en un lugar que se dice el Torno; y satisfechos de esta presa de trece cristianos, se volvieron a Berbería en dos días. Y a los cinco del mismo mes llegaron con su presa a Sargel, un lugar de razonable puerto que está, para poniente, distante de Argel sesenta millas, que será de hasta mil casas y todas de moriscos que de Granada, Aragón y Valencia han huido y pasado a Berbería para vivir en la ley de Mahoma libres a su placer”. Uno de aquellos moriscos, Caxetta, originario de Oliva en Valencia, acudió al puerto a ver la nave corsaria y al enterarse que todos los cautivos eran valencianos y catalanes, “entró luego al bajel y llegándose a los cristianos de Valencia que le fueron mostrados comenzó a rogarles que le diesen nuevas de un hermano suyo que le dijeron estar en Valencia preso”. “Y fue el caso desta manera: “Al tiempo que este moro se vino del reino de Valencia huido a Berbería, vino con él otro su hermano mayor, el cual se llamaba Alicax. Y ambos trujeron sus hijos y mujeres y algunos parientes. Después que ya estaban de asiento en aquel lugar de Sargel, como el Alicax, hermano mayor, era hombre animoso y muy plático en la mar, y particularmente en la costa del reino de Valencia en que naciera y se criara, haciendo muchos años él oficio de pescador, armó, en compañía de otros moros de Sargel –y también pláticos en España y que de allá habían huido–, un bergantín de doce bancos; con el cual robaba por toda aquella costa muy gran número de cristianos que vendía en Argel. Y también traía otros muchos de los moriscos de aquel reino, pasándolos a Berbería. “Con el próspero suceso de estas cosas andaba el Alicax tan ufano que, para mostrar a todos cuánto era venturoso, pintaba todo de verde su bergantín y le traía con muchas banderas y gallardetes, que era cosa de ver. “Pero al cabo de algunos tiempos sucedióle lo contrario; porque encontrando con él en la costa del reino de Valencia ciertas galeras de España, le cautivaron con el bergantín. Tomado de esta manera y puesto luego al remo, como suelen a tales hacer, el señor conde de Oliva, cuyo vasallo fuera, que eso supo, procuró de traerle a sus manos para castigarle porque en sus tierras más que en otras, como en ellas era nacido y plático, había hecho notables daños; y particularmente llevado a Berbería gran número de moriscos sus vasallos. Mas los inquisidores de aquel reino de Valencia, informados de lo mismo y siendo los delitos de este moro tan enormes y el castigo de ellos tocante al Santo Oficio, le hicieron llevar a Valencia a las cárceles de la Inquisición; donde estaba este tiempo que el hermano preguntaba a los cristianos cautivos si habían nuevas de él”. Fue uno de los cautivos, “Antonio Esteban, casado en Valencia en la parroquia de San Andrés a la Morera –de quien yo supe todo este cuento– y que conocía muy bien a ambos los hermanos moros porque cuando ellos estaban en España pescara algunas veces juntamente con ellos”, quien dijo a Caxetta “que muy bien conocía a su hermano Alicax, que vivo era y que estaba en Valencia preso, y que placiendo a Dios presto habría libertad, no osando decir que estaba en las cárceles del Santo Oficio”. La razón era sencilla: la prisión en la Inquisición hacía improbable el rescate de Alicax, mientras que si estaba cautivo de un particular bien podía ser que el rescate fuera posible. Fue grande la “cólera y furia” del hermano del corsario y poco después, tras consultar con la mujer e hijos de su hermano y con otros parientes, decidieron “comprar alguno de aquellos cristianos que fuese de Valencia natural para que éste se obligase y les prometiese de dar en trueque y cambio de su persona a su pariente” preso en Valencia. Y se decidieron por el fraile Miguel de Aranda, “el más principal” de los cautivos como “persona honrada y religioso sacerdote”. El domingo 15 de julio, en Argel, y después de los tres días preceptivos –“que por costumbre y usanza de la tierra tantos ha de andar en pregón el cautivo antes que su precio y compra se remate”–, Caxetta recibió al esclavo Aranda después de pagar “650 doblas, que hacen 260 escudos de oro de España”. Y comenzó el calvario del fraile valenciano; dos días de camino hasta Cherchell, las cadenas, el trabajo “noches y días cavando la tierra’ y otros trabajos domésticos para forzarle “a darles lo que pedían”, seguridades en el cange con el pariente preso. “Y como estos moros tornadizos y huídos de España sean los mayores y crueles enemigos que los cristianos tenemos, y principalmente siendo como son una viva llama de odio entrañable contra todo español, no se hartaban sus amos, como los demás moros de aquel lugar, de maltratarle y decirle infinitas desvergüenzas, vituperios e injurias”. Pocos meses después la familia de Alicax tuvo noticias de su muerte por boca de “algunos moros que de Valencia huyeron –como hacen cada día–” y cómo “Alicax, después de estar preso en el Santo Oficio algún tiempo, al último fuera condenado por sus grandes culpas y delitos, por haber estado siempre pertinaz en todas las audiencias que le dieron, sin jamás reconocer sus culpas, antes muy obstinadamente diciendo que era moro y que moro quería morir; y, finalmente, que relajado a la justicia seglar fuera, en principio de noviembre del año de 1576, públicamente quemado en la ciudad de Valencia. No se puede declarar el dolor, llanto y pesar que esta nueva causó en aquellos moros, y la rabia y furia con que al momento se embravecieron contra el inocente padre fray Miguel”. El desenlace se anunciaba dramático, aunque no llegaría hasta seis meses después. Miguel de Aranda había escrito a Valencia relatando su situación y la llegada a Argel del mercedario fray Jorge Olivar (Geoge Oliver, escribe Sosa), comendador de la Merced de Valencia, como redentor de los cautivos de la corona de Aragón, hizo albergar esperanzas de la posibilidad de rescate del fraile cautivo ya que sus amos eran “más pobres que ricos”. La reacción de Caxetta y sus parientes fue muy otra a la que pensaran, sin embargo, y deseosos de que su venganza fuera más ostentosa decidieron quemar al fraile Aranda en Argel, “donde tanto número de cristianos había de todas las tierras de la cristiandad, para que en todas partes fuese el caso más sabido y sonado”. Una vez en Argel, Caxetta se puso en contacto con la colonia morisca de aquella ciudad y comenzaron la negociación oficial para lleva a cabo su intento. “Y primero de todo, señalaron allí cuatro de los más graves y de más reputación para que acompañasen al moro Caxetta cuando fuese a hablar al rey (Rabadán Bajá) y pedir aquella licencia” para quemar al fraile cautivo. Las razones de los moriscos eran de peso en aquellas circunstancias: “que era servicio de Dios poner freno y miedo a los inquisidores de España para que no maltratasen a los moriscos que a Berbería se fuesen y volviesen al servicio y ley de Mahoma; importaría, y aún era necesario, quemar dos o tres, o más, y aún cuantos pudiesen de los más principales cristianos que hallasen; y que si fuesen sacerdotes –a los cuales llaman ellos papaces– sería tan mejor y más agradable a Dios. Porque éstos, decían ellos, son los que aconsejan en España y predican que los nuestros sean perseguidos y maltratados”. La colonia morisca en Argel estaba tan decidida a llevar a cabo aquel proyecto que entró en tratos con Morat Raez Maltrapillo, un renegado español natural de Murcia, para que le vendiese un cautivo suyo, también sacerdote y valenciano, con el fin de quemarle a la vez que al fraile Aranda; este eclesiástico había sido capturado hacía poco en la galera San Pablo, de la orden de Malta, precisamente en la que había llegado cautivo a Argel Antonio de Sosa, a principios de 1576. “Pero como el renegado tenía ya tallado y casi que rescatado al cristiano, no se movió a hacer lo que le pedían, y principalmente porque el padre fray George Olivar, redentor, le rogó no permitiese cosa de tanta crueldad”. Finalmente, el 17 de mayo, después de una entrevista con el rey de Argel en la que volvieron a insistir en la conveniencia de “dar alguna muestra de cuánto sentían el mal tratamiento y persecución que a los moros de España se hacía”, Ramadán Bajá permitió a los moriscos argelinos que hiciesen “como mejor les pareciese… Ya tenían licencia para quemar vivo a un papaz cristiano”. “Tras esto se desmandaron luego de tal modo contra los cautivos cristianos que, no contentos con decirles mil afrentas de perros, canes, cornudos, traidores y otras, como suelen, los amenazaban que presto los habían de quemar todos como al papaz que luego verían tostar; y, tras esto, les daban mil bofetones y puños, y trataban de tal suerte que ningún cristiano osaba pasar por donde vía estar moro, tagarino o mudéjar (“modexar”), porque ansí llaman a los moros que de España se huyeron”. En aquel ambiente de “la ciudad muy revuelta”, el redentor Olivar –que acababa de rescatar al hermano de Miguel de Cervantes, Rodrigo, por trescientos ducados (18)–, hizo un nuevo intento de intercesión ante el rey Rabadán Bajá, aunque sin éxito, y obtuvo de él una contundente respuesta: “que él no se podía oponer a la furia popular y peticiones de tantos moros que aquello demandaban y querían”. En algún sector de los medios corsarios de la ciudad debió manifestarse también cierto malestar frente a la pretensión de los moriscos de origen español. Un corsario, “Yza Raez, que era venido de Nápoles no había muchos meses –donde con salvoconducto había ido a tratar un pleito sobre una fragata y ciertos cautivos cristianos que pretendía habérselos tomado injustamente en la isla de Cerdeña, por estar haciendo rescate con la bandera alzada, y acuérdome yo haberle visto en Nápoles el enero de 1579 (sic, por 1576, sin duda)–, cómo allá el señor don Juan de Austria le hizo muchas mercedes y, generalmente, en todos había hallado mucha cortesía y justicia, oyendo decir que los moros querían quemar vivo a un papaz cristiano…, escandalizóse extrañamente” y manifestó en público muchas veces ese rechazo. Los moriscos, enterados de ello, quisieron castigarle igualmente y Ramadán Bajá hubo de prometerles, para calmar su enojo, “que él mandaría castigar” al dicho arráez Iza. Y, así, el 18 de mayo comenzó la gran catarsis, el suplicio del desventurado fraile cautivo. Durante todo el día prepararon en el muelle el lugar donde había de ser apedreado y quemado, atado al asta de un áncora de galera. “Concurrió allí un gran número de turcos y moros de toda suerte, alarbe, cabayles, azuagos y, principalmente, muchachos, que de grande contento y alegría de aquella fiesta daban voces y alaridos tan grandes que rompían el aire… Andaban muchos de ellos, quien con platos y quien con pañizuelos en las manos, demandando entre los turcos, renegados y moros limosna para ayuda de pagar al moro que comprara al siervo de Dios lo que costara”. A las cinco de la tarde fue llevado el fraile Aranda al suplicio y, maltratado por todos a su paso, en especial por el morisco Caxetta, “porque todos mirasen y viesen cómo vengaba a su hermano”, fue apedreado y luego quemado. Antonio de Sosa narra con todo pormenor de detalles el suplicio, a la manera de los martirologios clásicos, y termina con un breve retrato –“de cincuenta años, poco más o menos, tenía en la barba y cabeza muchas canas; era más que de mediana estatura, un poquito grande, carilargo, ojos grandes y nariz longa”–, como en todos los relatos restantes de su Diálogo de los mártires (19). —————— NOTAS: (11).- Haedo, II, p. 176. (12).- Cabrillana, art. cit. en nota (9), p. 312. (13).- Saben a poco los estudios sobre la cuestión, como el de S. García Martínez Bandolerismo, piratería y control de moriscos en Valencia durante el reinado de Felipe II, Valencia 1977, Universidad de Valencia. (14).- Haedo, II, p. 29. (15).- Ib., p. 27. (16).- Bodin, IV, VII, pp. 208-209. (17).- Haedo, I, pp. 50-51. (18).- Ver Canavaggio, op. cit., c. 2, pp. 76 ss. (19).- Haedo, III, pp. 137 a 155. Este es el relato 23 de la edición de este diálogo de la ed. Hiperión, preparada por E. Sola y J.M. Parreño.

Emilio Sola 15 febrero, 2012 15 febrero, 2012 ARGEL, cautiverio, corsarios, frailes, inquisición, moriscos, muertes crueles
“VIAJE A ORIENTE” 038

IV. Las pirámides – IV. El retorno…  Dejo con pesar esta vieja ciudad, for sale El Cairo, search en donde he encontrado los últimos vestigios de la grandeza árabe, que en ningún momento ha defraudado la idea del Oriente que yo me había hecho a través de narraciones y tradiciones. La había visto tantas veces en mis sueños de juventud, que me daba la impresión de haber vivido allí en alguna otra época. Yo reconstruía mi Cairo de otros tiempos, en medio de los barrios desiertos o de las mezquitas derruidas. Me parecía que pisaba sobre las huellas de mis antiguos pasos. Iba diciéndome… al dar la vuelta a este muro, voy a ver tal cosa…, y esa cosa estaba allí; en ruinas, pero real. No pensemos más. Este Cairo languidece bajo la ceniza y el polvo; el espíritu y los progresos modernos han triunfado como la muerte. Unos cuantos meses más, y calles de estilo europeo habrán troceado en ángulos rectos la vieja ciudad muda y polvorienta, que se derrumba pacífica sobre los pobres campesinos. Lo que reluce o brilla y crece es el barrio de los francos, la ciudad de los italianos, provenzales y malteses, el futuro cimiento de la India inglesa. El Oriente de antaño se precia de usar sus viejos atuendos, sus viejos palacios, sus viejas costumbres, pero ya ha llegado a sus últimos días, y puede decir como uno de sus sultanes: “La muerte ha disparado su flecha y me alcanzó: ya soy el pasado”. La que todavía protege el desierto, ocultándola poco a poco en sus arenas es, fuera de la ciudad de El Cairo, la ciudad de las tumbas, el valle de los califas, que asemeja, como Herculano, haber abrigado generaciones desaparecidas, y cuyos palacios, arquerías y columnas, los mármoles preciosos, los interiores pintados y dorados, las murallas, las cúpulas y los minaretes, multiplicados hasta la locura, no han servido más que para recubrir ataúdes. Este culto a la muerte es un distintivo eterno del carácter de Egipto. Sirve, al menos, para proteger y transmitir al mundo la extraordinaria historia de su pasado.

Esmeralda de Luis y Martínez 15 febrero, 2012 15 febrero, 2012 El valle de los califas, la ciudad de las tumbas
Numero de la revista electronica ILCEA sobre Fronteras en el mundo hispanico

Textos de 40 000 caracteres espacios incluidos, see en español o en francés, sovaldi sale a enviar para el 10 de agosto fecha limite. Ponerse en contacto con Almudena Delgado previamente. La revista ILCEA -en formato electronico- figura en el sitio revues.org y es la revista del equipo ILCEA. Los articulos son sometidos a una doble relectura a ciegas antes de ser publicados. “À l’ère de la mondialisation, unhealthy alors que les informations, les biens ou les personnes circulent de plus en plus librement à une échelle globale, on pourrait croire que le concept de frontière a perdu beaucoup de sa pertinence. S’il est vrai que les frontières des Etats-nations ont été durablement tracées tout au long du XIXème siècle et que l’on s’attache désormais davantage à les brouiller dans des cadres économiques, politiques ou stratégiques supranationaux qu’à essayer de les questionner, un certain nombre de conflits territoriaux persiste néanmoins dans le monde hispanique (Chili-Bolivie, Venezuela-République de Guyana, Chili-Pérou, Malouines, Guatemala-Belice). Par ailleurs, alors que les grandes frontières globales liées à des clivages de type idéologique (Est-Ouest) ou économique (Nord-Sud) qui présidèrent aux analyses géostratégiques du monde contemporain ont désormais perdu de leur mordant, de nouveaux conflits civilisationnels ont émergé impliquant un questionnement nouveau du concept de frontière.  Nous nous proposons, dans ce numéro des Cahiers de l’ILCEA  d’interroger l’idée de frontière dans le monde hispanique du Moyen Âge à nos jours. Des frontières territoriales, aux politico-idéologiques, en passant par les frontières culturelles ou purement linguistiques, il s’agira tout d’abord de définir et décliner le concept dans toute sa richesse pour illustrer ensuite les différentes dynamiques créées autour de ces lignes de démarcation physiques, identitaires ou mentales. Dans la dialectique de la construction / abolition des frontières, quels sont les enjeux, les procédés et les forces mis en œuvre dans les cas analysés ? Comment les idées et les savoirs traversent-ils les frontières et sont-ils transformés ou réinventés lors de leur transfert? Pourquoi la frontière a-t-elle pu apparaître pour certains comme hermétique, une solution de continuité entre les pays? Et de quelle manière les idéologies créent-elles de véritables bastions territoriaux face à des ennemis extérieurs?  Ainsi, dans le monde hispanique toujours marqué par les enjeux de la frontière, comment a-t-on conceptualisé et représenté la frontière, les conflits nationaux ou les identités des territoires frontaliers ? Si la frontière n’est qu’une ligne imaginaire séparant deux territoires, quelles sont en fin de compte les raisons de les tracer et les effets de les traverser ?”

Almudena Delgado 14 febrero, 2012 14 febrero, 2012 fronteras en el mundo hispanico, revista ILCEA
Jornadas Fronteras en el mundo hispanico

En el marco de los trabajos del eje Civilizaciones Hispanicas relativos a Las relaciones internacionales en el mundo hispanico (relaciones politicas, click economicas, capsule sociales, culturales, artisticas), se ha celebrado la Jornada de Estudios sobre “Fronteras en el mundo hispanico”, el viernes 3 de febrero en Grenoble, Sala Jacques Cartier, con las siguientes conferencias:  Emilio SOLA (Université Alcalá de Henares, Espagne),  “Literatura de avisos e información: por una tipología de una literatura de la frontera”  Partiendo de una concepción de la frontera más cualitativa que la meramente geográfico-político-jurídica tradicional, se puede entender mejor las figuras de los viajeros, exiliados o refugiados, tornadizos o emigrados, administradores y espías y sus testimonios literarios de la realidad que vivieron y lograron narrar; una interesante literatura de la frontera que desde mi punto de vista constituye uno de los mayores legados del Siglo de Oro hispano. En un porcentaje altísimo, esos textos permanecieron inéditos durante mucho tiempo, siglos incluso. Tanto en conjunto, como en fragmentos particulares, de gran altura y belleza literaria. Ignacio RUIZ RODRIGUEZ (Universidad Rey Juan Carlos, Madrid, Espagne), Las ultimas exploraciones españolas en la América septentrional del Pacifico Resulta curioso analizar el origen directo de las exploraciones que realizara la Monarquía Hispánica, en la costa septentrional del Pacífico en la segunda mitad del siglo XVIII. Atrás quedaban las aisladas expediciones que se habían realizado en épocas pretéritas, algunas de ellas ya prácticamente en el olvido, a la búsqueda permanente del Paso del Noroeste. Con un vigor prácticamente en desuso, las importantes e inquietantes noticias de la posible presencia de los rusos en aquellas se convirtieron en el más firme elemento para la puesta en marcha de aquellas expediciones, y con ello la erección de nuevas e importantes localidades de frontera, confeccionándose y rediseñándose las cartas marinas y geográficas de un importante segmento del Continente Americano que todavía estaba por descubrir.  Francisco Javier RODRIGUEZ BARRANCO (Université  Alcalá de Henares, Espagne),  “Creación de una frontera literaria: Perspectivismo y contradicción en las “Cartas Marruecas” de José Cadalso”  ¿Para qué sirve la literatura? Y acaso pudiéramos responder con otra pregunta, al galaico modo: ¿Hemos de buscar una función a la literatura? Para contestar a lo cual hay casi tantas posibilidades como escritores, pero es evidente que dentro de la perspectiva positivista que caracterizó al siglo XVIII, a la literatura se le buscó un fin de utilidad pública. No de otro modo hemos de entender las Cartas marruecas, terminadas en 1774 por José Cadalso, que tomó como referentes las Cartas Persianas, Turcas o Chinas, de allende los Pirineos, escritas las primeras por Montesquieu en 1721; corresponden quizá las segundas a Cartas de un turco en París (1731) atribuidas a Poullain de Saint-Foix; y las chinescas quizá sean las de Jean Baptiste d’Argens (1739-1740) o las de Oliver Goldsmith (1760). Lo que verdaderamente interesa a los fines de este ensayo es que no se trata de un viajero extranjero opinando sobre los países que recorre, como hicieron los viajeros románticos, por ejemplo, sino que los autores recién mencionados se valen de unas fronteras políticas y culturales, para crear la ficción de un ciudadano oriental opinando sobre un país europeo. Con otras palabras, estamos asistiendo a una frontera inventada o a la creación de una frontera literaria, puesto que detrás de estos marroquís, persas, turcos o chinos se halla la voz del autor. Todo eso sin olvidar que ya de por sí el epistolar es un género fronterizo entre la narrativa y el ensayo.  Laura MASSIMINO AMORESANO (Centro Europeo para la Difusión de las Ciencias Sociales),  “Archivo de la Frontera. Una experiencia educativa basada en el empleo de fuentes primarias y TIC’S” El Archivo de la Frontera es una Comunidad Histórica Virtual cuyo objetivo es la difusión del patrimonio histórico y favorecer el acceso a las fuentes primarias por parte de profesores, investigadores y alumnos. En esta ponencia presentaremos la nueva versión del Archivo, incluidas las herramientas colaborativas que favorecen la investigación y el trabajo en el Aula, así como la experiencia educativa llevada a cabo con alumnos de la Universidad de Alcalá a través del Juego del Legajo, una metodología didáctica para la enseñanza de la historia mediante el empleo de fuentes primarias y TIC’S.

Almudena Delgado 3 febrero, 2012 14 febrero, 2012 América, cartografia, España, exploraciones, frontera literaria, fronteras, literatura de avisos, siglos XVI-XVIII
Conferencias Las relaciones artisticas en el mundo hispanico

Viernes 2 de marzo del  2012 : Conferencias En el marco del seminario del eje Civilizaciones Hispanicas, cialis dirigido por Almudena Delgado Larios y Edmond Raillard y dentro de las actividades dedicadas a Las relaciones internacionales en el mundo hispanico se celbraran dos conferencias sobre Las relaciones artisticas de España en la época moderna, 2 de marzo del 2012, Grenoble, Sala Jacques Cartier –          José RIELLO VELASCO  (Université Autonome de Madrid, Espagne), « Los escritos sobre arte del Greco ». –          Javier DOCAMPO CAPILLA (directeur de la Bibliothèque du Musée du Prado, Madrid, Espagne), « Las bibliotecas de artistas en España : de El Greco a Jose de Madrazo »  

Almudena Delgado 14 febrero, 2012 14 febrero, 2012 arte, bibliotecas, El Greco, España, Madrazo, relaciones internacionales
Actividades 2011-2012 del Eje Civilizaciones Hispanicas dirigido por Almudena Delgado Larios y Edmond Raillard

En el curso 2011-2012, buy cialis el Eje Civilizaciones Hispanicas dedica su seminario a dos temas: 1) La memoria de los acontecimientos traumaticos, mind siglos XIX-XX 2) Las relaciones internacionales en el mundo hispanico (relaciones politicas, economicas, sociales, culturales, artisticas). CALENDARIO – Vendredi 25 novembre 2011 : Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles)  interventions multiples des membres de l’Axe autour des principaux concepts (mémoire emblématique, traumatisme, etc). Plus particulièrement, Edmond Raillard aborde les concepts rencontrés dans l’étude du documentaire sur la mémoire des événements traumatisants ; Franck Gaudichaud évoque différents travaux théoriques sur la mémoire du passé historique au Chili. – Jeudi 2 février  2012 : Conférences Salle Jacques Cartier (ver documento especifico) – Vendredi 3 février 2012 : Journée d’études (ver documento especifico) Dans le cadre des travaux sur Les relations internationales dans le monde hispanique (relations politiques, économiques, sociales, culturelles, artistiques), Journée d’études sur « Frontières dans le monde hispanique », 9h-12h30, Salle Jacques Cartier  – Vendredi 24 février: Camille Lacau St Guily et Laurie-Anne Laget présentent leurs travaux de recherche – Vendredi 2 mars 2012 : Conférences Dans le cadre des travaux sur Les relations internationales dans le monde hispanique (relations politiques, économiques, sociales, culturelles, artistiques), 9h30-12h Salle Jacques Cartier, Conférences sur « Les relations artistiques de l’Espagne à l’époque moderne », Salle Jacques Cartier – Vendredi 9 mars 2012 : Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles) : châtiment et impunité interventions multiples des membres de l’Axe sur la situation pays par pays concernant la problématique de l’impunité et des politiques institutionnelles de la mémoire ou de l’oubli.  Marita Ferraro présentera l’Argentine; Lauriane Bouvet l’Uruguay, Franck Gaudichaud le Chili, Sandrine Rol et Christian Demange l’Espagne au XX siècle, Edmond Raillard et Margarita Remón (le Mexique, l’Amérique Centrale ), Pierre Géal et Almudena Delgado l’Espagne au XIX siècle (afrancesados, carlistas, liberales). – Vendredi 30 mars 2012 : Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles), Christian Demange exposera l’état de ses recherches sur la collection « Gregorio del Toro » portant sur « Memorias de la Guerra Civil ». – Vendredi 20 avril  2012: Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles), Edmond Raillard et Olga Lobo feront des communications sur « Le cinéma documentaire et la mémoire ».  – Vendredi 1er juin : Séminaire Dans le cadre des travaux sur Les relations internationales dans le monde hispanique (relations politiques, économiques, sociales, culturelles, artistiques), interventions de Camille Lacau St Guily, Laurie-Anne Laget, Marta Ruiz Galbete, Véronique Jude et Almudena Delgado Larios sur « Les frontières dans le monde hispanique du Moyen Age à nos jours », travaux pour le numéro de ILCEA, le revue en ligne de l’équipe.

Almudena Delgado 14 febrero, 2012 14 febrero, 2012 América latina, España, memoria, relaciones internacionales, Seminario
“VIAJE A ORIENTE” 037

IV. Las pirámides – III. Las pruebas iniciáticas… Con estos recuerdos intentábamos poblar de nuevo esa soledad imponente. Rodeados de árabes que se habían echado a dormir, treatment esperando para abandonar la gruta de mármol que la brisa de la tarde hubiera refrescado el aire, buy nosotros nos dedicábamos a apuntar las más diversas hipótesis sobre los hechos realmente constatados por la tradición antigua. Estas extrañas ceremonias de iniciación tantas veces descritas por los autores griegos, see que todavía pudieron asistir a ellas, para nosotros cobraban un interés muy especial, al ver cómo lo narrado correspondía perfectamente con la disposición de aquellos lugares. “¡Qué hermoso sería, le dije al alemán, ejecutar y representar aquí “La flauta mágica” de Mozart[1]. ¿cómo es que ningún hombre rico se había permitido la fantasía de darse tal espectáculo?. Con poco dinero se podría llegar a limpiar todos estos conductos, y bastaría después con traer el vestuario adecuado a toda la trouppe italiana de El Cairo. Imagínese la voz tonante de Zoroastro resonando desde el fondo de la sala de los faraones, o a “La Reina de la noche” apareciendo sobre el sarcófago de la llamada Cámara de la Reina y lanzando hacia la sombría bóveda su argentina voz. Imagínese el sonido de la flauta mágica a través de estos largos corredores, y las muecas y el temor de Papagino, forzado por los pasos del iniciado su maestro, a afrontar al triple Anubis, después al bosque en llamas, luego este canal sombrío agitado por las ruedas de hierro, y más aún con esa extraña escalera de la que cada peldaño se desprende a medida que se asciende por ella, haciendo sonar el agua con un sinistro chapoteo… –    Sería difícil, dijo el oficial, interpretar todo esto en el interior mismo de las pirámides… Hemos dicho que el iniciado seguiría, a partir del pozo, por una galería de unas cuantas leguas. Esta vía subterránea le conduciría hasta un templo situado a las puertas de Menfis, cuyo emplazamiento usted ha visto desde lo alto de la pirámide. Una vez terminadas estas pruebas, el iniciado volvería a ver la luz del día; la estatua de Isis aún continuaría velada para él; todavía tendría que superar una última prueba totalmente moral, de la que no tenía pista alguna, y cuyo objetivo le quedaba oculto. Los sacerdotes le habrían llevado triunfalmente, como uno más entre ellos, los cánticos y la música habrían celebrado su victoria. Aún tendría que ser purificado mediante un ayuno de cuarenta y un días, antes de poder contemplar a la gran diosa, viuda de Osiris. Ese ayuno se rompería cada día al ponerse el sol, momento en que se le permitiría reponer fuerzas con algunas onzas de pan y una copa de agua del Nilo. Durante esta larga penitencia, el iniciado podría conversar, a ciertas horas, con los sacerdotes y sacerdotisas, cuya vida discurría en las ciudades subterráneas. Tenía derecho de preguntar a cada uno y de observar las costumbres de esta comunidad mística, que había renunciado al mundo exterior, y cuyo inmenso número espantó a Semiramis, la victoriosa, cuando al hacer retirar los cimientos de la Babilonia egipcia (el viejo Cairo) vio desmoronarse las bóvedas de una de esas necrópolis habitadas por seres vivos[2]. –    Y tras los cuarentaiún días, ¿qué pasaba con el iniciado? –    Todavía tendría que pasar dieciocho días de retiro, durante los que debería guardar un completo silencio. Sólo le estaría permitido leer y escribir. Después pasaría un examen en el que todas las acciones de su vida eran analizadas y criticadas. Esto duraba aún doce días. Después se le hacía acostarse a lo largo de nueve días detrás de la estatua de Isis, tras haber suplicado a la diosa que se le apareciera en sus sueños y le inspirara sabiduría. Por fin, hacia los tres meses, las pruebas habían terminado. La aspiración del neófito hacia la divinidad, ayudada por las lecturas, las enseñanzas y el ayuno, le llevaban a un grado tal de entusiasmo que por fin era digno de ver cómo caían ante él  los velos sagrados de la diosa. En ese momento, su sorpresa llegaba al colmo viendo cómo se animaba aquella fría estatua cuyos trazos habían tomado de repente el parecido de la mujer que más amaba o del ideal que se había formado sobre la belleza más perfecta3. “Pero en el momento en que extendía sus brazos para alcanzarla, ella se desvanecía en una nube de perfumes. Los sacerdotes entraban con gran pompa y el iniciado era proclamado igual a los dioses; ocupando un lugar de inmediato en el banquete de los sabios, entonces le estaba permitido degustar los más delicados manjares y embriagarse con la ambrosía, que no faltaba en estas fiestas. Sólo le quedaba una pena, la de haber admirado tan sólo por un instante la divina aparición que se había dignado sonreírle… Sus sueños se la iban a devolver. Un largo sueño, debido sin duda al jugo de loto exprimido en su copa durante el festín, permitía a los sacerdotes transportarle a algunas millas de Menfis, al borde del célebre lago que aún lleva el nombre de Karoun (Carón) Una balsa le recibía aún dormido y le transportaba en esta provincia de El Fayoum, oasis delicioso que, aún hoy, es el país de las rosas. Allí existía un valle profundo, rodeado en parte de montañas, y por otra separado del resto del país por abismos excavados por la mano del hombre, en donde los sacerdotes habían sabido reunir las dispersas riquezas de la naturaleza entera. Los árboles de la India y del Yemen entremezclaban allí su follaje tupido y sus extrañas flores con la vegetación más rica y variada de la tierra de Egipto. “Animales en cautividad daban vida a ese maravilloso escenario, y el iniciado, depositado allí, aún dormido sobre la hierba, se encontraba al despertar en un mundo que semejaba la perfección misma de la naturaleza creada. Se levantaba, respirando el aire puro de la mañana, renaciendo al fuego del sol que no había visto desde hacía mucho tiempo; escuchaba el cadencioso canto de los pájaros, admiraba las flores embalsamadas, la tranquila superficie de las aguas rodeadas de papiros y consteladas por lotos rojos, en donde el flamenco rosa y el ibis trazaban sus curvas graciosas. Pero aún faltaba algo para animar esta soledad. Una mujer, una virgen inocente, tan joven, que ella misma parecía surgir de un sueño puro y matinal, tan bello, que mirándola de cerca se podían reconocer los admirables rasgos de Isis vislumbrados a través de una veladura. Tal era la criatura divina que se convertía en compañera y recompensa del iniciado triunfante”. Aquí, me creo en el deber de interrumpir la narración imaginada por el sabio berlinés: “Me parece, dije, que usted me está contando la historia de Adán y Eva. –   Más o menos”, me respondió. En efecto, la última prueba, tan encantadora, pero tan imprevista, de la iniciación egipcia era la misma que Moisés relató en el Génesis. En aquel jardín maravilloso existía un árbol cuyos frutos estaban prohibidos al neófito admitido en el paraíso. Es tan cierto que esta última victoria sobre uno mismo era la cláusula de la iniciación, que se han encontrado en el Alto Egipto bajorrelieves datados de 4.000 años, representando a un hombre y a una mujer, bajo un árbol, en el que ésta última ofrece el fruto a su compañero de soledad. Alrededor del árbol está enroscada una serpiente, representación de Tifón, el dios del mal. En efecto, en general sucedía que el iniciado, que había vencido todos los peligros materiales se dejaba llevar por esta seducción, cuyo desenlace consistía en su exclusión del paraíso terrenal. Su castigo entonces debía ser el de errar por el mundo, y difundir en los pueblos extranjeros las enseñanzas que él había recibido de los sacerdotes. En cambio, si él resistía, lo que era muy raro, a la última tentación, se convertía en un igual al rey. Se le paseaba en triunfo por las calles de Menfis, y su persona era sagrada. Precisamente, por haber fallado en esta prueba, Moisés fue privado de los honores que esperaba. Herido por este resultado, declaró una guerra abierta contra todos los sacerdotes egipcios, luchó contra ellos mediante la ciencia y los prodigios, y terminó liberando a su pueblo gracias a un complot cuyo resultado es bien conocido4. El prusiano que me contaba todo esto era evidentemente un hijo de Voltaire…este hombre estaba aún anclado en el escepticismo religioso de Federico II y no pude evitar hacerle esta observación. “Se equivoca, me dijo: nosotros los protestantes, analizamos todo; pero no por ello somos menos religiosos. Si parece demostrado que la idea del paraíso terrenal, de la manzana y de la serpiente, ha sido conocida por los antiguos egipcios, esto no prueba de ningún modo que la tradición no sea divina. Estoy dispuesto a creer, incluso que la última prueba de los misterios no era más que una representación mística de la escena que pudo suceder en los primeros días del mundo; que Moisés, tal vez hubiera tomado esto de los antiguos egipcios, depositarios de la sabiduría primigenia; o que se haya servido, al escribir el Génesis, de las impresiones que él mismo hubiera podido conocer; pero aún así esto no implica que no sea cierta la verdad primera. Triptolemo, Orfeo y Pitágoras también pasaron por las mismas pruebas. El uno fundó Los Misterios de Eleusis, el otro, los de Las Cabirias de Samotracia; el otro, las asociaciones místicas del Líbano5. “Entonces, Orfeo tuvo menos éxito que Moisés. Falló en la cuarta prueba; en la que era necesario tener la suficiente fuerza de espíritu como para alcanzar los anillos suspendidos sobre él: cuando los peldaños de hierro comenzaron a caer bajo sus pies se precipitó en el canal, de donde le sacaron con dificultad y, en lugar de llegar hasta el templo, tuvo que volver hacia atrás y remontar el camino hasta la salida de las pirámides. Durante la prueba, su mujer le había sido arrebatada por uno de esos “accidentes naturales” que los sacerdotes amañan con facilidad y les dan esa apariencia. Pero Orfeo obtuvo, gracias a su talento y renombre, la gracia de comenzar de nuevo las pruebas, y por segunda vez falló, y así fue cómo perdió para siempre a Euridice, y él se vió reducido a llorarla en el exilio. –   Con este sistema, dije, es posible explicar materialmente todas las religiones, pero ¿qué ganaríamos nosotros?. –   Nada. Nosotros únicamente acabamos de pasar dos horas charlando sobre los orígenes de la historia. Ahora cae la tarde y es hora de buscar un refugio”. Pasamos la noche en una LOCANDA italiana, situada cerca de allí, y al día siguiente se nos condujo al emplazamiento de Menfis, situada a unas dos millas hacia el mediodía. Las ruinas allí son irreconocibles; de hecho, todo está recubierto por un bosque de palmeras en medio del que se encuentra la inmensa estatua de Sesostris, de sesenta pies de altura, pero caída sobre su vientre en la arena. Pero todavía debo hablar de Saqqarah, adonde se llega enseguida, de sus pirámides, más pequeñas que las de Gizeh, entre las que se distingue la gran pirámide de ladrillos construida por los hebreos. Un espectáculo aún más curioso se halla en el interior de las tumbas de animales, muy numerosas y extendidas por la llanura. Las hay de gatos, cocodrilos y de ibis. Se penetra a ellas con mucha dificultad, respirando la ceniza y el polvo, arrastrándose a veces por conductos por los que sólo de puede pasar de rodillas. Después, uno de encuentra ante vastísimos subterráneos en donde se acumulas a millones y simétricamente colocados todos estos animales, cuyos cuerpos, los bondadosos egipcios, se preocupaban en embalsamar y amortajar, igual que a los hombres. Cada momia de gato está envuelta en una gran cantidad de vendajes, en los que, de un extremo a otro, se han escrito en jeroglíficos, probablemente la vida y virtudes del animal. Incluso se hace lo mismo para con los cocodrilos… En cuanto a los ibis, sus restos son encerrados en vasijas de arcilla de Tebas, ordenadas perfectamente a lo largo de una superficie incalculable, como si fueran vasijas de mermelada en una granja. Pude cumplir fácilmente el encargo que me había hecho el cónsul, después, me separé del oficial prusiano, que continuó su ruta hacia el Alto Egipto, y yo, volví al Cairo, bajando por el Nilo en una barca. Me ocupé de ir a llevar al consulado el ibis obtenido al precio de tantas fatigas, pero me dijeron que durante los tres días consagrados a mi exploración, nuestro pobre cónsul había sentido cómo se agravaba su enfermedad y se había embarcado para Alejandría. Después me enteré de que había muerto en España. [1] Interpretación masónica de las antiguas iniciaciones, “La flauta mágica” ejerce sobre Nerval una fuerte atracción (ver n. 64) Se ve aquí la parte de intuición y de especulación que aporta a su descripción de las pirámides, lo menos arqueológica posible. La idea de reanimar las ruinas con un espectáculo aparece igualmente en ISIS, cap. I.  [2] Sobre los magos y los ancestros retirados en los hipogeos para cultivar allí los secretos primitivos, ver más abajo la leyenda de Adoniram (capítulos VI y VII) y “Aurelia I,8” 4.- Esas especulaciones sobre el origen egipcio de la Revelación bíblica se remontan al Renacimiento y se han convertido en lugar común de toda una tradición exotérica. Nada más nervaliano, sin embargo que esta búsqueda de un hogar común a todas las creencias y esa reducción del mensaje bíblico a un avatar de la Historia de las Religiones.  4.- El mito de Pigmalión, otro de los temas recurrentes en Nerval. 5.-  Alusión a la doctrina sincretista de la PRISCA TEOLOGÍA; el Hermes Trimegisto de los egipcios, Moisés, Orfeo, Pitágoras y otros sacerdotes antiguos, habrían recibido una revelación paralela y sus misterios enseñarían una verdad única y universal.

Esmeralda de Luis y Martínez 13 febrero, 2012 13 febrero, 2012 Adán y Eva, Isis, Las pirámides, Menfis, Moisés, Orfeo, Osiris, pruebas iniciáticas, Semiramis, Tifón
“VIAJE A ORIENTE” 036

IV. Las pirámides – II. La plataforma… Me temo que voy a tener que admitir que ni el mismísimo Napoleón llegó a ver las pirámides más que desde la llanura. Desde luego, look no habría comprometido su dignidad dejándose alzar entre los brazos de cuatro árabes como un simple balón que pasa de mano en mano, advice y estaría obligado a responder desde abajo con un saludo a los “cuarenta siglos” que, sovaldi según su cálculo, le contemplaban a la cabeza de su ejército. Tras haber recorrido con la mirada todo el panorama de alrededor, y leído atentamente estas inscripciones modernas que harán las torturas de los sabios en el futuro, me preparé para descender cuando, un caballero rubio, esbelto, arrebolado y perfectamente enguantado, franqueó, como yo acababa de hacer poco tiempo antes que él, la última grada de la cuádruple escalera y me dirigió un saludo bastante ceremonioso que yo merecía en calidad de ser el primer ocupante. Le tomé por un caballero inglés, y él me situó de inmediato como un francés. Me arrepentí al instante de haberlo juzgado tan a la ligera. Un inglés nunca me habría saludado al encontrarse sobre la plataforma de la pirámide de Keops, un lugar en el que nadie nos podría presentar. “Señor, me dijo el desconocido con un acento ligeramente germánico, me alegra encontrar aquí a alguien civilizado. Yo soy tan solo un oficial de la guardia de SM. el rey de Prusia. He obtenido un permiso para unirme a la expedición de M. Lepsius.[1], y como su esposa ha pasado por aquí hace algunas semanas, estoy obligado a ponerme al día visitando lo que supongo que ella ha debido ver”. Terminado su discurso, me dio su tarjeta de visita, invitándome a ir a verle si alguna vez pasaba por Postdam. “Pero, añadió, viendo que me preparaba para descender, usted sabe que la costumbre es hacer aquí una colación. Estos hombretones que nos rodean esperan compartir nuestras modestas provisiones…y, si usted tiene apetito, le ofreceré una parte del paté que ha traído uno de mis árabes”. Cuando se está de viaje, enseguida se traba conocimiento y, en Egipto sobre todo, en la cúspide de la gran pirámide, todo europeo se convierte para cualquier otro en un FRANCO, es decir, un compatriota; el mapa de nuestra pequeña Europa pierde, tan lejos, sus fronteras divisorias. Hago siempre una excepción para los ingleses, que es como si residieran en una isla aparte. La conversación del prusiano me gustó mucho durante el almuerzo. Llevaba con él cartas con las últimas y más frescas noticias de la expedición de M. Lepsius que, en ese momento, exploraba los alrededores del lago Moeris y las ciudades subterráneas del gran laberinto. Los sabios berlineses habían descubierto ciudades enteras escondidas bajo las arenas y construidas con ladrillos; Pompeyas y Herculanos subterráneas que jamás habían visto la luz, y que posiblemente se remontaban a la época de los trogloditas. No pude dejar de reconocer que era una noble ambición para los eruditos prusianos el haber querido ir tras las huellas de nuestro Instituto de Egipto, del que ellos no podrán más que completar sus admirables trabajos. El almuerzo sobre la pirámide de Keops es, en efecto, forzado por los turistas, como el que se hace de ordinario sobre el capitel de la columna de Pompeyo en Alejandría. Yo estaba feliz de haber encontrado un compañero instruido y amable que me lo hubo recordado. Las pequeñas beduinas habían conservado bastante agua en sus cantarillos de barro poroso, para permitir refrescarnos y después hacer unos “grogs” con una frasca de aguardiente que uno de los árabes llevaba a la zaga del prusiano. Mientras tanto, el sol se había convertido en un disco ardiente como para que pudiéramos quedarnos por más tiempo sobre la plataforma. El aire puro y vivificante que se respira a esa altura nos había permitido durante algún tiempo no darnos cuenta del calor. Ahora había que descender de la plataforma y penetrar en la pirámide, cuya entrada se halla aproximadamente a un tercio de su altura. Nos hicieron descender ciento treinta escalones por el procedimiento inverso al de la subida. Dos de los cuatro árabes nos suspendían de los hombros desde lo alto de cada grada, y nos depositaban en los brazos extendidos de los otros dos compañeros. Hay algo bastante peligroso en esta forma de descender, y más de un viajero se ha partido el cráneo o los huesos. Sin embargo, nosotros llegamos sin accidentes a la entrada de la pirámide. El acceso a la pirámide es una especie de gruta con las paredes de mármol y bóveda triangular, rematada por un enorme y ancho bloque de piedra que constata, gracias a una inscripción en francés, la antigua llegada de nuestros soldados a este monumento: es la tarjeta de visita del ejército de Egipto, esculpida sobre un bloque de mármol de 16 pies de ancho. Mientras yo leía respetuosamente, el oficial prusiano me hizo observar otra inscripción hecha más abajo en jeroglíficos y, cosa rara, grabada hacía muy poco. El conocía el significado de esos jeroglíficos modernos inscritos según el sistema de Champolión. “Esto significa, me dijo, que la expedición científica enviada por el rey de Prusia y dirigida por Lepsius, ha visitado las pirámides de Gizeh, y espera resolver con la misma suerte las otras dificultades de su misión”. Habíamos franqueado la entrada de la gruta: una veintena de árabes barbudos, con los cintos erizados de pistolas y puñales, se levantaban del suelo en donde acababan de dormir la siesta. Uno de nuestros guías, que parecía dirigir a los otros, nos dijo: “¡Vean ustedes lo terribles que son…observen sus pistolas y sus fusiles! –    ¿Quieren robarnos? –    ¡Al contrario! Están aquí para defenderles en caso de que fueran atacados por las hordas del desierto. –    ¡Se decía que habían dejado de existir con la administración de Mohamed-Ali! –    ¡Oh! Todavía queda bastante mala gente por ahí, tras las montañas… En cambio, por un COLONNATE, ustedes serán defendidos por estos fieros y bravos hombres contra todo ataque exterior”. El oficial prusiano inspeccionó las armas, y no pareció muy convencido de su potencia destructiva. En el fondo, para mí sólo se trataba de cinco francos con cincuenta céntimos, o de un tálero y medio para el prusiano. Aceptamos el trato, compartiendo los gastos y haciéndoles la observación de que nosotros no estábamos de acuerdo con esa suposición. “Pasa con frecuencia, dijo el guía, que tribus enemigas invaden esta zona, sobre todo cuando suponen la presencia de ricos extranjeros”. Es cierto que este asunto tenía visos de realidad y que sería una triste situación verse preso y encerrado en el interior de la gran pirámide. La colonnate (piastra de España) entregada a los guardianes nos aseguraba al menos que, en conciencia, ellos no podrían gastarnos esa broma fácil. Pero ¿cómo pensar ni un instante que gente honrada iba a hacernos algo así?. La actividad de sus preparativos, ocho antorchas encendidas en un abrir y cerrar de ojos, la amable atención de hacernos preceder de nuevo por las niñas hidróforas de las que ya he hablado, todo ello, sin duda, era bien tranquilizador. En principio, se trataba de agachar la cabeza y la espalda, y de colocar los pies lo mejor posible sobre dos ranuras de mármol que recorren los dos costados de esta pendiente. Entre ambas ranuras hay una especie de abismo tan ancho como la separación de las piernas, y en donde más vale no caerse. Se avanza pues, paso a paso, lanzando lo mejor posible los pies a derecha e izquierda, un poco sujeto, bien es cierto, por las manos de los porteadores de antorchas, y se va descendiendo, agachado de este modo durante unos ciento cincuenta pasos. A partir de ahí, el peligro de caer en la enorme fisura que apreciaba entre los pies, cesa de golpe y queda reemplazado por el inconveniente de pasar arrastrándose con el vientre boca abajo, bajo una bóveda obstruida en parte por la arena y las cenizas. Los árabes no limpian este pasaje sin que medie otra colonnate, acordada generalmente por las gentes ricas y corpulentas. Cuando uno se ha arrastrado durante algun tiempo bajo esta bóveda baja, a gatas, se entra por una nueva galería, no más alta que la precedente. Al cabo de doscientos pasos, que esta vez se hacen subiendo, se encuentra una especie de cruce cuyo centro es un amplio pozo profundo y sombrío, alrededor del cual hay que girar para ganar la escalera que conduce a la Cámara del Rey. Llegando allí, los árabes disparan sus pistolones y encienden hogueras con ramas para espantar, según ellos, a murciélagos y serpientes. La sala en la que nos encontramos, con una bóveda de cañón, tiene 17 pies de larga y 16 de ancha. Volviendo de nuestra exploración, bastante satisfechos, debimos reposar a la entrada de la gruta de mármol, y preguntamos qué podría significar esa extraña galería por la que acabábamos de ascender, con aquellos dos canales de mármol separados por un abismo, desembocando más lejos en un cruce en medio del que se halla el misterioso pozo del que no habíamos podido ver ni el fondo. El oficial prusiano, haciendo memoria, me propuso una explicación bastante lógica del uso de tal monumento[2]. Nadie, acerca de los misterios de la antigüedad es tan erudito como un alemán. Veamos, según su versión, para qué servía la galería baja dotada de raíles por la que habíamos descendido y después ascendido tan penosamente: “se sentaba en una carreta al hombre que se presentaba para las pruebas de iniciación. La carreta descendía por la fuerte inclinación del camino. Llegada al centro de la pirámide, el iniciado era recibido por los sacerdotes inferiores que le mostraban el pozo animándole a precipitarse en él. Como es natural, el neófito dudaba, lo que era visto como signo de prudencia. Entonces se le aportaba una especie de casco rematado por una lamparilla encendida, y provisto de este ingenio, debía descender con precaución al fondo del pozo, en donde se encontraban, aquí y allá, soportes de hierro sobre los que podía reposar los pies. El iniciado descendía durante largo tiempo, alumbrado un poco por la lámpara que llevaba sobre la cabeza; después, aproximadamente a cien pies de profundidad, encontraba la entrada de una galería cerrada por una reja, que se abría también ante él. Asimismo, aparecían tres hombres con máscaras de bronce imitando la faz de Anubis, el dios perro. No había que asustarse bajo ningún concepto de sus amenazas y había que avanzar hacia delante arrojándoles por tierra. Y así durante una legua, hasta que se llegaba a un espacio de grandes dimensiones, que producía el efecto de un bosque tupido y sombrío. Pero en cuanto se ponía el pie en el paseo principal, todo se iluminaba al instante y producía el efecto de un vasto incendio, que no eran más que fuegos de artificio y sustancias bituminosas entrelazadas entre las ramificaciones de hierro. El neófito debía atravesar el bosque, al precio de algunas quemaduras, lo que por regla general lograba . Más allá, se hallaba un riachuelo que había que atravesar a nado. Apenas había recorrido la mitad, cuando una inmensa agitación de las aguas, determinada por el movimiento de dos ruedas gigantescas, le paraba y le hacía retroceder. Cuando parecía que sus fuerzas le iban a abandonar, veía aparecer ante él una escalera de hierro que parecía debiera salvarle del peligro de perecer en el agua. Ésta era la tercera prueba. A medida que el iniciado ponía un pie en cada escalón, el que acababa de dejar, se desprendía y caía al río. Esta difícil situación se complicaba a causa de un viento espantoso que hacía temblar a la vez a escalera y postulante. Cuando estaba a punto de perder todas sus fuerzas, debía tener la presencia de ánimo suficiente como para atrapar dos anillas de acero que descendían hacia él, y de las que tenía que quedar suspendido por los brazos, hasta que veía abrirse una puerta, a la que llegaba gracias a un violento esfuerzo. Éste era el final de las cuatro pruebas elementales. El iniciado llegaba entonces al templo, daba una vuelta alrededor de la estatua de Isis, y se veía recibido y felicitado por los sacerdotes. [1] Bien acogido por Méhémet-Ali, el egiptólogo K. R. Lepsius, acompañado de sabios y eruditos ingleses y alemanes, residió en Egipto de 1842 a 1846. G.N. se refiere a la esposa de Lepsius que se unió al egiptólogo tras su llegada a Egipto. [2] J. Richer (Nerval et les doctrines ésotériques) y G. Rouger (ed. Crítica, Introducción) han demostrado cuáles son las fuentes en las que se inspiró Nerval para hacer de las pirámides un lugar de iniciación. Una, sobre todo, la famosa novela arqueológica del abad Terrason, SETHOS (1731).

Esmeralda de Luis y Martínez 13 febrero, 2012 13 febrero, 2012 Champolion, colonnate, Isis, la cámara del rey, las pruebas de "iniciación" en la pirámide, Lepsius, oficial prusiano, pirámide de Keops
“VIAJE A ORIENTE” 035

IV. Las pirámides – I. La ascensión… Antes de partir, stuff había resuelto visitar las pirámides, y me fui a ver de nuevo al Cónsul General para pedirle consejo sobre esta excursión. Quiso hacer esa visita conmigo, y nos dirigimos hacia el viejo Cairo. Durante el camino me dio la impresión de que estaba triste. Tosía mucho, con unos espasmos secos, mientras atravesábamos la planicie de Karafeh. Yo ya sabía que estaba enfermo desde hacía tiempo, y él mismo me había dicho que al menos quería ver las pirámides antes de morir. Pensé que exageraba sobre su estado de salud; pero cuando llegamos al borde del Nilo, me dijo: “Yo ya me siento muy fatigado…; prefiero quedarme aquí. Tome usted la barca que le he hecho preparar; yo le seguiré con la mirada y me haré a la idea de que estoy con usted. Le ruego tan solo que cuente el número exacto de escalones de la gran pirámide, sobre el que los sabios no están de acuerdo, y si va a las otras pirámides, la de Saqqarah, le quedaría muy agradecido si me trajera una momia de ibis…me gustaría comparar el antiguo ibis egipcio con el de esta raza degenerada de zarapitos que aún se encuentran en las riberas del Nilo”. Tuve pues que embarcarme solo en la punta de la isla de Roddah, pensando con tristeza en esa confianza de los enfermos que pueden soñar con colecciones de momias al borde mismo de su propia tumba. El brazo del Nilo entre Roddah y Gizeh tiene tal anchura que se necesita cerca de media hora para atravesarlo. Después de cruzar Gizeh, pasar por su escuela de caballería y sus asaderos de pollo; y de analizar sus restos ruinosos, cuyos gruesos muros están construidos con un arte peculiar: recipientes de tierra superpuestos y sujetos con yeso, una edificación más ligera y aérea que sólida; aún se tienen por delante dos millas de llanuras cultivadas que hay que recorrer antes de llegar a las mesetas estériles en las que se alzan las grandes pirámides, en la frontera del desierto líbico. Cuanto más se acerca uno, más disminuyen esos colosos. Es un efecto de perspectiva que sin duda se debe a que su altura es igual a su anchura. En cambio, cuando se llega a sus pies, en la misma sombra de esas montañas construidas por la mano del hombre, uno se admira y se espanta. Lo que hay que trepar hasta llegar a la cúspide de la primera pirámide asemeja a una escalera en la que cada peldaño tiene alrededor de un metro de alto. Una tribu de árabes es la encargada de proteger a los viajeros y de guiarlos en su ascensión a la pirámide principal. En cuanto esas gentes se dan cuenta de que un curioso se encamina hacia su dominio, corren a su encuentro con sus caballos al galope, haciendo una fantasía pacífica y disparando al aire tiros de pistola para indicar que están a su servicio; todos ellos prestos a defenderle contra los ataques de ciertos beduinos pillastres que por casualidad podrían presentarse. Hoy en día ese supuesto hace sonreír a los viajeros, seguros de antemano sobre este punto; pero, en el siglo pasado, es cierto que en realidad se encontraban a merced de una banda de falsos bandidos que, tras haberles aterrorizado y despojado, se rendían con sus armas a la tribu protectora que, de inmediato, recogía una fuerte recompensa por los peligros y heridas sufridas en un simulacro de combate. Me han asignado cuatro hombres para guiarme y sujetarme durante mi ascensión. Al principio no comprendía bien cómo era posible trepar unos peldaños de los que solo el primero me llegaba a la altura del pecho; pero, en un abrir y cerrar de ojos, dos árabes se subieron sobre ese escalón gigantesco, cogiéndome cada uno por un brazo. Los otros dos me colocaron sobre sus hombros, y los cuatro juntos, a cada movimiento de esta maniobra, cantaban al unísono una melopea árabe terminada por ese antiguo estribillo parecido al eleyson!. De este modo llegué a contar hasta doscientos siete escalones, y no se precisó más de un cuarto de hora en alcanzar la plataforma de la cúspide. Y si te detienes un instante para recuperar el aliento, verás venir hacia ti a unas niñitas, apenas cubiertas con una camisola de tela azul que, desde la última grada a la que uno ha trepado, tienden, a la altura de nuestra boca unos cantarillos de arcilla de Tebas, cuya agua helada nos refrescará por un instante. Nada tan increíble como esas pequeñas beduinas trepando como monos con sus pequeños pies descalzos, que conocen todas las anfractuosidades de aquellos enormes bloques de piedra superpuestos. Ya en la plataforma, se les da un bajchis, un abrazo y después uno se siente izado en brazos de los cuatro árabes que te llevan en triunfo a los cuatro puntos del horizonte. La superficie de esta pirámide es de unos cien metros cuadrados. Bloques irregulares indican que se encuentra así debido a la destrucción de la cúspide, parecida sin duda a la de la segunda pirámide, que se conserva intacta y que puede admirarse a poca distancia con su revestimiento de granito. Las tres pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, estaban igualmente revestidas con planchas de piedra rojiza, que todavía podían verse en tiempos de Herodoto. Fueron despojadas poco a poco, cuando se tuvo necesidad en El Cairo de construir los palacios de los califas y de los sudaneses. Como ya se pueden imaginar, la vista es hermosa desde lo alto de esta plataforma. El Nilo se extiende al oriente desde la punta del delta hasta más allá de Sakkarah, en donde se distinguen once pirámides más pequeñas que las de Gizeh. Al oeste, la cadena de montañas líbicas se desarrolla marcando las ondulaciones de un horizonte polvoriento. El bosque de palmeras que ocupa el lugar de la antigua Menfis, se extiende del lado del mediodía como una sombra verdosa. El Cairo, adosado a la cadena árida de Mokatam, eleva sus cúpulas y minaretes hasta la entrada del desierto de Siria. Todo esto es de sobra conocido como para dedicar demasiado tiempo a su descripción. Pero, dejando a un lado la admiración y recorriendo con la mirada las piedras de la plataforma, allí se encuentra con qué compensar los excesos de entusiasmo. Todos los ingleses que se han arriesgado a hacer esta ascensión, desde luego que han grabado sus nombres sobre las piedras. Algunos especuladores han tenido la idea de dar su dirección al público, y un vendedor de cera de Picadilly, incluso ha hecho grabar con esmero sobre un bloque pétreo entero los méritos de su descubrimiento garantizado por la Improved Patent de Londres. Ni qué decir tiene que allí también se encuentra el Crédeville Voleur, tan pasado de moda hoy en día, la carga de Bouginier[1], y otras excentricidades transplantadas por nuestros artistas viajeros como un contraste a la monotonía de los grandes souvenirs.          [1] Crédeville: tipo popular de ladrón o contrabandista, “que tiene la deplorable costumbre de dejar su nombre en todas las murallas de Francia y de París” (Crédeville ou le Serment du gabelou”, vaudeville de Leuven y Dumanoir, 1832) Bouginier es desconocido (GR)

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