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“VIAJE A ORIENTE” 060

VII. La montaña – VI. La tumba del santón… Andaba yo intentando resolver por mí mismo esa cuestión[1], malady cuando escuché unos cantos y el sonido de unos instrumentos en un barranco que bordea las murallas de la ciudad. Me dio la impresión de que podría tratarse de una boda, ya que las tonadas eran alegres; pero pronto vi aparecer a un grupo de musulmanes agitando banderas, luego a otros que llevaban a hombros un cuerpo tendido en una especie de litera; al que seguían algunas mujeres lanzando gritos, y una multitud de hombres también abanderados y agitando ramas de árbol. Todos se detuvieron en el cementerio y depositaron en tierra el cuerpo enteramente cubierto de flores. La proximidad del mar proporcionaba una cierta grandeza a esa escena e incluso a los extraños cantos que entonaban con lánguida voz. Numerosos paseantes se habían reunido en ese punto y contemplaban con respeto la ceremonia. Un comerciante italiano, que se encontraba a mi lado, me dijo que aquel no era un entierro corriente y que el difunto era un santón que vivía desde hacía años en Beirut, al que los francos consideraban un loco, y los musulmanes un santo. Había vivido en los últimos tiempos en una gruta situada bajo una de las terrazas de los jardines de la ciudad; se guarecía allí, completamente desnudo y con el aspecto de una bestia salvaje, pero de todas partes venían a pedirle consejo. De vez en cuando se daba una vuelta por la ciudad y cogía todo lo que le venía en gana de las tiendas de los comerciantes árabes, en cuyo caso, estos quedaban plenamente agradecidos pues consideraban que este gesto les traería buena suerte; pero los europeos, que no opinaban lo mismo, tras algunas visitas del santón ejerciendo esa práctica singular, se quejaron al pachá, del que obtuvieron que al santón no se le permitiera salir de su jardín. Los turcos, poco numerosos en Beirut, no se opusieron a esta medida y se contentaron con mantener al santón con provisiones y regalos. Ahora, una vez muerto el personaje, el pueblo se entregaba a la alegría, ya que no se llora a un santo turco como a los mortales corrientes. La certeza de que tras tantas miserias él haya al fin conquistado la beatitud eterna, hace que se vea este suceso como un desenlace feliz, y que se celebre con el ruido de las orquestinas. Antaño, en estas ocasiones incluso había danzas, cantos de almées[2] y banquetes públicos. Mientras tanto, se había abierto la puerta de una pequeña construcción cuadrada, rematada por una cúpula y destinada a ser la tumba del santón. Los derviches, colocados en medio de la muchedumbre, volvieron a subir el cuerpo a hombros. Pero en el momento de pasar al interior dio la impresión de que eran rechazados por una fuerza desconocida y casi se cayeron de espaldas. Hubo gritos de estupefacción entre los reunidos, y los derviches se volvieron encolerizados hacia la muchedumbre culpando a las plañideras que acompañaban el cuerpo y a los salmodiadores de himnos por haber interrumpido un instante sus cantos y sus gritos. Volvieron a empezar, esta vez más conjuntados, pero en el momento de franquear la puerta, encontraron el mismo obstáculo. Entonces, algunos ancianos tomaron la palabra. –  Esto es un capricho del venerable santón que no quiere entrar a la tumba con los pies por delante. Dieron la vuelta al cuerpo, se volvieron a retomar los cánticos y… otro capricho, y otra caída de los derviches que llevaban las parihuelas.  Se consultaron de nuevo: –   “Puede ser, dijeron algunos creyentes, que el santón no encuentre esta tumba digna de él. Habrá que construirle una más adecuada. –  No, no, respondieron algunos turcos, no vamos a obedecerle en todos sus caprichos, el hombre santo siempre ha demostrado un humor muy voluble. Tratemos de todos modos de hacerle entrar, y una vez en el interior, puede que le guste; de otro modo, siempre tendremos tiempo de sacarle afuera. –  ¿Y cómo lo haremos? dijeron los derviches. – ¡Pues bien!, hacedle girar rápidamente para aturdirle un poco y luego, sin darle tiempo a que se de cuenta, le empujáis hasta la abertura.” Ese consejo pareció convencer a todos, así que otra vez resonaron los cánticos  con renovado ardor, y los derviches, agarrando el féretro por los dos extremos, le hicieron dar vueltas durante unos minutos; después, con un súbito movimiento, se precipitaron hacia la puerta; esta vez con un éxito total. El pueblo esperaba ansioso el resultado de esa difícil maniobra; pues se temió por un instante que los derviches sucumbieran víctimas de su audacia, y los muros se derrumbasen sobre ellos; pero no tardaron en salir triunfantes, anunciando que tras algunas dificultades, el santo se había mantenido tranquilo: tras lo cual, la muchedumbre prorrumpió en gritos de alegría y se dispersó por la campiña y hacia dos cafetines que dominaban la costa de Raz-Beirut. Este era el segundo milagro turco que tuve ocasión  de presenciar (todavía recuerdo el de la Dhossa, en donde el Sharíf de la Meca pasaba a caballo sobre los cuerpos de los creyentes, tendidos en medio del camino); pero aquí el espectáculo de ese muerto caprichoso, que se agitaba en los brazos de sus porteadores, rehusándose a entrar en la tumba, me trajo a la memoria un pasaje de Luciano[3], que atribuye las mismas fantasías a una estatua de bronce del Apolo sirio[4]: Cuentan que en un templo situado al este del Líbano, sus sacerdotes, una vez al año, tenían por costumbre lavar a sus ídolos en un lago sagrado. Apolo siempre rechazó esta ceremonia… no le gustaba el agua, sin duda, por su calidad de príncipe de los fuegos celestes, y cada vez que iban a lavarlo al lago, se agitaba visiblemente sobre los hombros de los porteadores, a los que siempre terminaba arrojando al suelo. Según Luciano, esa maniobra era fruto de una cierta habilidad gimnástica de los sacerdotes; pero ¿vamos a creernos esa afirmación del Voltaire de la Antigüedad?. En lo que a mí respecta siempre estuve más dispuesto a creer todo que a negarlo, y a admitir los prodigios atribuidos al Apolo sirio, que no es otro que Baal. No veo porqué ese poder acordado a los genios rebeldes y a los espíritus de Python no habría de producir tales efectos; tampoco entiendo porqué el alma inmortal de un pobre santón no podría ejercer una acción magnética sobre los creyentes convencidos de su santidad. Además, ¿quién osaría mostrar escepticismo al pie del Líbano? ¿Acaso no es esa orilla la cuna de todas las creencias del mundo? Pregunten al primer paisano de la montaña con que se encuentren allí y les dirá que es en ese mismo punto de la tierra en donde acaecieron los primeros sucesos de la Biblia; les conducirá al lugar en donde ardieron los primeros sacrificios; les mostrará la roca manchada con la sangre de Abel; más allá, dirá que estaba la ciudad de Enochia[5], construida por los gigantes y de la que aun se distinguen algunos vestigios; en cualquier otra parte, les mostrará la tumba de Canáan, hijo de Cam… Y todo ello, sin olvidarse de la antigüedad griega, pues verán también descender de esos montes a todo el risueño cortejo de divinidades que Grecia aceptó y cuyo culto transformó, propagado por las emigraciones fenicias. Estos bosques y estas montañas han retumbado con los gritos de Venus llorando a Adonis, y es en esas grutas misteriosas donde todavía algunas sectas idólatras celebran orgías nocturnas en las que se va a adorar y llorar sobre la imagen de la víctima, pálido ídolo de marfil con sangrantes heridas, y en torno al que las mujeres afligidas imitan los gritos de lamento de la diosa. Los cristianos de Siria tienen ritos parecidos: durante la noche del viernes santo una madre llorosa sostiene en sus brazos al amante, pero esa imitación plástica no es menos sobrecogedora, ya que se han conservado las formas de la celebración descrita tan poéticamente en Los Idilios de Teócrito[6]. Y desde luego créanme: bastantes tradiciones primitivas no han hecho más que transformarse o renovarse en los nuevos cultos. No sé muy bien si nuestra Iglesia está muy conforme con la leyenda de Simeón el Estilita[7], y pienso, espero que sin ser demasiado irreverente, que bien puede encontrarse exagerado el tipo de mortificación elegido por ese santo; aunque Luciano también comenta que ciertos devotos ascetas de la antigüedad pasaban varios días de pie sobre altas columnas de piedra erigidas por Baco, a poca distancia de Beirut, y en honor de Príapo y de Juno.[8]  Pero desechemos ese bagaje de antiguos recuerdos y ensoñaciones religiosas a las que nos han llevado de forma irrefutable el aspecto de estos lugares y la mezcolanza de sus pobladores, que es posible resuman todas las creencias y supersticiones de la tierra: Moisés, Orfeo, Zoroastro, Jesús, Mahoma, y hasta un Buda indio, hallan aquí discípulos más o menos numerosos… No se vayan a creer que todo ello debería animar a la ciudad, colmándola de fiestas y ceremonias y convirtiéndola en una suerte de Alejandría en tiempos de los romanos. No, hoy aquí todo es calma y monotonía por influencia de las ideas modernas. Es en la montaña donde encontraremos sin duda esas costumbres pintorescas, esos extraños contrastes que tantos autores han señalado, aunque de hecho pocos fueran los que pudieran jactarse de haberlos observado personalmente. [1] La pregunta que se hace el autor en el párrafo anterior sobre la posible ubicación del circo de Herodes Agripa junto a la mezquita del cementerio turco. [2] Almée, del árabe âlmet («sabia»), mujer india cuya profesión es la de improvisar versos, cantar y danzar en las fiestas, acompañándose de flauta, castañuelas o címbalos. Eran escogidas entre las muchachas más hermosas y recibían una cuidadosa educación. Con frecuencia eran reclamadas por la gente importante para alegrar los festines. (« Almée » dans Dictionnaire universel d’histoire et de géographie, 1878) (EDL) [3] Sobre Luciano (Luciano de Samosata) y La Déese de Syrie: http://remacle.org/bloodwolf/philosophes/Lucien/deessesyr.htm#01a   y http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0328-12052007000100003 (EDL) [4] Nerval se refiere, alterándolo, a un pasaje del tratado atribuido a Luciano de Samosata, La Diosa de Siria, en el que el Apolo de Hierápolis imprime ciertos movimientos a sus sacerdotes para inspirarles sus oráculos. (GR) [5] Thomich dijo que Iared, nieto de Adam por la línea de Set, edificó una ciudad llamada Astrahim, que después fue llamada Enochia por su hijo Enoch; pero hay quien dice que fue Caín el constructor de esa ciudad en honor a su hijo Enoch (http://es.wikipedia.org/wiki/Henoc) (EDL) [6] Teócrito (c. 310 a. C. – c. 260 a. C.), poeta griego fundador de la poesía bucólica o pastoril y uno de los más importantes del Helenismo.  (http://es.wikipedia.org/wiki/Te%C3%B3crito#Idilios_y_poemas_buc.C3.B3licos) (EDL)  [7] Venerado cerca de Alepo, pasó 27 años en una celda colocada sobre el capitel de una columna. (GR) [8] Columnas fálicas, en el templo de Hierápolis, erigidas por el dios Baco en honor de la diosa Juno.

Esmeralda de Luis y Martínez 25 febrero, 2012 28 febrero, 2012 Accidentado entierro de un santón, el Apolo sirio o el Baal fenicio, engaño de los derviches, Simeón el estilita y los ascetas de Príapo y Juno, tocados por el dedo de dios
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