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Historia de un desencuentro: Capítulo 10

CAPÍTULO X.   1. LA EXPEDICIÓN DE SEBASTIÁN VIZCAÍNO.   El 27 de octubre de 1610 llegaba a Matachel, patient en la costa mexicana del Pacífico, salve la nave San Buenaventura y en ella Rodrigo de Vivero y el franciscano Alonso Muñoz, este último en calidad de embajador de los Tokugawa ante el virrey de México y el rey de España; viajaba también en la expedición un grupo de japoneses, a su cabeza Tanaka Shosuke y Shuya Ryusay.   Las cartas de que era portador Alonso Sánchez –de idéntico contenido, para el virrey y para el duque de Lerma– eran las que el también franciscano Luis Sotelo había negociado en enero en Suruga y más tarde Rodrigo de Vivero había recogido en su segundo viaje a la corte Tokugawa; Luis Sotelo dejó testimonio minucioso de la preparación de esas cartas, cuyos originales están en el Archivo de Indias de Sevilla muy bien conservados, dos documentos de gran belleza. Y en ellos, la petición formal de relaciones comerciales entre Japón y la Nueva España.   La recepción de la embajada en México debió ser brillante; Tanaka Shosuke pasó a ser conocido como Francisco de Velasco, que hace pensar en un solemne bautismo bajo el patrocinio del virrey[1]. Rodrigo de Vivero, por su parte, debió insistir a las autoridades hispanas que respondiesen satisfactoriamente a los Tokugawa. Mientras Alonso Muñoz continuaba a Madrid con la embajada japonesa, en México plantearon la respuesta de la embajada como de agradecimiento y devolución de lo que los japoneses habían prestado a Vivero; para el fondo de la embajada, el comercio entre Japón y Nueva España, se demoraba la respuesta a lo que se acordara en Madrid tras la negociación de Alonso Sánchez; a finales de 1611 el embajador estaba en la corte hispana con los escritos más representativos de Rodrigo de Vivero en defensa del trato con los japoneses desde Nueva España.   El virrey de México, Luis de Velasco, preparaba por entonces una expedición de descubrimiento de las Islas Ricas de oro y plata, al mando de Sebastián Vizcaíno, y decidió que se hiciese cargo también de la embajada virreinal para Ieyasu y su hijo el shogún. Se pensó en hacer el viaje en el San Buenaventura, y con este fin se les compró la nave a los japoneses. También se convocó una junta en la que participaron algunos pilotos, el visitador general de la Nueva España Juan de Vilela, Antonio de Morga, Alonso Muñoz, el procurador de las Filipinas Hernando de los Ríos Coronel o el propio Sebastián Vizcaíno, de la que salió el acuerdo de que el viaje se hiciese directamente a Japón con la disculpa de la embajada; tras, la embajada, Vizcaíno debería pedir permiso para demarcar y sondar los puertos, bahías y ensenadas de la costa oriental japonesa, así como construir y aviar un nuevo navío con el que –tras invernar en Japón– en la primavera o en el verano comenzase la navegación de descubrimiento de las islas Ricas y el regreso a Nueva España.   El 22 de marzo de 1611, a mediodía, la expedición de Sebastián Vizcaíno salió de Acapulco en el galeón San Francisco y dos días más tarde salieron los navíos de Filipinas en los que iba aviso de este viaje[2]. La expedición no llevaba mercancías para comerciar con Japón, salvo alguna ropa para necesidades de la expedición misma, con el fin de no adelantarse a la decisión de la corte hispana en lo referente de una nueva ruta comercial. Tanaka Shosuke –o Francisco de Velasco– y los veintidós japoneses que le acompañaban volvían a Japón con Vizcaíno, además de una amplia tripulación y seis frailes. Durante dos meses largos la navegación no tuvo especiales dificultades, pero el 28 de mayo hubo avería en el barco y durante más de una semana sufrieron tempestades y viento desfavorable del sudoeste que impedía progresar mientras no amainara. El 8 de junio avistaron tierra, estando a más de 38 grados de latitud norte según sus cálculos, y al día siguiente supieron que era la costa de Japón, a unas cuarenta leguas de Uraga, en donde desembarcaron el día 10 de junio según la cuenta de los días que llevaban desde México, pero sábado 11 de julio, día de San Bartolomé, en Japón. El mismo día de su llegada a Uraga, Tanaka Shosuke fue enviado a dar noticia de lo sucedido a la expedición japonesa a México y Vizcaíno escribió brevemente a Ieyasu y al shogún Hidetada dando cuenta de su llegada con la embajada hispana y pidiendo permiso para pasar a Yedo y Suruga, las cortes del shogún y de Ieyasu.   En Uraga, mientras Sebastián Vizcaíno esperaba la respuesta de los Tokugawa, fue bien hospedado y atendido, entre constantes muestras de curiosidad por parte de los japoneses. El 16 de junio llegó la invitación de Hidetada para que Vizcaíno fuese a Yedo a presentar su embajada, y hacia allí se puso en camino al día siguiente el embajador; llevaba como acompañamiento treinta hombres con sus arcabuces y mosquetes, bandera, estandarte real y caja[3], así como algunos religiosos y japoneses de los que habían venido con él en el San Francisco. Llegó a Yedo en el día y fue recibido y hospedado por el que los hispanos denominaban General de las funeas –nombre que se les da al tipo principal de nave japonesa– y por su hijo, quienes se ocuparon del embajador hispano la mayor parte del tiempo que éste pasó en Japón.   Previo a la embajada se trató del protocolo, como en ocasiones anteriores, y en este punto el embajador hispano se mostró exigente, negándose a seguir el antiguo ceremonial japonés que era, en viendo la cara del príncipe, hincar las rodillas ambas en tierra, manos y cabeza, hasta que el príncipe diese señal. Muy al contrario, Sebastián Vizcaíno exigió que se le recibiese como se solía hacer en España, con las mismas reverencias y acatamiento que a su rey se acostumbraba a hacer, y señalándole un asiento cerca del shogún de tal manera que pudiera oír sus palabras. Llegó incluso a amenazar con volverse a México sin dar la embajada, ante de que su rey perdiese un punto de su grandeza, pues es el mayor señor del mundo. La discusión por cuestiones de protocolo llegó a molestar a los japoneses; el escribano del galeón Alonso Gascón de Cardona lo reconoce así y así se lo reprocharon a Vizcaíno algunos contemporáneos. Finalmente, los japoneses accedieron a que el embajador diese la embajada a su usanza, con mínimas limitaciones sobre el lugar que había de ocupar ante el shogún.   Por fin, el 22 de junio a las diez de la mañana Sebastián Vizcaíno, acompañado de su anfitrión japonés, los frailes Luis Sotelo, Pedro Bautista y Diego Ibáñez y un vistoso cortejo de hispanos con bandera, estandarte y armas, acudió al palacio del shogún entre muestras de admiración popular. Luis Sotelo y Pedro Bautista hicieron de intérpretes, que lo hicieron muy bien. Después de recibir a Sebastián Vizcaíno, el shogún dio permiso para que pasaran a verle los españoles que le acompañaban; los cuadros que traía para Ieyasu los dejó Vizcaíno en la corte de Hidetada, a petición de éste, que se interesó mucho por pinturas tan realistas y quiso conservarlas para mostrarlas a su mujer e hijo. El regreso de Vizcaíno y su séquito a la posada fue bulliciosa, entre disparos de arcabuces y mosquetes; que aunque sólo eran 24 hispanos, hicieron tanto ruido en una ciudad tan grande como ésta que causó admiración. Al día siguiente el embajador visitó y llevó regalos a los cortesanos más influyentes y el día de San Juan, cuando iba a misa a la iglesia de los franciscanos, conoció a Date Masamune, daimyo de Sendai, con el que no había de perder el contacto en lo sucesivo.   El 25 de junio salieron los hispanos de Yedo con permiso para pasar a Suruga a la corte de Ieyasu; en el puerto de Uraga se detuvieron cuatro días para vender algunas mercancías, y recibieron una nota de la corte del viejo Tokugawa metiéndoles prisa para seguir el viaje. Cinco días después llegaban a Suruga, donde Sebastián Vizcaíno fue recibido por Tanaka Shosuke en nombre de Ieyasu; al día siguiente, el 4 de julio, Vizcaíno dio su embajada a Ieyasu –con sus regalos, los de los frailes y los del virrey–, sin ningún reparo en cuanto a protocolo salvo la orden de que no se dispararan las armas de fuego los hispanos como habían hecho en Yedo. La tarde de ese día y todo el día siguiente lo empleó el embajador en visitar y llevar sus regalos a diferentes cortesanos.   El 6 de julio Sebastián Vizcaíno entregó tres memoriales a Ieyasu y cuatro días después le eran concedidas las tres solicitudes: A) Permiso para sondar los puertos de Japón, con todo lo necesario para la operación a buen precio, y prometía una copia de la demarcación que se hiciese para el Tokugawa. B) Permiso para construir un navío, con facilidades de  mano de obra y materiales de construcción. C) Chapa o permiso de venta libre de las mercancías –ante ciertas dificultades surgidas–, como habían tenido los comerciantes japoneses que fueron a Nueva España.   En los días siguientes se abordaron algunas cuestiones de interés y Sebastián Vizcaíno llegó a hablar ante una junta de notables reunidos para la ocasión. Expuso el buen trato dado en México a los japoneses; el principal motivo de la embajada era certificar la amistad hispano-japonesa y saber el trato que iban a dar a los holandeses, enemigos de su rey; informó de la última campaña en Filipinas contra los holandeses, en la que capturaron o hundieron cuatro de sus cinco naves, e insistió en la consideración de los holandeses como vasallos rebeldes del rey Habsburgo y dedicados al robo de comerciantes en aquellos mares, tanto hispanos como japoneses. La corte Tokugawa aplazó la respuesta, dado que Vizcaíno iba a permanecer un tiempo en Japón, y a mediados de julio salieron de nuevo para Uraga. Allí se quedaron dos meses y medio, así para la venta de las ropas como para otras cosas, hasta 6 de octubre. En los medios hispanos se destacó el buen trato dado por el shogún al embajador y su gente –y ese mismo matiz aparece en las cartas de respuesta a México–, frente al más frío y menos generoso de Ieyasu –los hispanos debieron pagar parte de los gastos de su embajada–, y lo achacaron a su tacañería, por un lado, y al hecho de que se sintiera algo molesto por ser visitado en segundo lugar, después de su hijo Hidetada. Durante la estancia de la expedición hispana en Uraga preparando el sondeo de los puertos del norte, llegó a Japón una embajada portuguesa para quejarse por la quema del galeón Madre de Dios año y medio atrás, y el embajador Nuno de Sotomayor no obtuvo satisfacción del shogún, al decir de los hispanos. También recibió Vizcaíno la visita de una delegación holandesa, el día de Santiago, para quejarse de los malos informes dados a Ieyasu por los hispanos –ya la tregua de los 12 años en teoría era aplicable a las colonias–, pero recibieron una dura respuesta del embajador.   Durante quince días de octubre Sebastían Vizcaíno permaneció en la corte de Hidetada a la espera de los permisos –o chapas– del shogún para la expedición de demarcación y sondeo de los puertos orientales japoneses; durante esta segunda estancia del embajador en la corte shogunal, Hidetada pareció interesarse mucho por los asuntos hispanos; disculpó la cortedad de su padre Ieyasu en el recibimiento dado al embajador hispano, e incluso ofreció a Vizcaíno financiarle la construcción de la nave prevista para el viaje de regreso, dadas las dificultades económicas que le habían hecho desistir del proyecto original y utilizar el mismo galeón San Francisco con el que había llegado a Japón.   El 22 de octubre inició Vizcaíno su navegación hacia el norte del Japón, desde el puerto de Uraga, y llegó hasta una ciudad que el escribano del galeón, Alonso Gascón de Cardona, denomina Combazu, pasados ya los 40 grados al norte y tras señalar y sondar numerosos puertos. El regreso hacia el sur lo iniciaron el 4 de diciembre debido a la entrada del invierno; en la región de Senday encontraron nieve en muchos parajes.   Durante la expedición de sondeo Sebastián Vizcaíno conoció al daimyo de Senday, Date Masamune. En su palacio permaneció una semana y el daimyo se mostró muy interesado en tener amistad y comercio con el rey de España; como prueba de interés, había hecho ir a su corte al franciscano Luis Sotelo –allí se lo encontró Vizcaíno– y permitiría la predicación del cristianismo en sus tierras. En el viaje de regreso de Vizcaíno, fondeó en Senday el 9 de diciembre, pero Date Masamune no estaba allí; había viajado a Yedo para la visita anual al shogún que debían realizar todos los daimyos. Sebastián Vizcaíno se entrevistó con una junta de notables cortesanos, y estos le comunicaron el deseo de su señor de enviar embajada al virrey de Nueva España, al rey de España y al papa de Roma. Sebastián Vizcaíno contrató a pintores japoneses en Senday para que le dibujaran los mapas de la demarcación, ya que no contaban con un cosmógrafo en la expedición, y ante la importancia de los asuntos tratados en la junta con los notables de Senday prometió entrevistarse con Date Masamune en Yedo.   Allí estaba Vizcaíno el 30 de diciembre y obtuvo permiso del shogún para seguir con sus preparativos en Uraga. El daimyo de Senday, Date Masamune, se reunió de nuevo con Vizcaíno y Luis Sotelo, con muestras de afecto hasta excesivas, como sentar a comer a su mesa a un criado cristiano, lo que lo convertía a los ojos de embajador en el más firme aliado de los hispanos en Japón. En Uraga, desde su llegada el 4 de enero de 1612, los expedicionarios  comenzaron a percibir recelos a causa de la intervención de los holandeses –y el inglés Adams[4]– para poner en guardia a los Tokugawa contra ellos: los fines de aquel viaje de los hispanos podría ser agresivo, con lo que el sondeo de puertos y demarcación de la costa eran un peligro; entre los objetivos de la expedición, descubrir las islas Ricas en Oro y Plata, de situación incierta, podría afectar a los intereses japoneses. El escribano Alonso Gascón de Cardona recoge aquellos debates con sencillez y cómo fueron percibidos por los hispanos; de los medios cortesanos japoneses se respondía con arrogancia, tratando con desdén la amenaza hispana pues consideraban que Japón tenía fuerza suficiente para defenderse; en cuanto a las islas Ricas, aunque mostraban la intención de intervenir si dichas islas perteneciesen al archipiélago japonés, en la corte tokugawa decían alegrarse de dicho descubrimiento si era en parte acomodada para tener contrato, que era lo que estimaba y quería y no otra cosa. Sebastián Vizcaíno explicó el proyecto, dejando claro que no había trato doble con los japoneses, e invitó a llevar en el viaje de exploración a algún observador japonés, reafirmándose en la mala voluntad de los holandeses en aquel asunto.   Hasta mediados de mayo Vizcaíno se entretuvo entre el puerto de Uraga y la corte de Yedo con las diversas diligencias para su regreso, y a partir de entonces captó ciertas reticencias en los medios oficiales japoneses hacia los hispanos. Durante cuatro meses hubo de peregrinar entre Uraga, Suruga, Fuxime, Osaka, Sakay, Meaco y Yedo, remisos los Tokugawa a conceder un despacho definitivo. Los hispanos lo relacionaron más con Ieyasu y su cambio de actitud por entonces que había de manifestarse en desfavor a los predicadores cristianos. Después de muchas dificultades –empeños de hacienda para obtener el préstamo permitido de dos mil taes de plata o dificultades para vender algunas mercancías–, obtuvo el embajador presente y cartas para el virrey de Nueva España y el 16 de septiembre se hizo a la mar en Uraga. Circunstancias adversas habían de retrasar un año su llegada a México, sin embargo.     2. LA EMBAJADA DEL DAIMYO DE SENDAY DATE MASAMUNE.   La gestión de Sebastián Vizcaíno en Japón fue juzgada con dureza en su tiempo: había llevado demasiadas mercancías, había sido codicioso y su comportamiento altivo en la corte tokugawa tan contraria a la actitud manifestada por Vivero[5]. Las cartas que le dieron para el virrey de México eran también significativas[6]; la de Hidetada trataba exclusivamente de la amistad entre ambos pueblos y el gran deseo del shogún de continuar el trato entre Japón y Nueva España; la de Ieyasu, además de manifestar su deseo de que se continuara enviando naves de comerciantes, a las que prometía buen recibimiento en sus puertos, explicaba con sutiles razonamientos cómo los japoneses no estimaban la ley de los cristianos. Entre el 16 de septiembre y los primeros días de noviembre Vizcaíno se dedicó a localizar las islas Ricas, sin éxito, y una serie de tormentas le obligaron a regresar a Japón, en donde tomó puerto con graves averías el 7 de noviembre. Esta forzada segunda estancia fue desgraciada para el embajador hispano; tardó cinco meses en que le recibieran en la corte o le dieran algún tipo de respuesta y terminó enfrentado con los franciscanos, en particular con Luis Sotelo, a los que acusó de haber influido en que no les quisieran prestar dinero para aviar el San Francisco para el regreso a Nueva España. La escisión en el partido castellano-mendicante parecía acentuarse, tras las discrepancias globales entre Vivero y Cevicós. Cuando Sebastián Vizcaíno y los compañeros de expedición parecían haber perdido toda esperanza de aviar el San Francisco, les llegó un ofrecimiento providencial del daimyo de Senday, Date Masamune: en una carta le comentaba la posibilidad de construir un navío, para el que tenía cortada la madera incluso, y se lo ofrecía para hacer el viaje a Nueva España. Vizcaíno consiguió unas capitulaciones bastante favorables, con facilidades para el paso de Uraga a Senday, en donde se construía el navío, y de allí a México sin demasiados gastos; más tarde se quejaría del mal cumplimiento de estos acuerdos, ya en polémica con Luis Sotelo. Hasta el 27 de octubre de 1613 no pudieron salir de Senday y el 26 de diciembre llegaban a Nueva España en aquella nave a la que llamaron San Juan Bautista.   El verdadero artífice de aquella operación había sido el franciscano Luis Sotelo. En el buen relato que Lera hace de esta embajada, la figura de Sotelo es central; encargado por Hidetada de llevar cartas a México y a España, en contestación a las llevadas por Vizcaíno a Japón, y ante la tardanza de la respuesta a las llevadas dos años atrás por Alonso Muñoz, debía hacer el viaje en una nave construida por el shogún que salió el 23 de octubre de 1612 –un mes y una semana después de que Vizcaíno dejara Japón por primera vez en el San Francisco; a causa de las tempestades, el navío japonés había tenido que regresar y esa había sido la causa de que el shogún aprisionara a Luis Sotelo y lo condenara a muerte. La intervención de Date Masamune le salvó, y el daimyo de Senday decidió enviarlo como embajador suyo a España.   Así pues, el 27 de octubre de 1613 salió de Tsukinoura el navío del daimyo de Senday, el San Juan Bautista, y en él Sebastián Vizcaíno con los compañeros de expedición que no habían vuelto ya por las Filipinas, Luis Sotelo y Hasekura Rokuyemon, como embajadores de Masamune a España, con una comitiva de hasta ciento ochenta personas, entre ellas sesenta samurais y algunos negociantes[7]. El 26 de diciembre avistaron la costa de Nueva España a la altura del cabo Mendocino.         3. LA EMBAJADA DE ALONSO MUÑOZ EN ESPAÑA.   En el otoño de 1611 Alonso Muñoz había llegado a la corte hispana, y con él el optimismo y entusiasmo de Rodrigo de Vivero y su visión castellanista y expansiva en Extremo Oriente. El 12 de diciembre el duque de Lerma enviaba al Consejo de Indias la correspondencia japonesa traída por Muñoz[8] y pocas semanas después el Consejo de Portugal, en dos consultas de enero de 1612, exponía –en los mismos términos de Juan Cevicós– la difícil situación en Extremo Oriente tras la irrupción de los holandeses y contra la apertura de comercio entre Nueva España y Japón. De ese momento también es un durísimo Discurso en que se ve cuánto importa al servicio de Dios y de vuestra majestad no abrirse la entrada de Japón a los religiosos por las Filipinas, con abundancia de datos estadísticos según los cuales el número de conversos japoneses logrados por los frailes hispanos es ridículamente corto frente al de bautizados por los jesuitas[9].   A finales de 1611 también, nada más conocer los informes de Japón traídos por Alonso Muñoz, el duque de Lerma trabó contactos discretos con Oldenbarnevelt; un fraile cristiano nuevo portugués, Martín del Espíritu Santo, disfrazado, se puso en contacto con el Abogado –Gran Pensionario– a través del mercader judío de Amsterdam y agente Duarte Fernández, amigo suyo también; Lerma y Oldenbarnevelt estaban interesados en convertir la tregua en paz perpetua; en síntesis de J.H. Israel, si los neerlandeses se comprometían a retirarse de las Indias Orientales, España consentiría en firmar una paz completa, con un reconocimiento perpetuo de la independencia neerlandesa[10]. Los planes expansivos hispanos en Oriente con la alianza del Japón, que los informes de Vivero dejaban entrever, debieron animar a Lerma en estas negociaciones secretas. Oldenbarnevelt pidió que la corte hispana formalizara esta oferta; en la primavera –en abril–, un notable enviado de Lerma, Rodrigo Calderón, se desplazó a los Países Bajos con unas instrucciones secretas en las que se consideraba sustancialísima la retirada de los holandeses de Oriente; el precio de la paz completa, en palabras de Israel. La misión secreta terminó mal; Baltasar de Zúñiga, crítico con Lerma y embajador ante el emperador, hizo negar en público a Calderón su misión secreta nada más llegar a Bruselas, y el intermediario, el notario de Maastricht Paul Philip Coenvelt, fue encarcelado por orden del Archiduque de Austria por tratos con los holandeses a sus espaldas.   De manera simultánea, el Consejo de Indias definía su posición con claridad y contundencia en lo referente a los asuntos de Japón, a mediados de mayo de 1612: Se admita la comunicación, trato y comercio de aquel reino –Japón– con el de la Nueva España, como se tiene por Manila[11]. Era la base de un nuevo diseño, más castellanista, para una nueva política en Extremo Oriente. Pero un año después aún no se había formalizado aquella decisión en algo concreto; a la vez que fracasaba la misión secreta de Calderón, la correspondencia de Filipinas mostraba en la corte hispana la ruptura de aquel partido castellano-mendicante: en el verano de 1611 la Audiencia de Manila y el gobernador de Filipinas, por expreso deseo de la ciudad de Manila, se quejaban de las gestiones de Vivero y los franciscanos, movidos por sus fines particulares, para abrir el comercio entre Japón y Nueva España[12]. Una razón de seguridad para oponerse a la apertura de esa ruta era el peligro de la educación marinera de los japoneses, en buenas relaciones con los holandeses; la otra razón era meramente comercial: en Nueva España no había productos, salvo algunos paños poco vendibles, para atraer la plata japonesa. La correspondencia del verano de 1612 era aún más rotunda en sus formulaciones contra la ruta Nueva España/Japón: supondría la ruina de Macao y Manila[13]. El gobernador de Filipinas Juan de Silva echaba por tierra los planteamientos del ex-gobernador Vivero. La resolución final de la corte hispana se retrasaba.   En la primavera de 1613 el embajador Alonso Muñoz rogó rapidez en el despacho de la contestación a Japón, pues ya llevaba año y medio esperando los despachos y podía ser dañina tanta tardanza. Lerma pidió parecer al Consejo de Indias el 4 de mayo y menos de una semana después ya hay resolución[14]: contestar a Ieyasu y a Hidetada concediendo lo que pedían en cuanto a la apertura de ruta comercial entre Nueva España y Japón. A pesar de la oposición clara del gobernador Juan de Silva –aunque aún no se conociese en el Consejo de Indias la correspondencia y avisos del verano de 1612, sí se conocería la del año anterior–, en esos momentos en plena escalada bélica con los holandeses en Oriente, la política de Lerma pretendía amplia amistad y comercio con Japón, en la línea de Vivero cuando juzgaba más importante la amistad del Japón que la conservación de las Filipinas.   A lo largo de mayo y junio de 1613 se prepararon los regalos de la embajada y la carta a Tokugawa Ieyasu, que lleva tratamiento de Serenidad –como se usó en cartas similares al rey de Persia por entonces– y fecha de 20 de junio; en ella, junto a las muestras de amistad, recomendación de los frailes predicadores y del embajador, el rey de España le comunicaba que cada año se iba a enviar un navío de Nueva España a Japón[15]. Alonso Muñoz había propuesto una lista de cosas de interés que podían llevarse como presente de la embajada y el Consejo recordó una normativa de época de Felipe II por la que no se enviaban armas ofensivas como regalos en embajadas tales; la lista definitiva incluía desde cajas de jabón hasta cuadros de emperadores y emperatrices romanos, vidrios de Barcelona o Venecia y armaduras grabadas y doradas. La dinero para comprar los regalos se tomaría del procedente de las mercadurías de China para gastos de fletes y averías[16]. La carta para el shogún Hidetada no fue redactada hasta el 23 de noviembre, tras una petición de Alonso Muñoz en este sentido, en términos similares a la escrita para Ieyasu[17].   Finalmente, el rey daba cuenta al virrey de México de lo decidido y le ordenaba enviar un navío anual a Japón, aunque con amplio margen de iniciativa, según las circunstancias[18]. Era el triunfo total en la corte hispana de la postura más castellanista en Extremo Oriente, la formulada por Rodrigo de Vivero. Y en ese contexto se dio el regreso a México de Sebastián Vizcaíno y el envío de la embajada de Date Masamune a España con Luis Sotelo y Hasekura Rokuyemon.         4. SEBASTIÁN VIZCAÍNO Y LUIS SOTELO EN MÉXICO.   El 26 de diciembre de 1613 el navío japonés en que venía Sebastián Vizcaíno y la embajada de Date Masamune llegó a la costa mejicana y un mes después, el 28 de enero de 1614, tomaron puerto en Acapulco[19]. Sebastián Vizcaíno, con las cartas de los Tokugawa, y Luis Sotelo y Hasekura Rokuyemon con las del daimyo de Senday, venían enfrentados y ya en Acapulco ese conflicto estalló y a punto estuvo de provocar serios disturbios callejeros. Vizcaíno acusó a los japoneses de la expedición de adueñarse de cinco biombos y tres pares de armas del presente que él portaba de los Tokugawa, y Luis Sotelo comunicó las quejas de Hasekura Rokuyemon por maltrato y pagos exigidos de noventa mil pesos con la disculpa del mantenimiento y reparos de la nave; amenazó con regresar a Japón y el incidente de Acapulco  lo solucionó el virrey con una serie de disposiciones para proteger el trato de los comerciantes japoneses por las ciudades por donde pasaran, a la vez que se les confiscaban las armas hasta su regreso; Antonio de Morga fue el encargado de hacer cumplir aquellas disposiciones protectoras de la expedición japonesa[20]. Las penas publicadas contra quienes violaran las disposiciones protectoras de los japoneses, además de las de derecho, eran de quinientos pesos de multa y ser sacado en vergüenza pública, para los hispanos y hombres de renta, y cuatro años de galeras para los pobres, indios, mestizos, mulatos y negros.   La gestión de Sebastián Vizcaíno fue tratada con dureza en la corte virreinal. Ni descubrió las islas ni guardó las órdenes, resume Francisco de Huarte, en lo referente al descubrimiento de las Islas Ricas de Oro y Plata y a la orden de que no viniesen japoneses a Nueva España. El virrey ordenó investigar si se había excedido en sus atribuciones y hasta el obispo de Japón se quejaba del embajador hispano[21], cuyo sondeo de puertos japoneses levantara una campaña de los holandeses alertando a los Tokugawa contra los hispanos. Por su parte, el informe de Sebastián Vizcaíno era absolutamente desfavorable a la ampliación de las relaciones con el Japón de los Tokugawa; tanto Ieyasu como Hidetada odiaban la religión cristiana –como se advertía en las propias cartas de la embajada– y habían comenzado a perseguir a los conversos; los holandeses relacionaban la predicación con una posterior conquista y el envío de más frailes a Japón –uno de los puntos a tratar en Madrid por Sotelo y Rokuyemon– era perjudicial, en un momento en el que del país estaban saliendo frailes expulsados[22]. La embajada de Rokuyemon era meramente oportunista, estaría bien fuera de verdad, porque el interés de sus mercadurías les trae, y Luis Sotelo no traía licencia del shogún ni de sus superiores.   El partido castellano-mendicante en Extremo Oriente se disolvía entre disputas de comerciantes y frailes. Juan Cevicós, años después, atribuía ese enfrentamiento de Sotelo con sus correligionarios al propósito del sevillano de llevar franciscanos calzados a la predicación del Japón[23]. Fray Sebastián de San Pedro también escribió al virrey de México rogándole que impidiese a Luis Sotelo seguir adelante con su embajada; la embajada y navío del daimyo de Senday iban por instigación de Sotelo, pero sin permiso de sus prelados ni de los Tokugawa, que verían con desagrado que de Nueva España se enviase navío a tierras de Senday, con lo que podrían acusar a los cristianos de trato doble[24].   El virrey de México terminó de perfilar su postura también, contraria a la ampliación de relaciones con Japón; ya había trato por Filipinas, no hacía falta más, y lo que traían no era de importancia y sí podía generar un flujo nuevo de plata mexicana hacia Asia. De Japón, por lo que se va conociendo de la gente de él, no era conveniente que vinieran a México, y en el San Juan Bautista habían venido ciento cincuenta sin haber necesidad de tanta gente; belicosos y bien armados, deseaban ante todo aprender la navegación de altura y construir grandes barcos, lo cual era peligroso y lo favorecería la nueva ruta comercial. Consecuente con este análisis, el marqués de Guadalcázar esperaba indicaciones de la corte hispana antes de enviar de regreso a los comerciantes japoneses y el regalo y embajada de respuesta a los Tokugawa gestionados por Alonso Muñoz. El virrey decía de Sotelo que era persona de poco asiento; había sido parco en su recibimiento, pero le dejaba pasar a Veracruz para proseguir su viaje a España[25].       5. LA EMBAJADA DE HASEKURA ROKUYEMON EN MADRID Y EN ROMA.   Luis Sotelo y la embajada japonesa estuvieron en México hasta el 8 de mayo de 1614 y de allí fueron a San Juan de Uluá, en donde se embarcaron para España un mes después, el 10 de junio, en la flota de Antonio de Oquendo; a principios de agosto siguieron viaje desde La Habana en el galeón del general Lope de Mendáriz y llegaron a Sanlúcar de Barrameda el 5 de octubre[26]. Desde el mar, Sotelo y Hasekura Rokuyemon escribieron al rey Felipe III; el embajador japonés le rogaba que le recibiese pronto y le decía que el principal motivo de la embajada era pedir frailes para la tierra de su señor Date Masamune; Sotelo pedía que se recibiese bien la embajada de Masamune, poderoso daimyo japonés consuegro de Ieyasu y amigo de la ley de los cristianos[27].   La expedición fue alojada en Coria del Río quince días, hasta el 21 de octubre en que pasaron a Sevilla y fueron alojados en el Alcázar, a cargo de la ciudad y en un ambiente grato y festivo que Felipe III iba a agradecer a la ciudad en documento especial[28]. El Consejo de Indias encargó a Francisco de Huarte entrevistarse con Luis Sotelo y averiguar intenciones y alcance de la embajada; a pesar de las informaciones contrarias, sacó buena impresión de Sotelo y opinó que debía darse buena acogida a los embajadores para evitar posibles malas consecuencias futuras. La embajada del daimyo de Senday venía con consentimiento de los Tokugawa y en sustancia pedía religiosos, pilotos y marineros para proseguir la navegación y trato con la Nueva España, puerto, trato libre y sin imposiciones, ayuda a las naves y perpetua amistad con el rey de España y enemistad con sus enemigos. Una vez más, la vieja oferta de Rodrigo de Vivero.   También fue consultado el Consejo de Estado. A pesar de la oposición del duque del Infantado –al no traer cartas de Ieyasu, este podría enojarse, con lo que era mejor escribirle en este sentido sin recibir la embajada–, el Consejo de Estado acordó su recepción; con una pensión de doscientos reales diarios, la embajada se alojaría en el convento de San Francisco de Madrid; Alonso Muñoz debía desplazarse de Salamanca a Madrid para aclarar todos los extremos con Sotelo, y todo ello con la mayor brevedad[29]. Tres días después de esta consulta, salieron de Sevilla los expedicionarios. El 20 de diciembre entraron en la corte y el 30 de enero fueron recibidos por Felipe III, con un protocolo similar al utilizado con los nobles italianos, a quienes se equiparó el daimyo de Senday[30]. En febrero se bautizó Hasekura Rokuyemon y hasta el 22 de agosto permaneció en Madrid con Sotelo y sus acompañantes.   Durante los casi ocho meses que pasaron en Madrid, siempre en el convento de los franciscanos, Luis Sotelo negoció en la corte hispana una serie de puntos: A. Pasar a Roma con la embajada para negociar ayuda para la cristiandad japonesa. B. La creación de otros obispos en Japón de las órdenes mendicantes; el Consejo de Estado se opuso a ello por los gastos que suponía y no estar claro quién tenía el derecho de presentación en aquellas latitudes, si castellanos o portugueses. C. Frailes y fondos para la predicación de Japón; se le concedió hasta mil ducados y licencia para hasta veinte frailes, remitiéndose en ello al parecer del obispo y el gobernador de Filipinas. D. Asentar trato y comercio con el daimyo de Senday –el rey de Boxú–, con un navío, pilotos y marineros.   A la última cuestión, el Consejo de Indias fue contundente; ya tratado en la embajada oficial a Ieyasu y al shogún, a Date Masamune debía agradecérsele su oferta sin más. En un momento tan delicado, adoptó una actitud cautelosa: tratar esta materia casi insensiblemente, como va caminando, por quitar la ocasión de sospechas y de celos para que con ellos no se cierre las puertas el Emperador –Tokugawa Ieyasu– a lo que ahora sufre y disimula. Luis Sotelo y Hasekura Rokuyemon podían seguir viaje a Roma –tal vez en compensación a tanta negativa, pues tampoco se concedió un hábito de Santiago para el embajador japonés–, aunque se escribió al embajador conde de Castro que procurase que Sotelo no negociara nada en la corte pontificia de lo ya tratado con el rey de España[31].   El 22 de agosto de 1615 salieron de Madrid Sotelo y la embajada de Masamune; llegaron a Roma el 25 de octubre y permanecieron allí hasta el 7 de enero de 1616. Los pormenores del viaje, acogida y festejos en Roma, con otros pormenores, lo narró Scipión Amati, intérprete de la embajada desde España; también el conde de Castro resaltó el calor y la solemnidad de la corte pontificia en la recepción, aunque los resultados de la embajada fueron de poca consideración; Paulo V se remitió en todo al nuncio en España y al deseo de Felipe III[32]. A Sotelo se le reprendió a su regreso por haber intentado gestionar en Roma un obispado en Senday del que él mismo habría de ser titular y se le ordenó preparar con rapidez el regreso de la embajada a Japón [33] . Se le dio la carta para Masamune y el presente para que se le hiciese llegar a través de Filipinas, a la discreción del gobernador[34].   Para entonces la situación en Extremo Oriente se había vuelto muy compleja con la mayor violación de la tregua hispano-holandesa provocada por la Compañía de las Indias Orientales. Una flotilla de seis barcos, al mando de Joris van Spilbergen, atravesó el estrecho de Magallanes y en junio de 1615 hundía dos barcos hispanos frente a Cañete, en la costa peruana, causando casi medio millar de bajas a los hispanos; continuó la navegación hacia Acapulco, en donde canjeó veinte prisioneros por provisiones, y una parte de la flota se enfrentó a Sebastián Vizcaíno en una batalla campal en Zacatula, en el norte mexicano, antes de atravesar el Pacífico hacia Extremo Oriente[35]. Al regreso de Roma del embajador japonés, ya eran conocidas estas noticias en la corte hispana. Aunque la expedición de Spilbergen no había obtenido logros apreciables, significó para América una profunda y costosa conmoción. La fortaleza de San Diego en Acapulco, cinco costosos bastiones de piedra, o las defensas del Callao, en Perú –en las que el virrey gastó más de medio millón de ducados entre 1615 y 1618–, se inician entonces en el marco de un programa general de reforzar las antiguas fortificaciones y construir nuevas. Juan de Silva, en Manila, reunía una poderosa flota por entonces, que había de coordinar con la portuguesa de Malaca y que en los años sucesivos iba a combatir contra los holandeses en aguas filipinas. En Extremo Oriente la guerra era total, de hecho.   La embajada de Hasekura Rokuyemon había dejado de tener sentido, o al menos la importancia que hubiera tenido en otras circunstancias. En el verano de 1616 el embajador japonés no se pudo embarcar; una vez recibidas las cartas para su señor, sin las que no quería embarcarse, cayó enfermo. El Consejo interrumpió la correspondencia con el embajador, ya que estaban satisfechos todos los gastos del regreso; tras un último intento de aplazamiento del viaje, Luis Sotelo y Hasekura Rokuyemon se embarcaron el 4 de julio de 1617[36]. Su regreso a Japón, por las Filipinas, habían de hacerlo, una vez más, en el San Juan Bautista que para entonces había atravesado el Pacífico por tercera vez.           6. LA EMBAJADA DE DIEGO DE SANTA CATALINA Y FIN DE LAS RELACIONES OFICIALES HISPANO-JAPONESAS.   El 28 de abril de 1615, un par de meses antes de que la flotilla de Spilbergen atacase objetivos hispanos en la costa del Pacífico americano, el San Juan Bautista regresó a Japón después de un año y tres meses en Nueva España, y mientras la embajada de Masamune viajaba por Europa. Después de no pocas dudas, el virrey de México había decidido enviar en dicha nave las cartas de contestación a los Tokugawa que había gestionado Alonso Muñoz en la corte hispana, pero sin la claúsula que accedía al comercio entre Japón y Nueva España. En enero habían llegado avisos de Filipinas de que los frailes estaban siendo expulsados de Japón y el virrey decidió suspender el envío de la embajada, cuyo retraso mismo estaba en la raíz de aquellos acontecimientos sin duda; esa realidad –escribe el virrey– me obligó a no enviar el presente hasta tener nueva orden de vuestra majestad, pues llegará a mal tiempo a la parte de donde me echan los ministros del Evangelio, si bien hay que pensar en cómo se atajará que los holandeses no hallen allí toda la acogida que pretenden, de que podrían resultar otros daños[37]. Las nuevas órdenes de Felipe III llegaron enseguida y fechadas en los días en que Hasekura Rokuyemon había llegado a Madrid, en la navidad de 1614; las cartas rectificadas para los Tokugawa debían enviarse en el San Juan Bautista mismo, con orden rigurosa, bajo pena de la vida, de volver por Filipinas y no permitir que los japoneses se experimentasen en esa navegación[38].   El San Juan Bautista partió, pues, el 28 de abril y el 15 de agosto llegó a Uraga. No viajaba en él Alonso Muñoz, sino que fueron Diego de Santa Catalina y otros dos franciscanos los que acompañaron a los comerciantes japoneses en su regreso a Japón y llevaron la embajada y presente para los Tokugawa. Ya los esperaban en Uraga y de inmediato se informó a Ieyasu[39].   La llegada de la embajada hispana coincidía con un momento importante en el asentamiento de los Tokugawa en el poder; algo más de dos meses atrás, el 3 de junio, había finalizado la segunda campaña contra Hideyori, el hijo de Hideyoshi Toyotomi, con la destrucción del castillo de Osaka, último reducto hostil a la dinastía shogunal. La cristiandad sufría en aquel momento abierta persecución tras una serie de incidentes desafortunados en los que había mezclados cristianos japoneses y los frailes castellanos y los jesuitas estaban oficialmente desterrados del Japón desde un edicto general de expulsión del año anterior. La llegada de los tres frailes con la embajada, pues, no era muy afortunada; el propio Rodrigo de Vivero había recomendado que fuese por embajador un caballero[40]. Los portadores de la embajada tuvieron que pagar a su costa los gastos de viaje y estancia, así como esperar más de dos meses en la corte de Ieyasu antes de ser recibidos por éste.   La recepción de la embajada por Ieyasu fue de gran frialdad y no hubo lugar para tratar nada de interés con los cortesanos. Despachados a Yedo, a la corte shogunal, se fue dilatando la recepción por Hidetada al mismo tiempo que los hispanos se iban enterando del desagrado causado por el texto de la carta a Ieyasu, al recomendársele los frailes cuando él los había expulsado de sus tierras. Cada vez más aislados, los hispanos ya no tenían autonomía ni siquiera para decidir cómo volver a Filipinas o a Nueva España. El 1 de junio de 1616 murió Tokugawa Ieyasu, una disculpa para que el shogún aplazara una vez más la recepción de la embajada, a pesar de haber recibido una de ingleses y otra de holandeses en ese tiempo . La persecución contra los cristianos y las injusticias sufridas por algunos españoles y portugueses en Japón narradas con gran minuciosidad por Diego de Santa Catalina, mostraban a las claras la elección del shogún.   Sin ser recibida la embajada por el shogún, los hispanos recibieron la orden de embarcarse en el San Juan Bautista: el navío debía volver a Nueva España a recoger al embajador de Date Masamune, de quien era la nave. Alegaron la prohibición del virrey, bajo pena de muerte, de hacer esa navegación, pero hubieron de obedecer por fuerza. El 30 de septiembre de 1616 salieron de Japón los tres frailes, a quienes se unieron otros dos de los expulsados, y en febrero de 1617 llegaron a un puerto de la provincia de Guadalajara, en la bahía de Tintoque, después de una larga y penosa navegación en la que murieron hasta cien personas de las que viajaban en el navío[41].   La llegada de nuevos comerciantes japoneses y el presente no recibido por el shogún, hizo que el virrey de México volviera a consultar a la corte de Felipe III qué hacer. A los comerciantes les cobró los derechos que pagaban las mercancías de Filipinas y con la respuesta de la corte hispana, en el verano, salía para México Hasekura Rokuyemon y Luis Sotelo. El presente del shogún debía ser vendido y su dinero restituido a la caja de origen; los comerciantes japoneses debían emplear en productos de Nueva España lo vendido y no sacar plata; Hasekura y sus compañeros de embajada debían volver también a Japón en el San Juan Bautista, vía recta o por Filipinas, al parecer del virrey, pero no debían ir pilotos hispanos a Japón por el peligro que correrían[42]. Al carecer los japoneses de pilotos y marineros para hacer el viaje, el navío japonés volvió por Filipinas, con la flota del nuevo gobernador Alonso Fajardo. Salieron de México el 2 de abril de 1618 y llegaron a Manila en julio. En 1620 Hasekura Rokuyemon volvió a Japón y dos años después Luis Sotelo. Pero las relaciones hispano-japonesas no se restauraron. Prácticamente habían dejado de existir tras 1614.           7. FINAL.   De las Filipinas, desde ese año de 1614, sólo llegaban avisos de la persecución a los cristianos japoneses y la ciudad de Manila llegó a quejarse de lo numerosa que era la colonia japonesa; de los hombres con los que el gobernador Juan de Silva contaba en Manila, mil quinientos eran hispanos y quinientos japoneses, proporción en verdad alta[43]. Desde ese año llegaron a Manila frailes y cristianos japoneses y la primera reacción del gobernador había sido enviar una gran embajada al shogún, aunque desistió de ello. No hay noticias del navío anual a Japón desde ese año tampoco[44]. La expedición holandesa al mando de Laurens Reael, de corso ese año por aguas de Filipinas, y los preparativos navales y defensivos en Manila pasaban a ser lo más principal para la gobernación.   Sobre la persecución de la cristiandad japonesa se siguió escribiendo y polemizando mucho, tanto en los medios portugueses como castellanos; sin la dureza de años anteriores, pero aún con fuerza. Buen testimonio de aquella literatura polémica es una exposición sobre las causas de la persecución de fray Sebastián de San Pedro, de 1617, o la disputa surgida a raíz de una carta atribuida a Luis Sotelo, a la que Juan Cevicós hizo extensa réplica[45]. La amplia literatura misionológica de la época también se hizo eco de esa polémica.   La persecución contra los cristianos, que significaba el fracaso de las relaciones entre Habsburgos y Tokugawas, había sido decretada justo en el periodo final de la instauración de esta dinastía shogunal; en Sekigahara muchos cristianos, como el daimyo don Agustín, habían estado en el bando contrario a Ieyasu, y también había muchos cristianos en el bando de Hideyori, el hijo de Hideyoshi Toyotomi, vencido y muerto sólo un año antes de la desaparición del propio Ieyasu. Influyó también la privanza de Hayashay Razan, enemigo de la influencia de bonzos y cristianos, y el malestar que entre los bonzos causaba la tolerancia religiosa de Ieyasu. Los hispanos del momento vieron una posible causa en las maniobras de Harunobu, daimyo cristiano de Arima, para adueñarse de la fortaleza Isahaya de Hyzen o en la enemistad del bugyo de Nagasaki, Hasegawa Sahioe, uno de los responsables del incendio del galeón Madre de Dios en enero de 1610; también se habló de la influencia de William Adams en la corte Tokugawa, favorecedor de ingleses y holandeses, así como de los recelos causados por la embajada y demarcaciones de Sebastián Vizcaíno.   El Japón de los Tokugawa se cerró casi por completo a los occidentales, y sólo los holandeses lograron un contacto comercial permanente y muy controlado. En 1624 Iemitsu prohibió la navegación a los japoneses cristianos; en 1633 prohibió salir al extranjero a los japoneses y en 1639, bajo pena de muerte, a los portugueses desembarcar en Japón.                                                       ——————–   [1] B.N.M. Manuscritos, legajo 3046, folios 83-118. Copia de la relación que envió Sebastián Vizcaíno al virrey de la Nueva España del viaje que hizo al descubrimiento de las islas Ricas de oro y plata, citada en la carta de guerra, Filipinas y Japón de 8 de febrero de 1614. El escribano del galeón, Alonso Gascón de Cardona, logra un excelente relato. [2] A.G.I. México, legajo 28, ramo 2. Carta del marqués de Salinas al rey de 7 de abril de 1611. [3] Relación de Sebastián Vizcaíno de la B.N.M. citada, como todo lo fundamental de lo relatado. [4] Murakami, N. Letter written by the English residens in Japan, 1611-1623, 1900. [5] A.G.I. Filipinas, legajo 63. Carta de Juan de Silva al rey de 20 de julio de 1612. Ibid., México, legajo 28, ramo 2. Carta del marqués de Guadalcázar al rey de 22 de mayor de 1614. Ibid. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 224. Copia de carta de Francisco de Huarte al marqués de Salinas de 4 de noviembre de 1614. [6] Ibid., números 211 y 212. Traducción de la carta de Hidetada de 18 de agosto de 1612 y de Ieyasu de 24 de agosto de 1612 para el virrey de México. Ambas cartas las reproduce Lera, op. cit. pp. 445-446. [7] Lera, op. cit. pp.  446-447. [8] A.G.I. Filipinas, legajo 193, ramo 1, número 19. Papel del duque de Lerma al presidente del  Consejo de Indias de 12 de diciembre de 1613. Ibid., número 20. Memorial de fray Alonso Muñoz sin fecha. [9] Ibid., legajo 4, ramo 1, números 11 b, c y e. Consulta del Consejo de Portugal de 4 de enero de 1612 y otros papeles. Ibid., número 10. Consulta del Consejo de Portugal de 25 de enero de 1612. El Discurso…, Ibid. número 11 a. [10] Israel, op. cit. p. 37. [11] A.G.I. Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 21. Papel del Consejo de Indias con lo que se debe consultar sobre los asuntos de Japón, de 18 de mayo de 1612. [12] A.G.I. Filipinas, legajo 163, ramo 1, número 1. Copia de capítulo de carta de la Audiencia de Filipinas al rey de 16 de julio de 1611. Ibid., legajo 20, ramo 2, número 94. Carta de la Audiencia de Filipinas al rey de 21 de julio de 1611. Ibid., México, legajo 2488. Carta de Juan de Silva al rey de 20 de agosto de 1611. [13] Ibid., Filipinas, legajo 63. Carta de Juan de Silva al rey de 20 de julio de 1612. [14] Ibid., legajo 193, ramo 1, número 24. Papel de Lerma al presidente del Consejo de Indias, de 4 de mayo de 1613. Ibid., número 25, memorial de Alonso Muñoz, sin fecha. Ibid., legajo 4, ramo 1, número 13 a. Consulta del Consejo de Indias de 10 de mayo de 1613. [15] Ibid., Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 13 d. Consulta del Consejo de Indias y nota marginal de 14 de junio de 1613. Ibid. México, legajo 1065, folio 80 vto. Copia de respuesta a Ieyasu de 20 de junio de 1613. [16] A.G.I. Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 13. Nota a una consulta del Consejo de Indias de 10 de mayo de 1613. Ibid., número 13 b. Papel para el duque de Lerma de 31 de mayo de 1613. Ibid., número 13 c. Lista de lo que se ha de llevar de regalo a Japón, sin fecha. Ibid., legajo 193, ramo 1, número 26. Memoria de las cosas que podrían enviarse a Japón, sin fecha. Ibid., Indiferente General, legajo 1970, tomo II. El Consejo de Indias a la Casa de Contratación, de 12 de junio de 1613. [17] A.G.I. México, legajo 1065, tomo VI, folio 90 vto. Copia de carta a Hidetada de 23 de noviembre de 1613. Ibid. Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 13 e. Consulta del Consejo de Indias del 12 de noviembre de 1613. [18] A.G.I. México, 1065, tomo VI, folio 78 vto. Copia de carta al virrey de México de 17 de junio de 1613. Ibid., folio 80, a Juan de Silva de misma fecha. [19] A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 223. Consulta del Consejo de Indias de 30 de octubre de 1614. [20] Ibid., números 221 y 224. Copias de carta de Sebastián Vizcaíno y de Francisco de Huarte al virrey de México de 20 de mayo y 4 de noviembre de 1614 respectivamente. Ibid., México, legajo 28, ramo 2. Orden y auto sobre las armas y buen tratamiento de los japoneses de 4 de marzo de 1614. [21] R.A.H. Manuscritos, legajo 9-2665, folios 97-98. Carta del obispo de Japón al provincial de los jesuitas de Manila Gregorio López, de 10 de marzo de 1612. [22] A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 220. Copia de carta de Sebastián Vizcaíno al rey de 20 de mayo de 1614. [23] R.A.H. Manuscritos, legajo 9-2666, folios 67-94. Discurso impreso de Juan Cevicós de 1628. [24] A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 223. Consulta del Consejo de Indias de 30 de octubre de 1614. [25] Ibid., México, legajo 28, ramo 2. Carta del marqués de Guadalcázar al rey de 22 de mayo de 1614. [26] Lorenzo Pérez, Apostolado y martirio del beato Luis Sotelo en el Japón, en Archivo Iberoamericano, números 66-68, noviembre/diciembre, 1924 y enero/febrero, marzo/abril, 1925. El viaje de Hasekura y Sotelo a Madrid y Roma, nº 68, pp. 145-220. [27] A.S.V. Estado, legajo 1001. Carta de Hasekura Rokuyemon al rey de España de 30 de septiembre de 1614; traducción de Makoto Yano del 1 de octubre de 1939, siendo ministro plenipotenciario de Japón en España. A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 223. Consulta del Consejo de Indias de 30 de octubre de 1614. [28] Ibid. número 224. Copia de carta de Francisco de Huarte al marqués de Salinas de 4 de noviembre de 1614. A.S.V. Estado, legajo 2708. El rey al asistente de Sevilla y a la ciudad de Sevilla, 1 de diciembre de 1614. Joaquín Hazañas y la Rúa, Bázquez de Leca, 1573-1649, Sevilla, 1918, p. 265, publica un estracto de los autos capitulares de los días 13, 24, 29 y 31 de octubre de 1614 sobre el asunto. Alonso Rodríguez de Gamarra imprimió una Copia de una carta que envió Idate Masamune, rey de Boxú, en el Japón, a la ciudad de Sevilla, en que da cuenta de su conversión y otras cosas, Sevilla, 1614. [29] A.S.V. Estado, legajo 2644. Consulta del Consejo de Estado de 22 de noviembre de 1614. [30] A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 227. Respuesta del Consejo de Estado a una consulta sobre el modo de tratar al embajador del daimyo de Senday del 16 de enero de 1615. [31] A.S.V. Estado, legajo 1001, folio 136. El rey a Francisco de Castro de 1 de agosto de 1615. A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 240. Consulta del Consejo de 15 de septiembre de 1615. [32] Amati, Solemne Ambascieria del Giappone al Sommo Pontifice Paolo V, affindata al francescano P. Luigi Sotelo, Prato, 1891. A.S.V. Estado, legajo 1001, folio 80. El conde de Castro al rey de 9 de noviembre de 1615. A.G.I. Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 244. Consulta del Consejo de Indias de 10 de marzo de 1616. [33] Ibid., número 249. Consulta del Consejo de Indias de 16 de abril de 1616. Ibid., legajo 4, ramo 1, número 15 c. sin fecha, pero después del viaje a Roma, memorial en defensa de la gestión de Sotelo. [34] Ibid., legajo 1, ramo 4, número 251. Consulta del Consejo de 4 de junio de 1616. [35] Israel, op. cit. pp. 45-46. [36] Ibid., número 254. Consulta del Consejo de 27 de agosto de 1616. Ibid., México, legajo 28, ramo 5. El marqués de Guadalcázar al rey de 15 de febrero de 1617. Ibid., Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 258. Petición de Sotelo y anexo de 16 de junio de 1617. [37] A.G.I. México, legajo 28, ramo 3. Carta del marqués de Guadalcázar al rey de 31 de enero de 1615. [38] Ibid., legajo 1065, tomo VI, folio 117 vto. Felipe III al marqués de Guadalcázar de 23 de diciembre de 1614. Ibid., Filipinas, legajo 1, ramo 4, número 226. Consulta del Consejo de Indias de la misma fecha. Los cambios en la carta a Ieyasu pueden verse en el legajo cit. en primer lugar, folios 80 vto. y 118 vto. [39] A.G.I. México, legajo 28, ramo 5. Relación de lo que sucedió a tres religiosos descalzos de San Francisco con un presente y embajada que llevaron de parte del rey nuestro señor al rey de japón y a su hijo, escrito por uno de los mismos religiosos, de 13 de marzo de 1617 (fecha de copia, no del original). La narración de los hechos que siguen se basa en esta relación, salvo indicación en contrario. [40] R.A.H. Colección Muñoz, tomo X. Manuscritos, legajo 9-4789, folios 98 vto. Copia de carta de Rodrigo de Vivero al rey de 27 de octubre de 1610. [41] A.G.I. México, legajo 28, ramo 5. Carta del marqués de Guadalcázar al rey de 13 de marzo de 1617. [42] A.G.I. Contaduría, legajo 903, 3º. De lo procedido de derechos del diez por ciento de entrada de mercancías que vinieron de Japón en 1617. Ibid., México, legajo 1065, tomo VI, folio 203 vto. El rey al marqués de Guadalcázar de 12 de marzo de 1618. Ibid., legajo 28, ramo 5. Cartas del marqués de Guadalcázar al rey de 24 de mayo, 13 de marzo y 13 de octubre de 1617. [43] A.G.I. Filipinas, legajo 27, ramo 3, número 141. Carta de la ciudad de Manila al rey de 23 de junio de 1614. Ibid., México, legajo 2488. Copia de carta de Juan de Silva al virrey de la India de 20 de noviembre del mismo año. [44] La llegada a Manila de los desterrados del Japón fue recogido por Sicardo, op. cit. cap. X; Colin, pp. 704-706; Aduarte, tomo II, cap. 1. El  padre Morejón, de la Compañía de Jesús, fue enviado a España por entonces para informar. Sobre idea de embajada de Silva, A.G.I. Filipinas, legajo 85. El convento agustino de San Pablo de Manila al rey de 8 de junio de 1614. [45] R.A.H. Manuscritos, legajo 9-2666, folios 184-189. Resunta breve de las causas por las cuales el emperador de Japón ha perseguido la cristiandad de sus reinos, derribando los templos y expelido a todos los religiosos que había en sus tierras, hecha por un religiosos que era ministro y predicador en aquellos reinos, y supo y trató algunos años las cosas que aquí pone, protestando en fe de religioso ser todo verdad, año 1617. Ibid., folios 77-94. Discurso impreso de Juan Cevicós, de 1628.

Emilio Sola 10 febrero, 2012 10 febrero, 2012 embajadas, frailes, galeones, naufragios, Sebatián Vizcaíno
Historia de un desencuentro: Capítulo 9

CAPÍTULO IX. 1. RODRIGO DE VIVERO Y VELASCO EN LAS ISLAS FILIPINAS.  En el verano de 1608, viagra sale tras un periodo de gobierno de la Audiencia, llegó a Manila Rodrigo de Vivero y Velasco como gobernador interino, mientras llegaba a Filipinas el nuevo gobernador Juan de Silva, que lo haría en abril de año siguiente. En la ciudad acababan de terminar una serie de disturbios de la población japonesa, considerados por el oidor Antonio de Morga como uno de los momentos de mayor peligro para el dominio español en Filipinas; el nuevo gobernador se encontró con los responsables ya castigados por la Audiencia, con unos doscientos encarcelados. También se encontró con el piloto inglés William Adams, como enviado de Japón para asuntos comerciales[1].   Rodrigo de Vivero encontró despachado ya el navío anual que los hispanos enviaban a Japón. Y actuó con decisión. Mandó liberar a los doscientos japoneses presos, y encargó al oidor de la Vega sacarlos de la ciudad y buscarles pasaje para su tierra, lo que logró a lo largo del mes de junio. Años después recordaba el incidente y reseñaba que Ieyasu se había mostrado agradecido con ese gesto. Por el navío hispano ya preparado para viajar a Japón escribió a Tokugawa Ieyasu y a su hijo Hidetada –ya shogún, aunque siguiera llevando el peso del poder su padre–, con imperio y no con sumisión, y le relataba lo que había sucedido en Manila con aquellos japoneses que le rogaba fueran castigados; también le pedía que en adelante no dejara pasar a Manila sino a mercaderes y gente necesaria para la contratación.   Pero iban mucho más allá las cartas. Tenían un tono de gran sencillez y mostraban un positivo deseo de continuar las buenas relaciones ya asentadas, que evocaba como una antigua amistad hispano-japonesa: lejos de abandonarla o dejar que se consuma o se entibie, con diligencia trataré de apretar los nudos de esa larga amistad. Expresaba su deseo de que el navío llegara al Kantó, aunque quitaba importancia al hecho de que no sucediera así ya que todos los puertos del país estaban bajo su dominio, como se lo había comunicado a Anjin –nombre dado por los japoneses al piloto inglés. Finalmente, la obligada recomendación de que hiciera merced a los frailes.   La carta a Hidetada era más concisa, pero de no menor interés: A. Convenía conservar la amistad mutua. B. El navío anual al Kantó era una manifestación de esa amistad. C. Que permita la venida de comerciantes japoneses a Manila en no más de cuatro naves anuales. D. Que mostrase benignidad a los frailes predicadores.   El viaje de William Adams, portador de estas cartas tras entrevistarse con Rodrigo de Vivero en Manila, no fue reseñado por los españoles de Filipinas –al menos en la correspondencia oficial; ni siquiera por el mismo Vivero en sus escritos contemporáneos a estos sucesos ni en los que –años después, ya en México– dedicó a sus gestiones con los japoneses. El viaje lo haría el piloto inglés por sugerencias de Moreno Donoso a Tokugawa durante su estancia en la corte japonesa en 1606[2]. En fuerza de los consejos y diligencias de William Adams se abrió a los españoles el puerto de Uraga, dice Lera al relatar estos momentos. En este viaje, realmente, el navío español llegó a ese puerto, en el Kantó, por primera vez y ello debió contribuir al éxito de esta primera gestión de Rodrigo de Vivero con los Tokugawa. Para los japoneses los informes del piloto inglés debieron ser importantes en ese momento, mientras que para los hispanos había pasado desapercibido –al menos en la documentación oficial– como generalmente, salvo en el caso de Harada, sucedía con los embajadores que llegaban a Manila, pocas veces identificados con su nombre; tal vez confundidos con los comerciantes mismos.   El viaje de Adams de regreso con las cartas para Ieyasu se hizo en el verano de 1608, y ese mismo verano, en agosto, un decreto del shogún prohibía inquietar a las naves de mercaderes de Luzón, bajo graves penas. El decreto fue fijado en Uraga, a la entrada del puerto[3]. Era el puerto más estimado y de mayor porvenir de los dominios tradicionales de los Tokugawa, cerca de Yedo, la actual Tokio. El viejo deseo de Ieyasu parecía comenzar a cumplirse.   Su respuesta fue también inmediata. La carta de Ieyasu lleva fecha de 14 de septiembre y la de su hijo el shogún de 2 de octubre. En su estilo de gran concisión, la de Ieyasu incluye, sin embargo, expresiones amistosas como puedo aseguraros que la amistad que nos une será siempre inalterable. Acusaba la llegada del navío hispano a Uraga y agradecía la notificación que de su nombramiento le hacía el nuevo gobernador Vivero. Le concedía poder para castigar a los japoneses revoltosos hasta con la pena de muerte y le aseguraba el buen trato a los comerciantes hispanos que fueran a Japón. La carta de Hidetada era igual de breve y amistosa; por parte de Japón se seguirían los contactos con los españoles, que es de desear que nuestras comunicaciones se multipliquen; a ambos países beneficiaban las relaciones comerciales.   Es una novedad en las relaciones hispano-japonesas a principios del XVII la desaparición de la desconfianza ante las expresiones retóricas de sentido ambiguo en lo referente al reconocimiento y vasallaje, que tanto había frenado a las autoridades de Manila en la época de Hideyoshi Toyotomi. Era un nuevo estilo, pues, el adoptado desde el primer momento por Ieyasu, con aquel embajador excepcional que había sido Jerónimo de Jesús, uno de nuestros primeros niponólogos. Rodrigo de Vivero comprendió que los únicos intereses de los japoneses eran económicos y comerciales. La Audiencia de Manila también aprobaba y defendía esta relación amistosa con Japón, con beneficios claros para la colonia hispana, pero deseaba una confirmación expresa de Felipe III de la posibilidad de abrir ruta comercial con Japón, y así lo pidió explícitamente en julio de 1608[4]. Al mismo tiempo que en la corte española, desde el Consejo de Indias, se comenzaba a admitir esta posibilidad, en el marco de la nueva política que se estaba diseñando para Extremo Oriente acorde con las pretensiones castellano-mendicantes.       2. EL VIAJE ACCIDENTAL DEL GALEÓN SAN FRANCISCO A JAPÓN.  En abril de 1609 llegó a Manila el nuevo gobernador Juan de Silva, en el momento en que en Cavite se aprestaban los navíos que habían de viajar a Japón y a Nueva España, al puerto de Acapulco ya. Rodrigo de Vivero, años después, en la evocación de estos tiempos, reprochó al gobernador Silva su poca diligencia en los despachos de estas naves que debían salir con rapidez dadas las características complejas de su largo viaje; a esa tranquilidad, si no negligencia, de Silva, entre otras causas, atribuía el ex-gobernador Vivero la pérdida del San Francisco y el Santa Ana en el verano de 1609[5].   El 25 de julio salieron de Cavite los tres galeones que aquel año los hispanos de Filipinas enviaban a Acapulco. Semanas antes había salido el navío anual a Japón, con Juan Bautista Molina como capitán y las cartas y regalos habituales del gobernador. Silva, como había hecho Vivero un año antes, se presentaba como nuevo gobernador a los Tokugawa, mencionaba los problemas creados por la colonia japonesa en Manila –el espíritu batallador y violento de los japoneses radicados en el Archipiélago, resume el Sr. Lera– y pedía favor para los frailes, obligado final en este tipo de correspondencia. El 5 de agosto Ieyasu respondía al gobernador con la brevedad acostumbrada; le recordaba el poder que había concedido a las autoridades de Manila para castigar a japoneses revoltosos y le enviaba las leyes japonesas que en casos similares se aplicaban y que los españoles siempre juzgaron de excesiva dureza. Daba la bienvenida al nuevo gobernador, se alegraba de que continuara la comunicación comercial con el Kantó y terminaba la carta con la expresiva frase de Los padres son tratados con simpatía y buena voluntad[6].   El Sr. Lera sitúa tras esta embajada la concesión del shogún Hidetada de permisos para que pudiesen fondear en cualquier puerto de Japón los galeones de viaje a Acapulco con problemas en la navegación; transcribe, incluso, el texto de uno de esos permisos con fecha de noviembre de 1609. Estos permisos, también llamados chapas por los hispanos castellanizando la denominación japonesa, habían sido usados ya por el galeón Espíritu Santo en 1602, cuando por fuerza había tenido que refugiarse en un puerto japonés; desde entonces los galeones de Acapulco llevaban consigo uno de estos permisos o chapas para mayor seguridad; el que reproduce Lera del 2 de noviembre de 1609 debió estar más relacionado con la llegada de los galeones San Francisco y Santa Ana a las proximidades de Yedo y a Bungo respectivamente a finales de ese verano que con la gestión del capitán Juan Bautista Molina.   El 25 de julio salieron de Cavite los galeones San Francisco, Santa Ana y San Antonio con las mercancías y despachos que los hispanos de Filipinas enviaban a Acapulco[7]. Juan Cevicós era el capitán y maestro del galeón San Francisco, en el que viajaba Vivero y Velasco de regreso a México, y como capitán del Santa Ana iba Sebastián de Aguilar. A la salida de Cavite, a la altura de Maribélez, el San Francisco, que era la capitana, se separó de los otros dos a causa del mal tiempo. Poco después se separaron también los otros dos galeones y el San Antonio, que era la nao almiranta, consiguió llegar a Nueva España. El Santa Ana tuvo que tomar puerto en Bungo, en donde estaba el 13 de septiembre y en donde fue bien acogido merced a los permisos o chapas que llevaban para este viaje.   El galeón San Francisco tuvo peor fortuna. En circunstancias similares al galeón San Felipe trece años antes en Tosa, tras repetidas tormentas el 30 de septiembre se hizo pedazos cerca de Yedo, en el Kantó, pereciendo parte de los tripulantes y perdiéndose mucha mercancía. Otra mucha mercancía se salvó en las playas de la zona; el galeón quedó inservible y los hispanos se salvaron gracias a las autoridades locales japonesas. Rodrigo de Vivero hubo de salir a nado tras estar, como la mayoría de los supervivientes, desde las diez de la noche a las ocho de la mañana del día siguiente colgados de las cuerdas y jarcias del galeón. Se iniciaba, con este naufragio, uno de los momentos culminantes de las relaciones hispano-japonesas.   Ese mismo verano, en julio, el galeón de Macao –el Madre de Dios– enviado anualmente por los portugueses llegó a Nagasaki con sus mercancías y una gestión especial que, en principio, no debía suponer ningún problema. Después de unos incidentes en Macao entre japoneses súbditos del daimyo de Arima y portugueses, las autoridades habían hecho ejecutar a varios japoneses; el capitán del Madre de Dios, Andrés Pesoa, debía informar de los sucedido a las autoridades japonesas de ello, al tiempo que llevaba a cabo su misión comercial. Desde su llegada a finales de julio, como dijimos –mal aconsejado según algunos contemporáneos en cómo debía llevar a cabo la gestión–, fue víctima de diversas intrigas que culminaron, el 6 de enero de 1610, de manera dramática; Andrés Pesoa, antes de entregar la nave a las autoridades japonesas, tras una larga resistencia, prendió fuego al Madre de Dios y murió en el incendio. La quema del galeón de Macán fue un suceso que causó gran impresión en los medios hispano-portugueses y levantó una nueva polémica[8].   Contemporánea a estas desgracias, fue la segunda aparición de los holandeses en Japón. El primero de agosto de 1609 –en octubre el almirante Witter sufriría un descalabro naval en Manila, a la altura de Marivélez, en donde encontró la muerte– llegaron naves holandesas a Hirado y fueron bien recibidos como todos los barcos extranjeros a los que estaban habituados en el sur japonés. La buena acogida que les dieron las autoridades japonesas alarmaron a los hispanos y a los portugueses, en pleno conflicto con el capitán Andrés Pesoa del Madre de Dios. Desde el primer momento, el capitán Juan Bautista Molina y los frailes castellanos rogaron a Ieyasu y al shogún que no permitiesen en sus costas a aquellos súbditos rebeldes de Felipe III, e invocaban para ello la amistad hispano-japonesa[9]. En aquellos momentos, el gobernador Silva armaba la flota que se había de enfrentar a Witter y que iba a romper el verdadero bloqueo del puerto de Manila que estaban consiguiendo los holandeses, como peculiar celebración de unas treguas que los convertían en vencedores de la Monarquía Católica.   Entre las razones que movieron a Rodrigo de Vivero a quedarse en Japón y  no embarcarse en el galeón Santa Ana para proseguir viaje a Nueva España, para visitar a Ieyasu y negociar con él, estaban estos sucesos que el ex-gobernador de Filipinas captó como decisivos para Extremo Oriente.         3. RODRIGO DE VIVERO EN YEDO Y SURUGA.  Los pormenores de la estancia de Rodrigo de Vivero en Japón los narra él mismo en una extensa relación que escribió bastantes años después de los hechos y que, dada su minuciosidad, es presumible que estuviese basada en notas conservadas por el autor y protagonista de la narración. En ella, como en otros escritos de Vivero, aparece la eficacia narrativa de un gran prosista.   El 30 de septiembre de 1609 el galeón San Francisco, tras más de dos meses de navegación e innumerables desventuras, encalló en unos arrecifes en 35 grados de altura”. Desde las diez de la noche de aquel día hasta el amanecer del siguiente, los tripulantes del galeón lucharon contra el mar colgados de jarcias y cuerdas, porque la nave se fue partiendo en pedazos; y el más animoso esperaba por credos su fin, como se les iba llegando a cincuenta personas que se ahogaron sacadas de los golpes y olas de la mar. Al amanecer consiguieron llegar a tierra, unos en maderos, otros en tablas; y los que se quedaron últimamente, en un pedazo de la popa, que fue el más fuerte y el que más se conservó hasta llegar a tierra. Los supervivientes, unas trescientas personas, no habían podido salvar nada del galeón ni sabían siquiera si aquello era tierra poblada o no; los pilotos, fiados de las cartas marinas, decían que aquella tierra no podía ser del Japón pues su cabeza estaba señalada en los 33 grados y medio, mientras que ellos se encontraban a más de 35 grados. Poco después vieron arrozales y tierras cultivadas, y unos campesinos les informaron de que estaban en Japón, con gran alegría de los naúfragos. Los primeros momentos fueron de gran desconcierto; los campesinos de una aldea cercana y pobre, que Vivero llama Yubanda, los ayudaron con ropa y comida; posteriormente supieron que un consejo de la aldea los había condenado a muerte. Pudieron entenderse con aquellas gentes por medio de un japonés cristiano y les hicieron saber que Rodrigo de Vivero era el ex-gobernador de Luzón. El señor de aquellas tierras ordenó que los trataran bien, en particular a Vivero, pero que no dejasen salir a ninguno del lugar. Pocos días después el mismo señor visitó a Vivero, con gran acompañamiento y ceremonia, llevándole como regalo cuatro kimonos, una catana, una vaca, gallinas, fruta y vino de arroz; les prometió alimentos para el tiempo en que se quedaran en su tierra, que fueron en total treinta y siete días.   Vivero envió a la corte japonesa al capitán del galeón, Juan Cevicós, y al alférez Antón Pequeño, tras recibir permiso para ello. Cevicós cuenta[10] que fueron recibidos por los consejeros de Hidetada en Yedo, a los que les expusieron que, habiendo podido arribar a Manila, no lo habían intentado por sernos más cómodo para proseguir el viaje de la Nueva España el repararnos en su tierra; y que viniendo a ella, fiados de su amistad y chapas, nos habíamos perdido; les pidieron también la devolución de la hacienda que los japoneses habían tomado del naufragio. Al día siguiente los consejeros les comunicó el pesar del shogún Hidetada y el agradecimiento por la confianza que habían tenido en su padre Ieyasu y en él; ordenó que les diesen cartas para los bugíos –que son como en España jueces de comisión– enviados al lugar para que les entregasen lo recogido y los dejasen venderla libremente. Más tarde se vio que el contenido de la carta no era como pensaban los españoles, sino sólo que recogiesen y beneficiasen la hacienda que escapase. La orden de entrega a los españoles llegó al día siguiente del regreso de Cevicós y Antón Pequeño a donde estaban sus compañeros, y la traía un enviado de Ieyasu con disculpas por no haberla concedido con anterioridad, culpando a su hijo el shogún del retraso. El 6 de noviembre, al fin, tras un mes de estancia en el lugar, les fue devuelta la hacienda del galeón.   Juan Cevicós –que comienza a mostrarse más crítico que Vivero en su visión de la realidad de las relaciones hispano-japonesas– comenta que hubo muchas sustracciones y robos, a veces ante los mismos españoles, otras con asentimiento de Hidetada, así como que pusieron condiciones en la fijación de los precios de las mercancías; si lo que nos tomaron y nos volvieron –escribía Cevicós– nos lo dejaran libremente vender, como publicaron, sé sin duda que sacáramos arriba de quinientos mil pesos. Vivero reseña la llegada de un enviado de Ieyasu y de su hijo el shogún con disculpas y órdenes de devolución de la hacienda, pero pasa por alto estas sustracciones, sin duda anécdotas menores para su análisis de la situación. Su versión, además, perfila mucho más el asunto. La entrega de la ropa salvada a los hispanos la presenta como un favor del shogún; según las leyes de Japón, todo lo que salía a tierra procedente de un naufragio, ya fuese japonés o extranjero, pasaba a propiedad del shogún; en el caso del San Francisco, éste se lo entregaba a Vivero como gracia personal. Entre los naúfragos se discutió sobre la validez de la concesión y el derecho del ex-gobernador de Filipinas a hacerse cargo de todo; aunque era el tiempo más estrecho de mi vida –escribió luego Vivero–, y no faltaban opiniones favorables de mi parte, lo entregó todo al capitán Juan Cevicós para que volviese aquellos géneros y mercadurías a Manila, o su procedido, y lo entregase a quien de derecho perteneciese. Quizá sea en estos momentos mismos cuando surgieron las discrepancias entre Rodrigo de Vivero y Juan Cevicós; aunque no se nombraron el uno al otro de forma ofensiva, sí defendieron posturas opuestas con ardor. Ambos fueron los más claros exponentes de los dos grupos antagónicos en que se comenzaba a dividir el que llamáramos partido castellano mendicante.   El emisario trajo también la invitación para que Rodrigo de Vivero pasara a la corte de Yedo y de Suruga. La corte de Hidetada, en Yedo, estaba a unas cuarenta leguas del lugar del siniestro; en la ciudad que Vivero denomina Hondaque –quizá la ciudad de Odaki, cerca de Katsuura, ciudad cercana al lugar del naufragio–, recibió la invitación del señor de la tierra para visitar su palacio; lo describe someramente y alaba su fortaleza, a pesar de ser uno de los señores más modestos del Japón. Fue bien acogido y hospedado en el trayecto y en la ciudad y corte shogunal –en donde se quedó ocho días– fue recibido por una gran multitud. Muchos notables japoneses visitaron al ex-gobernador hispano y la afluencia continua de gente obligó a las autoridades japonesas a poner guardias en la casa en donde lo alojaron. Hidetada lo recibió con la magnificencia y ceremonia que tantas veces admirara a los occidentales, con palabras afables y alentadoras; le preguntó con interés sobre asuntos de navegación, le regaló doce catanas y diez cuerpos de armas y le dio permiso para pasar a Suruga, ciudad en donde estaba la corte de Ieyasu. La ciudad y el palacio del shogún impresionaron a Rodrigo de Vivero; las describió minuciosamente, como luego hizo con otras ciudades y palacios que visitó.   A Suruga llegó a finales de noviembre; también acudió mucha gente atraída por la novedad de los extranjeros. Durante la semana de espera para la recepción en el palacio, Ieyasu le envió regalos a diario, así como algún criado que hablase con él de cosas de España, de su rey y de otros asuntos similares. A las dos de la tarde de un día de primeros de diciembre fue conducido al palacio de Ieyasu y dos secretarios concretaron el protocolo. Vivero expuso lo que creyó conveniente para salvar las viejas desconfianzas en torno al reconocimiento y vasallaje: les resaltó la imposibilidad de que los hispanos pudieran dar reconocimiento a un rey diferente al rey de España. El ex-gobernador dio mucha importancia a esta exposición de principios, de alguna manera, y recomendó que se cuidara mucho su traducción; los secretarios así lo debieron hacer, pues durante media hora Vivero esperó en la antesala del viejo Tokugawa antes de que éste le recibiera para hacerme la mayor merced y honra que jamás se había hecho a nadie en aquellos reinos. Merece la pena recoger el discurso elaborado pro Vivero para la ocasión, aunque algo extenso y prolijo por su carácter modélico de alguna manera:   Le referí que el rey don Felipe, mi señor, había honrado con servirse de mí en el gobierno de las Filipinas; y que volviendo a darle cuenta de lo que a mi cargo estuvo, –sin ser la derrota llegar a Japón ni con muchas leguas, como sería posible que nunca llegase otro de mis sucesores que fuese tan desdichado–, la nao en que venía, con una tormenta recia, violentada de la fuerza del viento y de las corrientes, había venido a dar a unos arrecifes y peñas en la costa de Japón, donde se hizo pedazos. Y los que escapamos de ella salimos en maderas y tablas, juzgando que estábamos en alguna isla despoblada, hallándonos después gozosísimos de que fuera tierra de Japón y donde reinara un rey tan grande y tan piadoso para los forasteros. Pero aunque en esto se nos había mejorado la suerte, estaba claro que hombres desnudos y a quien la fortuna había echado allí sin dejarles más que la vida, y esa a voluntad del Emperador, que cualquier gracia que se les hiciese era estimable. Y que yo, como uno de ellos y que había estado con nombre de cautivo tantos días, no cabía en razón que pusiese demanda y pleito a la cortesía que me quisiese hacer quien en habérmela hecho de la vida me había honrado tanto. Pero advirtiese que por dos caminos me podía recibir y tratar el Emperador; el uno como a un caballero particular que en su reino se perdió, y el otro (como) a criado de mi rey y que tan próximo había representado su persona. Que en el primer camino no se me ofrecía qué dificultad pues para lo que yo por mi solo merecía, cualquier honra que su alteza me hiciese me sobraba de ancha. Pero que determinándose a tratarme como a criado y ministro de mi rey, que todavía tenía que pensar. Porque el rey don Felipe, mi señor, era conocidamente el más poderoso y mayor rey del mundo, pues sus monarquías e imperio se extendían por toda la India Oriental y por lo demás del Nuevo Mundo, sin lo que en Europa poseía, con que se habían tenido por grandes sus antecesores. Y que siendo amigo suyo el Emperador, como profesaba serlo, todo lo que esforzase y llevase adelante esta amistad y su conservación, sin interrumpirla por dejar de hacer merced a los vasallos y criados de mi rey, entendía yo que su alteza lo procuraría, sin embargo de que por mi parte aseguraba que de cualquier manera que me tratase me hallaría muy favorecido y honrado.   Se intercambiaron frases diplomáticas y amigables, Ieyasu ofreció a Vivero lo que le pidiese y presenciaron juntos tres recepciones oficiales, dos a nobles japoneses y una a fray Alonso Muñoz, comisario de los franciscanos, portador del presente de la nave de Manila, todo con un ceremonial lleno de muestras de sumisión y en silencio. Según la costumbre japonesa, Rodrigo de Vivero no trató directamente con Ieyasu los asuntos de interés, sino en sucesivas entrevistas con un secretario al que Vivero llama Consecundono. El resumen, fueron las tres peticiones que Vivero envió por escrito a Ieyasu: A. Protección y libertad para los religiosos, muy queridos por el rey de España. B. Mantener la amistad entre el rey de España y el de japón. C. Expulsión de Japón de los holandeses, enemigos del rey de España y ladrones.   Al día siguiente de estas peticiones Ieyasu respondió afirmativamente a las dos primeras solicitudes, pero no accedió a la expulsión de los holandeses por tener ya empeñada su palabra con ellos. Ofreció, sin embargo, una nave a Rodrigo de Vivero para volver a Nueva España, así como el dinero necesario para ello, tres mil taes que el ex-gobernador rechazó por no obligarse a una costosa correspondencia. En aquel momento pensaba llegar a Nueva España en el Santa Ana, todavía en Bungo. El secretario de Ieyasu pidió a Vivero que enviasen los hispanos a Japón algunos mineros para la explotación de sus minas de plata; de alguna manera, el viejo proyecto diseñado por Ieyasu y Jerónimo de Jesús parecía volver a poder desarrollarse, una vez se había normalizado la base de aquel proyecto, el navío anual de Manila al Kantó. Vivero respondió con prudencia a esta petición explicándole que debía conocer la voluntad del rey de España antes de prometer nada al respecto.   Ya en la ciudad de Meaco, residencia del mikado, otra vez por encargo de Ieyasu un principal de la ciudad y unos ricos mercaderes ofrecieron a Vivero una nave para volver a Nueva España, con la única condición de traer a la vuelta mercaderes y abrir una ruta comercial que a ambas partes favorecería. Tal vez por entonces decidiera el ex-gobernador de Filipinas aprovechar aquella situación excepcional que se le presentaba, y en aquellas circunstancias también excepcionales. El 24 de octubre se había dado un gran combate naval hispano-holandés que puso fin a un verdadero bloqueo de Manila que Molina calcula de cinco meses[11] y que debía seguirse en Japón con excepcional interés por japoneses, holandeses e hispano-portugueses. El virrey de México, marqués de Salinas, justifica que su sobrino no embarcase en el Santa Ana y decidiese quedarse en Japón al enterarse de cómo el emperador del Japón trataba de dar puerto y entrada en su tierra a los holandeses, a que asistían allí dos navíos de ellos, de los que fueron sobre el Maluco, y para procurar impedirlo y el daño que a la mar del Sur le podría venir haciendo allí pie esta gente[12]. Fuera la que fuera la razón, Rodrigo de Vivero aceptó finalmente el ofrecimiento de la nave, a condición de que estuviera lista y aviada para el viaje antes de un año.   Y comenzó una intensa actividad negociadora, con un proyecto de capitulaciones entre España y Japón que llevan fecha del 20 de diciembre de ese año de 1609, año tan denso de episodios relevantes para la Monarquía Católica de Felipe III; dos meses después de aquel combate naval de Silva contra Witter que ya tenía que ser conocido en Japón por avisos recientes; aunque no se mencione expresamente tal vez por parecerles un incidente más de aquel enfrentamiento sin duda mítico en la oralidad de los medios marineros y comerciales de Extremo Oriente.     4. GESTACIÓN DE LA EMBAJADA DE ALONSO SANCHEZ A ESPAÑA.  Rodrigo de Vivero decidió aprovechar aquella ocasión única. Para entonces ya estaba a su lado el franciscano sevillano Luis Sotelo, llegado a Japón tres años antes y que iba a ser el mayor entusiasta de una amplia alianza hispano-japonesa, a la consecución de la cual dedicaría el resto de su vida. A él le encargó Vivero, con el permiso de Alonso Sánchez, en las Navidades de ese año de 1609, llevar a Ieyasu una carta del ex-gobernador en la que le comunicaba que, a pesar de no llevar poderes del rey de España para tratar aquellos asuntos de tanta envergadura, sabía que a su rey le agradaría la correspondencia entre Japón y España con algunas condiciones; con la carta le enviaba unas posibles capitulaciones sobre las que negociar. Luis Sotelo debía recoger también una carta de Ieyasu que pudiera servir para negociar en la corte hispana aquel proyecto.   La primera redacción de las capitulaciones de Vivero es muy extensa y trata de tres puntos fundamentales: comercio Japón/Nueva España, técnicos para la minería de la plata y expulsión de los holandeses[13]. En cuanto al comercio, destaca la petición de que los productos hispanos pudieran venderse sin ponerles pancada ni tasas. Trato aduanero de favor, pues. Sobre el envío de mineros, Vivero se comprometía a gestionar el envío de cien o doscientos, con condición de que de los tales sea la mitad de la plata que se sacare, y de la otra mitad se hagan dos partes, una para Ieyasu y otra para el rey de España; tal un contrato campesino de aparcería; esto para las minas que descubrieran los hispanos, pues para las ya descubiertas debían concertarse éstos con los dueños de la mina. En los pueblos mineros debía haber sacerdotes y representantes del shogún y del rey de España; sobre los españoles tendría jurisdicción el embajador y otras autoridades hispanas que estuvieran en Japón. Ofrecía Vivero que, si Ieyasu le daba chapa y provisión real con expresa declaración de los diversos puntos y de que los llevase a la corte española, se obligaba a tratarlo con Felipe III y en dos años enviar respuesta y conclusión de todo.   Es admirable la modernidad de planteamientos desplegados por hispanos y japoneses, que muy bien hubieran podido transformar las prácticas coloniales al uso. Y hasta el devenir histórico, de alguna manera, si fuera permitido pensarlo así, mero futurible histórico.   Luis Sotelo debió cumplir su misión ante Ieyasu con eficacia y entusiasmo; a mediados de enero, Ieyasu había determinado enviarle por embajador al virrey de México y a España con cartas, presentes, capitulaciones y asiento de paz y trato entre Nueva España y Japón, a la vez que ordenaba armar una nave que habría de salir para allá en mayo o junio[14]. El 21 de enero Sotelo estaba de nuevo en la corte de Ieyasu para asesorar en la redacción de las cartas, papel, estilo diplomático, etc. Las cartas para España se dirigieron al duque de Lerma y aún se conservan en el Archivo General de Indias de Sevilla, con una elegante y sobria traducción del Dr. Hidehito Higashitani[15]. El texto hace referencia únicamente al comercio hispano-japonés entre México y Japón con dos frases: El ex-gobernador de Luzón trató de que venga navío de Nueva España a Japón. Le declaro que dicho navío puede venir a cualquier puerto de japón con toda libertad. Ese era el motivo de la embajada para Sotelo: asentar las paces con el rey de España y establecer comercio entre Japón y México.   De más interés que las cartas en sí son las capitulaciones que Ieyasu ofreció –contrapropuesta de las enviadas por Vivero– para que se negociasen en México y Madrid. Se referían únicamente al comercio, ofreciendo libertad de elección de puerto y escala para los galeones de Manila a Acapulco. En un apartado, una breve referencia a los religiosos: se les consiente estén donde quisieren en todo Japón. Nada se decía de los mineros –las condiciones eran algo leoninas, a simple vista– ni de la expulsión de los holandeses de sus tierras.   Mientras Luis Sotelo llevaba a cabo esta negociación, Rodrigo de Vivero, a finales de diciembre, se embarcó en Osaka hacia el sur, hacia Bungo, en un viaje por muy lindos lugares; llegó allá poco después de la quema del galeón de Macao –el 6 de enero de 1610. Portugueses e hispanos de Filipinas –Cevicós, el gobernador Silva– juzgaron el hecho como un acto mezquino; si no del propio Ieyasu, sí de algunos notables japoneses que confundieron con sus indicaciones a Andrés Pesoa y le enemistaron con el shogún y con Ieyasu. Rodrigo de Vivero, sin embargo, se atuvo a la explicación oficial; además de lo visto, a Sotelo en la corte japonesa le habían dado también satisfacción del suceso de la nao de Macán, y cómo la culpa había sido de los portugueses.   Años más tarde, Rodrigo de Vivero recordaría aquellos sucesos. Recordaba que Ieyasu le había escrito una carta a raíz de la quema del galeón portugués, y le había rogado volver a la corte para tratar sobre aquello, así como del asunto de los mineros y sobre los holandeses. Ello significaba perder la oportunidad de embarcarse en el Santa Ana; la carta que escribió a Ieyasu a primeros de marzo y al capitán del galeón hispano Sebastián de Aguilar dejan en claro, sin embargo, que aquel decidió su permanencia en Japón y aceptar la oferta para viajar en la nao que Ieyasu aprestaba para enviar a Nueva España en esos momentos.   Así se lo comunicó a Ieyasu en la citada carta del 8 de marzo. La nave que estaban aprestando para este viaje en Yedo había sido construida bajo la dirección de William Adams y estaban equipándola con una tripulación experta –Vivero cita entre ella al piloto Juan de Bolaños–, así como con japoneses que debían aprender la ruta. Le pusieron el nombre de San Buenaventura. En ella iría la embajada de Luis Sotelo, ahora reforzada por la presencia de Vivero, mayor garantía para el éxito comercial de la operación. La decisión tomada por Vivero la justificó así: Asegurar a Vuestra Alteza el gusto con que en Nueva España serán recibidos sus criados y vasallos, y que saliendo esa nao sin persona de respeto y autoridad se podría poner esto en duda; y porque los marineros y pilotos, llevándome por su cabeza, harán su viaje derecho y como conviene[16]. Era una muestra también de agradecimiento a Ieyasu por la buena acogida y alegró al Tokugawa, que ya se lo había pedido a través de algunos notables en su corte de Meaco con anterioridad.   Pero había otra razón más poderosa, que es la que hará llegar al virrey de México –a través del capitán Aguilar–, a Felipe III y la que da en la relación posterior. La nota al capitán del Santa Ana es escueta: Me hallo, a pena de mal criado de mi rey, obligado a volver a la corte del emperador (Ieyasu) a tratar de que los holandeses se despidan de su reino, causa gravísima a su real servicio[17]. Aún no se conocía la tregua hispano-holandesa de abril de 1609, pero la agresividad holandesa que la acompañó –la tregua se aplicaba en Extremo Oriente con un año de retraso con respecto a Europa– era llamativa. El capitán Aguilar salió de Usuki el 17 de mayo sin Vivero, por lo tanto, y llegó a Nueva España el 7 de octubre con los avisos de lo sucedido en Japón y de las negociaciones de Vivero[18].   En la corte de Ieyasu de nuevo, en Suruga, Rodrigo de Vivero trató personalmente de lo ya acordado con Sotelo, sin ningún progreso nuevo en las capitulaciones. Alonso Muñoz se encargó, finalmente, de hacer llegar a Madrid la embajada de Ieyasu a Felipe III; Luis Sotelo seguiría en Japón. Se llegó a un acuerdo también sobre el San Buenaventura y los cuatro mil ducados que fueron necesarios para aviarla; la cesión fue en concepto de préstamo, con orden –escribía Vivero– que si a mi me pareciese venderla acá se vendiese y le enviase empleado su procedido. La idea de Vivero y de Ieyasu era, sin embargo, que la nave retornase con mercancías y se abriese ruta comercial permanente entra Japón y Nueva España. Los veintitrés japoneses que se embarcaron en el San Buenaventura, capitaneados por Tanaka Shosuke y Shuya Ryusay, debían ilustrarse en los usos de la mar y comerciales de los hispanos.   Estos conciertos terminaron el 4 de julio de 1610[19] y el San Buenaventura salió de Yedo el primero de agosto; tras una navegación sin incidentes llegó a Matachel, en la boca de las Californias, el 27 de octubre. Vivero se quedó en México, recién nombrado conde del Valle y gobernador de Panamá; Alonso Muñoz continuaría su viaje a Madrid, con los proyectos esperanzadores para un régimen político que intentaba reciclar su política exterior con urgencia; y que veía en Oriente y en el Mediterráneo –la expulsión de los moriscos había sido firmada simbólicamente el mismo día de abril que la tregua de los 12 Años con los holandeses– un buen escenario para recuperar la reputación perdida en la guerra del Norte.       5. RODRIGO DE VIVERO Y JUAN CEVICÓS, DOS POSTURAS ENFRENTADAS.  Juan Cevicós, llegó a Japón con Rodrigo de Vivero como capitán del galeón San Francisco; fue el encargado de comunicar a Hidetada el naufragio y, más tarde, de hacer llegar a Manila lo que se había podido recuperar de la hacienda del San Francisco. De Yedo pasó a Nagasaki para embarcarse desde allí para las Filipinas, y la quema del Madre de Dios y muerte de su capitán Pesoa en enero de 1610 sucedió estando él en Osaka. Finalmente, consiguió embarcar en Nagasaki en marzo de ese año después de seis meses por el país. Como había sucedido con otros capitanes de las naves naufragadas en Japón –Matías de Landecho o Lope de Ulloa–, este episodio debió influir en la dureza de juicio hacia los japoneses. De regreso a Manila, Cevicós fue apresado por los holandeses; liberado a continuación tras otro combate naval, llegó a Manila a principios del verano[20]. La extensa relación que redactó en Manila a raíz de estos sucesos, le convierten en otro lúcido analista de las relaciones hispano-japonesas, a la altura de Vivero pero opuesto a sus tesis. Suponía una escisión en las filas de los castellano-mendicantes, con intereses comerciales de fondo también.   Con anterioridad a la llegada a Manila de Cevicós, el gobernador Silva recibió los avisos de Japón por Juan Bautista Molina; había ido el verano de 1609 con el navío anual hispano y también había pedido a Ieyasu la expulsión de los holandeses de sus tierras, en atención a la paz asentada; él fue el que trajo el resumen más conciso de aquella presencia: los holandeses tenían factoría y habían prometido llevar a Japón tres naves anuales, así como gente de guerra y armas[21]. Estas ofertas, paralelas al bloqueo de Manila de Witter del otoño de 1609, eran la repercusión directa en Extremo Oriente de la política agresiva de la Compañía de las Indias Orientales frente a las concesiones de Oldenbarnevelt en las treguas ya para entonces asentadas y que habían comenzado a entrar en vigor también para Oriente en la primavera de 1610.   Como unos quince años atrás, en tiempo de Gómez Dasmariñas, se volvió a insistir en la petición de refuerzos a la corte hispana y se aceleraron los trabajos de fortificación de Manila. El gobernador Silva lo expresó de forma dramática: Como vuestra majestad no envía armada tiene muy perdido el crédito en estas partes, escribía en el verano de 1610[22]. Y particularmente, los japoneses iban ya desestimando (a los hispanos) y haciendo mucha estima de los holandeses. Un incidente enojoso –con su fuerte simbolismo, muy eficaz en medios populares fronterizos como aquellos– debió ser muy comentado; un barco japonés había llegado a Manila con una bandera japonesa en la popa y escrito en flamenco viva Holanda[23]. El gobernador de Filipinas decidió no enviar ese año el navío anual a Japón, aunque sí preparó un presente y las cartas habituales a los Tokugawa, que habría de llevar Juan Cevicós, el capitán del desaparecido galeón San Francisco.   Las cartas del gobernador Silva concretaban sus peticiones en tres puntos claros: A. Pedía la expulsión de los holandeses de los puertos de Japón; no podían cumplir su oferta de llevar a Japón seda china y otras mercancías si no era robando a los comerciantes que iban a Manila, pues ni en Holanda ni en China las podrían conseguir. B. Pedía que las mercancías hispanas que iban a Japón se vendieran libremente –sin pancada– como hacían los japoneses que iban a Manila. C. Pedía que los japoneses no trajesen plata a Filipinas para comprar seda porque las encarecían hasta un ciento por ciento; si deseara seda para sí o para sus criados, podían enviar plata y se les haría la compra en Manila.   Entretanto, Rodrigo de Vivero perfilaba, en los días mismos de su estancia en Japón, un nuevo plan de actuación de los hispanos más ambicioso para Extremo Oriente, en el que la nave de comercio  anual del Japón debía de pasar a Nueva España, a Acapulco. Criticaba el navío anual de Manila a Japón por servir más a los intereses de los particulares que de la corona y por estar desaprovechado su potencial comercial, por lo tanto; la afluencia de japoneses a Manila era peligrosa para la ciudad y provocaba la salida hacia China de la plata generada por ese comercio[24]. De alguna manera, coincidía con las tesis jesuítico-portuguesas aunque por motivos contrarios. Estas propuestas habían de llegar a la corte hispana con el embajador Alonso Muñoz.   Para el ex-gobernador de Luzón el Japón era más importante que las mismas islas Filipinas, y aún la mayor empresa que vuestra majestad tiene en estas partes mantener su amistad y alianza[25]. Y aducía varias razones para ello:   A. El bien espiritual, pues era imposible mantener y acrecentar la cristiandad sin la amistad de los Tokugawa. B. El bien del rey de España, pues con su amistad podrían llevarse a cabo conquistas nuevas en Asia, en Corea y luego en China. C. Era fundamental para la navegación del océano Pacífico la amistad del Japón –así como que no la asentasen con los holandeses–, como punto de apoyo para la navegación Manila/Acapulco, de manera que podía prescindirse de la jornada organizada para buscar las Islas Rica de Oro y Rica de Plata, posible escala de aquella navegación. D. Se podría mantener más fácilmente el Maluco que desde las Filipinas, por las inmejorables condiciones para construir barcos en puertos japoneses y por lo barato del hierro, jarcias, cables, salitre o arroz; la especiería del Maluco, llegaría más fácilmente a Nueva España a través de Japón. E. El comercio entre Nueva España y Japón canalizaría el oro y la plata japonesas hacia México con más beneficios que el obtenido con el comercio entre Japón y Manila.   A esta postura de Rodrigo de Vivero había de oponerse con rotundidad Juan Cevicós. Para el capitán del siniestrado galeón San Francisco la idea de Vivero era descabellada: Tan solamente… se puede llevar del Japón hierro, cobre y plomo… Pero esto, ¿quién no ve que resulta en menoscabo de los reales derechos que en España se pagan de lo que allá pasa a las Indias y en daño de los más próximos y necesitados vasallos de vuestra majestad cuales son los de Castilla?[26]. El tono de la réplica de Cevicós a los planes de Vivero tenía tono polémico y se enmarcaba en la disputa hispano-portuguesa; al radicalizarse para contrarrestar el excesivo castellanismo de Vivero, Cevicós –en principio defendiendo los intereses de los hispano-filipinos frente a los novo-hispanos– se aproximaba a las tesis portuguesas: De lo que el Japón carece y de lo que principalmente tiene gasto en aquel reino es de sedas y otros frutos de la China, los cuales se pueden llevar hasta la cantidad que sea necesaria y tenga salida con alguna ganancia, o por Macán solamente, como los años atrás se hacía, o solamente por Filipinas, caso que de Macán no fuesen. Pero si llevan por entrambas partes, además de que serán las ganancias más tenues, dase ocasión al Japón –respecto de ser naturalmente tirano, violento y cruel– para que desestime y haga demasías a los que de entrambas repúblicas fuesen a su reino.   Con argumentos estrictamente comerciales –tan diferentes a los de Vivero, más amplios y políticos– Cevicós terminaba recomendando el monopolio de Macao por la sencilla razón de que allí la seda era más barata que en Manila y el tráfico podía resultar más rentable. Y abiertamente sugería la cancelación de la ruta comercial entre Manila y Japón; los abastecimientos de harinas, clavazón, cobre o salitre podían llevarse de China; por experiencia –su experiencia personal primaba en este argumento–, los puertos japoneses no servían de escala para la navegación a Acapulco; en la predicación de Japón era mejor la presencia única de los jesuitas; los japoneses eran peligrosos para las Filipinas, y tanto más lo serían cuanto mayor fuera el trato, como se había visto en otros lugares de Asia. Podría hablarse de una escisión en el partido castellano-mendicante, de alguna manera, y hasta el Consejo de Portugal recomendó el informe de Cevicós en el momento en que llegaba a señalar la conveniencia de que las Filipinas pasaran a la corona de Portugal[27].               [1] Morga, op. cit. p. 166. Colin, op. cit. p. 153. A.G.I. Filipinas, legajo 7, ramo 2, número 82. Carta de Rodrigo de Vivero al rey de 8 de julio de 1608. R.A.H. Colección Muñoz, tomo X, folios 3-57. Manuscritos 9-4789. Copia de la relación de don Rodrigo de Vivero de 1610. Sobre Adams, Lera, op. cit. p. 442, así como las cartas de Vivero de esta embajada, pp. 442-443. Sobre este problemático viaje se tratará más adelante. [2] Lorenzo Pérez, Apostolado y martirio del beato Luis Sotelo en el Japón, en Archivo Iberoamericano, noviembre/diciembre, 1924, nº 66, pp. 327-383. [3] Lera, op. cit. p. 443. [4] A.G.I. Filipinas, legajo 173, ramo 1, número 1. Copia de un capítulo de carta de la Audiencia de Manila al rey de 8 de julio de 1608. [5] R.A.H. Colección Muñoz, tomo X, folios 3-57. Manuscritos 9-4789. Relación que hace don Rodrigo de Vivero y Velasco, que se halló en diferentes cuadernos y papeles sueltos, de lo que le sucedió volviendo de gobernador y capitán general de las Filipinas y arribada que tuvo en Japón…, en copia de Muñoz. Sola, op. cit. pp. 290-337. [6] Lera, op. cit. p. 444. [7] Los acontecimientos que siguen los narra con amplitud Vivero en la citada Relación… [8] En R.A.H. Manuscritos 9-2666, hay gran cantidad de documentos procedentes de medios jesuítico-portugueses sobre estos momentos. Una detallada descripción del suceso, A.G.I. Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 8. Relación de Juan Cevicós de 20 de junio de 1610. También Juan de Silva, en carta al rey de 16 de julio de 1610 narra el incidente, A.G.I. México, legajo 2488. [9] A.G.I. México, legajo 2488. Relación sobre la penetración de los holandeses en Japón, de 1610, anexo a carta de Silva al rey de 16 de julio de 1610. [10] A.G.I. Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 8. Relación del estado y cosas de Japón, por Juan Cevicós, de 20 de junio de 1610. [11] Op. cit. p. 107. [12] A.G.I. Filipinas, legajo 193, ramo 1, número 7. El marqués de Salinas al rey de 20 de octubre de 1610. [13] A.G.I. Filipinas, legajo 193, ramo 1, número 13. Capitulaciones con el emperador del Japón de 20 de diciembre de 1610. También las evoca Vivero en su relación citada. [14] A.G.I. Filipinas, legajo 193, ramo 1, números 22 y 23. Certificación de las cartas que han de traerse a España, a petición de fray Luis Sotelo, de 17 de enero de 1610 y traducción de las cartas de Ieyasu y de Hidetada hecha por fray Luis Soltelo de 27 de febrero de 1610. [15] A.G.I. Varios, 2 bis (procedente de Ibid., Filipinas, legajo 193). Originales de las cartas enviadas por Ieyasu y Hidetada al duque de Lerma. [16] A.G.I. Filipinas, legajo 193, ramo 1, número 18. Copia de carta de Vivero… [17] Ibid., número 16. Traslado de carta de Vivero… [18] A.G.I. México, legajo 73, ramo 2. Carta del fiscal Juan de Paz al rey de 31 de diciembre de 1610. Ibid., legajo 193, ramo 1, número 7. Carta del marqués de Salinas al rey de 20 de octubre de 1610. [19] Lera, op. cit. p. 445. [20] En un discurso impreso de 1628 de Cevicós en respuesta a una carta atribuida a Luis Sotelo y publicada por fray Diego Collado, la mayoría de los datos biográficos de Cevicós. Hay una copia en R.A.H. Manuscritos, 9.2666, folios 77-94. [21] A.G.I. México, legajo 2488. Exposición sobre la penetración de los holandeses en Asia y cartas de Juan de Silva de 16 de julio y 5 de septiembre de 1610. [22] A.G.I. Filipinas, legajo 20, ramo 2, número 83. Carta de Juan de Silva al rey de 16 de junio de 1610. [23] A.G.I. México, legajo 2488. Carta de Silva al rey de 16 de julio de 1610. [24] A.G.I. Filipinas, legajo 193, ramo 1, número 14. Copia de carta de Rodrigo de Vivero al rey de 3 de mayo de 1610. [25] R.A.H. Colección Muñoz, X, folios 98 vto.-104, Manuscritos 9-4789. Copia de carta de Vivero al rey de 27 de octubre de 1610. [26] A.G.I. Filipinas, legajo 4, ramo 1, número 8. Relación del estado y cosas del Japón por Juan Cevicós de 20 de julio de 1610. [27] A.G.I. filipinas, legajo 4, ramo 1, número 10. Consulta del Consejo de Portugal de 25 de enero de 1612.

Emilio Sola 10 febrero, 2012 10 febrero, 2012 emajada, galeón San Francisco, galeones, holandeses en Japón, naufragios, piloto inglés Adams, Rodrigo de Vivero
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