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GALILEO HERÉTICO, de Pietro Redondi.

El libro Galileo Herético, escrito por el genial historiador italiano Pietro Redondi, se ha convertido en una obra fundamental para los estudiosos del genio florentino y un libro de referencia para los interesados en la historia de la ciencia en la Edad Moderna. En efecto, esta obra entró como una tromba en la historiografía científica y puso en duda todo lo que creíamos saber sobre el proceso y condena de Galileo por el Santo Oficio que tuvo lugar en 1633. El autor, además, tiene el gran acierto de incluir en su narración su proceso de búsqueda y de investigación. De esta forma, comienza su relato primero en la introducción, con sus consideraciones sobre el retrato del cardenal Bellarmino colgado en las paredes del archivo del Santo Oficio. En este punto convendría aclarar quién era el cardenal Belarmino; conocido como el martillo de los herejes, arzobispo, cardenal e inquisidor, destacado miembro de la Compañía de Jesús, fue famoso por su defensa de la ortodoxia frente a la herejía. En este punto Redondi se pierde en divagaciones y comparaciones entre este retrato, una copia moderna, y el original del siglo XVII, viendo diferencias muy significativas entre ambos. El original (se desconoce su ubicación, solo se puede ver gracias a reproducciones) muestra un Belarmino anciano, pero con una gran fuerza en la mirada, que penetra en el espectador. En la copia, la mirada ha cambiado, la mirada dura y penetrante del original ha sido sustituida por una mirada distraída, atónita. Este es, pues, el sugerente comienzo del libro, algo desconcertante para el lector desprevenido. Por otro lado, Redondi también se centra en los avatares y de las dificultades que tuvo para consultar un determinado documento, fundamental en su investigación (y del que posteriormente hablaremos), lo que da lugar a algunos de los pasajes más deliciosos del libro. Redondi no se queda en lo superficial, como han hecho muchos a la hora de explicar el proceso de Galileo, sino que penetra en las entrañas de aquella alta sociedad romana. Lo hace a través de la exploración de los entresijos que conformaban las relaciones, muchas veces secretas y ocultas a la vista, mantenidas entre los diversos actores participantes de un mundo complejo, dominado por las rivalidades, por las envidias, por las luchas por la hegemonía en aquella Roma de la Contrarreforma. En ese contexto va a tener lugar el contencioso entre las nuevas ideas, de las cuales Galileo era adalid, y las viejas, firmemente basadas en la escolástica aristotélica, defendidas con celo por importantes sectores de la Iglesia, entre ellas la orden religiosa dominante en ese ámbito, la Compañía de Jesús.  Entre estas ideas novedosas no sólo podemos referirnos a la teoría heliocéntrica de Copérnico, cuyas obras fueron incluidas en el índice de libros prohibidos, ya que se consideraba que el heliocentrismo era una posición contraria a las escrituras (el cardenal Bellarmino en 1616, de hecho, emitirá una comunicación  a Galileo informándole de ese proceder); sino que también destaca el atomismo, desempolvado de las obras paganas de los autores clásicos (como el De Rerum Natura de Lucrecio) y revestido de los nuevos trajes dados por los exponentes de una revolución científica que ya se atisbaba en el horizonte. Los que defendían estas nuevas ideas invitaban a leer el libro de la naturaleza, escrito en lenguaje matemático; sus signos, triángulos, cuadrados, rectángulos…en definitiva, formas geométricas. Esta es, básicamente la tesis mostrada en Il Saggiatore, obra publicada por Galileo en 1623. En esta obra Galileo expresa sus ideas sobre la naturaleza de la luz, a la que considera un  cuerpo de naturaleza corpuscular. Esta teoría corpuscular o atomista, que Galileo extiende al resto de fenómenos naturales, se erigirá contra las concepciones aristotélico-tomistas que por aquel dominaban.  Pero para muchos estas novedosas ideas eran perniciosas y propias de la herejía, pues ponían en riesgo los dogmas fundamentales defendidos por la doctrina de la Iglesia. Y sobre todo al dogma más importante, la transubstanciación, punto clave de la reforma tridentina llevada a cabo en el siglo anterior. Esto es, el cambio de la sustancia del pan y del vino en su consagración durante la Eucaristía en la sustancia de la sangre y del cuerpo de Cristo. Como decíamos, esta idea, muy antigua en el cristianismo, va a ser fijada y oficializada en el Concilio tridentino. Este milagro o dogma podía ser bien explicado a través de los términos de la escolástica aristotélica, términos como sustancia, extensión, accidentes. Pero por el contrario, las nuevas ideas, las nuevas doctrinas atomistas, no casaban bien con este dogma, y dificultaban su explicación (Redondi dedica el capítulo 7 por entero a tratar de forma de extensa esta cuestión, clarificando así una de las claves necesarias para entender todo el proceso). Pero no adelantemos acontecimientos. Entre los jesuitas del poderoso Colegio Romano y Galileo ya había habido conflicto desde bastante atrás, especialmente entre el genio florentino y el padre Grassi (que publicará bajo el seudónimo Sarsi). Ambos se habían lanzado a una disputa científica e intelectual sobre la naturaleza de los cometas, a través de un cruce de obras, en las defendían ardorosamente posturas diferentes. Conviene, una vez llegados a este punto, desterrar para siempre la imagen de estos jesuitas del Colegio Romano como hombres oscuros, dedicados en cuerpo y alma a la defensa de la ortodoxia religiosa y la fe, despreciando cualquier idea científica que se presente. Al contrario, muchos fueron científicos refinados que estaban puestos al día en las más novedosas cuestiones. Por ejemplo, los estudios astronómicos de los jesuitas llegaron a tener mucha fama y fueron muy importantes para el avance de esta ciencia. Sarsi, en una nueva obra, los Libra astronomica ac philosophica  se mostrará muy duro con Galileo, además de introducir malévolas insinuaciones sobre las opiniones de su adversario en el terreno de la religión. Galileo quedaba, de esta manera, en una situación comprometida. Pero Galileo no estaba solo, sino que contaba, entre otros, con el ferviente apoyo de la Accademia dei Lincei, academia científica  que tenía detrás a Federico Cesi, firme defensora de las nuevas ideas y de las tesis de la lectura del libro de la naturaleza. Es esta la situación cuando Galileo se decide a escribir Il Saggiatore. ¿Pero cuál era la situación en Roma en el momento de publicarse Il Saggiatore? Son los años de lo que se llamó la maravillosa coyuntura. Maffeo Barberini había sido elegido Papa, y había tomado el nombre de Urbano VIII. Antiguo amigo de Galileo, era un Papa ilustrado e inteligente, muy atraído por las nuevas ideas. Pronto se destacó como un decidido defensor de las nuevas academias romanas, como las de los Lincei. En este contexto, el libro recibe la autorización para publicarse sin ningún problema. Es más, el encargado de expedirla, el padre Riccardi, dominico y enemigo de  los jesuitas, le dedica numerosos elogios. La obra cuenta con el favor del Papa, hasta tal punto que en el frontispicio de la portada aparece el escudo papal. Ante esa situación, es evidente que la situación de los jesuitas era muy mala. Como dice Redondi, durante los años veinte la Compañía de Jesús no podía más que lamentar lo que había sido su hegemonía intelectual y política de los años dorados de los pontificados de Pablo V y de Gregorio XV, cuando el cardenal Bellarmino dictaba la ley. La Compañía de Jesús pasaba por un momento difícil, habían perdido influencia, sí, pero los innovadores no habían ganado todavía. Sólo se habían aprovechado de unas circunstancias muy favorables, excepcionales, y que no iban a durar para siempre. El secreto del santo oficio y la identificación de un anónimo: Efectivamente, los enemigos de las nuevas ideas no estaban inactivos (una muestra de fuerza por su parte fue el juicio a De Dominis). De hecho, en mitad de ese clima de euforia que supuso la salida de Il Saggiatore el libro va a ser denunciado al Tribunal del Santo Oficio. Esta denuncia se conoce por las informaciones que Mario Guiducci, informador de Galileo en Roma, remite al florentino en una carta de abril de 1625. Es de reseñar aquí el papel que tenían, en aquel fascinante teatro de maravillas que era Roma, informadores y espías de todo género; lo que diferenciaba a Roma de otros lugares era que allí el secreto era muy riguroso (por ejemplo, en el Santo Oficio, donde las sentencias y decretos eran muy difundidos; al contrario que lo relativo a los procesos de decisión internos, envueltos permanentemente en penumbra), y muy raras las filtraciones. Por lo tanto, y como dice el autor, he aquí por qué aunque también en París, en Praga y en Madrid hubiera entonces tantos espías como en Roma, sólo en Roma el espionaje era un arte impagable. La carta, que se conserva en la Biblioteca Nacional florentina, y es reproducida por Redondi, dice así: Primero, que hace unos meses, en la congregación del Santo Oficio una persona pía propuso que se prohibiera o hiciera corregir el Saggiatore, acusándolo  de que allí se alaba la doctrina de Copérnico  a propósito del movimiento de la tierra: respecto a lo que un cardenal se encargó de informarse y dar cuenta ; y por suerte encontró para que se encargara de ello al P.Guevara, general de una especie de teatinos, que creo que se llaman los míninos (…) Este padre leyó diligentemente la obra,  y habiéndole gustado bastante, la alabó y la aplaudió bastante a aquel cardenal, y además puso por escrito algunas defensas, por las cuales aquella doctrina del movimiento, aunque hubiera sido defendida, no parecía condenable: y de este modo, el asunto se aquietó por el momento (…) Pero Redondi tiene bastantes dudas respecto a esa carta, que la mayoría de los historiadores habían pasado por alto. Para él, Guiducci aporta información sin contrastar, y llega a caer en burdas falsedades y errores de bulto, como confundir al padre Guevara, prepósito general de los clérigos regulares menores, con los mínimos. Además, era difícil de creer que el padre Guevara, que no era astrónomo, hiciese una apología a favor del copernicanismo frente al Santo Oficio. Además, en el Saggiatore, Galileo, que sabe a lo que se expone, no viola la condena del copernicanismo realizada por la Iglesia, sino que actúa con mucho disimulo. Por tanto, era imposible encontrar en la obra evidencias lo suficientemente sólidas para que motivasen una denuncia contra él.  Había, pues, gato encerrado; Redondi decidió, por tanto, consultar la denuncia original, que se hallaría en los archivos del Santo Oficio. En este momento, Redondi hará un inciso en la narración para explicar las dificultades que tuvo para llegar a dicho manuscrito, debido a las restricciones del Archivo, que impide la consulta a determinado material. El laborioso trabajo de búsqueda del autor se yuxtapone con la de la propia narración histórica, siendo esa, en mi opinión, uno de los principales atractivos del libro. Pero volvamos al libro. Redondi encuentra por fin el manuscrito, compuesto de dos folios (aunque una hoja había sido arrancada). Anónimo, y sin fecha. Sin embargo, era evidente que había sido escrita por alguien preocupado por la conciliación entre la doctrina católica y la ciencia.   En efecto, en el documento se denuncian las ideas atomistas de Galileo, considerándolas contrarias a la doctrina católica, y en concreto, al dogma de la transubstanciación.  Este hallazgo, pues, solucionaría el embrollo. La denuncia de la que hablaría Guiducci no sería por copernicanismo, como muy erróneamente sostenía, sino por atomismo, e ir en contra de los dogmas fundamentales de la Iglesia Católica. El padre Guevara habría argumentado en contra de la denuncia (pues las ideas atomistas, aplicadas a la eucaristía, no eran formalmente heréticas, si bien heterodoxas y peligrosas)  dando lugar  a un no ha lugar a proceder. Conviene ahora que leamos un fragmento de esa denuncia (reproducida en el libro) donde el motivo de la denuncia se hace evidente: Ahora bien, me parece que, si esta filosofía de los accidentes se admite como verdadera, se dificulte enormemente la existencia de los accidentes del pan y del vino que en el Santísimo Sacramento están separados de su propia sustancia. Puesto que, al encontrarse en ellos los términos y los objetos del tacto, de la vista, del gusto, etc., según esta doctrina habrá que decir que también estén allí las partículas mínimas con las cuales la sustancia del pan afectaba a nuestros sentidos. Si éstas fueran sustanciales, como decía Anaxágoras, (…) se seguirá que en el Sacramento hay partes sustanciales, de pan, o vino, lo que es error condenado por el Santo Concilio tridentino. Una vez arrojado algo de luz a esta cuestión, queda por solucionar una pregunta fundamental ¿quién era el autor del anónimo?  Todo parece indicar que era el gran enemigo de Galileo, el padre Grassi, que, bajo su seudónimo de Sarsi, había mantenido una disputa científica muy dura con él. De hecho, en el momento en el que tuvo noticia de la publicación de la obra, corrió hacia allí inmediatamente, (…) llegó jadeante. Lo primero que vio fue frontispicio, el título satírico e inmediatamente después  el escudo del Papa y de los Lincei. Cambió de color y no pudo contenerse (…) de emprenderla con el librero, como si éste tuviese algo que ver.  Dijo que si Galileo lo había hecho esperar tres años para responder, él, en tres meses, quería desobrigarlo (…) Se puso el libro bajo el brazo y partió como había llegado. Grassi había caído víctima de una treta de los galileanos, y se había delatado. El libro que se había llevado Grassi era la primera copia que se podía a la venta, mucho antes de que se distribuyeran el resto de ejemplares. Y no era casualidad. El librero, también compinchado, lo dispuso todo para la llegada de Grassi y posteriormente les contó todo lo que había dicho a los galileanos. Estos ya sabían que su respuesta iba a ser inminente. Pero Grassi no se dejaba engañar tan fácilmente. Pronto se evidenció que su respuesta oficial se retrasaría, pues tenía otras muchas cuestiones antes. Decidirá cambiar de estrategia. Iniciará en esos momentos una política de acercamiento hacia Guiducci, justo cuando este cae enfermo, y no puede ejercer de corresponsal en Roma de Galileo. Grassi intenta ganarse a Guiducci, le visita, le colma de adulaciones y alabanzas. Se muestra muy interesado en las teorías de Galileo (¿cómo podía ser de otra manera?) Guiducci, algo ingenuo, después de recuperarse y restablecer contacto con Galileo, le cuenta las buenas nuevas, casi con entusiasmo. Pero Guiducci pronto empieza a sospechar que Grassi no es sincero. Efectivamente, la farsa no dura mucho, y pronto se desvela que Grassi está preparando una obra para contestar al Saggiatore. Guiducci había caído en la vieja trampa que consistía en acercarse al enemigo y fingir interés y cortesía, con tal de extraer información. En este contexto Grassi habría presentado la denuncia anónima al Tribunal del Santo Oficio, como podemos sospechar al comparan el estilo y la caligrafía con otros documentos escritos por el sabio jesuita. De esta manera, si la denuncia fue presentada entre los meses de primavera y verano de 1624, solo habría tenido un breve retraso respecto a la promesa de responder en pocos meses que había hecho a la vista del libro, en la librería. La respuesta oficial de Grassi (siempre bajo su sempiterno seudónimo, Sarsi)  no se publicaría hasta 1626. Sombras chinescas Con el paso de los años, pronto se hizo evidente que la maravillosa coyuntura no iba a durar siempre. Los partidarios de las nuevas ideas van a ver como esa etapa (para ellos, maravillosa) se va a ir diluyendo, va a ir llegando a su fin. Nubes oscuras empiezan a cernirse sobre Roma. Y en todos los ámbitos. En el panorama internacional, media Europa ardía en la guerra de los Treinta Años. El rey Gustavo Adolfo de Suecia llevaba sus ejércitos, triunfante, hasta el corazón del Sacro Imperio. La Francia del Cardenal Richelieu, fuertemente anti-Habsburgo, se alía con los suecos. Esto fue un mazazo durísimo para el gobierno del Papa Urbano.  Durante los años anteriores, había llevado una política exterior pro francesa. Ahora, sin embargo, su principal valedor traicionaba a la Cristiandad aliándose con un rey hereje, por lo que su posición quedaba, de esta manera, muy debilitada. Para colmo de males, una epidemia de peste se extendía por Italia haciendo estragos entre la población, y el Vesubio, después de muchos años en clama, estalla, sumiendo a Nápoles en la más absoluta oscuridad. Un escenario, pues, desolador para los innovadores. Los intransigentes, en efecto, no van a perder el tiempo y aprovechando la situación, se van a lanzar a la ofensiva, que acabaría derivando en una rebelión abierta. En marzo de 1632, el cardenal Borgia y tras él, todo el partido pro español, va a lanzar, en presencia del Pontífice, una dura denuncia contra la posición del Papado. Urbano se puso furioso. Los cardenales de ambos bandos casi llegan a las manos. La ruptura era un hecho. La crisis política alcanzará cotas verdaderamente preocupantes. Algunos cardenales enemigos del Papa, llegarán a acusarle de ser un protector de la herejía. El Papa se ve obligado a ceder, buscando satisfacer las demandas del partido intransigente. Esto marca el final de la maravillosa coyuntura. El perfil ideológico del papado de Urbano adquirirá un matiz diferente. En ese  momento Galileo publicaba en Florencia un nuevo libro, El dialogo. En seguida va a ser prohibido y los ejemplares secuestrados. Las razones de este proceder, sin embargo, permanecen en el misterio. Existirían ya reacciones contrarias a la obra y denuncias previas, de las que nada se sabe. Como dice Redondi, en este caso existirían sombras chinescas, que planearían sobre Galileo buscando incriminarle. Detrás de esas sombras se encontrarían los padres jesuitas, que ahora, con la nueva situación política, habían vuelto a tomar la iniciativa. Por tanto, Galileo vuelve a estar denunciado. Las razones, no se saben (he aquí otra vez el secretismo del Santo Oficio). Pero tienen que ser serias, pues Galileo corre peligro de ser declarado hereje. Si eso ocurría, el escándalo sería mayúsculo, pues Galileo era el científico predilecto del Papa, y eso habría dado la razón a los sectores más intransigentes, que acusaban al Papado de tibieza a la hora de combatir la herejía. Ante esa situación, el Papa debía de actuar. Por suerte para él, tenía un as en la manga: para evitar que el caso Galileo fuera juzgado por el Santo Oficio, decidió someter el caso a una comisión extraordinaria bajo el control del Papa, dirigida por el cardenal Francesco Barberini. No era algo nuevo.  Ya antes existía la figura de la comisión extraordinaria para tratar ciertos casos, aunque muy graves y complicados teológicamente. La comisión estaría formada por tres teólogos, dos de ellos hombres del Papa y el tercero, un jesuita. Pero un jesuita que había elegido el Papa mismo, Melchior Inchofer, cuya talla intelectual era inferior a la de los otros dos teólogos, hombres con una formación muy sólida. De hecho, había tenido problemas con una obra que había publicado, que hizo que fuese sometido a una investigación. Por tanto, su elección fue motivada por el hecho de que, para el círculo en torno al Papa, Inchofer era el jesuita más inofensivo de Roma en aquellos momentos. De esta manera, se les otorgaba a los poderos jesuitas una posición en dicha comisión, pero sin poner en riesgo su control. La comisión emitió finalmente un expediente en el que se acusaba a Galileo de haber roto el mandamiento del cardenal Belarmino respecto a no defender ni tratar el heliocentrismo copernicano. A eso se le unían algunas faltas, por otra parte bastante veniales. En definitiva, una acusación, pero dentro de lo que se llamaba herejía inquisitorial, es decir, la violación de un decreto o noma, frente a la herejía doctrinal, que es aquella que ataca los fundamentos de la fe. Por tanto, no algo demasiado grave. Galileo se presentará a la audiencia, donde se acusará a sí mismo de haber defendido el copernicanismo (aunque solo llevado por la autocomplacencia literaria) y será condenado a cárcel de por vida, condena que cumplirá en su casa, bajo la fórmula de arresto domiciliario. Sin embargo, Redondi se hace algunas preguntas interesantes: ¿qué fue lo que se juzgó en la comisión? ¿cuáles eran las denuncias  que se habían hecho contra Galileo en esta ocasión? Algunas cuestiones hacen sospechar a nuestro historiador. Por ejemplo, cuando el embajador florentino, Niccolini, se queja al Papa por el proceso contra Galileo, éste le contesta diciendo que es inevitable, pues se trata de dogmas peligrosos que conllevan un peligro para la fe. Cuestiones, por tanto, mucho más graves que la defensa del sistema copernicano, que atacan a los mismísimos fundamentos de la fe. Para Redondi hay bastantes cosas que no encajan. Según su hipótesis, es posible que el Dialogo no fuera el único libro que se había denunciado.  También pudo haberse denunciado otras como el Saggiatore, donde se abogaba por la doctrina atomista, que ponía en riesgo el dogma mismo de la transubstanciación. Eso explicaría la necesidad de crear una comisión extraordinaria para tratar el tema, o porqué se decía aquello de que la fe corría peligro. En definitiva, la condena de Galileo por defender el copernicanismo sería un intento de mantener las apariencias, y de salvar así al Papado de un escándalo, al mismo tiempo que se buscaba satisfacer a los jesuitas. Todas las incongruencias, contradicciones y problemas que han encontrado los historiadores a la hora de estudiar el caso Galileo se podían explicar si aceptamos que no necesariamente se condenó a Galileo por aquello por lo que se le denunció. El caso Galileo causó estragos en la mayoría de sus protagonistas. La mayoría fueron apartados y alejados de Roma (por ejemplo el archienemigo de Galileo, el padre Grassi) Pero no finalizaremos esta reseña sin decir que el proceso Galileo debe considerarse un elemento más de las disputas científicas y teológicas que jalonaron aquel siglo XVII. Galileo no será una excepción en aquel conjunto de personalidades científicas del momento que representaron una amenaza por su heterodoxia, algunas veces incluso abierta herejía. Como ejemplo, tenemos al gran filósofo René Descartes. Incluso dentro de una institución como la de la Compañía de Jesús, caracterizada por su defensa firme de la ortodoxia (como dice Redondi, llegará a actuar como una suerte de policía teológica)  las ideas heterodoxas  tendrán cierto eco (como ocurrió con el caso del Padre Arriaga, en Praga). Estas disputas se extenderán en el tiempo, escapando al tema al que se circunscribe el libro. En definitiva, esta obra es una obra de historia, que arroja luces sobre elementos que hasta ahora permanecían en la sombra, pero también advierte de la aparición de nuevas sombras, evidenciando que el caso Galileo no es un caso cerrado, que todavía da para hablar y para debatir a los hombres hoy. Y tomando las palabras de nuestro autor, como todo problema intelectual, también este es un bien común precioso.

Alejandro Ruiz Criado 20 octubre, 2013 26 agosto, 2016 Galileo herético, Pietro Redondi
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