Directorio de documentos

Está viendo documentos con las etiquetas siguientes: eneas - Ver todos los documentos

Filter by: AttachmentsBúsquedaTag

Título Autor CReado Último Editado Grupo Etiquetas
“VIAJE A ORIENTE” 047

VI. La Santa Bárbara – III. La Bombarda…  Seguimos aún por el curso del Nilo a lo largo de una milla; las orillas llanas y arenosas se extendían hasta perderse de vista, sales y el boghaz que impide a los barcos llegar hasta Damieta, a esas horas no oponía más que una barrera casi insensible. Dos fortalezas protegen esta entrada, con frecuencia abierta en la Edad Media, pero casi siempre fatal para los navíos. Los viajes por mar están en la actualidad, gracias al vapor, tan desprovistos de peligro, que no sin cierta inquietud se aventura uno en un barco de vela. Aquí renace la suerte fatal que proporciona a los peces su revancha a la voracidad humana, o al menos la perspectiva de errar durante diez años por costas inhóspitas, como los héroes de La Odisea o de La Eneida. Pero si alguna vez un barco primitivo ha sido sospechoso de estas fantasías surcando las aguas azules del golfo sirio, ese es la bombarda bautizada con el nombre de Santa-Bárbara, la que responde a su ideal más puro. En cuanto avisté desde lejos aquella sombría carcasa, parecida a un barco de carbón, elevando sobre un único mástil la larga verga emparejada con una sola vela triangular, comprendí que había empezado el viaje con mal pie, y al instante pensé en rechazar aquel medio de transporte. Pero, ¿cómo hacerlo? Volver a una ciudad y hacer frente a la peste para esperar a que pasara un bergantín europeo (ya que los barcos de vapor no cubren esta línea) no parecía una opción más afortunada. Miré a mis compañeros, que no aparentaban descontento ni sorpresa; el jenízaro parecía convencido de haber arreglado bien las cosas; ningún atisbo de burla se reflejaba en los rostros bronceados de los remeros de la djerme; con que deduje que aquel navío no tenía nada de ridículo ni de imposible dentro de las costumbres del país. A pesar de que ese aspecto de galeota deforme, de zueco gigantesco hundido en el agua hasta la borda a causa del peso de los sacos de arroz, no auguraba una travesía rápida. A poco que los vientos nos fueran contrarios, corríamos el riesgo de ir a conocer la inhóspita patria de los Lestrigones, o las rocas de pórfido de los antiguos Feacios. ¡Oh, Ulises!, ¡Telémaco!, ¡Eneas!, ¿estaba yo destinado a verificar personalmente vuestro falaz itinerario?. Mientras la djerme abordaba al navío, nos arrojaron una escala de cuerdas atravesadas con palos, y de esa guisa nos vimos izados a la cubierta e iniciados a las alegrías del interior. Kalimèra (buenos días), dijo el capitán, vestido igual que sus marineros, pero dándose a conocer por ese saludo en griego, mientras se ocupaba en que se dieran prisa en embarcar todas las mercancías, bastante más importantes que las nuestras. Los sacos de arroz formaban una montaña sobre la popa, tras la cual, una pequeña porción de la cubierta estaba reservada al timonel y al capitán; era totalmente imposible pasearse por allí sin pasar por encima de los sacos, ya que en medio del barco estaba la chalupa y los costados los ocupaban las jaulas con las gallinas; tan solo quedaba un espacio y muy estrecho, delante de la cocina, confiada a los cuidados de un joven grumete bastante avispado. En cuanto éste vio a la esclava, gritó: ¡kokona! ¡kali! ¡kali! (¡una mujer!, ¡bella!, ¡bella!) Este joven se apartaba de los modales reservados de los árabes, que no permiten que parezca que se note la presencia de una mujer o de un niño. El jenízaro había subido con nosotros y velaba el cargamento de las mercancías del cónsul. “Ah, le dije, ¿dónde nos van a alojar? Usted me dijo que nos darían el camarote del capitán.- Quédese tranquilo, respondió, una vez colocados todos los sacos, usted estará bien.” Tras lo cual, nos dijo adiós y descendió a la djerme, que no tardó en alejarse. Así que aquí estamos, sólo dios sabe por cuánto tiempo, sobre una de esas embarcaciones sirias que se despedazan contra la costa, igual que una cáscara de nuez, a la más mínima tempestad. Habría que esperar al viento del oeste por más de tres horas para izar la vela. En el intervalo, se comenzó a almorzar. El capitán Nicolás había dado órdenes, y su arroz cocía sobre el único hornillo de la cocina; nuestro turno llegaría más tarde. Mientras tanto yo andaba buscando donde podría estar situado el famoso camarote del capitán que se nos había prometido, y encargué al armenio que se informara a través de su amigo, que por cierto no había dado ninguna señal de reconocerle hasta el momento. El capitán se levantó fríamente y nos condujo hasta una especie de pañol situado bajo el puente superior de proa, al que sólo se podía acceder doblado en dos, y cuyas paredes estaban cubiertas de esa especie de grillos rojos, de un dedo de largo, llamados cancrelats (cucarachas), atraídos sin duda por un anterior cargamento de azúcar o de melaza. Reculé atemorizado y puse cara de enfado. “Éste es mi camarote, me dijo el capitán; pero no le aconsejo que lo utilice, a menos que comience a llover. Pero le voy a mostrar un lugar mucho más fresco y conveniente.” Entonces, me condujo cerca de la gran chalupa colgada con cuerdas entre el mástil y la proa, y me hizo mirar en su interior. “Aquí, dijo, estará usted mejor acomodado; tiene un colchón de algodón que puede extender de uno a otro extremo, y haré disponer sobre todo ello unas lonas que formen una tienda de campaña; ahora, vea usted lo bien y espaciosamente acomodado que está, ¿no es así?”. Habría hecho mal en no estar de acuerdo con él; pues aquel sitio era seguramente el más agradable de todo el barco para una temperatura africana, además de ser el espacio más aislado que se podía escoger.

Esmeralda de Luis y Martínez 19 febrero, 2012 19 febrero, 2012 El boghaz, el capitán Nicolás, Eneas, las cancrelats o cucarachas, Telémaco, Ulises
Viendo 1-1 de 1 documentos