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Historia de un desencuentro: Capítulo 7

CAPITULO VII.   1. LOS HOLANDESES EN EXTREMO ORIENTE.   En 1595 Cornelio Houtman, purchase con cuatro naves, sovaldi capitaneó una expedición a Extremo Oriente organizada por una compañía de los países lejanos, patient aunque el primer viaje de interés para Japón fue el de la flota de Santiago de Mahn a las Molucas; el 19 de abril de 1600 uno de los barcos llegó a las costas japonesas dos años después de iniciado el viaje, con el piloto inglés William Adams y otros compañeros de navegación. Ieyasu les obligó a quedarse y pronto se ganaron la estima del shogún, que se sirvió de ellos –sobre todo de Adams– para asesorarse en asuntos de navegación y otros, como viéramos que hiciera con Jerónimo de Jesús. A finales de año, Antonio de Morga debió enfrentarse en aguas de Manila a la flota holandesa de Oliver van Noort que intentó bloquear el puerto y el 14 de diciembre tiene lugar una batalla naval de seis horas de duración; el buque insignia de Morga fue hundido, pero los holandeses debieron huir; el capitán inglés Wiesman y una docena de holandeses fueron hechos prisioneros y ejecutados.   No hubiera tenido demasiada incidencia el asunto si, a partir de 1602, no hubieran comenzado a menudear las expediciones a Extremo Oriente después de que se reorganizara la primitiva compañía holandesa y se fundara la Compañía de las Indias Orientales; Johan van Oldenbarnevelt, Abogado de Holanda, contribuyó a la fundación de esta compañía y había de pasar a convertirse en protagonista principal de las negociaciones secretas con los Habsburgos que cuatro años después iban a tener lugar. La congelación por Oldenbarnevelt de las primeras gestiones para fundar otra compañía de las Indias Occidentales a principios de 1607, debe verse en relación con un alto al fuego conseguido por los esfuerzos negociadores del archiduque de Austria Alberto y Ambrosio Spínola; el acuerdo molestó a Lerma y a Felipe III por el hecho de no aparecer por escrito la retirada holandesa de las Indias, prometida por Oldenbarnevelt verbalmente, por lo que la libertad de Holanda podía parecer que se concedía sin contrapartida alguna. Oldenbarnevelt debía también disolver la Compañía de las Indias Orientales.   Las negociaciones que culminaron en la tregua de los 12 Años firmada en Amberes en abril de 1609 –el mismo día simbólicamente que el decreto de expulsión de los moriscos, otros súbditos problemáticos de los Habsburgos como los rebeldes calvinistas holandeses– fueron de gran importancia para la política desarrollada en Extremo Oriente. Los Estados Generales estaban tan convencidos como los españoles de que era vital negociar desde una posición de fuerza[1]. En febrero de 1608, en La Haya, los representantes de Felipe III ofrecieron la renuncia del rey Habsburgo a sus derechos sobre Holanda y Jean Richardot –con Spínola al frente de la delegación– exigió la evacuación de las Indias por los holandeses; Oldenbarnevelt sólo admitió renunciar a América y detener la expansión en Asia. Hasta el verano, las conversaciones se prolongaron en ocasiones con particular acritud; en el otoño, cuando se reanudaron, se centraron en una larga tregua, más que en una paz completa. La firma se hizo, finalmente, en Amberes sobre el reconocimiento español de la independencia neerlandesa y de la mutua conservación de las posesiones que cada parte tenía en las Indias Orientales y Occidentales. Y comenta J.I. Israel sobre el texto de la tregua: La cláusula incluida a instancias de los españoles, a tenor de la cual se excluía a los súbditos de ambos Estados de los territorios y del comercio de la otra parte en las Indias, estaba redactada de una manera tan oscura que carecía de fuerza alguna[2]. Además, el acuerdo de tregua se aplicaría en las colonias un año después que en Europa. Y todo eso se vio reflejado desde el principio en Extremo Oriente.   La instalación de los holandeses en las Molucas y su participación en el comercio de las especias movilizó de inmediato a los hispanos de Manila, movilización que culminó con la expedición de Pedro Bravo de Acuña a las Molucas en febrero de 1606. Pero la presencia holandesa no haría sino reforzarse en los años de las conversaciones de La Haya por una política más agresiva de la propia Compañía de las Indias Orientales –totalmente opuesta a la política de Oldenbarnevelt– con el fin de aumentar lo más posible su dominio en Asia. Enviaron muchos refuerzos y en 1609 y 1610 se sucedieron acciones continuas.   Martín Castaño, procurador general de las Filipinas, se dio cuenta pronto del peligro que los holandeses iban a suponer para las Filipinas, y en particular para sus relaciones con Japón. En un memorial impreso posterior a 1600 –quizá redactado entre 1605 y 1608, cuando el avance holandés podía ser aún neutralizable– Martín Castaño intenta razonar su voz de alarma para que en la corte española reaccionaran con prontitud y enviaran fuerzas para hacer frente al nuevo peligro. La poca atención a los asuntos asiáticos era para Martín Castaño un grave error, que no puede proceder sino de no hacerse en aquello la estimación y aprecio que se debe, como cosa mirada de tan lejos, siendo lo más importante de la Corona de vuestra majestad[3].   Destaca esta concepción de los asuntos de Asia de Martín Castaño como lo más importante de la Monarquía Católica, en el inicio del reinado de Felipe III, ya para algunos teóricos –pronto el mismísimo Tomaso Campanella– arquetipo de un posible gobierno católico o universal. E intenta estructurar su argumentación sobre el peligro holandés y la necesidad de neutralizarlo:   A. Desde la llegada de los holandeses corría peligro la cristiandad japonesa, tan floreciente hasta entonces, por lo que perjudicaba al aumento de la fe. B. Con escala en el Japón, los holandeses podrían estar en pocos días en cualquier punto de Extremo Oriente y tener provisiones que a veces escaseaban en Filipinas, por lo que se perjudicaba el acrecentamiento de la corona. C. Los señores y reyes de Extremo Oriente estaban pendientes de quién había de ganar en la pugna hispano-holandesa y habían de aliarse con aquel que mostrara más poder, lo que afectaba a la reputación. D. Finalmente, la Hacienda se vería muy perjudicada; instalados en el comercio de las especias, sería muy dañoso que consiguieran ser los intermediarios en el comercio de la plata japonesa y la seda china.   En mayo de 1602 llegó a Manila el nuevo gobernador Pedro Bravo de Acuña y, antes de desembarcar incluso, se topó de frente con el asunto de la cuestión japonesa y holandesa, con la embajada de Pedro Burguillos; el franciscano y sus acompañantes japoneses fueron recibidos por Bravo de Acuña, muy interesado en el buen despacho de aquella correspondencia diplomática en la que ya se iba a abordar el asunto holandés directamente. No había de remitir la penetración, sin embargo. En el Archivo de Indias de Sevilla se conservan copias de cartas que los holandeses llevaban consigo para los señores asiáticos en las que, en nombre de Mauricio de Nassau, pedían y ofrecían ayuda[4]. En el caso concreto de Japón, esas gestiones holandesas iban a tener rápido éxito.   2. LA EMBAJADA DE PEDRO BURGUILLOS.   Muerto Jerónimo de Jesús, sus compañeros fray Gómez y fray Pedro Burguillos negociaron la respuesta de Tokugawa Ieyasu al gobernador de Filipinas. La respuesta fue redactada con rapidez y Tarazawa Ximonocami, se la entregó para que, junto con otra carta suya, se encargasen de hacerla llegar a Manila. Es posible que esta carta fuera redactada con la ayuda de Jerónimo de Jesús antes de su muerte, como apunta Lera[5]; si no fuera así, está en la línea trazada por Ieyasu con su asesoramiento.   La carta de Ieyasu muestra especial interés por amplias relaciones con los hispanos, e incluso deja traslucir cierta impaciencia. En síntesis:   A. Evoca sus conversaciones con Jerónimo de Jesús y en su expresión después de un largo viaje, parece lamentar la tardanza de la respuesta, de 1599 a 1601. B. La ruta comercial entre Japón y Nueva España es provechosa para ambas partes. C. Ofrece un puerto en el Kantó para navíos hispanos, también como escala para sus continuos viajes entre Nueva España y Filipinas. Con gran anhelo quedo esperando vuestra respuesta, deja traslucir esa sutil impaciencia del shogún Tokugawa. D. Prometía una política dura contra los corsarios japoneses y daba al gobernador hispano poder para castigar y aún ejecutar a los japoneses que contraviniesen la ley, rogándole que le comunicase nombres de mercaderes rebeldes para impedirles nuevos viajes. E. Mencionaba el presente de armas japonesas y daba facultad al enviado para tratar de los asuntos que él no había podido incluir en la carta.   La carta de Tarazawa Ximonocami es más directa[6] y expresa mejor los verdaderos intereses japoneses: A. Deseaba saber por qué el gobernador de Filipinas no quería tantos barcos japoneses de comerciantes y rogaba que se le señalase el número de naves que quería cada año. B. Se quejaba de la tardanza en la contestación a Ieyasu sobre el trato con Nueva España y volvía a insistir en la rapidez de la respuesta.   A finales de febrero de 1602 las cartas salieron para Manila. Pedro Burguillos y fray Gómez habían intentado enviarlas por japoneses de confianza en viaje comercial, pero temerosos de alguna especulación sobre las cartas Pedro Burguillos se encargó personalmente de la embajada. De Fuxime viajó a Hirado para embarcarse para Manila en el navío de un mercader de Osaka; el nombre de Shinkiro sería el de este mercader, nombre con el que aparece relacionada la embajada en algunas fuentes, aunque el hagan de Sakay[7]. La entrevista en alta mar con el nuevo gobernador –bellamente evocada por Burguillos en su relación: Al amanecer descubrimos cuatro navíos de Castilla, que así fue para nosotros vista alegre…– fue de gran cordialidad y en las cartas informativas de la época se vuelve a captar gran optimismo en los medios hispanos ante las buenas disposiciones de Ieyasu para asentar paz y comercio[8].   El 1 de junio ya tenía Bravo de Acuña las respuestas a la embajada de Hideyoshi; en ellas recogía el perfil elaborado por Jerónimo de Jesús y el Daifu –no sería shogún hasta 1603– Tokugawa; hoy puede decirse que con toda sinceridad por parte del gobernador Acuña si se examina su resumen de los hechos a la corte española[9]. En resumen:   A. Agradecía el castigo a los corsarios y le trataba por ello de príncipe justo. B. El número correcto de naves de comerciantes japoneses a Manila sería de tres naves en primavera y tres en otoño; convenía que viniesen con licencia de Ieyasu, así como licencia del gobernador de Filipinas para las que fueran a Japón. C. La apertura de trato comercial entre Japón y Nueva España ya lo había consultado en México; lo haría de nuevo, pero era asunto para largo plazo pues había que gestionarlo también en Madrid y prometía su apoyo –sincero, como comentamos– para ello. D. Aceptaba el envío de un navío  al Kantó. De hecho, fue el Santiago el Menor. E. Recomendaba a los frailes predicadores. De hecho, envió a agustinos, franciscanos y dominicos. F. Finalmente, rogaba que le enviase a los holandeses llegados a Japón como enemigos de su rey y súbditos rebeldes, equiparables a los corsarios y de quienes les prevenía.   Al notable de la corte japonesa Tarazawa Ximonocami contestaba con brevedad: le indicaba el número de navíos que convenía fueran cada año a Filipinas y le recomendaba a los frailes que iban a Japón. De alguna manera, pilares básicos de las relaciones. El navío Santiago el Menor fue despachado con mercancías y con la misión de reconocer los puertos del Kantó en busca de un lugar idóneo para escala en el viaje anual a Nueva España que en este año se   dirigió ya a Acapulco y no al puerto de Navidad. La oferta de Tokugawa Ieyasu era, pues, oportuna. El comercio con Japón no se podía excusar, según Acuña, por proveernos de aquel reino de harina y otros bastimentos[10], para lo cual con seis naves anuales bastaban. En cuanto al comercio con Nueva España, no veía Acuña problemas en que se concediese; al no ser expertos marinos de altura, es posible que desistiesen de él tras el primer viaje. El gobernador dudaba de que el pronto shogún Ieyasu le enviase los holandeses naúfragos porque le habían asesorado en diversos asuntos y los apreciaba. El gobernador Acuña había captado también la impaciencia de Ieyasu, su deseo de un acuerdo comercial rápido. Y, así, suplico a vuestra majestad se sirva de mandar que con brevedad se provea en esto lo que convenga, porque de acá se juzga por acertado tener grato este rey.   Como telón de fondo obligado –más que retórico, de hecho, podría hablarse de práctica colonial o hasta teoría de la colonización– estaba el beneficio de la predicación evangélica. En condiciones tan favorables, el gobernador Bravo de Acuña permitió el paso de frailes a Japón y se embarcaron agustinos, dominicos y franciscanos en los navíos de los comerciantes japoneses; había sido dado el salto definitivo y el paso de los castellano-mendicantes a Japón había de centrar amplias polémicas[11].   Así las cosas, en agosto salía el galeón Espíritu Santo de Manila rumbo a Nueva España y la mala fortuna en la mar, una vez más, le hizo naufragar frente a las costas japonesas.       3. LA PÉRDIDA DEL GALEÓN ESPÍRITU SANTO.   El galeón Espíritu Santo ya había viajado varias veces entre Filipinas y Nueva España, pero en aquella ocasión, a causa de las tormentas tan frecuentes en aquellas latitudes, se vio forzado a tomar puerto en el Japón, una vez más en la región de Tosa. El capitán de la nave era Lope de Ulloa. El 24 de agosto vieron tierra japonesa y poco después desembarcaron en el puerto de Cimingo; tres días después recibieron la visita del daimyo de aquellas tierras y –a pesar de la confianza que tenían en las buenas relaciones hispano-japonesas– comenzaron a temer un desenlace adverso por las medidas tomadas por el daimyo: cuatro rehenes hispanos y seis japoneses de guardia día y noche –que fueron aumentando hasta llegar a ser 26 guardianes– para evitar que el navío se hiciese a la mar sin permiso. Lope de Ulloa reunió un consejo de guerra para estudiar la situación, que se negó a navegar a Nagasaki a espaldas del daimyo, según deseaba el capitán, temiéndose una encerrona para quedarse con el galeón como había sucedido sólo cinco años atrás con el San Felipe. A primeros de octubre Lope de Ulloa envió a su hermano Alonso, en compañía de Francisco Manrique, con embajada para Ieyasu en la que incluyeron como presente lo más valioso de ocho cajones de bodega.   La situación no dejó de empeorar, llegó a haber escaramuzas con muertos por las dos partes, y finalmente Lope de Ulloa decidió hacerse a la mar atravesando unas empalizadas que los japoneses habían comenzado a construir para cegarles la salida de puerto. Dejaban en tierra a setenta personas de la tripulación, entre los muertos, los enviados en la embajada a Ieyasu y cinco frailes que decidieron quedarse en tierra.   A lo largo de la primavera siguiente fueron llegando a Manila los que se quedaron en Japón, y entre ellos Alonso de Ulloa con una carta de Ieyasu para el gobernador de Filipinas de gran interés[12], todo afabilidad. Achacaba el incidente con el galeón Espíritu Santo  más al nerviosismo de los hispanos que a la agresividad de los japoneses. De aquí adelante, si una tempestad inclina los palos o rompe el timón de un barco vuestro cualquiera, que su gente no tema refugiarse en los puertos de mis estados; tocante a esto ya he enviado órdenes severas a todas partes. Y para dar mayor fuerza a sus palabras enviaba ocho licencias para las naves que cada año salían para Nueva España, con las cuales podían, exentos de temor, refugiarse en los puertos e islas, o saltar a tierra y penetrar en las ciudades o pueblos del Japón entero sin que les tilden de espías, aunque se dediquen a estudiar los usos y costumbres del país.   Fechada en octubre de 1602, al mismo tiempo que la carta al gobernador Acuña, Ieyasu promulgó una ley con esos mismos extremos; una copia en portugués, de la Real Academia de la Historia de Madrid[13], ordenaba que no se tomase nada de la hacienda de los navíos extranjeros que naufragaran en Japón, ni se entorpeciese la movilidad de los naúfragos por el país ni la venta de mercancías; mas rigurosamente les prohibimos la promulgación de su ley. Se recordaba en este final una antigua norma de Hideyoshi, remate negativo de la buena actitud de Ieyasu, a pesar de la cual se había continuado la predicación con el tácito consentimiento de los gobernantes.   El mismo verano de la pérdida del Espíritu Santo, el Santiago el Menor no conseguía llegar al Kantó y debió desembarcar en Hirado, aunque el capitán envió el regalo del gobernador a Ieyasu y se justificó con las dificultades de la navegación. En 1603 no hubo corso japonés en las Filipinas y el navío Santiago el Menor volvió a hacer viaje a Japón con mercancías y un presente para Ieyasu. Tampoco esta vez logró –ni al año siguiente de 1604– desembarcar en un puerto del Kantó. Eso sí, con las mercancías llevaba el regalo –normalmente paños y piezas de seda, vino y otras menudencias[14]– y las cartas del gobernador de Filipinas para el shogún Tokugawa.   4. LAS RELACIONES HISPANO-JAPONESAS HASTA 1608.   El suceso de la nao Espíritu Santo –a pesar de las buenas razones de Ieyasu– causó cierto malestar en sectores hispano-filipinos representativos; el oidor Antonio de Morga llegó a afirmar: parece que toda amistad con estos infieles (los japoneses) es sospechosa[15]; y éste puede considerarse un sentir general de las autoridades hispanas. Llegaba el doctor Morga incluso a dudar de la veracidad de los frailes, excesivamente optimistas en sus apreciaciones con el deseo del paso a Japón y que aseguraban más de lo conveniente los contactos. La desconfianza no dejó de acrecentarse, sobre todo tras la gran sublevación de los sangleyes a principios de octubre de 1603.   Con las naves de la primavera habían llegado a Manila avisos de preparativos navales chinos contra las Filipinas, a la vez que tres emisarios chinos visitaban Manila con una disculpa nimia; las defensas de la ciudad fueron reforzadas y en esos trabajos colaboró un chino converso, Juan Bautista de Vera –Eng-Kang su nombre chino–, que levantó sospechas y  resultaría ser el cabecilla del levantamiento. Por medio de los japoneses residentes en Manila, las autoridades hispanas intentaron indagar y ello precipitó el levantamiento. El 3 de octubre los chinos se agruparon y asaltaron dos barrios extremos de la ciudad; el ex-gobernador Luis Pérez Dasmariñas con otros 130 españoles murieron en las primeras escaramuzas y los sangleyes pusieron en serios aprietos a los defensores de la ciudad. Con los defensores de Manila –unos cuatro mil filipinos cristianos, doscientos musulmanes y otros doscientos españoles[16]– participaron los japoneses de la ciudad. Uno de los motivos de la rebelión de los sangleyes había sido precisamente el maltrato recibido por filipinos y japoneses, según se especifica en una relación del momento[17]. Envié… al padre fray Juan Pobre, lego descalzo, con cuatrocientos japones…, por haber sido aquí muy buen soldado y ser amado de los japones… Protagonizaron algunas matanzas de sangleyes, que impidieron hacer prisioneros vivos para las galeras, pues los japones y naturales son tan carniceros que ni el capitán Azcueta ni los demás lo pudieron remediar. La represión siguió en provincias; pero casi todos los japones… dijeron, como tudescos, que no querían pelear y que se querían volver a Manila pues no eran soldados de paga; y así, se volvieron y sólo quedó un capitán con cincuenta soldados que le siguieron, y en adelante lo hicieron bien.   Los hispanos de Filipinas, a raíz del levantamiento sangley, tomaron medidas preventivas con la población mercantil que se quedaba en Manila de una año para otro, incluidos los japoneses, para evitar un peligro como el pasado con los chinos[18]. La llegada de naves de comercio japonesas a Manila tras la sublevación alivió no poco la situación.   El navío a Japón de 1604 fue con el capitán Cuevas y él y el fraile Diego Bermeo visitaron al shogún Ieyasu, en compañía de otros oficiales del navío; el presente –piezas de seda básicamente como otras veces– le supo a poco. El hecho de que tampoco ese año el navío llegara al Kantó molestó especialmente al shogún, quien llegó a amenazar –lo narra Diego Bermeo[19]– con despachar a castellanos y predicadores de su tierra si el próximo envío no llegaba al destino previsto, pues dudaba de la veracidad de frailes y embajadores, de si tratarían con claridad con los japoneses. También molestó que el gobernador Acuña recomendase al mercader Antonio Garcés como beneficiario de uno de los cuatro navíos anuales, pues eso lo interpretaba como una reducción de las licencias de cuatro a tres. De la misma manera, se dolió de los elogios excesivos del gobernador a la ley cristiana en menoscabo –afeándole– la suya pagana. La respuesta de Ieyasu recogía con sobriedad estas quejas y, como para compensar, volvía a reconocer al gobernador hispano jurisdicción sobre los japoneses que estuvieran en Manila, de manera que pudiera expatriarlos o castigarlos; asunto de no poco peso tras el levantamiento de los chinos el año anterior.   Para las Filipinas aquello era buena correspondencia y paz, aunque en el verano de 1605 Acuña manifiesta su preocupación por la permanencia de los holandeses –y William Adams con ellos– en Japón, así como la posibilidad de que se hicieran firmes sus relaciones y alianzas e indicios de que estuvieran instruyéndoles en la navegación de altura. El contacto comercial mantenido entre Manila y Japón, sin embargo, aún podía neutralizar esa influencia. En 1605 también envió navíos –nada se dice si llegaron a puertos del Kantó– que en enero de 1606 estaban de regreso en Manila[20]. En el momento en que el gobernador emprendía una expedición a las Molucas, con el intento de expulsar a los holandeses de aquella zona; el gobernador fue en persona a la expedición –de febrero a mayo–, con unas 3.000 personas, hispanos y filipinos por mitad, y volvió con el sultán de Ternate como prisionero. El capitán Moreno Donoso hizo el viaje ese año a Japón, con presente y embajada para el emperador; salió de Manila el 22 de julio y en Japón ayudó, en compañía del dominico Alonso de Mena,  a los frailes en los permisos del daimyo y la construcción de dos iglesias en el reino de Fixen. Al año siguiente volvió a capitanear Moreno Donoso la expedición a Japón, y esta vez su ayuda a los frailes en la construcción de iglesia y permiso del daimyo fue en el Bungo[21]. Estas actividades indican que tampoco en estas dos ocasiones debieron tocar puertos del Kantó, así como la identificación estrecha de los hispanos con los nuevos frailes misioneros, con la nueva ley.   El gobernador Pedro Bravo de Acuña murió al regreso de la jornada a las Molucas, en el verano de 1606; como en otras ocasiones la Audiencia se hizo cargo del gobierno interino y se siguió con el envío del navío a Japón con Moreno Donoso, como se vio. Se juzgaba la paz segura y estable e incluso se sugería a la corte de Felipe III que enviaran una embajada importante a Ieyasu para asegurar aún más la paz, conveniente para una política asiática frente a China. Paralelamente, las medidas tomadas para reducir la colonia extranjera en Manila produjo tensión en los medios japoneses de la ciudad y llegó a temerse un levantamiento similar al de los sangleyes; la intervención de algunos eclesiásticos y la calma de las autoridades pudo evitar posibles incidentes[22]. Cuando Rodrigo de Vivero y Velasco llegó a Manila para hacerse cargo de la gobernación, ya habían sido castigados los culpables y solucionado el incidente; una de sus primeras acciones de gobierno fue escribir a Ieyasu dándole cuenta de lo sucedido[23].   Por su parte, Tokugawa Ieyasu acababa de enviar a Manila a su colaborador más apreciado para asuntos occidentales, el piloto inglés William Adams. El encuentro de Vivero y Adams en el verano de 1608, nada más llegar el nuevo gobernador a Filipinas, abrió el último y más brillante capítulo de las relaciones hispano-japonesas.           [1] Jonathan I. Israel, La república holandesa y el mundo hispánico, 1606-1661, Madrid, 1997, p. 30. [2] Ibid., p. 33. [3] A.G.I. Filipinas, legajo 34, ramo 6, número 140. Memorial impreso de Martín Castaño pidiendo que se atienda aquellas islas del daño holandés. [4] A.G.I. Filipinas, legajo 1064. Copia en portugués de cartas que el príncipe de Orange y conde de Nassau escribió al emperador de la China y a otros reyes o emperadores de Asia, de 1605 y siguientes. [5] Op. cit. p. 440. El texto de la carta, en p. 441. Todo lo referente a la embajada de Burguillos, así como su recepción por Acuña, se basa en la Relación… cit. de la Biblioteca del Palacio de Oriente de Madrid. [6] A.G.I. Filipinas, legajo 19, ramo 4, número 86. Copia de carta de Tarazawa Ximonocami al gobernador de Filipinas de 1602. [7] Se cita a Shinkiro en Morga, op. cit. p. 128, y se dice que llegó en mayo, a la vez que el gobernador Acuña, lo cual coincide con la narración de Burguillos. También se cita en Lera, p. 440 y en Sicardo, capítulo VI. [8] A.G.I. Filipinas, legajo 19, ramo 5, números 30 y 121. Cartas de la Audiencia al rey de julio de 1602 y de Acuña al rey de 11 de julio del mismo año. [9] Ibid., ramo 4, número 85 y 84. Copias de cartas de Acuña a Ieyasu y a Ximonocami de 1 de junio de 1602.  Ibid. ramo 5, número 121. Carta de Acuña al rey de 11 de julio de 1602. [10] En la carta al rey de la nota anterior recoge Acuña todos estos comentarios. [11] A.G.I. Filipinas, legajo 84, ramo 6, número 132. Carta del provincial de los dominicos de Filipinas al rey de 30 de junio de 1602. Ibid., legajo 19, ramo 5, número 30. Carta de la Audiencia de Filipinas al rey de julio de 1602. [12] A.G.I. Filipinas, legajo 19, ramo 5, número 129. Narración de la navegación y pérdida del galeón Espíritu Santo de 26 de julio de 1602. Ibid., número 149. Carta de la Audiencia de Filipinas al rey de 2 de julio de 1603. Lera op. cit. pp. 441-442. [13] R.A.H. Manuscritos legajo 9-2666, folios 165-169. Ley de Daifu contra la promulgación del Evangelio. [14] A.G.I. Filipinas, legajo 163, ramo 1, número 1. Copia de un capítulo de carta de la Audiencia de Filipinas al rey de 8 de julio de 1608. Morga, op. cit. p. 130 trata de estos viajes del Santiago el Menor, aunque en la correspondencia no se llegue a citar el nombre de la nave. [15] Ibid., legajo 19, ramo 5, número 141. Carta de Antonio de Morga al rey de 1 de diciembre de 1602. [16] Molina, p. 101. [17] A.G.I. Filipinas, legajo 60. Relación del alzamiento de los sangleyes… Ibid., legajo 35, ramo 7, número 96. Carta de Juan de Bustamante al rey de 18 de diciembre de 1603. [18] Ibid., legajo 27, ramo 2, número 81. Carta de la ciudad de Manila al rey de 9 de julio de 1604. [19] Ibid., legajo 79, ramo 4, número 77. Carta de fray Diego Bermeo al gobernador de Filipinas de 23 de diciembre de 1604. [20] Ibid., legajo 7, ramo 2, número 73. Carta de Acuña al rey de 7 de junio de 1605. Ibid., número 75. Acuña al rey de 6 de enero de 1606. Morga, op. cit. pp. 159-160. [21] Aduarte, op. cit. p. 493.  A.G.I. Filipinas, legajo 60. Petición de Moreno Donoso al rey, enumerando sus servicios, de 14 de agosto de 1620. [22] Morga, op. cit. p. 166. Colin, p. 152. [23] A.G.I. Filipinas, legajo 7, ramo 2, número 82. Carta de Rodrigo de Vivero al rey de 8 de julio de 1608.

Emilio Sola 30 enero, 2012 30 enero, 2012 comercio, galeón, holandeses, Japón, Pedro Burguillos
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