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“VIAJE A ORIENTE” – Las noches del Ramadán

HISTORIA DE LA REINA DE LA MAñANA Y DE SOLIMÁN EL PRÍNCIPE DE LOS GENIOS – II. Belkis… Continúa el narrador del cafetín, treat con el relato que hace Benoni, diagnosis explicando a Adoniram la procedencia de Belkis, reina de Saba: Muchos siglos antes de que los hebreos estuviesen cautivos en Egipto, Saba, la ilustre descendiente de Abraham y de Ketura[1], vino a establecerse en las felices tierras que nosotros llamamos el Yemen, allí fundó una ciudad que en principio llevó su nombre, y que hoy en día se la conoce con  el nombre de Marib[2]. Saba tenía un hermano llamado Iarab, que legó su nombre a la pedregosa Arabia. Sus descendientes transportaron aquí y allá sus jaymas, mientras que los descendientes de Saba continuaron reinando sobre el Yemen, rico imperio que por entonces obedecía a la reina Balkis, heredera directa de Saba, de Jocsán, del patriarca Heber[3] …cuyo padre tuvo por trisabuelo a Sem; padre común de árabes y hebreos. –          Tú comienzas el preludio como un libro egipcio, interrumpió el impaciente Adoniram, y continúas con el tono monótono de Moussa Ben-Amran (Moisés), el prolijo liberador de la raza de Jacob. Los hombres charlatanes suceden a las gentes de acción. –          Como los que ofrecen máximas a los poetas sagrados. En una palabra, maestro, la reina del Mediodía, la princesa del Yemen, la divina Balkis[4], que viene a contemplar la sabiduría del señor Solimán, y admirar las maravillas salidas de nuestras manos, llega hoy mismo a Solime. Nuestros obreros han corrido para ir a su encuentro siguiendo al rey, los campos están cubiertos de gente, y los talleres vacíos. Yo he sido de los primeros en correr, he visto el cortejo, y he regresado tras de ti. –            ¡Anunciadles que vienen señores, y volarán a prosternarse a sus pies…ociosidad, servilismo…! –          Sobre todo, curiosidad, y vos lo comprenderíais, si… escuchad: las estrellas del cielo son menos numerosas que los guerreros que siguen a la reina. Tras ella aparecen sesenta elefantes blancos coronados por torres en las que brilla el oro y la seda; mil sabeos[5] de piel dorada por el sol avanzan conduciendo camellos cuyas patas se doblan bajo el peso de los fardos y los presentes de la princesa. Luego, siguen los abisinios, armados ligeramente, y cuyo tinte bermejo semeja al cobre batido. Una multitud de etíopes, negros como el ébano, marchan por uno y otro lado, conduciendo caballos y carros, obedeciendo a todos y velando por todo. Pero…¿para qué os cuento todo esto, si vos ni siquiera os dignáis escucharme?. –          ¡La reina de los Sabeos! Murmuró Adoniram soñador; raza degenerada, pero de una sangre pura y sin mezclas… ¿Y qué viene a hacer en esta corte?. –            ¿No os lo he dicho ya, Adoniram? Ver a un gran rey; poner a prueba una sabiduría tan célebre, y… puede ser que acabar con esa fama. Se dice que está pensando en casarse con Solimán Ben-Daoud, con la esperanza de obtener herederos dignos de su raza. –          ¡Qué locura! exclamó el artista impetuoso; ¡qué locura!… ¡por las venas de Solimán solo corre la sangre del esclavo, la sangre de las criaturas más viles!. ¿Se va a unir la leona a un perro banal y doméstico? ¿Cuántos siglos hace que este pueblo sacrifica en lo alto de los montes y se abandona a mujeres extranjeras?; generaciones bastardas que han perdido la energía y el vigor de sus ancestros. ¿Qué es ese pacífico Solimán?: el hijo de una esclava y del viejo pastor David, ¿y el mismo David?: un descendiente de Ruth, una aventurera del país de Moab, unida a un campesino de Ephrata[6]. Tú, hijo mío, admiras a ese gran pueblo que tan sólo es una sombra, cuya raza guerrera hace tiempo que se extinguió. Esa nación que en su cenit se acerca a su caída. La paz les ha enervado, el lujo y la voluptuosidad, hacen que prefieran el oro al hierro, y esas astucias propias de un rey artero y sensual solo son buenas para vender mercancías o para extender la usura por todo el mundo. ¡Y Balkis descenderá al colmo de la ignominia, ella, la hija de los patriarcas!. Y dime, Benoni, ella viene, ¿no es así?… ¡Esta misma tarde franqueará los muros de Jerusalén! –          Mañana es el día del sabbat[7], y fiel a sus creencias, ha rechazado penetrar esta tarde, con el sol ya ausente, en una ciudad extranjera. Ha hecho montar el campamento de jaymas al borde del Cédron[8], y a pesar de los ruegos del rey, que ha ido a recibirla, rodeado de una magnífica pompa, la reina pretende pasar la noche en el campo. –          ¡Su prudencia sea loada! ¿Es aún joven?… –          Apenas se puede decir que sea todavía joven. Su belleza deslumbra. La he atisbado como se vislumbra al sol cuando alborea, que rápidamente os abrasa y obliga a entornar los párpados. Todos, ante su presencia, han caído prosternados; yo igual que los demás. Y al levantarme, llevaba impresa su imagen. Pero, ¡oh, Adoniram! La noche cae, y ya oigo a los obreros que regresan en tropel para recibir su salario: ya que mañana es el sabbat.” Entonces llegaron de improviso los numerosos jefes de los artesanos. Adoniram colocó a los guardianes a la entrada de los talleres, y, abriendo sus vastos cofres de seguridad, comenzó a pagar a los obreros que uno por uno se iban presentando allí, susurrándole al oído una palabra misteriosa, ya que era tal su número que hubiera sido difícil discernir el salario al que tenía derecho cada uno; ya que el día en que se les contrataba, recibían una palabra secreta, que no debían comunicar a nadie bajo pena de muerte, y a cambio, hacían un juramento solemne. Los maestros tenían un palabra clave; los compañeros otra diferente que, a su vez, era distinta de la de sus aprendices[9]. Luego, a medida que pasaban delante de Adoniram y de sus intendentes, ellos pronunciaban en voz baja la palabra secreta, y Adoniram les distribuía diferentes salarios, conforme a la jerarquía de sus funciones. Tras esa ceremonia, acabada ya a la luz de las antorchas de resina, Adoniram decidió pasar la noche acompañado por el secreto de sus trabajos; dio permiso al joven Benoni, apagó su antorcha, y penetrando en sus fundiciones subterráneas, se perdió en las profundidades de las tinieblas. Al alborear del siguiente día, Balkis, la reina de la mañana, franqueó al mismo tiempo que el primer rayo de sol, la puerta oriental de Jerusalén. Despertados por el estrépito de las gentes de su séquito, los hebreos se agolparon ante las puertas, y los obreros siguieron al cortejo con ruidosas exclamaciones. Jamás se habían visto tantos caballos, ni tantos camellos, y aún menos, una legión de elefantes blancos tan soberbia, conducida por un numeroso enjambre de negros etíopes. Retrasado a causa del interminable ceremonial de la etiqueta, el gran rey Solimán intentaba acabar de engalanarse con unas vestiduras deslumbrantes y apenas había conseguido escapar de las manos de los oficiales de su guardarropía, cuando Balkis, poniendo pie en tierra en el vestíbulo del palacio, penetró tras haber saludado al sol, que ya se elevaba radiante sobre las montañas de Galilea. Chambelanes, tocados con bonetes en forma de torre y portando largos bastones dorados, acogieron a la reina y la introdujeron por fin a la sala en la que Solimán Ben-Daoud estaba sentado, en medio de su corte, sobre un trono elevado del que se apresuró a descender, con una estudiada lentitud, para ir al encuentro de su augusta visitante. Los dos soberanos se saludaron mutuamente con toda la veneración que los reyes profesan y se complacen en inspirar hacia la majestad de la realeza; después, se sentaron uno al lado del otro, mientras desfilaban los esclavos, cargados con los presentes de la reina de Saba: oro, cinamomo, mirra, y sobre todo, incienso, con el que el Yemen hacía un gran comercio; después, colmillos de elefante, bolsitas de sustancias aromáticas y de piedras preciosas. Además de ofrecer al monarca ciento veinte talentos de oro fino. Solimán era por aquel entonces ya de mediana edad; pero la dicha hacía que, al mantener el gesto de su rostro en una perpetua serenidad, hubiera alejado de él las arrugas y las huellas tristes que deparan las pasiones profundas; sus labios lustrosos, sus ojos redondos y algo saltones, separados por una nariz como torre de marfil, tal y como él mismo la había descrito, poniéndolo en boca de la sulamita[10], su plácida frente, como la de Serapis, denotaba la inflexible paz de la quietud inefable de un monarca satisfecho de su propia grandeza. Solimán parecía una estatua de oro con manos y máscara de marfil. Su corona era de oro, al igual que sus vestiduras; la púrpura de su manto, regalo de Hirán, príncipe de Tiro, estaba tejida sobre una malla de oro fino; el oro brillaba sobre su cinturón y relucía en la empuñadura de su espada; sus sandalias de oro reposaban sobre un tapiz brocado con hilo de oro; y su trono estaba hecho de cedro dorado. Sentada a su lado, la blanca hija de la mañana, envuelta en una nube de lino y de diáfanas gasas, asemejaba a un lis posado entre un manojo de junquillos. Previsora coquetería, que hizo resaltar aún más al excusarse por la simplicidad de su atuendo matutino:             “La simplicidad del ropaje, dijo, conviene a la opulencia y conjuga bien con la grandeza. –            Favorece a la divina belleza, continuó Solimán, confiar en su fuerza, y al hombre que desafía su propia debilidad, nada descuidar. –            Encantadora modestia, que realza aún más el esplendor con que brilla el invencible Solimán… el teólogo, el sabio, el árbitro de reyes, el autor inmortal de los proverbios del Sir-Hasirim[11], ese cántico de amor tan tierno… y tantas otras flores poéticas. –          ¡Cómo! bella reina, prosiguió Solimán enrojeciendo de placer, ¡cómo!, ¿os habéis dignado posar vuestros ojos sobre… esos simples ensayos? –          ¡Sois un gran poeta!” exclamó la reina de Saba. Solimán hinchó su dorado pecho, alzó su dorado brazo, y se mesó con complacencia la barba de ébano, dispuesta en numerosas trenzas adornadas de cordones de oro.             “Un gran poeta, repitió Balkis. Lo que hace que se os perdonen sonriendo los errores del moralista.” Esa conclusión inesperada, agrió el gesto de la cara del augusto Salomón, y produjo un movimiento en la multitud de los cortesanos que se hallaban más próximos. Allí estaban Zabud, favorito del príncipe, todo él cargado de adornos de pedrería; Sadoc, el sumo sacerdote, con su hijo Azarías, intendente de palacio y muy altivo con sus inferiores; después Ahia, Elioreph, gran canciller, Josaphat, maestro archivero… y un poco sordo. De pié, vestido con una túnica sombría, estaba Ahías de Silo, hombre íntegro, temido a causa de su genio profético; pero por lo demás, un hombre burlón, frío y taciturno. Muy cerca del soberano se podía ver acurrucado en medio de tres cojines apilados, al viejo Banaïas, pacífico general en jefe de los tranquilos ejércitos del plácido Solimán. Ataviado con cadenas de oro y soles de piedras preciosas, encorvado bajo el peso de los honores, Banaïas ejercía de semidiós de la guerra. Antaño, el rey le había encargado que matara a Joab y al sumo sacerdote Abiathar, y Banaïas los apuñaló. Desde ese día, se hizo digno de la mayor confianza del sabio Salomón, que le encargó asesinar a su hermano mayor, el príncipe Adonías, hijo del rey David,… y Banaïas, degolló al hermano del sabio Salomón[12]. Ahora, adormecido en los laureles de su gloria, y torpe a causa de los años, Banaïas, casi idiota, seguía a la corte a todas partes, ya nada oía, ni comprendía, y reavivaba los restos de una vida de senectud calentando su corazón con el brillo que su rey le otorgaba. Sus ojos, descoloridos, buscaban sin cesar la mirada real: el antaño lince, a la vejez se había convertido en perro. Una vez que Balkis hubo dejado caer de sus adorables labios aquellas mordaces palabras, mientras toda la corte estaba consternada, Banaïas, que no había oído nada, y que acompañaba con gritos de admiración cada palabra del rey y de su huésped, Banaïas, sólo él, en medio de un profundo silencio generalizado, exclamó con una estulta sonrisa: ¡Maravilloso!, ¡divino!” Solimán se mordió los labios y murmuró lacónico: “¡Qué imbécil!” – “¡Palabra memorable!” repuso Banaïas, al ver que su maestro había hablado. Y en ese momento, la reina de Saba estalló en carcajadas. Después, con gran sentido de la oportunidad, que a todos dejó perplejos, escogió ese momento para presentar uno tras otro los tres enigmas, ante la tan celebrada sagacidad de Solimán, el más hábil de los mortales en el arte de interpretar adivinanzas y esclarecer charadas. Tal era entonces la costumbre: la corte se ocupaba de la ciencia… ciencia a la que aquella corte, muy a propósito, había renunciado; mientras que adivinar enigmas se había convertido en asunto de Estado, y un príncipe o un sabio eran juzgados por esa habilidad. Y Balkis había recorrido doscientas sesenta leguas para someter a Solimán a esa prueba. Solimán interpretó sin pestañear los tres enigmas, y todo ello gracias al sumo sacerdote Sadoc que, el día antes, había pagado al contado la solución de los acertijos, al sumo sacerdote de los Sabeos.             “La sabiduría habla por vuestra boca, dijo la reina con algo de énfasis. –          Al menos eso es lo que muchos suponen… –          Sin embargo, noble Solimán, el cultivo del árbol de la sabiduría no se realiza sin correr peligro: a la larga, uno se arriesga a apasionarse demasiado por las alabanzas, a halagar a los hombres para su complacencia, y a inclinarse por el materialismo para recibir el voto del pueblo… –            Entonces es que habéis percibido en mis obras… –          ¡Ah!, señor, os he leído muy atentamente, y como quiero instruirme; el deseo de consultaros ciertos puntos que me resultan oscuros, algunas contradicciones, determinados… sofismas, al menos a mis ojos, sin duda a causa de mi ignorancia; es en parte el objetivo de mi viaje. –            Intentaremos satisfacer ese deseo lo mejor posible”, articuló Solimán, no sin suficiencia, para sostener sus tesis contra tan temible adversario[13]. En el fondo, Solimán habría dado cualquier cosa por haberse marchado sólo a pasear bajo los sicomoros de su villa de Mello. Seducidos por un espectáculo tan mordaz, los cortesanos estiraban el cuello y abrían los ojos de par en par. ¿Qué podría haber peor que arriesgarse, en presencia de esos sujetos, a perder su infalibilidad?. Sadoc parecía alarmado: el profeta Ahías de Silo apenas podía reprimir una vaga y fría sonrisa, y Banaïas, jugando con sus condecoraciones, manifestaba una estúpida alegría, que proyectaba el anticipado ridículo del rey. El séquito de Balkis permanecía mudo e imperturbable: puras esfinges. Añádase, en beneficio de la reina de Saba, que poseía la majestad de una diosa y los atractivos de las bellezas más enervantes, un perfil de una adorable pureza, en la que resplandecían unos ojos negros como los de las gacelas; tan bellamente perfilados y tan expresivos que parecían atravesar a quienes posaban en ella su mirada; una boca incierta, entre la risa y la voluptuosidad, un cuerpo ligero y de una magnificencia que se adivinaba a través de los tules; imagínense de ese modo esa expresión delicada, burlona y altiva vivacidad que poseen las personas de alto linaje, habituadas al poder, y así comprenderán los apuros del señor Solimán, contrariado y encantado al mismo tiempo; deseoso de vencer con su inteligencia, y ya casi vencido por el corazón. Esos grandes ojos negros y blancos, misteriosos y dulces, calmos y penetrantes, danzando en un rostro ardiente y claro como el bronce recién fundido, le trastornaban muy a su pesar. Veía cómo a su lado tomaba forma la ideal y mística figura de la diosa Isis[14]. Y entonces se entablaron, vigorosas y potentes, siguiendo el uso de los tiempos, esas discusiones filosóficas señaladas en los libros de los hebreos.             “¿Acaso no aconsejáis, retomó la reina, el egoísmo y la dureza de corazón cuando decís: “Si respondes  por un amigo, habrás caído en una trampa; despoja de sus bienes al que responde por otro?…” En otro proverbio, alabáis la riqueza y el poderío del oro… –          Pero en otras ocasiones he alabado la pobreza. –           Contradicciones. En el Eclesiastés se estimula al hombre a que trabaje, se avergüenza a los perezosos, y en cambio se escribe más adelante: “¿Qué sacará el hombre de todos esos trabajos?, ¿acaso no es preferible comer y beber?…” En los Proverbios censuráis los excesos que después alabáis en el Eclesiastés… –          Me da la impresión de que os estáis burlando… –          No, sólo estoy citando: “He reconocido que nada hay mejor que disfrutar y beber; que el trabajo es una inquietud inútil, porque los hombres mueren como las bestias, y corren su misma suerte”. ¡Esa es vuestra moral, oh, sabio! –          Esas no son más que metáforas, pero el fondo de mi doctrina… –          ¡Por desgracia, aquí tenemos otras que también hemos hallado!: “Disfrutad de la vida con las mujeres todo el tiempo que os sea posible; ya que esa es vuestra parte del trabajo… etc.” Y esto es algo que repetís con frecuencia. Por lo que he deducido que os conviene convertir a vuestro pueblo en materialista para así poder dominarle más fácilmente como esclavo.” Solimán se hubiera querido justificar, pero con argumentos que no quería exponer delante de su pueblo, y por ello se agitaba impaciente en su trono.             “En fin, continuó Balkis sonriendo con una mirada lánguida; desde luego, vos sois cruel con nuestro sexo, así que ¿qué mujer osaría amar al austero Solimán? –          ¡Ay, reina!, ¡mi corazón se expande como el rocío de primavera sobre las flores de la pasión amorosa en el Cantar del esposo!… –            Excepción por la que la Sulamita[15] debe regocijarse: pero vos os habéis convertido en alguien rígido por el peso de los años…” –          Solimán reprimió una mueca desabrida. “Preveo, dijo la reina, alguna palabra cortés y galante. ¡En guardia! El Eclesiastés puede oíros, y vos sabéis bien lo que dice: “La mujer es más amarga que la muerte; su corazón es una trampa y sus manos son cadenas. El que sirva a Dios, debe huir de ella, y el insensato caerá en sus redes”. ¡Y bien!, ¡entonces vos seguiréis esos consejos tan austeros, pues seguro que fue por culpa de las hijas de Sión que recibisteis de los cielos esa belleza que vos mismo describís con tanta sinceridad en estos términos: Yo soy la flor de los campos y el lirio de los valles!. –          Reina, de nuevo eso era una metáfora… –          ¡Oh, rey! Esa es mi opinión. Dignaos meditar acerca de mis objeciones y esclareced la oscuridad de mi discernimiento, ya que mío es el error, y sois vos quien ha felicitado a la sabiduría por escogeros como morada. “Se reconocerá, vos lo habéis escrito, mi espíritu penetrante; los más poderosos se sorprenderán cuando me vean, y los príncipes me testimoniarán su admiración sólo con mirarme. Cuando yo permanezca en silencio, ellos esperarán a que hable; cuando yo hable, me observarán atentos; y cuando yo discurra, se llevarán las manos a la boca.” Gran rey, yo ya he experimentado en parte todas esas verdades: vuestro espíritu me ha enternecido, vuestro aspecto, sorprendido, y no dudo de que cuando os miro a los ojos en mi rostro sólo contemplaréis admiración por vos. Espero vuestras palabras; que me encontrarán atenta, y durante vuestro discurso, vuestra sierva pondrá su mano en su boca. –          Señora, dijo Solimán con un profundo suspiro, ¿en qué se convierte un sabio ante vos?; desde que os escucho, el Eclesiastés no osaría mantener nunca más ni uno sólo de sus pensamientos, de cuya sequedad se resiente: ¡Vanidad de vanidades! ¡todo es vanidad!” Todos admiraron la respuesta del rey. A pedante, pedante y medio, se decía la reina. Si al menos se le pudiera quitar la manía de ser escritor… No va más allá de ser un individuo dulce, afable y bastante bien conservado. Solimán, después de responder como buenamente pudo, se esforzó en desviar la atención de la audiencia, que tantas veces él había manipulado, hacia otros temas. “Vuestra Serenidad, dijo a la reina Balkis, posee un hermoso pájaro, cuya especie desconozco.” En efecto, seis negritos vestidos de escarlata, colocados a los pies de la reina, eran los encargados de cuidar a ese pájaro, que jamás abandonaba a su ama. Uno de los pajes le tenía sobre el puño, y la princesa de Saba le miraba con frecuencia. “Nosotros le llamamos Hud-Hud[16], respondió. El tatarabuelo de este pájaro, que tiene una vida muy larga, se dice que en otro tiempo fue traído por unos malayos de regiones lejanas que sólo ellos pudieron entrever y que nosotros desconocemos. Es un animal muy útil para llevar los ruegos de las gentes a los espíritus del aire. Solimán, sin comprender bien esa explicación tan sencilla, se inclinó como un rey que ha concebido todo a las mil maravillas, y adelantó índice y pulgar para jugar con el ave Hud-Hud; pero el pájaro, respondiendo a sus avances, no se prestó a los esfuerzos de Solimán por atraparle. “Hud-Hud es poeta…, dijo la reina, y, por ello digno de vuestra simpatía… Aunque, es como yo, un poco severo, y con frecuencia también él se convierte en moralista. ¿Podéis creer que se ha permitido dudar de la sinceridad de vuestra pasión por la Sulamita? –          ¡Divina ave, cómo me sorprendéis! Replicó solimán. –          Esa pastoral del Cantar de los cantares seguramente es bastante tierna, dijo Hud-Hud un día, mientras picoteaba un escarabajo dorado; pero el gran rey que dedica unas elegías tan plañideras a la hija del faraón, su mujer, ¿no le habría mostrado más amor viviendo con ella, que obligándola a vivir lejos de él, en la ciudad de David, como así hizo, reducida a deleitarse durante su juventud sólo con estrofas… aunque en verdad fueran las más bellas del mundo? –            ¡Cuántas penas traéis a mi memoria! Por desgracia, esa hija de la noche seguía el culto de Isis… ¿Hubiera podido yo sin cometer un crimen, abrirle el acceso a la ciudad santa; darla como vecina el arca de Adonai, y aproximarla a este augusto templo que estoy erigiendo al dios de mis padres?… –          Un asunto de esa índole siempre es delicado, observó juiciosamente Balkis; excusad a Hud-Hud; los pájaros algunas veces son algo banales; el mío, por ejemplo, se vanagloria de ser un experto, sobre todo en poesía. –          ¿De veras? prosiguió Solimán Ben-Daoud; me gustaría saber… –          ¡Uy! ¡váis a escuchar malévolos comentarios, señor; creedme, malévolos! Hud-Hud se precia de censuraros por comparar la belleza de vuestra amante, a la de los caballos del carro de los faraones; su nombre, al del aceite ungido; sus cabellos, a un rebaño de cabras, sus dientes, a tiernos corderos portadores de frutos; sus mejillas, a media granada; sus pechos, a dos cabritillos; su cabeza, al monte Carmelo; su ombligo, a una copa siempre llena de licor; su vientre, a un montón de trigo, y su nariz, a la torre del Líbano que mira hacia Damasco.” Solimán, herido, dejó caer, falto ya de coraje, sus brazos vestidos de oro sobre los del asiento, también dorados, mientras el pájaro, pavoneándose, batía sus alas verde y oro al viento.             “Responderé al pájaro, que tan bien sirve a vuestras mofas, que el gusto oriental permite esas licencias, que la verdadera poesía busca imágenes; que mi pueblo encuentra excelentes mis versos, y que gustan, de preferencia, de las más ricas metáforas… –          Nada más peligroso para las naciones que las metáforas de los reyes, repuso la reina de Saba: salidas de un estilo augusto, esas metáforas, puede que bastante audaces, encontrarán más imitadores que críticos, y vuestras sublimes fantasías corren el riesgo de ser culpables de echar a perder el gusto de los poetas durante diez mil años. Influenciada por vuestros poemas, la Sulamita, ¿acaso no podría comparar vuestro cabello, con ramas de palmera; vuestros labios, con lises destilando mirra; vuestro talle, con un cedro; vuestras piernas, con columnas marmóreas; y vuestras mejillas, señor, con pequeños parterres de flores olorosas? De suerte que al rey Solimán siempre lo vería como   un peristilo, con un jardín botánico suspendido sobre un huerto de palmeras.”   Solimán sonrió amargamente; y con enorme satisfacción le habría torcido el cuello a la abubilla, que no cesaba de picotearle el pecho del lado del corazón con una extraña persistencia. “Hud-Hud se está esforzando en haceros comprender que la fuente de la poesía reside ahí, dijo la reina. –          Así lo siento, y cada vez más, respondió el rey, desde que he tenido la dicha de contemplaros. Dejemos este discurso; ¿hará la reina a este humilde servidor el honor de acompañarle para visitar Jerusalén, mi palacio, y sobre todo el templo que estoy erigiendo a Jehová en la montaña de Sión?. –          El mundo se ha conmocionado con los comentarios sobre esas maravillas; mi impaciencia es tanta como los esplendores que espero ver, y no desearía retrasar el placer que me he prometido con su contemplación”. A la cabeza del cortejo, que recorría lentamente las calles de Jerusalén, había cuarentaydos trompas que sonaban como truenos de tormenta; detrás venían músicos vestidos de blanco y dirigidos por Aspa e Idithme; cincuentaiséis tamborileros, veintiocho flautistas, así como intérpretes de salterios, tocadores de cítaras, sin olvidar las trompetas, instrumento que Josué había puesto de moda bajo las murallas de Jericó[17]. Seguían después, en tres filas, los turiferarios que, reculando, balanceaban en el aire los incensarios, en los que ardían los perfumes del Yemen. Solimán y Balkis reposaban sobre un palanquín acarreado por setenta palestinos, prisioneros de guerra. La sesión había terminado. Nos fuimos comentando las diversas peripecias del relato, y quedamos para el día siguiente. [1] Ver Genesis XXV, 1 a 3: Volvió Abraham a tomar mujer de nombre Quetura, que le parió a Zamrán, Jocsán, Madán, Medián, Jesboc y Sué. Jocsán engendró a Saba y a Dadán… Los detalles genealógicos que siguen, son tomados, una vez más, de la Bibliotheque orientale de  Herbelot. (EDL) [2] Marib, la capital del reino de Saba Marib, a unos 100 kilómetros de Sanaa, fue la capital del antiguo Reino de Saba y es uno de los sitios arqueológicos más destacables de Yemen. Sus límites resultan tan imprecisos como la antigüedad de su historia. En el siglo VIII a.C., fue edificada la famosa represa de la ciudad, de una altura de 16 metros, que irrigó la llanura que la rodea durante cerca de un milenio. Actualmente, los inmemorables dominios de la reina de Saba son el hogar de tribus beduinas (http://www.webislam.com/articulos/25870-yemen.html) (EDL) [3] Abraham [4] La visita de la reina de Saba al rey Salomón se recoge en la Biblia (I Reyes X y II Crónicas IX). Pero Nerval recurre a otras fuentes: entre ellas, las azoras 27 y 34 del Corán y a la Bibliothèque orientale de d’Herbelot. La reina de Saba (o reina del Mediodía) es uno de los personajes de la Mujer salvadora en Aurélia: ver Mémorables y Fragmentos de una primera versión VI y VII. [5] Aquí el término sabeos no se refiere a la secta religiosa de la Historia del califa Hakem (ver n. 16*), sino a los habitantes del Yemen, cuya capital era, según la tradición, la ciudad de Saba. (GR) [6] Ver el Libro de Ruth, en el que la joven moabita se casa con Booz de Bethléem (o Ephrata), engendrando así la línea de David, de la que nacerá Jesucristo. (GdN) [7] Saba o sabbat, – mañana. (GdN) [8] El Valle de Cedrón es uno de los parajes más sagrados de Jerusalén por su situación entre el Monte del Templo y el Monte de los Olivos. (EDL) [9] Maestros, compañeros, aprendices: en esa jerarquía, en las palabras clave y en sus signos secretos, se pueden reconocer elementos masónicos. Nerval parece admitir la tradición según la cual Hiram-Adoniram, habiendo dividido a sus obreros en tres clases, está en el origen de la Francmasonería. [10] Referencia al Cantar de los cantares VII, 5: Tu cuello, torre de marfil; tus ojos, dos piscinas de Hesebón, junto a la puerta de Bat-Rabím. Tu nariz, como la torre del Líbano que mira frente a Damasco. Más adelante también se citan además de en ese poema, en los libros de los Proverbios y de el Eclesiastés, igualmente atribuidos a Salomón. [11] El Cantar de los cantares. [12] Se pueden encontrar estos nombres y hechos en los primeros capítulos de I Reyes 2, 25 [13] La sátira sistemática a la que se somete a Salomón no es, evidentemente, ni bíblica, ni musulmana. En la tradición árabe, Solimán, justo al contrario, está dotado de los poderes sobrenaturales que aquí se atribuyen a Balkis, y es Solimán quien, según el Corán (azora 27) es ayudado por una abubilla de poderes mágicos. Nerval convierte a Solimán en un personaje de ópera cómica para realzar mejor la pareja de Adoniram-Balkis. [14] Balkis-Isis: fusión de dos arquetipos de la mujer, según Nerval. [15] La Sulamita bien puede ser La Sunamita (con “ene” y no con “ele”), la muchacha más bella de Israel, escogida para alejar el frío de la muerte en el lecho donde agonizaba el rey David. Adonías, mediohermano de Salomón, intentó casarse con La Sunamita y hacerla reina. Fue asesinado y la joven quedó recluida entre los centenares de concubinas reales. En la imaginación árabe y europea, no obstante, se volvió indesarraigable la idea de que La Sulamita es la reina de Saba: Belkis, Nictoris, Makeda. Saba o Sabá bien pudo hacer sido Yemen, pero según Flavio Josefo (Antigüedades judías), Belkis era la soberana de Egipto y Etiopía. La reina de Saba y Salomón fundaron, pues, un linaje imperial cuyo último representante, Safari Makonen, gobernó de 1930 a 1974 con el título de Haile Selassie (“Padre de la Trinidad”) y es el Mesías de la religión rastafari (Ver el artículo de José Emilio Pacheco, sobre “El Cantar de los Cantares, en http://www.jornada.unam.mx/2009/02/08/index.php?section=cultura&article=a03n1cul) [16] Abubilla, ave augural para los árabes. Se cuenta que la reina de Saba, profirió una maldición sobre Salomón y su pueblo, que dice así: El Rey Salomón se había enamorado de la futura reina de Saba, la princesa Balkis, y después de declararse la pidió en matrimonio, Pero Balkis que no había dejado de observar que la profusión de oro que rodeaba al monarca, no lograba ocultar el envejecido marfil de sus manos, creyó descubrir en esto un síntoma de las pasiones secretas de Salomón. Según la costumbre ella debía de proponer 3 enigmas que el debía resolver para ser aceptada su propuesta, los cuales Salomón respondió con acierto, por lo que Balkis no pudo rechazarle, pero se mostró indiferente, pues supuso que alguien había inspirado sus respuestas. Y era verdad, el Gran Sacerdote de los Sabeos, había sido comprado por Sadoc, el Gran Rabino de los Hebreos. A todo esto, cada vez más entusiasmado, Salomón invitó a Balkis a visitar su Reino. Pero Balkis llevaba sobre su hombro un pájaro mágico llamado Hud-Hud, el cual era muy inteligente y conocedor de todos los secretos de la Tierra, y este habló al oído a la Princesa Balkis, contándole la historia, sobre una cepa de vid que se encontraba al pie del altar del Gran Templo. Entonces Balkis increpó a Salomón: “Para asegurar tu propia gloria, has violado la tumba de tus padres y esta cepa…”. Salomón se defendió diciendo: “En su lugar elevaré un altar de Porfirio, y de maderas de olivo, que haré decorar con cuatro serafines de oro…” Pero Balkis volvió a recriminar a Salomón: ” Esta viña fue plantada por Noé, tu antepasado. Al arrancarla de cuajo has cometido un acto de rara impiedad, por ello el último príncipe de tu raza será clavado en este madero como un criminal…” La visita por el Reino de Salomón y sus Palacios continuo…. pero la maldición de la viña perduró a través de los siglos…. (Recogido de  http://www.infiernitum.com/hermano/saba4.htm) [17] Josué VI

Esmeralda de Luis y Martínez 19 marzo, 2012 19 marzo, 2012 Adoniram, Banaïas., Belkis, Hud-Hud, Moussa Ben-Amran, Saba, Sadoc, Solimán
“VIAJE A ORIENTE” – Las noches del Ramadán

HISTORIA DE LA REINA DE LA MAñANA Y DE SOLIMAN EL PRINCIPE DE LOS GENIOS – I. Adoniram… Para atender a los deseos del gran rey Solimán Ben Daoud[1], cialis sale su siervo Adoniram había renunciado desde hacía ya diez años al sueño, healing a los placeres y a la alegría de la buena mesa. Maestro y jefe de legiones de obreros que, for sale semejantes a multitud de abejas, competían para construir aquellas colmenas de oro, cedro, mármol y bronce que el rey de Jerusalén destinaba a Adonay y a su mayor gloria; el maestro Adoniram[2] pasaba las noches dibujando planos y los días modelando colosales estatuas destinadas a adornar el edificio. Había establecido no lejos del templo inacabado, forjas en las que sin cesar resonaba el martillo, fundiciones subterráneas, por las que el bronce líquido se deslizaba a lo largo de cientos de canales de arena, tomando la forma de leones, tigres, dragones alados, querubines, e incluso genios extraños y terribles… razas ignotas, medio perdidas en la memoria colectiva de los hombres[3]. Cientos de miles de artesanos sometidos a Adoniram daban forma a sus tremendas creaciones: contaba con treinta mil fundidores; albañiles y canteros formaban un ejército de ochenta mil hombres, y setenta mil peones ayudaban a transportar los materiales. Diseminados en numerosas cuadrillas, los carpinteros dispersos por las montañas abatían pinos seculares hasta llegar al desierto de los escitas y a los cedros de los montes del Líbano. Gracias a tres mil trescientos intendentes,  Adoniram ejercía su mandato y mantenía coordinada aquella población de obreros, que funcionaban a la perfección. Sin embargo, el alma inquieta de Adoniram presidía con una especie de desdén aquellas obras grandiosas. Llevar a cabo una de las siete maravillas del mundo le parecía un encargo mezquino. Cuanto más avanzaba la construcción, más evidente se le hacia la debilidad de la raza humana, y se lamentaba aún más por su incapacidad y los torpes medios de sus contemporáneos. Apasionado por crear y aun más apasionado a la hora de materializar sus ideas, Adoniram soñaba con obras gigantescas; su cerebro bullía como un horno, inventando sublimes monstruosidades, y mientras que su arte era admirado por los príncipes hebreos, solo él se sentía avergonzado por los mediocres proyectos que se veía obligado a llevar a cabo. Era un personaje sombrío, misterioso. El rey de Tiro, que lo había contratado, se lo había enviado como presente a Solimán. Pero ¿cuál era la patria de Adoniram?, ¡nadie lo sabía!. ¿De dónde venía? Misterio. ¿Dónde había profundizado en los elementos de un saber tan práctico, profundo y complejo? Imposible de saber. Daba la impresión de que era capaz de crear, adivinar y hacer cualquier cosa. ¿Cuál era su origen? ¿A qué raza pertenecía? Ese era el mayor de sus secretos, y el mejor guardado de todos: no era importunado con preguntas sobre ese punto. Su misantropía le convertía en un extranjero y un personaje solitario en la línea de los hijos de Adam; su ingenio brillante y audaz le colocaba muy por encima de los hombres, que bajo ningún concepto se consideraban hermanos suyos. ¡El participaba del espíritu de la luz y del genio de las tinieblas! Indiferente a las mujeres, que le contemplaban arrobadas y jamás coqueteaban con él; también despreciaba a los hombres, que evitaban el fuego de su mirada; desdeñando asimismo el terror que inspiraba su aspecto imponente, a causa de su gran estatura y robustez, así como de la impresión que producía su extraña y fascinante belleza. Su corazón estaba mudo; solo la actividad del artista animaba aquellas manos hechas para domeñar al mundo y sostenerlo sobre sus hombros. Aunque no tenía amigos, disponía de esclavos que lo adoraban, y se hizo con un compañero, solo uno… un niño, un joven artista nacido de una de esas familias de Fenicia, que hacía mucho tiempo que habían trasladado sus sensuales divinidades hasta las orillas orientales del Asia Menor. De tez pálida, artista minucioso, dócil amante de la naturaleza, Benoni había pasado su infancia en las escuelas, y su juventud fuera de Siria, en esas fértiles orillas del Éufrates, todavía arroyo modesto, en cuyas orillas solo se encontraban pastores entonando sus canciones a la sombra de los verdes laureles salpicados de rosas. Un día, a la hora en que el sol comienza a declinar sobre el mar, y Benoni, delante de un bloque de cera, modelaba delicadamente un genio femenino, estudiando la forma de adivinar la elasticidad y el movimiento de sus músculos; el maestro Adoniram, acercándose, contempló durante un buen rato la obra casi acabada y frunció las cejas. “! Lamentable trabajo! gritó; ¡paciencia, gusto, puerilidades!… genio, en ninguna parte; tan solo voluntad y punto. Todo degenera, y el aislamiento, la dispersión, la contradicción, la indisciplina; instrumentos eternos de la pérdida de vuestras razas enervadas, paralizan vuestra pobre imaginación. ¿Dónde están mis obreros? ¿Mis fundidores, mis carboneros, mis herreros?… !Dispersos!… Esos hornos ya fríos deberían a estas horas temblar con los rugidos de las llamas atizadas sin cesar; y la tierra debería haber recibido las huellas de estos moldes salidos de mis manos. Mil brazos deberían inclinarse sobre la fragua… y en cambio, ¡míranos aquí, a los dos solos!. –            Maestro, respondió con dulzura Benoni, esas gentes vulgares no son alimentadas por el genio que a ti te posee; ellos necesitan reposar, y el arte que a nosotros nos cautiva a ellos les trae sin cuidado. Han tomado vacaciones por todo el día. La orden del sabio Solimán ha hecho un deber del reposo: Jerusalén bulle con los festejos.  –          ¡Una fiesta! ¡Qué me importa! El reposo… yo jamás lo he conocido. ¡Lo que me abate es el ocio! ¿Qué obra estamos haciendo? Un templo de orfebrería, un palacio para el orgullo y la voluptuosidad, joyas que un tizón ardiente reducirá a cenizas. Ellos llaman a eso crear para la eternidad… pero un día, atraídos por el afán de un vulgar beneficio, hordas de conquistadores, conjurados contra este pueblo débil, abatirán en unas horas este frágil edificio del que solo quedará el recuerdo. Nuestras obras se fundirán en sus antorchas, como las nieves del Líbano cuando llega el verano, y la posteridad, recorriendo estos cerros desiertos, repetirá: ¡Era una pobre y débil nación esa de los hebreos!… –          ¡Pero Maestro!, un palacio tan magnífico… un templo tan rico, el más grandioso, el más sólido… –            ¡Vanidad de vanidades! como dice, por vanagloriarse, el señor Solimán[4]. ¿Sabes tú lo que antaño hicieron los hijos de Enoc? Una obra sin nombre que… aterrorizó al Creador: hizo temblar la tierra destruyéndola y con los restos de aquella obra se construyó Babilonia… hermosa ciudad en la que se pueden hacer volar diez carros por encima de sus murallas. ¿Sabes tú lo que es un monumento? ¿Conoces las pirámides? Ellas durarán hasta el día en que las montañas de Kaf[5], que circundan el mundo, se hundan en el abismo. ¡Y no fueron los hijos de Adam quienes los construyeron! –         Pero se dice que… –          Mienten: el diluvio ha dejado su huella en la cima. Escucha: a dos millas de aquí, remontando el Cedrón, hay un bloque de roca cuadrado de seiscientos pies. Que me den cien mil operarios armados de hierro y martillo; en ese enorme bloque yo esculpiría la monstruosa cabeza de una esfinge… que sonreiría y lanzaría una mirada implacable hacia el cielo. Desde lo alto de los nubarrones, Jehová la vería y palidecería de estupor. Eso es un monumento. Aunque pasaran cien mil años, al ver esta obra, los hijos de los hombres entonces sí que dirían: un gran pueblo ha dejado aquí su huella. –          Señor, se dijo Benoni temblando: ¿de qué raza ha descendido este genio rebelde?… –          Esas colinas, que ellos llaman montañas, me dan pena. Si al menos se las trabajara escalonando unas sobre otras, tallando sobre sus ángulos figuras colosales… eso quizá podría valer algo. En la base, excavaría una caverna lo suficientemente inabarcable como para alojar a una legión de sacerdotes; allí podrían depositar su arca con sus querubines de oro y sus dos pedruscos, los que ellos llaman tablas de la ley, y entonces Jerusalén sí que tendría un templo; ¡pero no!, nosotros vamos a alojar a Dios como si fuera un rico seraf (banquero) de Memphis… –          Tus pensamientos siempre sueñan lo imposible. –          Nosotros hemos nacido demasiado tarde; el mundo es viejo, la vejez es débil; tienes razón. ¡Decadencia y fracaso! Tu copias la naturaleza fríamente, trabajas como el ama de casa que teje un velo de lino; tu alma estúpida se convierte de pronto en esclava de una vaca, de un león, de un caballo, de un tigre, y tu trabajo tiene como único objetivo el de rivalizar, imitándolos con un genio femenino, una leona, una tigresa, una yegua;… esas bestias que tu modelas; pero recuerda, esas figuras transmiten la vida con la forma. Pequeño, el arte no está ahí: el arte consiste en crear. Cuando dibujas uno de esos ornamentos que serpentean a lo largo de los frisos, ¿te limitas a copiar las flores y hojas que reptan sobre la tierra? No: tú inventas, dejas correr el cincel al capricho de la imaginación, entremezclando las más extrañas fantasías. Y bien, aparte del hombre y los animales existentes, ¿acaso tu no buscas formas desconocidas, seres innombrables, encarnaciones delante de las que los hombres han retrocedido; terribles acoplamientos, figuras dignas de sembrar respeto, alegría, estupefacción y terror?.  Acuérdate de los antiguos egipcios y de los artistas audaces y naifs de Asiria. ¿Acaso no han sido arrancados de bloques de granito esas esfinges, esos cinocéfalos, esas divinidades de basalto cuyo aspecto tanto detestaba el Jehovah del viejo David[6]?. Contemplando a lo largo de los siglos esos terribles símbolos, se repetirá que en otro tiempo existieron genios audaces. ¿Les importaba a aquellas gentes la forma? Se mofaban de ella, y, orgullosos de sus creaciones, podían gritar al creador de todo lo existente: esos seres de granito, ni siquiera tu podrías imaginarlos y ni te atreverías a darlos vida. Pero el dios de la naturaleza os ha doblegado bajo su yugo: la materia os limita; vuestro genio degenerado se sumerge en las vulgaridades de la forma; se ha perdido el arte.” –        ¿De dónde viene, se preguntaba Benoni, este Adoniram cuyo espíritu escapa a la humanidad? –        “Volvamos a modestos pasatiempos que estén a la altura del gran Solimán, repuso el fundidor pasándose la mano a lo largo de la frente, de la que despejó una selva de cabello negro y rizado. Aquí tienes, cuarenta y ocho bueyes en bronce de un tamaño bastante aceptable, otros tantos leones, pájaros, palmeras, querubines… Todo esto es un poco más expresivo que la naturaleza. Todos ellos los tengo destinados para soportar un gran mar de bronce de diez codos, fundido de una sola vez; tendrá cinco codos de profundidad y estará ceñido por un cordón de treinta codos, enriquecido con molduras. Pero tengo que terminar algunos adornos. El molde del gran recipiente ya está preparado y temo que se resquebraje por el calor del día: hay que darse prisa y, ya lo ves, amigo mío, los obreros andan de fiesta y me abandonan… ¡Una fiesta! Dime, ¿Qué fiesta? ¿Para celebrar qué? “ El narrador se detuvo en ese punto, había pasado media hora. Cada cual ya era libre de pedir un café, sorbetes o tabaco. Comenzaron algunas conversaciones y comentarios sobre la bondad de los detalles o acerca del atractivo que prometía la narración. Uno de los persas que estaba sentado junto a mí, hizo la observación de que esa historia le parecía extraída del Solimán-Nameh[7] Durante esta pausa, ya que el reposo del narrador así se denomina; al igual que cada velada completa se llama sesión; un niño que le acompañaba pasó entre la gente una escudilla que colocó a los pies de su maestro en cuanto estuvo llena de monedas. Entonces, el narrador continuó su relato con la respuesta que dio Benoni a Adoniram… [1] Salomon, hijo de David. [2] Adoniram es tambien conocido como Hiram, nombre conservado gracias a la tradición de las sociedades místicas. Adoni , es un termino que quiere decir maestro o señor, y no hay que confundir a este Hiram con el rey de Tiro, que por casualidad tenía el mismo nombre. La Biblia distingue a Adoniram, jefe de treinta mil judíos enviados al Líbano por Salomón para cortar los cedros necesarios para sus construcciones (I Reyes V, 14) de Hiram, fundidor  y escultor, enviado a Jerusalén por Hiram, rey de Tiro, para trabajr en la decoración del Templo (I Reyes VII, 13-51). Es en los textos masónicos en los que Adoniram, ancestro legendario de los francmasones, es considerado, como en este texto, un arquitecto. Sobre el sentido y las Fuentes masonas del conjunto de la leyenda, ver G.-H. Luquet, “G. de Nerval et la Franc-Maconnerie”, en Mercure de France 324 (mai-aout 1955) [3] Es la misma visión que tiene Nerval en un sueño en Aurelia. [4] Ecclesiastes I, 1. [5] Como en otras metafísicas, en la metafísica sufi, la respetada Montaña de Käf ó Qäf tiene un papel destacado: allí habitan los djins, los genios, y se la supone situada en el Cáucaso, inaccesible a los humanos, al menos en su condición normal.También se la conoce por la “Montaña Blanca” situada sobre una “Isla Verde”, montaña en cuya cúspide moran las aves sagradas. Käf está en el centro y a la vez en el extremo del mundo, es el límite entre lo visible y lo invisible; un lugar intermedio y mediador entre el mundo terrestre y el mundo angélico. Lugar donde se manifiesta el Espíritu y se espiritualizan los cuerpos. Su tierra, dirá Ibn ‘Arabí, “se hizo con lo que quedó de la arcilla con que fue formado Adán”. Es el lugar donde mora Simurgh, Rey de los Pájaros. Los místicos sufíes inferían de ello que la montaña en cuestión es la haqiqat del hombre, su verdad profunda. El nombre de Käf es también el de una letra, cuyo valor numérico es 20 (Qamar bint Sufian – Cartas XII a XIV – http://www.verdeislam.com/VI_18/cartas_XII_XIV.htm) [6] Deuteronomio IV, 15-19. (GR) [7] Gran poema sobre la historia de Salomón, del poeta persa Firdausy (933-env. 1020). (GR)

Esmeralda de Luis y Martínez 13 marzo, 2012 13 marzo, 2012 Adoniram, Belkis, Benoni, el Príncipe de los Genios, el templo de Jerusalén, Hiram, la Reina de la mañana, Solimaán
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