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Luis de Camoens y Los Lusiadas: Neptuno desnudo nadador

LUIS DE CAMOENS: Los Lusiadas. Edición de Nicolás Extremera y José Antonio Sabio. Traducción de Benito Caldera. Madrid, 1986: Cátedra.   Una ficha biográfica básica: Luis de Camoens, nacido probablemente en Lisboa hacia 1524, de familia de origen gallego; estudió en Coimbra; su tío el canciller de la Universidad le inició en estudios clásicos y modernos muy amplios, lo que se reflejó en su obra. Entre 1545 y 1548, fue soldado en Ceuta, donde perdió un ojo. Preso por una riña del verano de 1552 hasta primavera de 1553, se embarcó y en septiembre de ese año llegó a Goa. Participó en expediciones por el sudeste asiático, con un naufragio en el Mecón en el que a punto estuvo de perder su poema. Vuelve a Lisboa en 1570 y publica el poema en 1572. Murió en 1580.   La primera edición portuguesa es de 1572 y la segunda de 1584 (de Manuel de Lyra, conocida como “de los Piscos”). Entre ellas, aparecen dos versiones españolas, patrocinadas por las Universidades de Alcalá y de Salamanca, que aparecen las dos en 1580. La de Alcalá, impresa por Juan Gracián, es traducción de Benito Caldera, un joven agustino al parecer, tal vez de origen portugués. La de Salamanca, impresa por Juan Perier, es traducción de Luis Gómez de Tapia, capellán andaluz posiblemente; es el primer anotador del poema en su edición. Una tercera traducción española apareció en 1591, la de Henrique Garcés, noble de Oporto que pasó a América y se enriqueció con un método nuevo de beneficiar la plata, antes de volver a Madrid y editar su traducción. Ya no habrá más traducciones hasta el siglo XIX. Tras 1580, con Felipe II, tuvo gran difusión en España y América.   Editamos los versos emparejados de dos en dos pues parece que se ordenan mejor como unidades de sentido y facilita la comprensión del contenido. Es una prueba más… Queda un tono versicular muy sugestivo para el recitado.   Curiosidad por el otro: “¿Qué costumbres, qué ley, que rey tendrían?”(I,45).   Canto I… “Las armas, los varones señalados que, de la occidental y lusitana playa, por mares antes no sulcados, pasaron más allá de Trapobana…” I,1.   Ese es el arranque con el objetivo principal del poema, el canto a las acciones de los nuevos héroes de la modernidad… Trapobana, una isla mítica y móvil hasta que parece fijarse en Ceilán, era el símbolo de la nueva frontera que se abría a las naves, a la “portátil Europa”, que diría más tarde Baltasar Gracián. El promontorio Praso, las puertas del océano Índico.   “Los vientos mansamente los llevaban como a quien tiene el cielo por amigo; sereno al aire y tiempo se mostraban sin temor de suceso ya enemigo. El promontorio Praso, en fin, pasaban en la etíope costa, nombre antiguo, cuando el mar, descubriendo, les mostraba nuevas islas que en torno cerca y lava. “ I,43.   Y es ahí en donde presenta a Vasco de Gama:   “Vasco de Gama, el fuerte y valeroso capitán, que a una empresa tal se ofrece, de altivo corazón presumptuoso, a quien fortuna siempre favorece…” I,44.   La incertidumbre del encuentro de los primeros naturales de las nuevas islas y costa africana del Índico se expresa con sobriedad:   “’¿Qué gente esta será?’ (entre sí decían) ¿Qué costumbres, que ley, que rey tendrían?’”. I,45.   En “pequeños bateles”, con “vela larga y bella”, aparece la gente de Mozambique, y su descripción abre las puertas a las estampas orientalistas clásicas para los europeos:   “De paños de algodón vienen vestidos, que son de mil colores variados; unos alderredor de sí ceñidos, otros so el brazo con donaire echados; desde la cinta arriba sin vestidos; de venablos y dagas bien armados; con toca en la cabeza; y, navegando, añafiles sonoros van tocando”. I,47.   Se sucede el encuentro en un banquete con vino (“el licor de Lieo” o Baco) en la nave portuguesa, en donde los mozambiqueños negros – “los que abrasó Phaetón”, el auriga del carro de Apolo que por aproximarse tanto a tierra convirtió en negros a los hombres de las regiones tropicales – conversan con los recién llegados sobre sus objetivos y pretensiones.   “Aún no bien ancorados, ya la gente extranjera a las naves se subía. Al rostro alegres van, y humanamente el nuestro capitán los recebía. Mesas manda poner en continente; del licor que Lieo plantado había hinchen vasos de vidrio; y de lo que echan los que abrasó Phaetón nada desechan.   “Comiendo alegremente preguntaban, en arábiga lengua, de do vienen, quién son y de qué tierra y qué buscaban, o qué partes del mar corrido tienen. Los fuertes lusitanos les tornaban las discretas respuestas que convienen: ‘Los portugueses somos de Occidente, venimos buscando tierras del Oriente…” I,49-50.     Primeros desencuentros: un nadador tras la batalla   Van buscando, en fin, para su rey, “la tierra oriental que el Indo riega”. Los naturales se presentan como de Mozambique, y en principio les ofrecen abastecimientos y un piloto. En nuevos encuentros, se interesan por los libros de su ley y las armas que poseen, pero pronto surgieron suspicacias clásicas – moros y cristianos – y sospechas de unos y otros. Camoens lo simboliza con maniobras de dioses olímpicos, Baco que quiere perjudicar a los portugueses y Venus que los protege, a la manera clásica greco-romana. El “odio injusto” y “mala voluntad” del moro, el “odio contra nuestra gente”, basado en noticias alarmantes que se difunden sobre los portugueses, por boca de un “sabio y viejo, conocido por hombre de consejo” que se lo comunica al rey de la ciudad:   “Y sabrás más, le dice, que entendido tengo destos cristianos tan sangrientos que casi todo el mar han destruido con robos, con incendios mil violentos; y traen ya de atrás engaño urdido contra nos, porque todos sus intentos son para nos matar y por robarnos y mujeres e hijos cautivarnos”. I,79.   El encuentro termina en enfrentamiento bélico, en donde los portugueses se imponen con su “furiosa y dura artillería”:   “ya la pelota mata, el grito espanta, y al aire herido retumbar hacía”. I,89.   Una batalla que Camoens compara con una corrida de toros, en una octava (I,88) memorable para taurinos:   Cual en sangriento corro alegre amante viendo la hermosa dama deseada al toro busca y pónese delante, salta, silba corriendo la estacada, mas el crudo animal en el instante que con la armada frente va inclinada, duro, bramando corre, el ojo cierra, derriba, hiere, mata y pone en tierra”.   En la desbandada de la derrota, aparecen nadadores; y ahogados. No es extraño en un texto de fronteras del mar como éste: lo extraño podría ser que no apareciesen. Aparecen en el momento en que intentan ganar la tierra firme después de la batalla artillera.   Unos en las barquillas van, cargadas; otro el mar corta y nada diligente; quién se ahoga en las ondas encorvadas, quién bebe el mar y echa juntamente. De espesos tiros son arruinadas las caserías de la bruta gente. Desta arte, en fin, el portugués castiga la vil malicia, pérfida, enemiga. I,92.   Toda la operación había sido para poder hacer aguada, esa acción importantísima en las navegaciones marinas, que en el Mediterráneo llenaban cartulanos e islarios de indicaciones de pozos o ensenadas donde encontrar agua. Después de algunos contactos pacificadores con los naturales, seguirán viaje los portugueses con un piloto que les facilitan, aunque aún no saben que con malas intenciones hacia ellos. El piloto es “moro instruido en los engaños que el malévolo Baco le enseñara” (I,97), pero desconfiando de él al fin pasan a la altura de Quiloá y Mombasa sin desembarcar, y termina el canto I con una última octava que enfatiza los peligros del viaje, viendo, ante tan gran aventura global, al hombre como pobre gusano de la tierra:   ¡Oh de graves peligros siempre lleno camino de la vida nunca cierto, que do la gente su esperanza tenga estar tan mal segura allí le venga! I,105.   ¡En la mar tal tormenta y tanto daño, tantas veces la muerte apercibida! ¡En tierra tanta guerra y tanto engaño, tanta necesidad aborrecida! ¿Dónde se acogerá con desengaño el hombre, y dó segura la vida, que no se indigne ya el sereno cielo contra un chico gusano deste suelo? I,106.     Viajes de conocimiento y de contactos, con un dios Neptuno, desnudo nadador  El viaje continúa en el canto II con la llegada a Melinde; allí Vasco de Gama encontrará el piloto que le ayude a llegar a la India, pero no antes de narrar al rey de la ciudad la historia de Portugal, de sus reyes y guerras… Son los cantos III y IV. El canto V retoma, por boca de Vasco de Gama al rey de Melinde, su navegación desde Portugal, con el paso del cabo de Buena Esperanza o cabo Tormentorio… El rey de Malinde trata bien a los portugueses:   “…este famoso rey todos los días hace fiesta a la gente lusitana con banquetes, manjares desusados, con frutas, aves, carnes y pescados”. VI,2.   Y, sobre todo, les proporciona un piloto sin “doblez”, pues les “va mostrando la cierta vía”, la navegación a la India. El rey de Melinde, “moro benigno”, les pide además “que aquel su puerto sea de sus flotas contino visitado”: encuentro pacífico y colaboración, una nueva posible modernidad…   La navegación por el Índico hacia la India, en el canto VI, tiene dos motivos literarios de interés; uno es el mitológico, con el palacio de Neptuno y un espléndido retrato del dios del mar como desnudo nadador. Diana o la luna, se creía entonces que influía en el crecimiento de los mariscos, y de ahí su cita al mostrar a Neptuno como una suntuosa mariscada…:   La barba y los cabellos que baxaban de la cabeza hasta los hombros eran ovas preñadas de agua, y bien mostraban que nunca blanco peine conocieran; de las puntas colgados no faltaban mariscos que en aquella mar nacieran. Por gorra, en la cabeza, de gran costa, una cáscara grande de langosta. Desnudo el cuerpo y partes genitales por no haber al nadar impedimento, mas con todo pequeños animales del mar todas las cubren ciento a ciento; camarones, cangrejos y otros tales a quien Diana da su crecimiento, ostrias y camarujos pequeñuelos, cosas en que no prenden los anzuelos”. VI,18-19.   El otro motivo del canto, para entretener la navegación, es la historia que narra a sus compañeros marinos uno de ellos, Veloso, la historia de los doce caballeros portugueses que van a Inglaterra a defender ante caballeros ingleses a doce damas; una historia de caballeros andantes, historias de caballerías, en la base de la nueva búsqueda de aventuras que mueve a los navegantes lusitanos; como dice un caballero Magricio a sus compañeros de aventura inglesa:   “Fuertes guerreros, yo deseo y muero por ver ha mucho ya tierras extrañas, por ver más aguas que del Tajo y Duero, varias gentes y leyes, varias mañas”. VI,54.   De nuevo, la modernidad, los viajes. El descubrimiento y los contactos. El encuentro con nuevas gentes, con diferentes leyes y maneras de enfrentarse al mundo. Las tormentas causadas por el dios Neptuno, de las que la constelación de Orión es mensajera, serán neutralizadas por Venus, “la amorosa estrella”, que con sus ninfas consigue calmar a los vientos…   “Mas delante del sol ya se mostraba al horizonte la amorosa estrella mensajera del día, y visitaba la tierra, el mar con frente alegre y bella”. VI,85.   Superadas las tempestades, con ayuda de Venus, avistan tierra que el piloto identifica: “¡Tierra es de Calecú si no me engaño!” (VI,92). Y es entonces cuando Gama, alegre y arrodillado, agradece “la grande alta merced a Dios del Cielo” (VI,93), que en un relato en clave de épica antigua lo mismo puede ser Júpiter que el Dios de los cristianos y mahometanos, el Dios del Cielo.   En la crítica barroca del poema se destacó el contradictorio empleo de la mitología pagana por un autor cristiano, tan caro a los humanistas y tan sospechoso ya para las ortodoxias barrocas exacerbadas; el editor Manuel de Faria e Sosa, en una amplia y comentada traducción en prosa al español del poema, aparecida en 1693, quiso justificar el empleo de la mitología pagana como una alegoría cristiana, pero fue denunciada la edición a la Inquisición española y portuguesa al año siguiente, y la Inquisición de Coimbra llegó a prohibirla. Las fuerzas divinas que mueven los hilos de las vidas de los hombres se identifican demasiado con las fuerzas de la naturaleza y con las conductas de los hombres, fueran de la ley que fueran, y un aire de racionalismo y modernidad parece dar mayor aliento al poema de Camoens.   El final del canto VI es una incitación a la vida de acción de los emprendedores, una invitación a dejar la vida blanda urbana y cortesana para alcanzar la virtud y alumbrar el entendimiento: es la forja de un hombre de mando, despreciador de  honras y de dinero, merecedor de los grados mayores de la honra inmortal. Un discurso moral, como todo discurso clásico, de abrumadora actualidad. La licencia formal en la presentación de las octavas de Camoens quiere subrayar, precisamente, ese perfil moral deseado en el mensaje del canto.   Por los peligros fieros enemigos, por los graves trabajos y temores alcanzan los que son de fama amigos de la honra inmortal grados mayores; no recostados siempre en los antiguos troncos nobles de sus antecesores; no en los dorados lechos entre finos de Moscovia animales cebelinos; no con manjares nuevos, exquisitos, ni con blandos paseos ociosos, no con varios deleites infinitos que afeminan los pechos generosos, no con nunca vencidos apetitos que la Fortuna hace poderosos, y luego al pie para mover escasos a grandes obras de virtud el paso; mas con el fuerte brazo bien buscando honras que propias puedan ser llamadas, tempestades del crudo mar pasando, vigilando y vistiendo armas pesadas, del sul los torpes fríos superando y de regiones mil desabrigadas, donde corrupto ya el mantenimiento se temple con un arduo sufrimiento; y con forzar al rostro temeroso a mostrarse seguro, alegre, entero al tiro ardiente y fiero que espantoso llevó el brazo o la pierna al compañero. Desta arte el pecho cría un callo honroso, de honras despreciador y de dinero, de honras y de dinero que ventura forjó, y no la virtud que es justa y dura; recibe lumbre así el entendimiento que experiencias hacen reposado, y queda viendo, como de alto asiento, el baxo suelo humano embarazado; éste, do gobernare el regimiento derecho y no de afectos ocupado, subirá (como debe) a ilustre mando contra su voluntad y no rogando. VI, 95-99.   Debió ser un lugar común  del pensamiento del hombre de acción del momento, de los hombres de las nuevas fronteras coloniales modernas. En ellas debían forjarse los hombres de mando, los que ascendían, aunque no lo deseasen, por sus propios merecimientos y no por ruegos cortesanos. Un capitán de permiso, Baltasar Gago, poco tiempo después de la publicación del poema de Camoens, tras un ataque corsario a la galera en la que viajaba, terminaba la relación de aquel dramático suceso con una reflexión moral y admonitoria en todo paralela a estos versos finales del canto VI de Los Lusiadas:   “que es necesario que acaezcan cosas como éstas para que los hombres se conozcan y muestren por lo que son. Que en ellas,  y no en la Corte y entre damas, se muestra el valor y ánimo de cada uno”.     “Una mano la pluma, otra la espada” (VII,79)  El canto VII se inicia con un lamento por las guerras internas de la cristiandad; si no se animan los cristianos a emplear esas fuerzas en guerra de cruzada contra los turcos, al menos podrían emplearlas en conquistar tierras y riquezas, como el oro de los ríos libios Pactolo y Hermo:   Si codicia de mando y de tesoro os mueve a conquistar tierras ajenas, ¿no miráis que Pactolo y Hermo al moro sirven con sus auríferas arenas? En Lidia, Asyria, texen hilos de oro; África esconde en sí lucientes venas: ¡Siquiera muévaos ya riqueza tanta, pues no os puede mover la Casa Santa! VII,11.   A la búsqueda de riqueza, se puede añadir el deseo de encontrar nuevas tierras “donde a sembrar de Christo van la ley y a dar nueva costumbre y nuevo rey” (VII,15). Nuevas tierras para enriquecerse, sí, pero también para cristianizar y someter a su rey. Entre el Indo y el Ganges hay un “terreno grande asaz famoso”, y en él gobiernan tanto musulmanes, como idólatras y adoradores de animales, que pudieran tildarse de tiránicos o bárbaros, que el territorio poseen por fuerza:   “Fuérzanle varios reyes a la usanza de varias leyes: unos al vicioso Mahoma, otros los ídolos adoran, otros los animales que allí moran”. (VII,17).   Hay incluso alguno en que “la ley fábulas son” (VII,37). De todas esas tierras y gentes que enumera, terminarán los portugueses fijándose en Calicut, en donde encontraron un magrebí, Monçayde, que les sirvió de intérprete. En la embajada de contacto destaca la modernidad mercantilista en la propuesta de relación entre los dos reyes, el de Calicut y el de Portugal:   “Y si quieres con pactos y alianza de paz y de amistad sacra y desnuda consentir que la gente en confianza de tu reino y del suyo al trato acuda, porque la hacienda crezca en abastanza, por quien la gente más trabaja y suda, de entrambas partes, será ciertamente a ti provecho, a él gloria excelente” VII,62.   También el rey de Calicut se interesa “de saber de los nuestros de do vienen, qué costumbres, qué ley, qué tierra tienen” (VII,66). El intérprete magrebí Monçayde se lo explicará y el encuentro se da al final, aunque Camoens cierra el canto con una petición de descanso para tomar aliento y poder seguir con el poema. Es aquí en donde, citando a Horacio, se ve a sí mismo forzado a tener “una mano la pluma, otra la espada”, y se queja de su pobreza y sus penurias, a la vez que se afirma en su objetivo de terminar su canto “para poner las cosas en memoria que merezcan tener eterna gloria” (VII,82). En esa queja, no falta el enojo del poeta contra los malos oficiales regios que para contentar al rey, gobiernan “al pueblo, que es pobre, desnudando” (VII,85),   “ni a quien halla que es justo y que es derecho guardar la ley del rey severamente, y no halla que es justo y que es bien hecho que se pague el sudor de servil gente; ni al que aprende con poco experto pecho razones, y imagina que es prudente para tasar con mano injusta, escasa, los trabajos ajenos que él no pasa.   Sólo aquellos diré que aventuraron por su Dios, por su rey, la amada vida, do, perdiéndola, en fama la aumentaron, tan bien de tales obras merecida. Phebo y las Musas, que me acompañaron, me doblarán la furia concedida en cuanto tome aliento, descansando, por tornar al trabajo más holgado” . (VII,86-87).   En aquellos tiempos de polémicas religiosas que enfrentaban a mártires contra mártires en Europa, martirologios protestantes de los Centuriadores, Fox o Crispin contra los martirologios católicos de Baronio, aparecen estos aventureros, nuevos héroes modernos, que si pierden la vida aumentan su fama hasta la eterna gloria… Otro perfil de la modernidad. El poeta pretende ser el cantor de esos nuevos héroes, con ayuda de Apolo y las Musas.     “Quien comercio huye busca guerra” (VIII, 92) y “La enemiga sed de oro que a todo nos obliga” (VIII,96)  Tras la pausa para el descanso del poeta del final del canto VII, el VIII se inicia con una narración de Gama, ilustrada por las imágenes de las banderas portuguesas, de los  hechos famosos de los portugueses en la historia, pero en el entorno del rey de Calicut conspiran contra los portugueses malos consejeros que el poeta relaciona con Baco y con Mahoma como fuerzas adversas. Esos enemigos, vagamente mercaderes musulmanes tradicionales, impondrán una visión negativa de los viajeros:   “Con oro y otras dádivas secretas el voto ganan de los principales, con razones notables y discretas muestran que perderán los naturales, diciendo que son gentes inquietas que, los mares corriendo occidentales, viven de robo público y contino, sin rey, sin fuero humano ni divino” (VIII,53).    Gente sin fe ni ley, en fin, es gente bárbara. Gente sin rey, aventurera. Así se lo dice a Gama el rey de Calicut:   “Bien informado soy que la embaxada que de tu rey me diste, que es fingida, porque ni tienes rey ni patria amada, mas vagando pasando vas la vida. ¿Que cuál rey de la España allá apartada o señor de locura sin medida a acometer vendrá con naos y flotas tan inciertas carreras y remotas?” (VIII,61)   El rey de Calicut, no obstante, les ofrece acogida como hombres de fortuna:   “Si venís por ventura desterrados como ya fueron hombres de alta suerte, en mis reinos seréis agasajados, que toda tierra es patria para el fuerte; o si piratas sois, al mar usados, decildo sin temor de infamia o muerte, que para sustentar la vida humana a todo en todo tiempo hombre se allana” (VIII,63).   Nuevamente, la modernidad; tanto de los altos negocios como de la lucha por la supervivencia, que traspasa las fronteras de las leyes concurrentes o enfrentadas. Gama defiende que su viaje es de conocimiento y de contactos, pues ningún otro interés lo hubiera llevado tan lejos, a las tierras tórridas que están bajo la constelación de Aries o el Carnero:   “Que si de robos sólo yo viviese, pirata o de la patria desterrado, ¿cómo crees que tan lexos me viniese a un nunca visto asiento y apartado? ¿Por qué esperanzas o por qué interese experimentaría el mar airado, los antárticos fríos, los ardores que del Carnero ven los moradores? VIII,67.   A la vez que le promete un rico regalo de embajada para un próximo viaje, Gama explica al rey de Calicut el móvil del viaje de descubrimiento como viaje de conocimiento y de primeros contactos:   “Ha muchos años ya que firmemente nuestros antiguos reyes propusieron de vencer los trabajos fuertemente que siempre a grandes cosas se opusieron; y descubriendo el mar impaciente, del descanso enemigos, pretendieron saber qué fin tenía y dónde estaba la última ribera que bañaba”. VIII,70.   El rey de Calicut accederá al fin, también por “la codicia del provecho que espera del contrato lusitano” (VIII,77), y permite una visita comercial a la ciudad:   “Manda en fin que a sus naos vaya derecho, y sin recelo de ninguna mano pueda a tierra enviar cualquier hacienda que por la especiería trueque y venda”. VIII,77.   Los mercaderes musulmanes conspiran contra los portugueses para que no lleven a Europa noticias geográficas:   “Que a Portugal no vuelvan más pretende el consejo infernal mahometano, porque no sepa nunca a do se extiende el Oriente el gran rey lusitano”. VIII,84.   Finalmente, el rey de Calicut les deja desembarcar las mercancías que quisieron, aunque Gama lo presenta más como un pago de rescate de rehenes que como operación comercial:   “Dice que haga venir toda la hacienda vendible y buena que truxese a tierra, porque de espacio bien se trueque y venda, que quien comercio huye busca guerra. Aunque Gama el designo malo entienda que el dañado y perverso pecho encierra, consiente, porque sabe y cierto estaba que, con la hacienda, libertad cobraba”. VIII,92.   Retirado en las naves Gama a la espera de los acontecimientos, y sin fiarse para nada ya del gobernador intermediario del rey sobornado por los mercaderes musulmanes, el poeta cierra el canto octavo con una arremetida contra la sed de oro que todo lo corrompe…   “Déjase estar en ellas perezoso hasta ver lo que el tiempo le enseñaba, que no se fía ya del codicioso gobernador que sobornado estaba. ¡Vea agora el juicio aquí curioso cuánto en el rico como en pobre obraba, cuánto puede interés y la enemiga sed de oro que a todo nos obliga! VIII,96.   Como en el Trato de Argel de Cervantes, y su discurso de la Edad de Oro en boca de Aurelio el cautivo, también Camoens relaciona oro y cautiverio de alguna manera:   “Éste rinde las grandes fortalezas, y hace traidores, falsos, los amigos; a los más nobles fuerza a hacer vilezas y entrega capitanes a enemigos; corrompe virginales mil purezas sin temer la deshonra los testigos; éste deprava a veces a las sciencias los juicios cegando y las consciencias. Éste interpreta más que sutilmente los textos, y hace leyes y deshace; éste causa perjurios a la gente, y de reyes tiranos muchos hace. Hasta a aquellos que a Dios omnipotente se dedican, mil veces tanto aplace que los corrompe este ladrón del todo, no sin color ya de virtud con codo.” VIII,98-99.   “Mal puede haber en tierra quien se guarde si tu fuego inmortal en el mar arde” (IX, 42). El fuego del amor Con una estratagema de hacer rehenes a algunos mercaderes notables para intercambiar con sus factores en Calicut, Vasco de Gama logró salir con sus naves de regreso, y en ellas lleva lo que buscaba: información y especias. Viaje de conocimiento, pues, y de nuevos contactos: “con estas nuevas va a la patria cara y con cierta señal de lo que hallara” (IX,13):   “Algunos malabares que prendiera lleva, de los que al samorí enviara cuando los presos suyos le volviera; lleva pimienta ardiente que comprara, la seca flor de Banda allí pusiera, la nuez y el negro clavo que hace clara la nueva isla Maluco, y la canela con que ansí de Ceylan la fama vuela”. IX,14.   Y también el intérprete magrebí Monçayde, por cuya diligencia Gama “esto todo alcanzó”, viaja en las naves hacia Portugal; “por angélica influencia” ha logrado para su nombre “en el libro de Christo que se escriba”:   “¡Oh, dichoso africano, a quien clemencia divina saca de la noche esquiva, y lexos de la patria halla manera con que suba a la patria verdadera”. IX,15.   Patria verdadera, el Cielo o el Empíreo, como cristiano nuevo, pero también como héroe de una empresa moderna. Cuyo premio vendrá de la mano de Venus y sus ninfas que conducen a los viajeros a una isla para que dejen allí “su progenie fuerte y bella”. Nadie se puede guardar de poderosa diosa pues “tu fuego inmortal en el mar arde”. Cuando aparece la Aurora, madre de Memnón, llegan los viajeros portugueses a esa isla que Venus les pone en el camino:   “Cortando van las naos la larga vía de la gran mar para la patria amada, provisión deseando de agua fría para tan grande y tan larga jornada, cuando juntas, con súbita alegría, vista hubieron de la isla enamorada rompiendo por el cielo la hermosa madre alegre de Menón, generosa. De lejos la isla vieron fresca y bella, que Venus por las ondas la llevaba (bien cual la vela el viento heriendo en ella) para donde la armada se miraba; y porque no pasen sin que della tomen puerto, como deseaba, para donde las naos vienen la mueve Venus, que todo a su poder se debe”. IX, 51-52.   En la isla divina, en donde piensan poder hacer aguada,  se encuentran con el jardín de Venus y una gran mesa preparada para un banquete.   “Tres hermosos oteros se mostraban con presunción alzados bien hermosa, que de esmalte de grama se adornaban en la isla alegre, deleitable, hermosa; claras fuentes de su cumbre manaban, que tienen la verdura más viciosa: por entre claras piedras se deriva la sonora linfa fugitiva.   Isla frondosa de árboles aromáticos y frutales, “los limones estaban olor dando, las virginales tetas imitando” (IX,56), laureles, mirtos de Venus, pinares… Nada más desembarcar en la isla, se dan cuenta los portugueses de que está llena de diosas, como ese fantástico paraíso de huríes mítico, y el soldado Veloso, que durante el viaje ha narrado historias de caballerías andantes a los marineros, es el que da el nuevo grito de alarma alegre. Y comienza la orgía campestre o pastoral… Y, por supuesto, también hay nadadoras…   “’¡Sigamos estas diosas y veamos si fantásticas son o verdaderas!’ Esto dicho, veloces más que gamos, comienzan a correr por las riberas. Van las ninfas huyendo entre los ramos pero, más industriosas que ligeras, sonriéndose a trechos y gritando, se dexan de los galgos ir tomando. A una el cabello el viento le llevaba, a la otra las faldas delicadas; enciéndese el deseo que se cebaba en blancas carnes súbito mostradas. Una de industria cae, y ya importaba, con muestras muy más blandas que indignadas, que sobre ella tropiece y también caya quien la siguió por la arenosa playa. Otros por otras partes a encontrarse iban con las desnudas que se lavan; dellas súbito veis el grito alzarse, como que asalto tal no le esperaban; unas fingiendo de vergüenza darse menos que de la fuerza, se arrojaban desnudas por el bosque, al ojo dando lo que a la mano avaras van negando; otra, como que más vergüenza tiene, dentro en el agua el cuerpo escondía; otra por los vestidos presta viene que allí fuera del agua sostenía. Tal dellos hay que si algo se detiene en desnudar pensó que tardaría, y ansí vestido se echa al agua bella por amatar su fuego dentro en ella.” IX,70-73.   Al marino portugués perseguidor de las ninfas por el jardín de Venus lo compara, finalmente, con un perro de cazador que persigue a una presa abatida incluso nadando. En el caso de la presa amorosa, precisa que no son Diana, la hermana de Febo o Apolo.   “Como del cazador perro atrevido hecho a tomar en agua el ave herida, que el arcabuz al rostro vio subido para la garza o ánade sabida, antes que suene el golpe, mal sufrido va al agua y de la presa conocida no duda, y nada y grita: así el mancebo corre a la que no es hermana a Phebo”. IX,74.   Todo, al fin, “en amor puro se deshace”, y sigue la fiesta. “¡Qué hambrientos besos ya por la floresta!”(IX,83), hasta que las ninfas se les rinden: “Danles las blancas manos como esposas” (IX,84)… Es el premio a los que se esfuerzan en el “’camino de virtud’, alto y fragoso, mas al fin dulce, alegre y deleitoso” (IX,90). En las octavas finales va perfilando ese esfuerzo que hará “los reinos grandes y pujantes” y a todos señores de “riquezas merecidas”:   “Y haréis famoso al rey de vos querido, agora con consejos bien pensados, agora con la espada que el subido nombre os dará que dio a vuestros pasados. Nada imposible hagáis que está entendido que, en fin, quien quiso pudo; y numerados entre héroes seréis esclarecidos, y en esta ‘Isla de Venus’ recibidos”. IX,95.   “…de rigurosas leyes aliviadlos” (X,149) El canto décimo y último comienza con el banquete en los jardines, presidido por Venus y Gama:   “Luego allí en ricas sillas cristalinas se sientan dos a dos, amante y dama; Y en la cabecera, en otras de oro finas, con la hermosa diosa el claro Gama…” X,3.   Durante él se evocan los viajes y hechos de los portugueses por toda Asia, con un desfile de nombres citados, protagonistas de aquella expansión imperial: Duarte Pacheco, Francisco Almeida, Vasco de Gama, Enrique de Meneses, Pero Mascareñas, Vaz de Sampayo, Héctor de Silveira, Nuno de Cuña, García de Noroña, Antonio de Silveira, Sousa, Castro, Esteban y Cristóbal de Gama, el jesuita Gonzalo de Silveira, Fernando de Meneses… Algunos de ellos amigos de Gama, como Héctor de Silveira, defensor de Diu, por ejemplo. Finalmente, Tetis  – una de las Nereidas, madre de Aquiles – hace para Gama una descripción del Universo tolemaico que Camoens conoce por el Tratado de Esfera de Pero Nunes, aparecido en 1537.   “Ves aquí la gran máquina del mundo, etérea, elemental, que fabricada ansí fue del saber alto y profundo que es sin principio y meta limitada. Quien cerca en derredor este rotundo globo y su superficie tan limada es Dios, mas lo que es Dios ninguno entiende, que a tanto humano ingenio no se extiende”. X,80.   Y termina con una descripción del mundo conocido:   “Ves a Europa cristiana, que es más clara que las otras en arte y fortaleza. Ves a África, del bien del mundo avara, inculta y toda llena de bruteza; y el cabo que hasta agora se os negara que hacia el Austro asentó Naturaleza. Mira esta tierra toda que se habita desa gente sin ley, casi infinita.” X,92.   La descripción del mundo llega hasta China y Japón, “do nace plata fina”, y hasta las “infinitas islas derramadas” por Oriente, Tidore, Tarnate, Banda o Timor… También cita a Magallanes, “en el hecho portugués, pero no en el leal pecho” (X,140). Al final, Tetis les  invita a volver a su tierra: “podéis os embarcar, que tenéis viento y mar tranquilo, a vuestra patria amada” (X,143). Con la vuelta a Lisboa – “Por la boca del Tajo se metieron…”-, el poeta cierra el poema con una suerte de queja primero, y luego con una advocación al rey. He aquí la queja:   “¡No más, Musa, no más, que destemplada la lira está y la voz enronquecida, y no del canto, mas de ser llegada a cantar a una gente ensordecida! Que no da aquel favor la patria amada que alza el ingenio, porque está metida en gusto de codicia y en rudeza de una extraña, amatada y vil tristeza” X,145.   De la invocación al rey, he aquí algunas pinceladas finales, en las que sólo le pide que sea un buen rey para sus esforzados súbditos, los portugueses:   “¡Mirad que alegres van por varias vías, como indómitos toros y leones, los cuerpos dando a hambres tantos días, a hierro, a fuego, a tiros y aflicciones, a las regiones cálidas y frías, a los golpes de bárbaras naciones, a peligros incógnitos del mundo, a naufragios, a peces, al profundo! Por os servir, a todo aparejados; de vos tan lejos, siempre obedientes; y a los vuestros más ásperos recados, sin dar respuesta, alegres, diligentes… X,147-148.   “Favoreceldos luego y alegraldos con cara alegre y con real consuelo; de rigurosas leyes alivialdos, que así se abre el camino para el Cielo. Los experimentados levantadlos, si con la experiencia halláis buen celo para vuestro consejo, pues que saben el cómo y cuándo, y dó las cosas caben. Dad a todos favor en sus oficios según es de sus vidas el talento… X,149-150.   Que favorezca a los buenos religiosos, “porque el buen religioso y verdadero gloria vana no busca ni dinero” (X,150), así como a los guerreros que hacen “a vuestro imperio preeminente”, pues la experiencia no se aprende “en la fantasía, soñando, imaginando ni estudiando, sino viendo, tratando y peleando” (X,153).   “Haced que nunca allá los admirados alemanes, Italia, Francia, ingleses, puedan decir que son para mandados, más que para mandar, los portugueses. Tomad consejo de experimentados, que vieron largos años, largos meses, que supuesto que mucho cabe en ciencia, más en particular sabe experiencia.” X,152.   En las tres últimas octavas del canto último, el propio Camoens se presenta y ofrece al rey, bien que no le conoce, como cantor épico que le puede poner a la altura de Alejandro y Aquiles. Y se presenta a sí mismo como hombre de ingenio y de experiencia.   “¿Mas yo qué hablo, baxo, rudo y presto, de vos no conocido ni soñado? Bien sé que de pequeños, con todo esto, el loor sale a veces levantado. No me falta en la vida estudio honesto que con larga experiencia está mezclado, ni ingenio como aquí, señor, apunto, lo cual se halla pocas veces junto.   “Brazo para serviros diestramente; para cantaros, mente a musas dada; falta a vos ser acepto solamente de quien ser debe la virtud preciada. Si el Cielo esto me diere, y con ardiente pecho tomáis empresa que cantada ser pueda –como el ánimo adivina, mirando vuestra inclinación divina -,   o haciendo que más que no a Medusa la vista vuestra tema el monte Atlante, o rompiendo en los campos de Ampelusa los muros de Marruecos y Trudante, la mía ya estimada, alegre musa, prometo que en el mundo de vos cante, de suerte que Alexandro en vos se vea, sin que envidiado el gran Achiles sea.” X,154-156.   Así termina el gran poema de un hombre que conoce las nuevas fronteras coloniales de la modernidad, hombre de ingenio y experiencia como a él le gusta verse, “una mano la pluma, otra la espada”.   La mesura en el tratamiento de los grandes conceptos políticos o religiosos, para lo que la mitología clásica le sirve de contrapunto saludable, es similar a la cervantina; de ahí esa elegancia en los razonamientos de ambos, a la vez que esa melancolía que se advierte en las reflexiones personales también de ambos, viejos soldados no bien recompensados en vida por sus reyes. Cervantes sale de España veinteañero para Italia en el momento en el que Camoens vuelve de sus viajes cuarentón, y Cervantes vuelve a España en el momento en que Camoens muere, y en el momento en el que en Alcalá aparece la versión española de Benito Caldera del poema de Camoens. En la novela que Cervantes publica nada más volver, en Alcalá, también, La Galatea, saluda la edición de Benito Caldera así:   Tú que del luso el singular tesoro erigiste en nueva forma a la ribera del fértil río, a quien el lecho de oro tan famoso, le hace adonde quiera; con el debido aplauso y el decoro debido a ti, Benito de Caldera, y a tu ingenio sin par prometo honrarte y de lauro y de yedra coronarte.     *   Una lectura de Os Lusiadas de Luis de Camoens podría tener ésta, entre otras, como posible formulación global:   Europa es la gran síntesis dialéctica, entre leyes enfrentadas, entre cristiandad e islam. Frente a ella, gentes de leyes más diversas, muchas veces leyes que son sólo fábulas, o gentes sin ley o bárbaras, esa “gente sin ley, casi infinita”… Bajo un Dios del Cielo común, que cerca la tierra y está en todas partes, pero que “ninguno entiende” pues nuestro ingenio no puede llegar a comprender tanto (X,80). Lo que es una alusión, al mismo tiempo, a la misteriosa Naturaleza. En la isla de Venus, la sombra luminosa de Lucrecio, que por entonces comenzaba a planear sobre Europa: la alta providencia gobierna el mundo y lo sustenta a través de mil espíritus prudentes. Y, finalmente, un canto al ingenio y a la experiencia, a la ciencia, en fin: al hombre que a base de experiencias consigue un entendimiento reposado (VI,99).   No cabe mayor belleza ética, mayor justeza.   El cielo de la gloria para los hombres es el Empíreo, y en dos octavas lo describe, por boca de Tetis:   “Aquí solo están santos gloriosos, verdaderos, que yo, Saturno y Jano, Júpiter, Juno, fuimos fabulosos, fingidos del mortal engaño insano. Sólo para hacer versos deleitosos servimos, y si más el trato humano nos pudo dar, sólo es que el nombre nuestro a estas estrellas dio el ingenio vuestro. Y también porque la alta providencia – que en Júpiter aquí se representa – por espíritus mil de gran prudencia gobierna el mundo todo que sustenta; de profetas lo enseña bien la sciencia en mil de los ejemplos que presenta: los que son buenos guían, favorecen; los malos cuanto pueden nos empecen.” (X,82-83).   *   Una apreciación final transversal pero importante para una nueva sensibilidad: salvo Venus y algunas diosas más, ninfas y nereidas, y musas, no aparecen personajes femeninos en estas aventuras del mar por las nuevas fronteras de la modernidad… Todas habitantes ya de ese Empíreo que los hombres deben ganar con sus nuevas empresas…    

Emilio Sola 22 febrero, 2013 26 agosto, 2016 Camoens, especias, Isla de Venus, nadadores, portugueses, Viajes
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