Directorio de documentos

Está viendo documentos con las etiquetas siguientes: corydon - Ver todos los documentos

Filter by: AttachmentsBúsquedaTag

Título Autor CReado Último Editado Grupo Etiquetas
“VIAJE A ORIENTE” 049

VI. La Santa Bárbara – V. Idilio…  Hacia la tercera jornada de nuestra travesía habríamos tenido que avistar ya la costa siria, seek pero durante esa mañana apenas nos habíamos movido del sitio, pharm y el viento, que se levantaba a las tres de la tarde, hinchaba la vela a bocanadas, para dejarla poco después caer a lo largo del mástil. Aquello no parecía inquietarle demasiado al capitán, que repartía su tiempo libre entre el ajedrez y una especie de guitarra con la que se acompañaba siempre la misma canción. En Oriente, cada cual tiene su tonada favorita, y la repite sin cesar desde la mañana hasta la noche, y así hasta que se aprende otra más moderna. También la esclava había aprendido en El Cairo no sé qué cancioncilla de harén cuyo estribillo se repetía constantemente en una melopea arrastrada y soporífera. Eran, creo recordar, los dos versos siguientes: “Ya kabibé! Sakel nô!… “Ya makmouby! ya sidi!…” Comprendía algunas palabras, pero la de kabibé  faltaba en mi vocabulario. Pregunté por su significado al armenio, que me respondió: “Eso quiere decir pequeño gracioso. Añadí este nuevo término a mi glosario con su explicación, tal y como debe hacerse cuando uno quiere instruirse. Por la tarde, el armenio me dijo que estaba molesto porque el viento no mejorase, y que esto le inquietaba un poco. ¿Por qué? Le pregunté. El único riesgo es que nos quedemos aquí dos días más, eso es todo, y decididamente estamos muy bien en este barco. –   No es eso, me dijo, es que nos podría faltar el agua. –   ¡Faltar el agua! –   Sin duda; usted no tiene ni la menor idea de la desidia de estas gentes. Para proveerse de agua, habría sido necesario enviar una barca hasta Damieta, ya que la desembocadura del Nilo es salada; y como la ciudad estaba en cuarentena, han tenido miedo de todas las formalidades que había que pasar…al menos, eso es lo que dicen, pero, en el fondo, ni siquiera han pensado en ello. –   Es asombroso, dije, el capitán canta como si nuestra situación fuera de las más normales”; y con éstas me fui con el armenio a preguntarle sobre este asunto. El capitán se levantó, y me enseñó los toneles de agua enteramente vacíos, salvo uno de ellos que aún podría tener unas cinco o seis botellas de agua; después se marchó y volvió a sentarse sobre la chopa, y, volviendo a coger la guitarra, comenzó de nuevo su eterna canción echando hacia atrás la cabeza y apoyándola sobre la borda. A la mañana siguiente, me desperté temprano, y subí hasta el puente de proa con la idea de ver si era posible avistar las costas de Palestina; pero aunque limpié mi binocular, la línea extrema del mar era tan nítida como la hoja curva de un sable damasceno. Incluso era muy probable que no nos hubiéramos movido del sitio desde la víspera. Volví a descender, y me dirigí a la parte de atrás. Todo el mundo dormía tranquilo; sólo el joven grumete estaba levantado y se lavaba la cara y las manos con el único agua potable que quedaba de nuestro tonel. No pude evitar manifestarle mi indignación. Le dije o creí hacerle comprender que el agua del mar  era lo bastante buena como para asearse un sinvergüencilla de su especie, y queriendo formular esta expresión, me serví del término de ya kabibé, que había anotado. El muchacho me miró sonriendo, y no pareció muy afectado por la reprimenda. Pensé que lo había pronunciado mal, y no volví a pensar en ello. Horas más tarde, en ese momento tras la cena, en que el capitán Nicolás le pedía al grumete que trajera una enorme cántara de vino de Chipre, a la que sólo estábamos invitados a tomar parte, el armenio y yo, en calidad de cristianos (los marineros, por un respeto mal interpretado de la ley de Mahoma, no bebían más que un aguardiente de anís) el capitán se puso a hablarle en voz baja al oído al armenio.      “Quiere, me dijo el armenio, hacerle una proposición. –   Pues adelante. –   Dice que es delicado, y espera que no se moleste si ésta no le place. –    En absoluto. –    ¡Pues bien! Le pide si quiere usted cambiar a la esclava por su ya ouled (el jovencito) de su pertenencia.” Estuve a punto de soltar una carcajada; pero el talante serio de ambos Levantinos me desconcertó. Creí ver en el fondo una de esas perversas bromas que los Orientales no se permiten hacer más que en situaciones en donde un franco difícilmente les haría arrepentirse. Así se lo dije al armenio, que me respondió extrañado: –   “Pues no; habla totalmente en serio; el muchachito es muy blanco y la mujer morena, y añadió con aire de concienzuda apreciación, le aconsejo que se lo piense, el jovencito vale tanto como la mujer.” No estoy acostumbrado a extrañarme con facilidad: aparte de que sería una pérdida de tiempo en estos países. Me limité a responder que ese trato no me interesaba. A continuación, como yo me mostré con cierto humor, el capitán dijo al armenio que estaba enfadado por su indiscreción, ya que había creído agradarme. Yo no entendía bien cuál era su idea, y tuve la impresión de detectar una cierta ironía a través de  su conversación: entonces presioné al armenio para que se explicara con claridad sobre este asunto. –     “¡Pues bien! – me dijo el armenio- el capitán asegura que esta mañana usted ha hecho algunos  avances al ya ouled; al menos es lo que éste le ha contado. –      ¿¡Yo!? grité. Yo le he llamado pequeño desvergonzado porque se lavaba las manos con nuestra agua de beber; y justamente en contra de lo que ustedes piensan, yo estaba furioso con él.” La extrañeza del armenio hizo que me diera cuenta de que en este asunto había uno de esos absurdos “quiproquo” filológicos tan corrientes entre las personas que hablan una lengua con mediocridad. La palabra kabibé, que había traducido el armenio el día antes de una manera peculiar, tenía, justo al revés, el significado más encantador y amoroso del mundo. No sé porqué la expresión pequeño sinvergüenza le había parecido trasladar perfectamente esta idea al francés. Nos volcamos por encontrar una nueva traducción corregida del estribillo cantado por la esclava, y que, decididamente, significaba poco más o menos:  “¡Oh, mi querido, mi bien amado, mi hermano, mi señor!” Porque así es como comienzan casi todas las canciones de amor árabes, susceptibles de las interpretaciones más diversas, y que recuerdan a los comerciantes el equívoco clásico de la égloga de Corydon[1]. [1] Virgilio, Las Bucólicas. 2: “Formosum pastor Corydon ardebat Alexim…”

Esmeralda de Luis y Martínez 19 febrero, 2012 19 febrero, 2012 Corydon, kabibé o problemas de un malentendido lingüístico, la proposición: una esclava por un grumete
Viendo 1-1 de 1 documentos