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Valparaíso. Sección Viajes.
Rodrigo Escribano 18 octubre, 2013 18 octubre, 2013
Vasquez, sobre Durán y los indios

Trabajo de Vasquez publicado en: https://revistasipgh.org/index.php/rehiam/article/view/475 Archivos Adjuntos Angel Vasquez-DURAN Y LOS INDIOS (263 kB)

Emilio Sola 2 abril, 2021 2 abril, 2021 conquista, historia cultural, indios, México
¡Banquero al agua!, por Leonardo da Vinci

  ¡BANQUERO AL AGUA!, case EN UN RÍO LITERARIO. Un  chiste sabio del gran Leonardo da Vinci, recogido de sus Aforismos, reúne en  una historia graciosa a dos frailes y un mercader, nombre que en la época  designaba al financiero; en este caso, más que mercader dice mercachifle,  diminutivo despectivo, pero no viene al caso: es el que controla el dinero, avariento,  frente a los otros dos pobrecitos mendicantes y hambrientos. La  escena sucede en un río genérico, literario, y podía no ser muy profundo puesto  que se disponen a vadearlo, con lo que en vez de nadar pudo salir chapoteando  fácilmente sin duda, no tenía por qué ser un gran nadador para ganar su vida a  nado. Mas la historia es sapiencial y se merece figurar entre estos episodios  de Nadadores. Gracias  al maestro Carlos Miragaya por el envío, con sus referencias editoriales, pues  esto no va más allá de ser un estímulo mínimo a una lectura interesante y más  amplia y reposada. La selección y traducción de estos Aforismos de Leonardo da Vinci es de E. García de Zúñiga (Madrid,  1977, 2ª edic., Óptima-Espasa Calpe, p.173, puntos 693, 694 y 695). Sobre ella  establecemos el texto versiculado.       De un fraile y un mercader.   Los hermanos mínimos acostumbraban a observar la Cuaresma en sus conventos absteniéndose de comer carne; pero cuando van de viaje, como viven de limosnas, les está permitido alimentarse de todo lo que les ofrecen.   Entrando, pues, en una posada dos de esos religiosos, en compañía de cierto mercachifle, se sentaron los tres a la misma mesa. Sirviéronles, como único manjar, un pollo hervido, que otra cosa no había disponible en la mísera posada.   Viendo el mercader que este único plato apenas bastaba para él solo, se volvió a los religiosos y les dijo: “Si mal no recuerdo, vosotros no coméis en vuestros conventos y en días como estos ninguna clase de carne”.   A estas palabras los religiosos, de acuerdo con su regla, hubieron de contestar sin ambages que tal era la verdad, con lo que el mercachifle, muy satisfecho, se comió el pollo; y los hermanos tuvieron que conformarse como pudieron. ***   Partiéronse luego en compañía y sucedió que después de andar un trecho, llegaron a un río de bastante anchura y profundidad.   Como los tres iban a pie –los hermanos por pobreza, y el otro por avaricia– fue necesario para comodidad de la compañía que uno de los frailes se descalzara y cargara sobre sus hombros al mercachifle, y así lo hizo, dándole a guardar sus zuecos entretanto. ***   Cuando el fraile se encontró en la mitad del río, le vino a la memoria una de las reglas de su orden, y este nuevo San Cristóbal, alzando la cabeza, preguntó al hombre que cargaba: “Dime, antes de seguir adelante, ¿llevas contigo algún dinero?”   “Sin duda –contestó el otro–; ¿puedes pensar, acaso, que un mercader como yo emprenda viaje en otras condiciones?”   “¡Cuánto lo siento! –exclamó el fraile–; nuestra regla nos prohíbe llevar dinero encima.”   Y sin más, lo arrojó al agua. Comprendió entonces el mercader que esta era la alegre venganza de su mal proceder, y sonriendo pacíficamente, con rubor y vergüenza la soportó.

Emilio Sola 28 febrero, 2012 28 febrero, 2012 banqueros, chiste, frailes mendicantes
‘La Ciudad del Sol’ de Tommaso Campanella

¿Quién fue Campanella? ¿En qué coyuntura histórica le tocó vivir? ¿Qué novedades aportó su obra entonces y qué repercusión tuvo en los siglos posteriores? ¿Qué papel jugó en la famosa conjura a la que dio nombre? Esas y algunas otras preguntas son las que me propuse responder antes de iniciar la lectura de ‘La ciudad del Sol’, y aquí vienen algunas respuestas: Gian Domenico Campanella nació el 5 de setiembre de 1568 en Stilo, una aldea de Calabria, aunque en algunas biografías se dice que era de Stignano ya que su familia se trasladó allí cuando era niño. Vivió en un ambiente humilde, pero sus excelentes dotes intelectuales hicieron que su padre, gastando más de lo que tenía, lo enviara a Nápoles a estudiar Derecho romano al amparo de un pariente que enseñaba allí. En esta ciudad entró en contacto con los dominicos y, en contra de los deseos de su familia, ingresó en la orden de Predicadores con solo 14 años adoptando el nombre de Tomasso. A partir de ese momento su vida tomó derroteros asombrosos. Continuando sus estudios en distintos conventos conoció a relevantes personajes que tendrían un gran peso en su vida. Sus ideas naturalistas y antiaristotélicas, cercanas a las de Bernardino Telesio, y su carácter cercano a la prepotencia le hicieron chocar a menudo con su superiores y ganarse poderosísimos enemigos. Varias veces estuvo recluido en las cárceles conventuales e incluso le abrieron un expediente disciplinar dentro de la orden; pero Campanella continuó su dinámica hasta que fue acusado de no delatar a un judaizante. En el registro que siguió encontraron en su celda un libro de geomancia y unos manuscritos suyos en los que abogaba por una reforma de la Iglesia. Aquí cuando se puso en un verdadero aprieto. Campanella sentía un odio visceral por las obras de Aristóteles. Para él, el contacto con la naturaleza se realizaba por los sentidos y solo por ellos se podía percibir la realidad. Su concepción, por tanto, era muy diferente de la diseñada por los escolásticos y se enfrentaba claramente al principio aristotélico del universal abstracto. El problema era que la doctrina de Aristóteles se identificaba entonces (sobre todo después de su cristianización por Tomás de Aquino) como la base de la filosofía y de los dogmas cristianos. Atacarla equivalía atacar al misma fe. Decía que los escolásticos “se apartan de las ciencias y pierden el tiempo disertando sobre el objeto de las mismas en Aristóteles […] Ni una sola vez, por Hércules, vi a uno de estos mirar al mundo, a los campos, a los mares y los montes a fin de ver las cosas en su ser natural, sino que todo lo ven en los libros de Aristóteles” (T. Campanella: ‘Philosofia sensibus demonstrata’; p. 4.). Y también “Yo aprendo más de la anatomía de una hormiga o de una hierba que de todos los libros que se han escrito desde el principios de los siglos hasta a mí” (T. Campanella: ‘Lettere’; p. 134.) Como era de esperar, las acusaciones llovieron sobre Campanella. Tras abjurar de ser sospechoso de herejía y permanecer recluido un tiempo, el Santo Oficio romano insistió para que Campanella regresara a su Calabria natal, donde sería vigilado estrechamente. Ya en Stilo, sin libros ni Biblia y con la compañía de solo dos religiosos, el fraile enfermó. Había habido en Calabria terremotos e inundaciones, se había visto un cometa y arreciaban las calamidades de siempre: hambrunas y epidemias. Campanella estaba absolutamente convencido de que las Sagradas Escrituras anunciaban para el sétimo milenio (año 1600) la primera resurrección (el triunfo de la Iglesia de los justos y su reinado sobre la Tierra). Otros signos certifican sus expectativas: el descubrimiento del Nuevo Mundo (le permite pensar en la unidad de toda la humanidad), de la calamita (hace posible la comunicación entre todas las partes de la Tierra), de la imprenta de tipos móviles (la trasmisión de ideas) y del arcabuz (someterá a las gentes rebeldes a la ley divina o natural). Aseguraba que los signos de los cielos corroboraban la inminencia de la Edad de Oro y de la catástrofe purificadora que la inaugurará. La renovación del siglo ocurrirá por el fuego, y no por el agua. El dominico predicaba estas visiones futuristas a las gentes de Stilo y alrededores, que eran víctimas de la rapiña de los ministros del virrey español. Les decía que la futura república mundial comenzaría en Calabria: los bienes serían comunes, habría dos comidas todos los días, todos vestirían de blanco y andarían calzados, la enseñanza sería para todos y la suprema autoridad sería religiosa. Todos estas afirmaciones aparecerían luego en ‘La Ciudad del Sol’, escrita mientras estaba en la cárcel. Campanella salía por los pueblos, visitaba a los enfermos a quienes devolvía la salud o se relacionaba con los personajes de la Iglesia. A su vez, denunciaba los abusos de las autoridades civiles y eclesiásticas. Y, mientras Campanella estaba a la espera de la primera resurrección los que le rodeaban preparaban una rebelión armada contra los ocupantes españoles. Muchos fueron los que participaron en aquel intento subversivo; los había desde frailes dominicos, maleantes y delincuentes, pasando por miembros de la baja nobleza. Todos parecían ver en él al único capaz de interpretar el mensaje de los astros. Pero, denunciados pocos días antes de la fecha señalada, los españoles enviaron varias compañías de soldados al mando de Spinelli para prender a los conjurados y todo acabó antes de realmente empezar. Campanella, disfrazado de pastor, trató de pasar a Sicilia, pero fue descubierto y detenido. Le acusaron de hereje y recogieron pruebas contra él. Fue conducido a Nápoles con otros ciento cincuenta y seis presos y le obligaron a redactar una confesión para Luis Xarava del Castillo, que dirigía los interrogatorios. Muchos de los señores locales colaboraron profusamente en la causa con el objetivo obtener parte de los bienes y tierras confiscadas a los insurrectos. Finalmente, una batería de pequeños intereses primero, y de intereses de Estado después le retuvieron en presidio durante veintisiete años. Campanella fue víctima, sin duda, de los recelos mutuos entre el monarca español y los papas. El dominico fue duramente torturado una y otra vez. No aguantó y admitió la confesión hecha Xarava. Esto significaba su condena a muerte. Y víctima de sus peores pensamientos decidió fingir estar loco. La Santa Sede presionó para hacerse cargo por el proceso de herejía y que fuese juzgado por un tribunal eclesiástico y no civil: se le condenó a cárcel perpetua en las dependencias de la Inquisición. A raíz de esto todos sus escritos fueron puestos en el Índice de libros prohibidos. El cautiverio fue duro y largo, pero no alcanzó a doblegar el ánimo de Campanella. En 1626 salió por fin de prisión. Temiendo una represalia por parte de los españoles, se trasladó a Roma y posteriormente a París. Durante un tiempo disfrutó del favor del papa Urbano VIII, que hasta le permitió dar a conocer sus escritos revisados; pero sus adversarios se encargaron de ponerlo en su contra publicando una obra sobre Astrología en la que el calabrés hablada de ceremonias mágicas. Sus últimos días los pasó cerca de la corte de Luis XIII. El 21 de mayo 1639 fue enterrado en el cemento de la iglesia conventual de Saint Jacques. La producción literaria de Campanella es enorme. Una Metafísica en tres voluminosos tomos, treinta libros de Teología, numerosos tratados de Filosofía, Política, Medicina, Astrología, Magia, Gramática, Arte Militar. Intervino en las controversias históricas, religiosas y política de su tiempo con opúsculos. Escribió poesía y también un buen número de cartas. Todos estas obras fueron olvidadas, salvo ‘La Ciudad del Sol’. Y esta debe su impacto más a las extravagancias que contiene que a la solidez de su contenido. El contexto histórico en el que se movía era medularmente religioso y Campanella se vio forzado a reforzar sus tesis con casos sacados de las Sagradas Escrituras y las obras patrísticas, pues es la condición que le pusieron los censores. Esto hizo que sus escritos quedasen desacreditados entonces y en los siglos siguientes. Sin embargo, Campanella estaba convencido de que su doctrina constituía una novedad en la Historia. En ‘La Ciudad del Sol’ Campanella describe una sociedad humana en el estado de naturaleza. Reacciona ante la idea de que fuera de la Iglesia no hay salvación y dentro de ella son pocos los que se salvan. El estado de la naturaleza, vivido de acuerdo a unos preceptos religiosos, no difiere del estado de gracia. Los cristianos que se guían por la razón, se salvan. Los solares forman una sociedad de filósofos que han llegado al conocimiento y práctica de cuanto es posible al ser humano sin el auxilio de la revelación y gracia divinas. Se trata de una sociedad en estado de naturaleza en el contexto de la doctrina cristiana. Para Campanella, vivir conforme a la razón proporciona los mismo contenidos morales que el cristianismo y es suficiente para salvarse. El libro se basa en una conversación entre un hospitalario (miembro de la orden de San Juan de Jerusalén) y un genovés (un supuesto piloto de Cristobal Colón). Lo primero que hace Campanella es describir el lugar: Se trata de una isla, posiblemente Sri Lanka, pero no queda claro. Para acceder a él hay que huir de los salvajes y atravesar una extensa selva; ambos conceptos simbolizan la barrera que lo separa del mundo exterior. En un monte, dominando la llanura, se encuentra la gran Ciudad del Sol. Sus habitantes, llamados solarios, encarnan la acumulación de todos los saberes humanos. Al parecer, llegaron allí huyendo de la invasión mongola. La ciudad en sí se desarrolla según una concepción del mundo que representa el sistema solar ptolemaico de siete planetas, por lo que hay siete murallas circulares y concéntricas; el cosmos, por lo tanto, queda reflejado en la ciudad. En relato, cada detalle tiene su sentido simbólico. Hay un personaje llamado Sol (el Metafísico) que es la cabeza de todos tanto en lo temporal como en lo espiritual; Campanella muestra así su idea de un poder fuertemente jerarquizado. Este, a su vez, es ayudado por tres príncipes llamados Potestad, Sabiduría y Amor, y por otros muchos oficiales que han sido entrenados desde pequeños para tal menester. En síntesis, la Ciudad del Sol es un refugio contra las crisis históricas y el paso del tiempo. La conversación entre el hospitalario y el piloto se queda a medias porque este último tiene que irse para no perder su nave. Bibliografía: – Tommaso CAMPANELLA: La Ciudad del Sol (ed. GRANADA, M.A.). Madrid : Tecnos, 2007. – Tommaso CAMPANELLA: La Ciudad del Sol (ed. GARCÍA ESTÉBANEZ, E.). Tres Cantos (Madrid): Akal, 2006.

Diego Merino 26 diciembre, 2013 27 diciembre, 2013
“España en los años 70 y 80. Una visión crítica: I- Sociedad y Cultura”

“España en los años 70 y 80. Una visión crítica: I- Sociedad y Cultura” Las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo, en España tuvieron gran trascendencia político-social, ya que en ellas transcurrió la etapa final del franquismo y el convulso período de la Transición hacia una monarquía parlamentaria. Fueron años de explosión creativa y riesgo para una generación juvenil inconformista, que modelaron una dinámica cultural que ampliase las limitadas opciones permitidas. Al ejercer como periodista free-lance o colaborador para numerosas publicaciones que mantenían una línea critica (Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Sábado Gráfico, Cambio 16, Diario 16, Hermano Lobo, Qué, Reseña, Criba), que al soportar una férrea censura política tenían como único espacio para manifestar disconformidad los temas culturales, traté de abordarlos como vehículo para planteamientos opositores. Así me especialicé en antropología (fiestas populares y tradiciones), espectáculos teatrales (especialmente por los grupos independientes), arte de vanguardia, medios de comunicación, antipsiquiatría y fotomontajes. En 2020 los digitalicé, estructurados en 3 bloques, que presentaré sucesivamente.

Demetrio E. Brisset 26 marzo, 2021 26 marzo, 2021 Contemporánea, cultura, España, franquismo, periodismo, sociedad, Transición
“España en los años 70 y 80. Una visión crítica: II- Artes”

“España en los años 70 y 80. Una visión crítica: II- Artes” 2º bloque de la recopilación de mis artículos.

Demetrio E. Brisset 26 marzo, 2021 26 marzo, 2021
“España en los años 70 y 80. Una visión crítica: III- Rutas y Fiestas”

“España en los años 70 y 80. Una visión crítica: III-  Rutas y Fiestas” 3º y último bloque de la recopilación de mis artículos publicados.

Demetrio E. Brisset 26 marzo, 2021 28 marzo, 2021
“Incautos” o la pervivencia del “Pícaro”/ Sección cine
Rodrigo Escribano 18 octubre, 2013 18 octubre, 2013
“Turquía y España en su Siglo de Oro moderno. Información – Comunicación – Espionaje” Conferencia del profesor Emilio Sola

El pasado lunes 10 de febrero tuvo lugar en la Universidad de Alcalá una conferencia dada por el profesor Emilio Sola en el marco de la celebración del Mes de Turquía en la Universidad de Alcalá y en colaboración con la Casa Turca. Mediterráneo, viagra siglo XVI. El Mediterráneo de aquella época se caracteriza por la presencia de dos imperios en expansión: el Imperio Habsburgo y el Imperio Otomano. De este enfrentamiento surge la necesidad de adquirir cada vez más información sobre el enemigo (financiera, comercial, militar…). Es así que se desarrollan amplias redes de espías en este mismo Mediterráneo, obrando por la comunicación y la extracción de información. Con este trabajo no pretendo resumir la conferencia, sino más bien tratar de los elementos más destacados que llamaron mi atención y mi curiosidad y me llevaron a realizar investigaciones más profundas sobre estos temas. YMEN DAHMANI: Turquía y España en el siglo de oro moderno

Ymen Dahmani 17 febrero, 2014 18 febrero, 2014 Mediterraneo - siglo XVI - Imperio Habsburgo - Imperio Otomano - Espionaje
“VIAJE A ORIENTE” 043

V. La embarcación – V. El bosque de piedra… No sabía muy bien qué hacer al día siguiente por la mañana para esperar la hora en que el viento debía levantarse. El raïs y toda su gente se habían librado al sueño con esa profundidad del “gran día”, cialis difícil de concebir entre las gentes del norte. Pensé que lo mejor era dejar a la esclava en la embarcación durante todo el día, mientras yo me iba a pasear por Heliópolis, que estaba apenas a una milla. De pronto, me acordé de una promesa que había hecho a un gallardo comisario de marina que me había prestado su camarote durante la travesía de Syra a Alejandría. “Sólo le pido una cosa, me había dicho – cuando al llegar le di las gracias – y es que me traiga algunos fragmentos del bosque petrificado que se encuentra en el desierto, a poca distancia de El Cairo. Cuando pase por Esmirna, déjelos en casa de Mme. Cartou, en la calle de Las Rosas”. Este tipo de encargos son sagrados entre viajeros. La vergüenza de haberme olvidado de esto hizo que me decidiera de inmediato a hacer esa fácil expedición. Por lo demás, yo también tenía ganas de ver ese bosque cuya estructura no acababa de explicarme. Desperté a la esclava que estaba de muy mal humor, y que pidió quedarse con la mujer del raïs; una simple reflexión y la experiencia adquirida sobre las costumbres del país me probaron que, en esa honorable familia, la inocencia de la pobre Zeynab no corría peligro alguno. Una vez tomadas las disposiciones necesarias y advertido el raïs, que me hizo llegar un buen asno, me dirigí hacia Heliópolis, dejando a la izquierda el canal de Adriano, excavado entre el Nilo y el Mar rojo, y cuyo lecho seco sirvió más adelante para trazar nuestra ruta en medio de las dunas de arena. Todos los alrededores de El Choubrah están cultivados admirablemente. Tras un bosque de sicomoros, que se extiende alrededor de los criaderos de caballos, se dejan a la izquierda numerosos jardines, en los que el naranjo se cultiva al tresbolillo en los intervalos que dejan las plantaciones de palmeras datileras. Después, atravesando una rama del CÁLISH o canal del Cairo, se gana en poco tiempo la linde del desierto, que comienza en el límite de las inundaciones del Nilo. Allí se detiene la fértil cuadrícula de las llanuras, cuidadosamente regadas por los surcos que corren desde las acequias o de los pozos de palas. Allí comienza, con esa impresión de tristeza y muerte de quienes vencen a la misma naturaleza, ese extraño suburbio de construcciones sepulcrales que sólo termina en el MOKATAM, y que se llama, de este lado, El Valle de Los Califas. Allí es donde Touloun y Bïbars, Saladin y Malek-Adel*, y otros mil héroes del Islam, sino en grandes palacios aún brillantes de arabescos y dorados, entremezclados con amplias mezquitas. Parece que los espectros, habitantes de estas vastas moradas, quisieran poseer aún estos lugares de plegaria y reuniones que, según se cree en sus tradiciones, se pueblan en fechas determinadas de una especie de fantasmagorías históricas. Al alejarnos de esa triste ciudad, cuyo aspecto exterior produce el efecto de un brillante barrio de El Cairo, llegamos al altozano de Heliópolis, construida allí para ponerla al abrigo de las grandes inundaciones. Toda la planicie que se percibe en ese paraje está festoneada de pequeñas colinas formadas por un amasijo de escombros. Se trata, sobre todo, de las ruinas de una aldea que cubren por completo los restos perdidos de las primitivas construcciones. No queda nada en pie, ni una sola piedra antigua se eleva del nivel del suelo, excepto el obelisco, a cuyo alrededor se ha plantado un extenso jardín. El obelisco señala el centro de los cuatro paseos de ébanos que dividen el enclave. Abejas silvestres han establecido sus panalillos en las anfractuosidades de una de las caras del obelisco que, como es bien conocido, está degradada. El jardinero, habituado a las visitas de los viajeros, me ofreció flores y frutos. Me senté y medité por un instante en los esplendores descritos por Estrabón*, en los otros tres obeliscos del templo del sol, de los que dos, están en Roma, y el otro fue destruido; en esas avenidas de esfinges de mármol amarillo, tan numerosas, y de las que en el último siglo ya solo se puede ver una en esa ciudad, cuna de las ciencias, adonde Herodoto y Platón vinieron para iniciarse en sus misterios. Heliópolis conserva también otros testimonios desde el punto de vista bíblico. Fue aquí donde José dio aquel buen ejemplo de castidad que en nuestro tiempo no se aprecia más que con una irónica sonrisa. Para los árabes, esta leyenda tiene un carácter bien diferente: José y Zuleïka representan el prototipo del amor puro**, sentimientos vencidos por el deber, que triunfa de una doble tentación, ya que el dueño de José era uno de los eunucos del faraón. En la leyenda original, con frecuencia tratada por los poetas de Oriente, la tierna Zuleïka no es sacrificada como en las que conocemos nosotros. Mal juzgada en un primer momento por las mujeres de Menfis, fue perdonada por todos cuando José, al salir de la prisión, fue a la corte del faraón para admirar todo el encanto de su belleza. El sentimiento de amor platónico que los poetas árabes creen que tuvo José hacia Zuleïka, y que hace su sacrificio aún más bello, no impidió a este patriarca unirse más tarde a la hija de un sacerdote de Heliópolis, llamada Azima. Fue un poco más lejos, hacia el norte, en donde se estableció con su familia, en un lugar llamado Gessen, en el que se ha creído hasta nuestros días encontrar los restos de un templo judío construido por Onías***. No he tenido tiempo de visitar esa cuna de la estirpe de Jacob, pero no dejaré escapar la ocasión de defender a todo un pueblo, del que hemos aceptado las tradiciones patriarcales, de un acto poco leal, que los filósofos le han reprochado con dureza. Discutía un día en El Cairo acerca de la huída a Egipto del pueblo de Dios con un humorista de Berlín, que formaba parte del grupo de sabios de la expedición de Lepsius: –          “¿Cree usted, me dijo, que tantos hebreos tan honrados habrían cometido la indelicadeza de tomar de ese modo los bienes de la gente que, aunque fueran egipcios, habían sido durante tanto tiempo sus vecinos o amigos?. –          Ante su comentario, le hice la siguiente observación: hay que creer eso o bien negar las Escrituras. –          Puede haber un error en la versión o una interpolación en el texto; pero le ruego que preste atención a lo que voy a decirle: los hebreos han poseído desde siempre un talento congénito para las finanzas, los créditos y los préstamos. En aquella época, todavía muy sencilla, no se debían hacer préstamos más que sobre prendas, y convénzase bien que esa y no otra era su industria principal. –          Pero los historiadores les describen como trabajadores ocupados en fabricar adobes para las pirámides (que bien es cierto, son de piedra) y que la retribución por su trabajo se hacía en cebollas y otros comestibles. –          ¡Desde luego! Y si pudieron atesorar algunas cebollas, le aseguro que habrían sabido sacar beneficio de ello y les habría proporcionado muchas otras ventajas. –            Entonces, ¿qué conclusión se podría obtener?. –            Ninguna otra cosa salvo que la riqueza que habían conseguido formaba probablemente parte de los préstamos que pudieron hacer en Menfis. El egipcio es negligente, y es muy probable que dejara acumularse los intereses y las cuentas, y la renta, según la tasa legal… –          ¿Eso significa que no pudieron reclamar ni un céntimo de beneficio? –          Estoy convencido. Los hebreos no se llevaron más que lo que habían ganado según las leyes de la equidad natural y comercial. Con ese acto, seguramente legítimo, sentaron entonces los fundamentos del crédito. Por lo demás, el Talmud cita en términos precisos: “Ellos tomaron tan sólo lo que era de ellos”. Yo no le dí más valor que el de un comentario más a esa paradoja berlinesa, y no tardé en encontrar a pocos pasos de Heliópolis los vestigios más importantes de la historia bíblica. El jardinero que se encarga de la conservación del último monumento de esta ilustre ciudad, llamada antiguamente Ainschems o “El ojo del sol”, me ha cedido a uno de sus campesinos para guiarme hasta el Matarée. Tras unos minutos de marcha entre el polvo del camino, encontré un nuevo oasis, mejor dicho, todo un bosque de sicomoros y naranjos: una fuente corre a la entrada del recinto, y es, según dicen, la única fuente de agua dulce que deja filtrar el terreno nitroso de Egipto. Los habitantes atribuyen esta cualidad a una bendición divina. Durante la estancia de la sagrada familia en Matarée, fue ahí, se dice, donde la Virgen venía a lavar la ropa del Niño-Dios. Además, se supone, entre otras virtudes, que este agua cura la lepra. Aquí, unas pobres mujeres, dispuestas cerca de la fuente, ofrecen una taza de agua, previo pago de una pequeña limosna.  Todavía tengo que ver en el bosque, el frondoso sicómoro bajo el que se refugió la Sagrada Familia, perseguida por la banda de un truhán llamado Dimas. El que más tarde se convirtió en “el buen ladrón”, acabó por descubrir a los fugitivos; pero de pronto la fe tocó su corazón, hasta el punto de que ofreció su hospitalidad a María y José, en una de sus casas situada en el emplazamiento del viejo Cairo, que entonces era conocido como la Babilonia de Egipto. Ese Dimas, cuyas ocupaciones al parecer eran lucrativas, tenía propiedades por todas partes. Ya me habían enseñado, en el viejo Cairo, en un convento copto, una antigua cueva, rematada por una bóveda de ladrillos, que pasaba por ser lo que quedaba de la hospitalaria casa de Dimas, e incluso el mismísimo lugar en el que dormía la Sagrada Familia. Todo esto pertenece a la tradición copta, pero el árbol maravilloso de Matarée recibe el homenaje de todas las confesiones cristianas. Sin que vayamos a pensar que ese sicómoro se remonta a la antigüedad que dicen, sí se puede admitir  que es producto de los retoños del primitivo árbol, y nadie le visita desde hace siglos sin dejar de arrancar un fragmento de su madera o de la corteza. Aún así, todavía mantiene hoy en día unas dimensiones enormes, y se asemeja a un baobab de la India. El inmenso desarrollo de sus hojas y ramas desaparece bajo los exvotos, bonetes, peticiones y estampas que cuelgan o clavan por todas partes. Al dejar Mattarée, no tardamos en encontrar de nuevo los vestigios del canal de Adriano, que nos sirvió de camino durante cierto tiempo, y en donde las ruedas de hierro de los vehículos de Suez, dejan profundas huellas. El desierto es mucho menos árido de lo que se pueda creer; matas de plantas olorosas, musgos, líquenes y cactus tapizan casi todo el terreno, y grandes rocas cubiertas de arbustos se perfilan en el horizonte. La cadena del Mokatam se pierde a la derecha hacia el sur; el desfiladero que al estrecharse, no tarda en ocultar la vista; entonces mi guía me indicó señalándola, la singular composición de las rocas que dominaban el camino: eran bloques de conchas y todo tipo de crustáceos. El mar del diluvio, o quizá, únicamente el Mediterráneo que, según los sabios cubrió en otros tiempos todo el valle del Nilo, dejó aquí marcas incontestables. ¿Se puede suponer algo más extraordinario?. El valle se abre en un inmenso horizonte que se extiende hasta perderse de vista; ni una huella, ni un camino; el suelo está surcado por todas partes por largas columnas rugosas y grisáceas. ¡Oh, prodigio! Aquí está el bosque petrificado. ¿Qué terrible soplo ha podido derribar en un instante estos troncos de palmeras gigantescas? ¿Por qué todos están caídos del mismo lado, con sus ramas y sus raíces, y por qué la vegetación se ha congelado y endurecido dejando ver claramente las fibras de madera y los conductos de la savia? Cada vértebra se ha roto por una suerte de desmembramiento; pero todas han quedado unidas como los anillos de un reptil. No hay nada en el mundo tan extraño. No es una petrificación producida por la acción química de la tierra; todo ha quedado a ras del suelo. Es así como cayó la venganza de los dioses sobre los compañeros de Phineo* . ¿Sería esto un terreno que abandonó el mar? Pero nada parecido señala la acción ordinaria de las aguas. ¿Fue un cataclismo súbito, un torbellino de las aguas del diluvio? ¿Pero cómo, en ese caso, los árboles no habrían flotado? Se pierde el aliento ante algo de tal magnitud; ¡mejor ni pensar en ello! Por fin salí de este extraño valle, y alcancé de nuevo rápidamente Choubrah. Apenas me di cuenta de los cubiles que habitan las hienas y las blancuzcas osamentas de los dromedarios que han sembrado profusamente el paso de las caravanas; llevaba en mi pensamiento una impresión mayor que la que me produjo la primera vez que vi las pirámides: ¡sus cuarenta siglos son bien poco ante los testigos irrecusables de un mundo primitivo destruido de un golpe!. * Touloun, fundador de la breve dinastía de los Toulounidas, se convirtió en gobernador de Egipto el 872 y se apoderó de Siria en el 877. Bïbars, fue en s. XIII el cuarto sultán de la dinastía de los Mamelucos Baharíes; Saladino (1137-1193) sultán de Egipto y de Siria, fue el héroe musulmán de la tercera Cruzada, y Malek-Adel, su hermano. (GR) * GÉOGRAPHIE, XVII (GR) ** El Corán, en la sura 12, JOSEF, menciona bien el amor de Zuleïka hacia Josef, la nobleza moral de él y la excusa que encuentra ella en la belleza del joven. Pero la idea de un “amor platónico” y el matrimonio con Azima suscitan comentarios que dan lugar a la leyenda. Como con frecuencia, Nerval sigue aquí a Herbelot, Bibliothèque Orientale. *** En el s. II a.C. el sumo pontífice judío Onías IV se retiró a Egipto en el reinado del rey Ptolomeo Filométer. Allí construyó, al norte de Heliópolis, una copia reducida del templo de Jerusalem (GR) * Phineo intentó secuestrar a Andrómeda el día de sus nupcias con Perseo; pero éste le mostró la cabeza de La Medusa y al instante quedó petrificado junto con sus compañeros.

Esmeralda de Luis y Martínez 18 febrero, 2012 18 febrero, 2012 Azima, el canal de Adriano, el Mar Rojo, El raïs, Gessen, Heliópolis, Jsé y Zuleïka, Matttarée, Mme. Cartou, Mokatam, Onías, Syra
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