‘La Ciudad del Sol’ de Tommaso Campanella

‘La Ciudad del Sol’ de Tommaso Campanella

¿Quién fue Campanella? ¿En qué coyuntura histórica le tocó vivir? ¿Qué novedades aportó su obra entonces y qué repercusión tuvo en los siglos posteriores? ¿Qué papel jugó en la famosa conjura a la que dio nombre? Esas y algunas otras preguntas son las que me propuse responder antes de iniciar la lectura de ‘La ciudad del Sol’, y aquí vienen algunas respuestas:

Gian Domenico Campanella nació el 5 de setiembre de 1568 en Stilo, una aldea de Calabria, aunque en algunas biografías se dice que era de Stignano ya que su familia se trasladó allí cuando era niño. Vivió en un ambiente humilde, pero sus excelentes dotes intelectuales hicieron que su padre, gastando más de lo que tenía, lo enviara a Nápoles a estudiar Derecho romano al amparo de un pariente que enseñaba allí. En esta ciudad entró en contacto con los dominicos y, en contra de los deseos de su familia, ingresó en la orden de Predicadores con solo 14 años adoptando el nombre de Tomasso. A partir de ese momento su vida tomó derroteros asombrosos.

Continuando sus estudios en distintos conventos conoció a relevantes personajes que tendrían un gran peso en su vida. Sus ideas naturalistas y antiaristotélicas, cercanas a las de Bernardino Telesio, y su carácter cercano a la prepotencia le hicieron chocar a menudo con su superiores y ganarse poderosísimos enemigos. Varias veces estuvo recluido en las cárceles conventuales e incluso le abrieron un expediente disciplinar dentro de la orden; pero Campanella continuó su dinámica hasta que fue acusado de no delatar a un judaizante. En el registro que siguió encontraron en su celda un libro de geomancia y unos manuscritos suyos en los que abogaba por una reforma de la Iglesia. Aquí cuando se puso en un verdadero aprieto.

Campanella sentía un odio visceral por las obras de Aristóteles. Para él, el contacto con la naturaleza se realizaba por los sentidos y solo por ellos se podía percibir la realidad. Su concepción, por tanto, era muy diferente de la diseñada por los escolásticos y se enfrentaba claramente al principio aristotélico del universal abstracto. El problema era que la doctrina de Aristóteles se identificaba entonces (sobre todo después de su cristianización por Tomás de Aquino) como la base de la filosofía y de los dogmas cristianos. Atacarla equivalía atacar al misma fe.

Decía que los escolásticos “se apartan de las ciencias y pierden el tiempo disertando sobre el objeto de las mismas en Aristóteles […] Ni una sola vez, por Hércules, vi a uno de estos mirar al mundo, a los campos, a los mares y los montes a fin de ver las cosas en su ser natural, sino que todo lo ven en los libros de Aristóteles” (T. Campanella: ‘Philosofia sensibus demonstrata’; p. 4.). Y también “Yo aprendo más de la anatomía de una hormiga o de una hierba que de todos los libros que se han escrito desde el principios de los siglos hasta a mí” (T. Campanella: ‘Lettere’; p. 134.) Como era de esperar, las acusaciones llovieron sobre Campanella.

Tras abjurar de ser sospechoso de herejía y permanecer recluido un tiempo, el Santo Oficio romano insistió para que Campanella regresara a su Calabria natal, donde sería vigilado estrechamente. Ya en Stilo, sin libros ni Biblia y con la compañía de solo dos religiosos, el fraile enfermó.

Había habido en Calabria terremotos e inundaciones, se había visto un cometa y arreciaban las calamidades de siempre: hambrunas y epidemias. Campanella estaba absolutamente convencido de que las Sagradas Escrituras anunciaban para el sétimo milenio (año 1600) la primera resurrección (el triunfo de la Iglesia de los justos y su reinado sobre la Tierra). Otros signos certifican sus expectativas: el descubrimiento del Nuevo Mundo (le permite pensar en la unidad de toda la humanidad), de la calamita (hace posible la comunicación entre todas las partes de la Tierra), de la imprenta de tipos móviles (la trasmisión de ideas) y del arcabuz (someterá a las gentes rebeldes a la ley divina o natural). Aseguraba que los signos de los cielos corroboraban la inminencia de la Edad de Oro y de la catástrofe purificadora que la inaugurará. La renovación del siglo ocurrirá por el fuego, y no por el agua.

El dominico predicaba estas visiones futuristas a las gentes de Stilo y alrededores, que eran víctimas de la rapiña de los ministros del virrey español. Les decía que la futura república mundial comenzaría en Calabria: los bienes serían comunes, habría dos comidas todos los días, todos vestirían de blanco y andarían calzados, la enseñanza sería para todos y la suprema autoridad sería religiosa. Todos estas afirmaciones aparecerían luego en ‘La Ciudad del Sol’, escrita mientras estaba en la cárcel. Campanella salía por los pueblos, visitaba a los enfermos a quienes devolvía la salud o se relacionaba con los personajes de la Iglesia. A su vez, denunciaba los abusos de las autoridades civiles y eclesiásticas.

Y, mientras Campanella estaba a la espera de la primera resurrección los que le rodeaban preparaban una rebelión armada contra los ocupantes españoles. Muchos fueron los que participaron en aquel intento subversivo; los había desde frailes dominicos, maleantes y delincuentes, pasando por miembros de la baja nobleza. Todos parecían ver en él al único capaz de interpretar el mensaje de los astros. Pero, denunciados pocos días antes de la fecha señalada, los españoles enviaron varias compañías de soldados al mando de Spinelli para prender a los conjurados y todo acabó antes de realmente empezar.

Campanella, disfrazado de pastor, trató de pasar a Sicilia, pero fue descubierto y detenido. Le acusaron de hereje y recogieron pruebas contra él. Fue conducido a Nápoles con otros ciento cincuenta y seis presos y le obligaron a redactar una confesión para Luis Xarava del Castillo, que dirigía los interrogatorios. Muchos de los señores locales colaboraron profusamente en la causa con el objetivo obtener parte de los bienes y tierras confiscadas a los insurrectos. Finalmente, una batería de pequeños intereses primero, y de intereses de Estado después le retuvieron en presidio durante veintisiete años. Campanella fue víctima, sin duda, de los recelos mutuos entre el monarca español y los papas.

El dominico fue duramente torturado una y otra vez. No aguantó y admitió la confesión hecha Xarava. Esto significaba su condena a muerte. Y víctima de sus peores pensamientos decidió fingir estar loco. La Santa Sede presionó para hacerse cargo por el proceso de herejía y que fuese juzgado por un tribunal eclesiástico y no civil: se le condenó a cárcel perpetua en las dependencias de la Inquisición. A raíz de esto todos sus escritos fueron puestos en el Índice de libros prohibidos.

El cautiverio fue duro y largo, pero no alcanzó a doblegar el ánimo de Campanella. En 1626 salió por fin de prisión. Temiendo una represalia por parte de los españoles, se trasladó a Roma y posteriormente a París. Durante un tiempo disfrutó del favor del papa Urbano VIII, que hasta le permitió dar a conocer sus escritos revisados; pero sus adversarios se encargaron de ponerlo en su contra publicando una obra sobre Astrología en la que el calabrés hablada de ceremonias mágicas. Sus últimos días los pasó cerca de la corte de Luis XIII. El 21 de mayo 1639 fue enterrado en el cemento de la iglesia conventual de Saint Jacques.

La producción literaria de Campanella es enorme. Una Metafísica en tres voluminosos tomos, treinta libros de Teología, numerosos tratados de Filosofía, Política, Medicina, Astrología, Magia, Gramática, Arte Militar. Intervino en las controversias históricas, religiosas y política de su tiempo con opúsculos. Escribió poesía y también un buen número de cartas. Todos estas obras fueron olvidadas, salvo ‘La Ciudad del Sol’. Y esta debe su impacto más a las extravagancias que contiene que a la solidez de su contenido.

El contexto histórico en el que se movía era medularmente religioso y Campanella se vio forzado a reforzar sus tesis con casos sacados de las Sagradas Escrituras y las obras patrísticas, pues es la condición que le pusieron los censores. Esto hizo que sus escritos quedasen desacreditados entonces y en los siglos siguientes. Sin embargo, Campanella estaba convencido de que su doctrina constituía una novedad en la Historia.

En ‘La Ciudad del Sol’ Campanella describe una sociedad humana en el estado de naturaleza. Reacciona ante la idea de que fuera de la Iglesia no hay salvación y dentro de ella son pocos los que se salvan. El estado de la naturaleza, vivido de acuerdo a unos preceptos religiosos, no difiere del estado de gracia. Los cristianos que se guían por la razón, se salvan. Los solares forman una sociedad de filósofos que han llegado al conocimiento y práctica de cuanto es posible al ser humano sin el auxilio de la revelación y gracia divinas. Se trata de una sociedad en estado de naturaleza en el contexto de la doctrina cristiana. Para Campanella, vivir conforme a la razón proporciona los mismo contenidos morales que el cristianismo y es suficiente para salvarse.

El libro se basa en una conversación entre un hospitalario (miembro de la orden de San Juan de Jerusalén) y un genovés (un supuesto piloto de Cristobal Colón). Lo primero que hace Campanella es describir el lugar: Se trata de una isla, posiblemente Sri Lanka, pero no queda claro. Para acceder a él hay que huir de los salvajes y atravesar una extensa selva; ambos conceptos simbolizan la barrera que lo separa del mundo exterior. En un monte, dominando la llanura, se encuentra la gran Ciudad del Sol. Sus habitantes, llamados solarios, encarnan la acumulación de todos los saberes humanos. Al parecer, llegaron allí huyendo de la invasión mongola. La ciudad en sí se desarrolla según una concepción del mundo que representa el sistema solar ptolemaico de siete planetas, por lo que hay siete murallas circulares y concéntricas; el cosmos, por lo tanto, queda reflejado en la ciudad. En relato, cada detalle tiene su sentido simbólico. Hay un personaje llamado Sol (el Metafísico) que es la cabeza de todos tanto en lo temporal como en lo espiritual; Campanella muestra así su idea de un poder fuertemente jerarquizado. Este, a su vez, es ayudado por tres príncipes llamados Potestad, Sabiduría y Amor, y por otros muchos oficiales que han sido entrenados desde pequeños para tal menester. En síntesis, la Ciudad del Sol es un refugio contra las crisis históricas y el paso del tiempo. La conversación entre el hospitalario y el piloto se queda a medias porque este último tiene que irse para no perder su nave.

Bibliografía:

- Tommaso CAMPANELLA: La Ciudad del Sol (ed. GRANADA, M.A.). Madrid : Tecnos, 2007.

- Tommaso CAMPANELLA: La Ciudad del Sol (ed. GARCÍA ESTÉBANEZ, E.). Tres Cantos (Madrid): Akal, 2006.