“Incautos” o la pervivencia del “Pícaro”/ Sección cine

“Incautos” o la pervivencia del “Pícaro”/ Sección cine

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Hará ya ocho años del día en que mi padre nos llevó a mi hermano y a mi al abarrotado cine de “La Dehesa”. El cartel me llamó enseguida la atención, rezaba: “Incautos”. Mi padre me dijo (verdaderamente lo recuerdo): “Esta es de timadores, tiene que ser divertida”.  Recuerdo haber salido de la sala entusiasmado, deseoso de emprenderla con el primer “incauto” que me topase y hacerme con su numerario, de ponerme una gabardina de ante y transitar libre y huidizo por el mundo, sin ataduras, con mi solo talento para el engaño… En esa sala, más que ver un ejercicio de comedia me pareció ver un manifiesto de rebeldía y libertad… ¿serían las simpatías que despertó Lázaro al lector del Siglo de Oro comparables?

Esa sensación de excitación y admiración profunda creo recordar que  despertaron en mi atolondrado  entendimiento adolescente  los “timadores” que poblaban  la película y que la sostenían  en una sucesión de engaños y ocultamientos profundamente subversivos, que terminan por mostrarnos el reflejo quebrado de la sociedad española de estos años (que ahora nos parecen felices).

“Incautos” es una película dirigida y escrita por Miguel Bardem. Cuenta las peripecias vitales de Ernesto, que se autorrepresenta en una narración propia desde su niñez hasta el momento mismo en que articula el discurso. Abandonado por su padre en un orfanato de religiosos,  la vida le llevará a transitar por los intersticios marginales de la sociedad y le configurará como un individuo carente de moral o escrúpulos   dedicado a mentir y a engañar a fin de lucrarse. En este círculo de avaricia Ernesto se configura como “timador”, genera su propia idiosincrasia negando el sistema de valores que le remite la oficialidad. Condicionado por la propia vivencia, se presenta a sí mismo como un ser adaptado a su medio: la España del capital, del lucro fácil, de la  apariencia, de la especulación inmobiliaria… una España , un mundo, donde nadie es inocente. Él, nos dice, simplemente tiene la franqueza de vivir en lo real y aceptar las reglas del juego.

Todo lo apunta desde el primer acercamiento, desde el primer instante de la película, desde  que oímos la voz persuasiva de Ernesto mostrándose ante nosotros, explicándonos su “caso”: nos encontramos ante un pícaro.

En este acercamiento crítico pretendemos presentar la película  “Incautos” como una representante del llamado por Claudio Guillén y Lázaro Carreter “Género Picaresco”. [1]Esta afirmación tiene una potente implicancia que expande los preceptos y concepciones que situarían al género y al propio pícaro adscrito a la producción novelística (muchas veces restringida en su “pureza” a las tres obras “capitales”) que se da en el limitado  espacio temporal  del Siglo de Oro español. Con el desarrollo del curso hemos demostrado que el pícaro transige sus propias limitaciones a un marco definido para saltar (desde la plataforma innegable de “El Lazarillo de Tormes”) a la totalidad del espacio literario  y del imaginario popular que convirtiéndose en un personaje caracterizado y vivo. Ginés de Pasamonte lo manifiesta y en nuestras lecturas hemos podido comprobarlo: el Pícaro es un ser instituido en el ideario literario y social y como tal sirve de móvil  para expresarse en servicio de los más diversos códigos morales y estéticos.

Pues bien, la presencia de lo Pícaro en una película supone un brecha temporal y cultural tan profunda en las sociedades y autores que lo conciben y le dotan de vida y dimensión que no podemos más que pensar en la universalidad del Pícaro como tipo humano y en la perpetuación de su valor como icono de sátira, de crítica, de representación ácida de lo real, de espejo deformador y demostrativo de los mundos que le rodean.

Así aparecen estos timadores en la pantalla con una historia, unos conflictos y miserias morales y un campo de acción que es fundamentalmente equiparable a los Lázaros, Guzmanes y Buscones. El Pícaro se perpetúa en la historia y en el arte…

Comenzaremos por valorar las implicaciones del paso de “lo pícaro”  al lenguaje cinematográfico, tras esto, definiremos la estructura narrativa de la película y la compararemos con las novelas referenciales del género. Luego nos insertaremos en el principal debate ¿es una película picaresca? ¿qué continuidades y qué rupturas ofrecen los protagonistas? ¿cómo opera la traductibilidad de los iconos del pícaro? ¿hay “honra”, castigo, determinismo, oficio…? Trataremos, pues de encontrar los caracteres generales que hallamos en la novela del Pícaro en Ernesto y sus compinches… Esa pregunta sobre rupturas y continuidades nos conducirá a una reflexión más profunda: si el pícaro existe en nuestro lenguaje artístico y ofrece continuidades con sus homólogos del pasado, ¿en qué medida las ofrecerán nuestros imaginarios y prácticas sociales con la España Barroca?, ¿realmente hemos cambiado tanto tras la extensión de un mundo pretendidamente igualitario y liberal frente al mundo de los primeros pícaros?

En todo este estudio me encuentro con la fabulosa herramienta de haber podido ver la película en mi penosa adolescencia, cuando poco sabía de la novela picaresca…. Esto me permite comprender los sentimientos primigenios que despierta el pícaro al consumidor inmediato… me gusta pensar que podemos ahondar en la acogida del pícaro a lo largo  de los siglos por sus lectores y espectadores y las razones del por qué se configura como referencia universal de las sociedades ibéricas y occidentales.

Nos veremos limitados por el espacio y la naturaleza del trabajo por lo que no podremos tocar todas las aristas de “Incautos”. Pero el objetivo principal, presentarla como una genuina representante del Género Piecaresco en su acepción plena, pretendemos cumplirlo. Si lo conseguimos, júzguelo el amable  lector.

Cine, el séptimo arte, puede que la fórmula máxima y sobretodo más masiva y popularizada de las actuales formas de expresión humana. El Pícaro, no lo olvidemos, en su pretendido realismo, en su apelación a la sátira  popular, a la identificación con ambientes cotidianos, es un producto masivo por definición. que no se contradice en modo alguno con las pretensiones de atractivo visual y temático general que persiguen los creadores de la gran pantalla. “Esta es de timadores, tiene que ser divertida”: el pícaro es un producto que encuentra acogida en las nuevas formas de expresión, evidentemente porque es reconocible aún en el ideario social. En cualquier caso, es amplia la corriente de críticos y estudiosos que encuentran elementos referenciales de lo picaresco en películas concretas, personajes de gran relieve o incluso en géneros enteros. Estas aseveraciones de lo picaresco nunca son plenas y dependen primero de la parcialidad de lo picaresco que se crea encontrar y del propio concepto que tenga el autor del género picaresco novelado.

Por ejemplo, la profesora Mónica Camazón Mediavilla [2]defiende con buenos argumentos los caracteres picarescos del cine social representado en “Barrio”, una magnífica película de Fernando León de Aranoa que pinta la realidad desgarradora y determinada por la pobreza de unos jóvenes de un barrio bajo  que acaban cayendo en la delincuencia. Camazón, bajo presupuestos  tal vez marcadamente marxistas y limitadores ve en la representación que hace Aranoa de los espacios marginales de la sociedad una herencia directa de la picaresca en sentido de denuncia “desde abajo”, de representación “proletaria” de las realidades de injusticia e inmovilidad que caracterizan a las sociedades. Sin embargo,  creo que el pícaro puede servir, como en el caso claro de Don Pablos,  a móviles ideológicos que no son en modo alguno defensores del mundo de los marginados sino conductos de expresión “inmovilista”.  Además,  los protagonistas de “Barrio “ no se comportan como pícaros. Con todo,  Camazón es capaz de ver un eje cultural que une dos expresiones artísticas distantes.

También Suelly Reis Piñeiro[3] apela al contenido picaresco de uno de los personajes punteros de la sátira cinematográfica iberoamericana: Cantinflas. Ella ve en este y también en el mítico Charlot de Charles Chaplin, una serie de rasgos que rebelan comportamientos “inaugurados” en la caracterización del personaje por nuestro género. Ello se refleja, nos dice, en la visión satírica y hasta cierto punto crítica del aparato social y del individuo y en el vagabundaje que caracteriza a ambos protagonistas… Vemos como la autora verdaderamente apela a caracteres definitorios de lo picaresco que se expresan en los personajes cinematográficos y en sus comportamientos como una constante.

A estos estudios es evidente que podríamos añadir un repertorio amplísimo de personajes y películas que tienen claras referencias y reminiscencias del género: personajes como el repulsivo Torrente de Santiago Segura, también su “Gran Vázquez”… Por otra parte películas como “Crimen Ferpecto” que se modula en una acerada crítica de Alex de la Iglesia  satirizando la superficialidad profunda de la sociedad de consumo. Incluso podríamos hablar del género de “Timadores” que ha surgido con fuerza tanto en Hollywood como en el cine iberoamericano. Hollywood nos ha entregado numerosos títulos como “Atrápame si puedes” de Leonardo Di Caprio o “Oceans Eleven”, donde George Clooney y Brad Pitt encabezan un grupo de tahúres que pretende asaltar un casino. Más reminiscencias de lo pícaro tiene este género en el mundo ibérico, destacando sobretodo “Nueve Reinas”, donde Ricardo Darín encarna a todo un pícaro de medio pelo que será finalmente engañado. También la coproducción hispano-chilena “El Baile de la Victoria” presenta la picardía de su protagonista como uno de los elementos constitutivos de la misma, de nuevo aparece Ricardo Darín, para gozo del público, actuando como canalla.

Tampoco podemos obviar las películas que han llevado a la gran pantalla las novelas primigenias como “La Pícara Justina” o “El Lazarillo”. Esto nos muestra como el lenguaje del mundo picaresco sigue estando vigente y las sornas del Lazarillo aún divierten y conmueven a un lector que se transforma en espectador.

En definitiva, existen fuertes reminiscencias de la picaresca en la cinematografía contemporánea y, sobretodo más explícitas en la de habla hispana. Parece que poco a poco, además, se va integrando en la teoría en torno al Género picaresco como la continuación contemporánea de sus preceptos y la generadora de los “pícaros actuales”.

Sin embargo, todas estas películas, como las novelas de la “decadencia” del género, solamente presentan elementos o aromas picarescos. Elegí “Incautos” porque me permite ir más allá en mis afirmaciones: creo que es en sí misma una “Película Picaresca”, la primera que realmente lo es en un sentido pleno por su estructura, su técnica narrativa, su argumentación, los caracteres psicosociales de sus personajes y su visión crítica de la realidad inmediata.  Todos los rasgos universales de la novela picaresca son aplicables a la película si sabemos traducir en el código de lo cinematográfico y de lo temporal.

Debo decir que ni los actores, ni los críticos, ni cualquier tipo de medio hizo hincapié en el tiempo de su estreno de su carácter picaresco, conformándose con mostrarla como una “peli de timadores”. Solamente el diario digital argentino “La Prensa”[4] la presentaba como “la picaresca de hoy” en el titular, sin volver ha hacer alusión en el artículo.

El propio Bardem, en la única referencia que hizo al tema en una entrevista, decía que pretendía alejarse de la picaresca para acercarse a “Nueve Reinas” y al cine policial de timadores… pues bien, mi opinión es que  no lo consiguió, veamos por qué…

Todo parte de la técnica narrativa y la visión del mundo que nos ofrece la película. Ernesto se transmuta en Lázaro por momentos, explicándonos el “Caso” que se da al final de la película, una situación que se adivina ciertamente desagradable: un hombre de acento ruso golpeándole en un automóvil y preguntándole dónde está su dinero. La voz en off, aparece desde el primer momento desdoblándose:  distinguimos al Ernesto narrador del Ernesto protagonista para el resto del film.

Este narrador, como en la picaresca más pura, nos conducirá por una serie de momentos vitales seleccionados, nos compondrá su propia “historia” apelando directamente al espectador en un lenguaje cercano y pretendidamente franco. Es a todas luces  el modo de transmisión  que nos define Rico[5], el vehículo autobiográfico definitorio de la expresión picaresca en el cual Ernesto se viste con un disfraz de historicidad para situarse y justificarse ante el público. Sin duda, la picaresca ha cambiado con el mundo, del Lázaro o el Pablos leídos,  que evocaban paisajes familiares de la urbanidad castellana a un Ernesto que se expresa como narrador mientras la pantalla remite elocuentemente sus acciones y las realidades desoladas y tramposas que pretende representar y que justifica con todo su  discurso de “ideología del timador”, en el cual defiende e incluso se recrea en su capacidad para mentir y embaucar, en su don para aprovecharse de las avaricias ajenas y los vicios sociales… Nadie se lo reprocha, de hecho, despierta profundas empatías debido a que las imágenes, las interpretaciones de los diversos actores y los hechos presentados nos muestran una realidad adulterada y poco simpática,  una sociedad corrompida por el ansia de aparentar y por el dinero…

Ernesto, en su narración seleccionada de su propio periplo vital, se presenta como la consecución lógica de una sucesión de vivencias que le llevan a adaptarse a un mundo corrupto: su afición  a la mentira y sus ansias poderosas de conseguirlo “todo, más y más” son fruto de su contacto con la realidad y de una educación moral nula.

Su discurso es hábil y selectivo y el cariz realista que reviste, un  mundo de referencias conocidas, cautivan al espectador y le ponen de parte de Ernesto: al menos él tiene el valor de ver las cosas como son, aprovecharse y engañar al estúpido y al avaricioso. Son esos “incautos” que nunca caen simpáticos, que siempre están movido por la inmoralidad, por el lucro fácil y que el propio lenguaje gestual de los actores que los interpretan hace aparecer como avariciosos y casi enfermizos. En definitiva, Ernesto consigue, a través de la articulación selectiva de su historia autobiográfica, generar empatía  con el público y explicar el por qué de su caso, de sus acciones, de su propio sistema de valores… A esto se añade el efecto renovador de la elocuencia de la imagen cinematográfica que caracteriza a personajes y ambientes siguiendo el eje discursivo de nuestro pícaro.

Este narrador no tiene un desdoblamiento identitario con respecto al personaje protagonista: su discurso no se expresa en diatribas moralizantes guzmanescas, no es una alta atalaya observante de la vida humana, no esgrime grandes conceptos morales y filosóficos. Más bien todo cuanto dice se basa en la vivencia íntima del protagonista y exhibe un ideario franco basado en su contacto con  la sociedad del lucro representada por el incauto, del que decide aprovecharse. No pretende justificarse en un plano espiritual sino presentar la lógica de sus acciones, reconociéndose a si mismo como lo que es: un mentiroso, un ser sin arraigo ni más interés que el propio. “Pasé de no tener nada a querer casi todo y lo que me faltaba lo quería ya”, no miente, se autorreconoce e incluso se enorgullece (él y el resto de pícaros de la película) de su conducta y de su libertad, de haber trascendido las vidas de autoengaño de la mayoría.

La estructura de la película respalda, claro está, el modelo narrativo y se divide a mi parecer en dos partes claramente diferenciadas. La primera es la que, en mi opinión, tiene una estructura plenamente picaresca: partiendo de la presentación de su ascendencia, en este caso su padre (la madre la desconocemos) habla de una niñez que le configura ya en las pautas vitales que seguirá, luego viene la juventud como “trilero” hasta su conversión definitiva en “timador” o pícaro bajo la enseñanza de ese “ciego” particular que es el “manco”, tras esto se suceden una serie de “timos” que como tratados nos van poniendo ante las picardías de Ernesto y ante los distintos vicios de la sociedad española representados en los incautos. La aparición de Federico, el pícaro por antonomasia, el perfecto timador, no altera la estructura y se continúa con la presentación de los timos hasta que… Aparece la Pícara y, de repente todo cambia, se rompe la racionalidad renacentista que hasta aquí tiene la película y todo se confunde, se multiplican los personajes  e incluso Ernesto pierde el monopolio de la percepción en la historia. Esta segunda parte post-pícara es una especie de decadencia del género dentro del propio film, la estructura se desvirtúa en el gran timo final y se transforma más, ahora sí, en un thriller pseudo-policial de timos y engaños que llegarán a un colmo tal vez excesivo de retorcimiento. Por tanto, dos partes diferenciadas claramente, la primera una auténtica emulación de una picaresca pura, la segunda una expresión decadente que abandona el precepto narrativo para servir al género del “timo”.

No hay que olvidar que la película se configura en una verdadera convención de pícaros, de pícaros reales que conforman una suerte de hampa organizado con un ideario y un código que les caracteriza y que sienta unas normas de conducta definitorias de su modo de vida. No es la banda de Monipodio, estos son genuinos pícaros que se diferencian a sí mismos del vulgar mundo de la delincuencia. Los pícaros que acompañan a Ernesto  comparten con los incautos la carga de su aprendizaje y del desarrollo de la historia.

Primero tenemos a “El Manco”, el anciano timador que transita los cafés matritenses con su extraordinaria habilidad como carterista y aprovechando su fachada de amable anciano para perpetuar los engaños más disparatados. “El Manco” es el maestro de Ernesto, el que le saca  de un camino de mera delincuencia para mostrarle “el oficio”. Es innegable que algo tiene de “el ciego” de Lázaro, tanto por el bautismo que proporciona a nuestro protagonista en materia picaresca como por ciertos caracteres como el propio apodo que le da nombre (sin que conozcamos hasta después de su muerte el verdadero). “Manco” como ciego hace referencia a una limitación física y oculta un nombre real que nada significa para un individuo que se confiugra como sujeto social en el mundo del engaño, ambos son ancianos sapientes que muestran un nuevo camino a su joven, ambos transitan por los tabernáculos gozando de la compañía irremplazable del vino (por que vino es lo que bebe en otra referencia a lo pícaro). “El Manco”, sin embargo, no es el ciego en muchos sentidos, primero por que él es “timador” se presenta como tal y acoge a Ernesto con la firme intención de mostrarle un camino que él ya tienen conceptualizado y definido: él se sabe contenedor de toda una cultura, la del engaño y el robo, que incluso en su ideario trasciende el oficio para elevarse a la categoría de arte. Es plenamente autoconsciente de la condición del timador y la presenta como una honrosa tradición que la separa de la delincuencia: “tu amigo no es hombre de palabra, hay que tener un poco de ética en este mundo”, le dice a Ernesto refiriéndose al “Gitano”, su compañero de delincuencias. Él se siente representante de una vieja escuela, de un código inmemorial que caracteriza su oficio y en este ejercicio nos remite a todos los principios de la picaresca: “El manco decía que la técnica del timo no había variado desde los tiempos de cervantes, siempre ha habido pícaros e incautos”, nos dice Ernesto en el único acto de “intertextualidad” explícita y abierta que hace la película. La diferencia fundamental con “El Ciego” radica también en la condición humana de “El Manco” que se nos presenta como un tipo entrañable (Vicente Aleixandre es perfecto para este papel) y ciertamente feliz con el camino que ha escogido. Pareciera libre de la avaricia codiciosa que sí poseerá a Federico y al propio Ernesto. Lejos de ridiculizar la figura del pícaro, este anciano gana la voluntad del público y la enternece, se vuelve a operar la identificación del espectador y la visión de los protagonistas como buena gente, incluso pequeños héroes…

Esto no es tan cierto con Federico, interpretado por Federico Lupi, este timador se muestra como el gran triunfador la vida picaresca. En principio se le menta  como una suerte de leyenda y en su aparición se nos presenta como un Timador de infinitos recursos, controlador de todos los registros lingüísticos e interpretativos necesarios para el timo y profundo conocedor de la naturaleza humana y de las miserias del mundo que lo rodea. Posee un firme código y lo practica y dista radicalmente de las implicancias bufonescas que se pudieren asociar al pícaro como a un vulgar “Buscón”: es digno en su comportamiento, exitoso, implacable… Sin embargo, no es “El Manco”, en él la película ya muestra un estigma de inmoralidad y de avaricia que si bien le llevarán al éxito final también le harán engañar a  sus compañeros, todo arrastrado por su única pero poderosísima debilidad…

La Pícara Victoria se personifica en  Victoria Abril como la apoteosis final de lo pícaro, esa “quintaesencia” de nuestro género, imperiosamente inteligente, astuta y refinada en el ejercicio de una sensualidad que la sitúa por encima del pícaro masculino, por ser un arma aún más poderosa que el lenguaje, la técnica suprema del engaño… Da la sensación de que este personaje no hubiera sido factible en el siglo XVI, donde la misoginia y lo peyorativo terminan por condicionar a la pícara, aquí la condición de mujer deja de ser limitadora merced al igualitarismo sexual de nuestra ideología para constituirse solamente en una ventaja que la sitúa en un estrato superior a sus compañeros timadores… ella trae el caos, ella cambia la estructura y altera el código sumergiéndoles a todos en un complejo juego de dobles engaños y traiciones en que mueve los hilos gracias al ejercicio de su condición femenina y a su capacidad para atraer sexual y amorosamente tanto a los incautos como a los timadores (que se transforman en incautos). El poderoso Federico queda inerte ante esta “Femme Fatale” lo cual nunca pudieron llegar a ser, como nos dice Alberto del Monte[6], ni Justina ni Helena, demasiado estigmatizadas por su condición de inferioridad moral e intelectual frente a lo masculino en el ideario de la época.

“El Gitano” es  el “delincuente”, este líder y protector de Ernesto en la escuela, que al final se convierte en toda su familia, toma el camino de la delincuencia que en estos tiempos implica la drogadicción y la devaluación personal. Se diferencia de Ernesto y de los demás pícaros en su inferior capacidad expresiva y lingüística, en su empleo de la violencia y en lo parco de su ideario: frente a la emancipación del pícaro de las trabas sociales a través de un discurso de liberación él se nos presenta como un esclavo de su propia condición, sin capacidad de generar un discurso ante la sociedad que le ha llevado a la marginalidad. Al mismo tiempo funciona como la referencia sentimental más duradera de Ernesto y su reaparición tras la prisión también supone una inflexión en la película y confirma la distancia recorrida por Ernesto desde sus tiempos de trilero, si bien al final, su situación será la misma.

Tras haber transitado por los personajes de la película y haber comprobado su arraigo en el género picaresco nos disponemos a encontrar  los rasgos formales que hemos definido en la asignatura como caracterizadores generales del ideario  picaresco  en nuestra película.

Cada principio operante debe ser comprendido solo después de haber traducido los códigos ideológicos que operan en la sociedad y el autor que produjo las novelas en la modernidad hispánica y por otro lado, los principios ideológicos y representativos de nuestra actualidad… comprobaremos que el destino del pícaro, sus miserias y su papel en el mundo no se han alterado trascendentalmente. La película nos presentará un discurso que caracteriza al timador por la “mentira” obsesiva y la ambición surgida del contacto con una sociedad vendida a sus propios fantasmas del capital, veamos como enlazar esto con el género.

En primer lugar vemos como en Ernesto es un ser determinado por su origen como cada uno de los pícaros novelados… Cierto, ya no pueden operar los conceptos providencialistas de la “limpieza de sangre”, la pureza de la raza o el pecado original transmitido por vía genética de herencia,  pero sí observamos en Ernesto la constante del origen como determinador de la vivencia. El padre de Ernesto es un canalla, le abandona y le dice que volverá: la mentira se siembra desde las profundidades de su niñez, se inserta en los pilares de su memoria y es el fundamento de su mundo, incluso podemos entrever una cierta determinación genética, mi padre mentía, yo también.  Tras este episodio Ernesto ya nunca podrá trascender el vicio adquirido y el espacio del colegio de curas donde se ve obligado a vivir le encamina aún más, dada la crueldad de compañeros y sacerdotes, a reafirmarse como mentiroso y embaucador, así encuentra su propio yo, su identidad… Tal vez pudo ejercer su elección, estudiar, buscar trabajo… pero el medio, el ejemplo de su padre… todo le avoca a vivir como lo que es inevitablemente: un pícaro. La elección opera, por supuesto, pero es la de ser pícaro la que se adivina como más apta para las habilidades de Ernesto, para su inclinación adquirida y para sus ambiciones sociales.

Aparecen, sin duda, los conceptos picarescos que se mueven entre la libertad y el vagabundaje como los definiera Carreter[7]. En su vida dedicada al engaño Ernesto y sus compañeros transitan constantemente de un lugar a otro sin hallar un estatus fijo, un trabajo, ni siquiera una identidad. Como Don Pablos, Ernesto cambiará de nombre a cada escena en servicio del timo. De hecho los nombres de los pícaros de la película se corresponden con los de sus actores, este juego puede que reivindique la condición actoral del pícaro y referencie su vida como una comedia que se prolonga incluso en sus actores.

Ya no estamos ante una sociedad abiertamente jerárquica que en su barroquismo reconozca al individuo según la pertenencia a un linaje o a un cuerpo político corporativo, sin embargo, la película nos muestra como nuestra sociedad, bajo el discurso altisonante de la igualdad esconde la cruda realidad de la disgregación, de la determinación del valor de un individuo en base a unos atributos adquiridos a base de capital. El Pícaro querrá acceder a la categoría máxima en este imperio del capital y no estará dispuesto a transitar por las medianías del gran “estatus” impuesto y criticado: la clase media trabajadora:

“SOMOS UNOS PRIVILEGIADOS ERNESTO, FÍJATE EN TODA ESTA GENTE. CREAN UNA FAMILIA, SE MATAN A TRABAJAR, PAGAN IMPUESTOS, COTIZAN EN LA SEGURIDAD SOCIAL. SIN IMPORTARLES QUE LES ROBE HACIENDA, LA CASA, EL SEGURO, LOS BANCOS… ES IGUAL QUE EL ESTADO SE FORRE A COSTA DE SU ESFUERZO, LO TIENEN ASUMIDO. PERO TODO ESTO QUÉ TIENE QUE VER CON NOSOTROS?. TÚ Y YO NOS PLANTAMOS ANTE ESTE PODRIDO SISTEMA, NOS GANAMOS SU CONFIANZA A FUERZA DE TALENTO, ALENTAMOS SU AVARICIA QUE LA HAY Y ES MUCHA, OFRECIENDO DUROS A PESETAS Y LOS ESTAFAMOS. ¿NO ES MÁS EQUITATIVO?”

Este es el manifiesto con el que Federico expresa su condición de hombres liberados del aparataje social, de seres que conocen los resortes viciados del mundo y los manejan a su antojo para lucrarse… Ernesto nunca será lo que debiera ser: un ciudadano medio, endeudado, infeliz  y frustrado… pero tampoco alcanzará una estabilidad sentimental, no podrá casarse, los hijos no parecen una opción en esta dinámica vital y ¿el amor?

En la película puede parecer, si la valoramos por el final, que todo el castigo que recibe Ernesto es haber sido menos astuto que Victoria y Federico y haberse convertido en un incauto más, esto no conllevaría un arrepentimiento ni una condena moral por parte del film… de hecho Ernesto en este sentido es todo un Don Pablos o incluso un Estebanillo plenamente consciente de su propio destino y de su propia amoralidad, de su amor irrefrenable a la mentira, de su ambición… parece poco plausible un arrepentimiento y parece inusitado cualquier castigo que haga flaquear su determinación y que ante el público le presente como un ser mísero.

Sin embargo, la película nos dice otra cosa que discurso  del propio Ernesto y hay un cierto castigo en ese punto de inflexión previo a la desmembración de la estructura picaresca: es cuando Ernesto conoce en la playa a un amor veraniego, una joven de buena familia que: “Ella se enamoró de mi, bueno… de un médico aventurero que trabajaba en una ONG…” “Ella me gustaba de verdad, bueno, de toda la verdad de la que soy capaz….”

Ernesto no puede enamorarse, no puede convivir con nadie, no puede alcanzar ese estatus, ese modelo de vida ideal para el ser humano de hoy es principio de felicidad… No tiene identidad como hombre, tan solo como pícaro, luego la mentira a la vez que le constituye, le desdibuja como individuo social reconocible y le condena a la marginalidad sentimental… Con todo la película sigue y Ernesto, completamente entregado a su ideario vital, parece olvidarlo fácilmente… pero al espectador, a mi mismo cuando la vi a los trece años me surgió por primera vez la pregunta: ¿merece la pena?. Tal vez Bardem difiera del discurso de su creación y pretenda mostrar una contracara oscura de estos pícaros que llega a su cénit cuando uno de los incautos, el de la Expo de Sevilla, se suicida, dándole otro cariz de menor inocencia al timo.

El espacio reglamentario para exponer el trabajo final se terminó hace cierto número de páginas y para no emular a Mateo Alemán en su gusto por lo innecesariamente extenso debemos abandonar un estudio que podría prolongarse con un estudio más intensivo del lenguaje filmográfico picaresco en “Incautos”.

Solo queda decir que todo lo bueno que tiene esta película se debe a las sutilezas, acideces, claroscuros y frenesíes que le otorga la tradición picaresca (tal vez cuando al final se recrea en el retruécano pierde algo de su calidad).

Me adscribo a la acertadísima aseveración de  Alberto del Monte[8], según la cual la picaresca se basaría en la representación de una realidad mundana que rompe y niega los altos valores idílicos con los que pretende operar la sociedad, siendo el pícaro el vehículo de dicho juego, él, que comprende la realidad y la hipocresía de lo oficial . Como Lázaro, Estebanillo, Pablos y los demás, Ernesto ve en los tormentos inmorales de su propia sociedad la posibilidad de medrar y lucrarse operando como un hábil ejecutor de las apariencias, como un explotador de los clichés, delirios, obsesiones y patologías de la sociedad española, como una pieza maestra en el ajedrez de ocultaciones…

Cuando  el ensoñado y feúcho adolescente que yo era (las cosas han cambiado notablemente en lo referido a mi estética) vio esta película, se hizo partícipe de ella por cuanto apelaba a una verdad interesada y relativizada que mostraba a Ernesto como el hombre liberado de una España donde todo era corrupción. Los pícaros me atrajeron por sagaces, por truhanes, por ser actores de primera, por ser libres y, tal vez, también por parecer francos consigo mismo y con una sociedad que amenazaba ruinas.

Tal vez en su situación cronológica e histórica “Incautos” se acerque más al “Lazarillo” que a ninguna otra novela, por cuanto ambas representan (cada  cual a su modo) el esperpento social en tiempos que en ambos casos, son de apogeo: la Castilla de mediados de siglo, aún imperial, conquistadora, victoriosa en Europa y rica, la España del progreso europeísta y globalizado…  Una sociedad en crisis silenciosa.

Pero todos los males que representaban ambas obras terminaron por devorar a sus respectivas sociedades, trascendieron de lo silencioso a un grito lastimero que todo lo sacudió y lo sacude: el Imperio cayó, la monarquía quebró… España hoy es un fantasma que arrastra las cadenas de la corrupción, del engaño, de la especulación, de la ganancia fácil… se hunde miserablemente  y tiene que contemplarse al  espejo al igual que Ernesto al final de la película, fuimos unos “Incautos”, tal vez todos nos dejamos vencer por el humo de la apariencia, del vestido, del coche, la casa grande, la hipoteca… quisimos aparentar, nos vimos atrapados en el discurso alienante y discriminatorio del mundo capitalista: eres lo que tienes, luego, eres lo que pareces… Quisimos aparentar, España quiso aparentar, ¿no seremos todos unos pícaros?

Lázaro y Ernesto (tal vez se llevase mejor con Don Pablos) podrían encontrarse, ir a tomar un vaso de buen tinto castellano y urdir una trama muy pareja: “Incautos” puede ser llamada “picaresca” por que la “Revolución” que echó abajo el Antiguo régimen solo cambió la fachada: el mito de la libertad escondía una sociedad que operaba con las mismas hipocresías. Al menos, los Pícaros sí que existen y podemos reír mirándole el rostro a nuestra propia miseria.

 

 

 

 

 

Bibliografía

–          Claudio Guillén y Fernando Lázaro Carreter, “Constitución de un género: la novela picaresca”

–          Del Monte, Alberto; “Los Orígenes de la Novela Picaresca”.

–          http://www.laprensa.com.ar/NotePrint.aspx?Note=302980

 

–          Rico, Francisco; “Lázaro y el Escudero: técnica narrativa y visión del mundo”

 

–          Camazón Mediavilla Mónica, “Expresiones de la Marginalidad: de la novela picaresca a “Barrio” de Fernando León de Aranoa” George Mason University, Virginia.  http://hispanicculturereview.onmason.com/2011/06/29/expresiones-de-la-marginalidad-de-las-novelas-picarescas-a-barrio-de-fernando-leon-de-aranoa/?lang=es

 

–          Reis Piñeiro, Suelly; “Cantinflas:  la parodia del lenguaje picaresco en el cine”

 

 


[1] Claudio Guillén y Fernando Lázaro Carreter, “Constitución de un género: la novela picaresca”

 

[2] Camazón Mediavilla Mónica, “Expresiones de la Marginalidad: de la novela picaresca a “Barrio” de Fernando León de Aranoa” George Mason University, Virginia.  http://hispanicculturereview.onmason.com/2011/06/29/expresiones-de-la-marginalidad-de-las-novelas-picarescas-a-barrio-de-fernando-leon-de-aranoa/?lang=es

[3]Reis Piñeiro, Suelly; “Cantinflas:  la parodia del lenguaje picaresco en el cine”

[4] http://www.laprensa.com.ar/NotePrint.aspx?Note=302980

[5] Rico, Francisco; “Lázaro y el Escudero: técnica narrativa y visión del mundo”

[6] Del Monte, Alberto; “Los Orígenes de la Novela Picaresca”. Págs. 78-81

[7] Claudio Guillén y Fernando Lázaro Carreter, “Constitución de un género: la novela picaresca”

[8] [8] Del Monte, Alberto; “Los Orígenes de la Novela Picaresca”. Págs. 72-73