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“VIAJE A ORIENTE” 033

III. El harem – X. Choubrah 1… Al parecerle bien mi respuesta, look la esclava se levantó aplaudiendo y repitiendo mil veces: ¡el fil!, order ¡el fil! “¿Qué es eso? Le pregunté a Mansour. –          La SITI (dama) me dijo tras preguntarla, que querría ir a ver un elefante del que ha oído hablar y que se encuentra en el palacio de Méhémet-Ali, en el Choubrah”. Era justo recompensar su aplicación en el estudio e hice preparar los asnos. La puerta de la ciudad, de la parte de Choubrah, no se encontraba a más de cien metros de nuestra casa; todavía es una puerta que se mueve gracias a unos gruesos tornos que datan del tiempo de Las Cruzadas. Se pasa de inmediato sobre el puente de un canal que se extiende hacia la izquierda, formando un pequeño lago rodeado de una fresca vegetación: casinos, cafés y jardines públicos se aprovechan de ese frescor y de esa umbría. El domingo es fácil encontrar a muchos griegos, armenios y damas del barrio franco, que no se despojan de sus velos más que en el interior de los jardines, y allí también se pueden estudiar las razas tan curiosamente contrastadas de Levante. Más lejos, la muchedumbre se pierde bajo las sombras del paseo del Choubrah, posiblemente el más hermoso del mundo. Los sicómoros y bananos que lo dan sombra durante más de una legua son de un enorme grosor, y la bóveda que forman sus ramas es tan densa que, a lo largo de todo el camino reina una especie de oscuridad, que se aclara a lo lejos gracias a los ardientes destellos del desierto que brilla a la derecha, más allá de las tierras cultivadas. A la izquierda, el Nilo rodea vastos jardines a lo largo de media legua hasta abrazar el paseo, al que sus aguas brindan una luminosidad de reflejos púrpuras. Hay un café adornado con fuentes y lacerías, situado a medio camino del Choubrah, y muy frecuentado por los paseantes. Campos de maíz y de caña de azúcar, y aquí y allá algunas quintas de recreo se diseminan a la derecha, hasta llegar a los grandes edificios que pertenecen al pachá. Allí se exhibía un elefante blanco, regalado a su alteza por el gobierno inglés. Mi acompañante, transportada de alegría, no podía dejar de admirar a ese animal, que le recordaba a su país, y que incluso en Egipto era una rareza. Sus colmillos estaban adornados con aros de plata, y el domador le obligó a realizar algunos ejercicios ante nosotros. Llegó incluso a hacer que adoptara unas posturas que me parecieron de una decencia más que dudosa, y como le hice señas a la esclava, velada, pero no ciega, de que ya habíamos visto suficiente, un oficial del pachá me dijo con tono de gravedad: Aspettate…è per recreare le donne (Espera, es para divertir a las señoras) En efecto, allí había muchas que no estaban en absoluto escandalizadas y que se reían a carcajadas. Es una deliciosa residencia la de Choubrah. El palacio del pachá de Egipto, bastante sencillo y de construcción antigua, da sobre el Nilo, frente a la explanada de Embabeh2, tan famosa por la batalla de los mamelucos. Del lado de los jardines han construido un kiosco cuyas galerías pintadas y doradas ofrecen un brillante aspecto. Allí, en verdad, es donde se encuentra el triunfo del gusto oriental. Se puede visitar el interior, en el que se han dispuesto jaulas con pájaros exóticos, salones de recepción, baños, billares, y penetrando aún más, dentro del mismo palacio, se pueden apreciar esas salas uniformes, decoradas a la turca y amuebladas a la europea, y que constituyen por todas partes el lujo de las moradas principescas. Paisajes sin perspectiva pintados al huevo sobre los paneles y las puertas, cuadros ortodoxos, en donde no aparecía ninguna criatura animada, dando una mediocre idea del arte egipcio. De vez en cuando los artistas se permitían pintar animales fabulosos, como delfines, hipogrifos y esfinges. De las batallas, no pueden representar más que los asedios y combates marítimos: barcos en los que no se ven a los marineros luchan contra las fortalezas desde donde la guarnición se defiende sin dejarse ver; el fuego cruzado y las bombas parecen salir por sí solos, el bosque quiere conquistar las piedras, y el hombre está ausente. Y es, aún así, el único medio que tienen de representar las principales escenas de campaña de Grecia, de Ibrahim. Sobre la sala en donde el pachá administra la justicia, se lee esta bella máxima: “Un cuarto de hora de clemencia vale más que setenta horas de oración”. Volvimos a descender a los jardines. ¡Qué de rosas, Dios mío!. Las rosas de Choubrah es decir todo en Egipto; las de El Fayum sólo sirven para el aceite y las confituras. Los jardineros venían de todas partes a ofrecérnoslas. Aún hay otro lujo en la casa del pachá, y es que no se recogen los limones ni las naranjas, para que esos frutos dorados deleiten al paseante el mayor tiempo posible. Cada cual puede de todos modos, recogerlas una vez que han caído. Pero aún no he dicho nada del jardín. Se puede criticar el gusto de los orientales en los interiores, pero sus jardines son impecables. Vergeles por todas partes, lechos y gabinetes de “ifs” tallados, que recuerdan el estilo del renacimiento; es el paisaje del Decamerón. Es probable que los primeros modelos hayan sido creados por jardineros italianos. No se ve ninguna estatua, pero las fuentes son de un gusto exquisito. Un pabellón acristalado, que corona una serie de terrazas escalonadas en forma de pirámide, se recorta en el horizonte con un aspecto de cuento de hadas. El Califa Haroun seguro que no tuvo uno tan bello, pero esto no es nada todavía. Se desciende de nuevo tras haber admirado el lujo de la sala interior y de los cortinajes de seda que revolotean al viento entre las guirnaldas y los festones de la jardinada; se continúa por largos paseos bordeados de bananos, cuya hoja transparente destella como la esmeralda, y así se llega al otro extremo del jardín, a unos baños demasiado maravillosos y conocidos como para describirlos aquí extensamente. Se trata de un inmenso estanque de mármol blanco, rodeado de columnas de gusto bizantino, con una fuente alta en el centro, de la que el agua se escapa por las fauces de cocodrilos. Todo el recinto está iluminado con gas, y durante las noches de verano, el pachá se hace pasear por el lago en una barcaza dorada en la que las mujeres de su harem llevan los remos. Estas bellas damas también se bañan bajo los ojos de su señor, pero con vestidos de crèpe de seda… el Corán, como sabemos, no permite la desnudez. 1.- Choubrah es un barrio con jardines a las puertas de El Cairo. 2.- Embabeh es un lugar próximo a El Cairo, famoso por haberse celebrado en sus proximidades la Batalla de las Pirámides, que tuvo lugar el 21 de julio de 1798 entre el ejército francés en Egipto bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte y las fuerzas locales mamelucas. En julio de 1798, Napoleón iba dirección El Cairo, después de invadir y capturar Alejandría. En el camino se encontró a dos fuerzas de mamelucos a 15 kilómetros de las pirámides, y a sólo 6 de El Cairo. Los mamelucos estaban comandados por Murad Bey e Ibrahim Bey y tenían una poderosa caballería; pero a pesar de ser superiores en número, estaban equipados con una tecnología primitiva, tan sólo tenían espadas, arcos y flechas; además, sus fuerzas quedaron divididas por el Nilo, con Murad atrincherado en Embabeh e Ibrahim a campo abierto. Napoleón se dio cuenta de que la única tropa egipcia de cierto valor era la caballería. Él tenía poca caballería a su cargo y era superado en número por el doble o el triple. Se vio pues forzado a ir a la defensiva, y formó su ejército en cuadrados huecos con artillería, caballería y equipajes en el centro de cada uno, dispersando con fuego de artillería de apoyo el ataque de la caballería mameluca, que intentaba aprovechar los espacios entre los cuadros franceses. Entonces atacó el campamento egipcio de Embabeh, provocando la huida del ejército egipcio. (http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_las_Pir%C3%A1mides )

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“VIAJE A ORIENTE” 034

III. El harem – XI. Los “’ifrít[1]”… En más de una ocasión había pensado estudiar, cialis a través de una mujer oriental, mind el probable carácter de muchas otras, pero temía darle demasiada importancia a las minucias. Y sin embargo, cuál no sería mi sorpresa, cuando al entrar una mañana a la habitación de la esclava, me encontré con una guirnalda de cebollas dispuesta con simetría encima del lugar en el que dormía. Como creí que esto era un simple capricho infantil, descolgué estos ornamentos poco apropiados para engalanar la habitación, y los arrojé con negligencia al patio; pero de pronto, la esclava se levantó furiosa y desolada, se fue a recoger las cebollas llorando y las volvió a colocar en su lugar con grandes signos de adoración. Tuve que esperar a que viniera Mansur para que nos explicara. Mientras tanto yo recibí una sarta de imprecaciones de las que la más clara era ¡”faraón”!. No sabía muy bien si debía enfadarme o quejarme. Por fin llegó Mansur, y me hizo saber que había roto un sortilegio, que yo sería la causa de las desgracias más terribles que caerían sobre ella y sobre mí. Después de todo, le dije a Mansur, estamos en un país donde las cebollas han sido dioses, si yo les he ofendido, nada mejor que reconocerlo. Además, ¡debe haber algún medio de apaciguar el resentimiento de una cebolla de Egipto!. Pero la esclava no quería escuchar nada, y repetía volviéndose hacia mí “¡faraón!”. Mansur me ilustró diciéndome que ese insulto era lo mismo que decir “impío y tirano”. Me afectó este reproche, pero sobre todo saber que el nombre de los antiguos reyes de este país se había convertido en algo injurioso. De todos modos no había por qué enfadarse, me explicaron que esta ceremonia de las cebollas era común en las casas de El Cairo un determinado día del año, y que servía para conjurar las enfermedades epidémicas. Los temores de la pobre muchacha se verificaron, es posible que por su imaginación traumatizada. Cayó enferma de bastante gravedad, y nada de lo que yo pudiera hacer a ella le convenía, ni quiso seguir ninguna prescripción médica. Durante mi ausencia, hizo llamar a dos mujeres de las casa vecinas, llamándolas desde la terraza, y me las encontré instaladas junto a ella recitando plegarias, y haciendo, como me dijo Mansur, conjuros contra los genios o malos espíritus. Al parecer, la profanación de las cebollas había revolucionado a estos últimos y había dos especialmente hostiles a cada uno de nosotros: uno, que se llamaba El Verde, y el otro, El Dorado. Viendo que la enfermedad era sobre todo imaginaria, dejé hacer a las dos mujeres, que finalmente trajeron a otra muy vieja. Se trataba de una Santona de renombre. Trajo un brasero que colocó en medio de la habitación, y en el que hizo quemar una piedra que me pareció que era de “alun[2]”. Este hechizo tenía como objeto el de contrariar mucho a los genios que las mujeres veían claramente en las volutas de humo, y a los que pedían gracia. Pero había que extirpar el mal de raíz. Hicieron levantarse a la esclava que se arrojó sobre las fumarolas, lo que le provocó un fuerte ataque de tos; mientras tanto, la vieja le iba dando golpecitos en la espalda, y todas ellas cantaban a voz en cuello rezos e imprecaciones árabes. A Mansour, como cristiano copto, le chocaban todas esas prácticas; pero, si la enfermedad provenía de una causa mental, ¿qué de mal hay en dejarla tratar mediante un método análogo?. La realidad fue que al día siguiente hubo una mejora evidente seguida de su total curación. La esclava no quiso separarse de las dos vecinas que había llamado, y siguió haciéndose servir por ellas. Una se llamaba Cartoum, y la otra, Zabetta. Yo no veía la necesidad de que hubiera tanta gente en la casa, y me abstuve de ofrecerles ninguna recompensa; pero la esclava les hacía regalos de sus propios efectos personales; y como eran los que Abd-el-Kerim le había dejado, no había nada que objetar, hasta que hubo que reemplazarlos por otros y llegar hasta la adquisición de la tan deseada habbarah y del chaleco. La vida oriental nos juega estos avatares. En principio todo parece sencillo, poco costoso, fácil; pero pronto, todo se complica con necesidades, usos, fantasías, y uno se ve arrastrado a una existencia “pachalesca” que, junto con el desorden y la nula fiabilidad de las cuentas, vacía los bolsillos mejor guarnecidos. Yo había querido iniciarme durante algún tiempo en la vida íntima de Egipto, pero poco a poco veía desaparecer los recursos futuros de mi viaje. “Mi pequeña, dije a la esclava, haciéndole explicar la situación, si quieres quedarte en El Cairo, eres libre”. Yo esperaba una explosión de reconocimiento. ¡Libre!, dijo ¿y qué quiere usted que haga? ¡Libre! ¿Pero adónde podría ir? ¡Revéndame de nuevo a Abd-el-Kerim! –  Pero querida, un europeo no vende a una mujer. Recibir dinero por ello sería una deshonra. –  ¡Pues bien! Dijo llorando, ¿es que yo puedo ganarme la vida? ¿acaso se hacer algo? –  ¿No puedes colocarte al servicio de una dama de tu religión? –  ¿Yo sirvienta?. Jamás. Vuelva a venderme. Seré comprada por un musulmán, por un cheikh, puede que incluso por un pachá. ¡Puedo llegar a ser una gran dama! Si quiere dejarme… lléveme al bazar”. ¡Curioso país es éste, en el que los esclavos no quieren la libertad!. Por otra parte, me daba cuenta de que ella tenía razón, y yo ya sabía bastante sobre el verdadero estado de la sociedad musulmana para que no me cupiera duda alguna de que su condición de esclava era muy superior a la de las pobres egipcias empleadas en los trabajos más rudos y desgraciadas con sus miserables maridos. Darle la libertad, era condenarla a la condición más triste, puede ser que al oprobio, y yo me consideraría moralmente responsable de su destino. – Ya que no quieres quedarte en El Cairo, le dije al fin, tendrás que seguirme a otros países. –   Ana enté sava sava (Tu y yo iremos juntos) me dijo. Su decisión me hizo feliz y me fui al puerto del Boulac para alquilar una barca que debía llevarnos por el brazo del Nilo que conducía de El Cairo a Damieta. [1] El ifrit o efrit (en lengua árabe, ?????) es un ser de la mitología popular árabe. Generalmente se considera que es un tipo de genio dotado de gran poder y capaz de realizar tanto acciones benignas como malignas, con lo que presentan un carácter dual que no comparten los otros genios (http://es.wikipedia.org/wiki/Ifrit) [2] También se conoce como alumbre y es un tipo de sulfato doble compuesto por el sulfato de un metal trivalente y otro de un metal monovalente. Generalmente se refiere al alumbre potásico. Se usa ampliamente en química para la fabricación del papel y como base de desodorantes axilares. En la Edad Media la piedra de alumbre adquirió un gran valor debido a su utilización para la fijación de tintes en la ropa, entre otros usos.

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“VIAJE A ORIENTE” 035

IV. Las pirámides – I. La ascensión… Antes de partir, stuff había resuelto visitar las pirámides, y me fui a ver de nuevo al Cónsul General para pedirle consejo sobre esta excursión. Quiso hacer esa visita conmigo, y nos dirigimos hacia el viejo Cairo. Durante el camino me dio la impresión de que estaba triste. Tosía mucho, con unos espasmos secos, mientras atravesábamos la planicie de Karafeh. Yo ya sabía que estaba enfermo desde hacía tiempo, y él mismo me había dicho que al menos quería ver las pirámides antes de morir. Pensé que exageraba sobre su estado de salud; pero cuando llegamos al borde del Nilo, me dijo: “Yo ya me siento muy fatigado…; prefiero quedarme aquí. Tome usted la barca que le he hecho preparar; yo le seguiré con la mirada y me haré a la idea de que estoy con usted. Le ruego tan solo que cuente el número exacto de escalones de la gran pirámide, sobre el que los sabios no están de acuerdo, y si va a las otras pirámides, la de Saqqarah, le quedaría muy agradecido si me trajera una momia de ibis…me gustaría comparar el antiguo ibis egipcio con el de esta raza degenerada de zarapitos que aún se encuentran en las riberas del Nilo”. Tuve pues que embarcarme solo en la punta de la isla de Roddah, pensando con tristeza en esa confianza de los enfermos que pueden soñar con colecciones de momias al borde mismo de su propia tumba. El brazo del Nilo entre Roddah y Gizeh tiene tal anchura que se necesita cerca de media hora para atravesarlo. Después de cruzar Gizeh, pasar por su escuela de caballería y sus asaderos de pollo; y de analizar sus restos ruinosos, cuyos gruesos muros están construidos con un arte peculiar: recipientes de tierra superpuestos y sujetos con yeso, una edificación más ligera y aérea que sólida; aún se tienen por delante dos millas de llanuras cultivadas que hay que recorrer antes de llegar a las mesetas estériles en las que se alzan las grandes pirámides, en la frontera del desierto líbico. Cuanto más se acerca uno, más disminuyen esos colosos. Es un efecto de perspectiva que sin duda se debe a que su altura es igual a su anchura. En cambio, cuando se llega a sus pies, en la misma sombra de esas montañas construidas por la mano del hombre, uno se admira y se espanta. Lo que hay que trepar hasta llegar a la cúspide de la primera pirámide asemeja a una escalera en la que cada peldaño tiene alrededor de un metro de alto. Una tribu de árabes es la encargada de proteger a los viajeros y de guiarlos en su ascensión a la pirámide principal. En cuanto esas gentes se dan cuenta de que un curioso se encamina hacia su dominio, corren a su encuentro con sus caballos al galope, haciendo una fantasía pacífica y disparando al aire tiros de pistola para indicar que están a su servicio; todos ellos prestos a defenderle contra los ataques de ciertos beduinos pillastres que por casualidad podrían presentarse. Hoy en día ese supuesto hace sonreír a los viajeros, seguros de antemano sobre este punto; pero, en el siglo pasado, es cierto que en realidad se encontraban a merced de una banda de falsos bandidos que, tras haberles aterrorizado y despojado, se rendían con sus armas a la tribu protectora que, de inmediato, recogía una fuerte recompensa por los peligros y heridas sufridas en un simulacro de combate. Me han asignado cuatro hombres para guiarme y sujetarme durante mi ascensión. Al principio no comprendía bien cómo era posible trepar unos peldaños de los que solo el primero me llegaba a la altura del pecho; pero, en un abrir y cerrar de ojos, dos árabes se subieron sobre ese escalón gigantesco, cogiéndome cada uno por un brazo. Los otros dos me colocaron sobre sus hombros, y los cuatro juntos, a cada movimiento de esta maniobra, cantaban al unísono una melopea árabe terminada por ese antiguo estribillo parecido al eleyson!. De este modo llegué a contar hasta doscientos siete escalones, y no se precisó más de un cuarto de hora en alcanzar la plataforma de la cúspide. Y si te detienes un instante para recuperar el aliento, verás venir hacia ti a unas niñitas, apenas cubiertas con una camisola de tela azul que, desde la última grada a la que uno ha trepado, tienden, a la altura de nuestra boca unos cantarillos de arcilla de Tebas, cuya agua helada nos refrescará por un instante. Nada tan increíble como esas pequeñas beduinas trepando como monos con sus pequeños pies descalzos, que conocen todas las anfractuosidades de aquellos enormes bloques de piedra superpuestos. Ya en la plataforma, se les da un bajchis, un abrazo y después uno se siente izado en brazos de los cuatro árabes que te llevan en triunfo a los cuatro puntos del horizonte. La superficie de esta pirámide es de unos cien metros cuadrados. Bloques irregulares indican que se encuentra así debido a la destrucción de la cúspide, parecida sin duda a la de la segunda pirámide, que se conserva intacta y que puede admirarse a poca distancia con su revestimiento de granito. Las tres pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, estaban igualmente revestidas con planchas de piedra rojiza, que todavía podían verse en tiempos de Herodoto. Fueron despojadas poco a poco, cuando se tuvo necesidad en El Cairo de construir los palacios de los califas y de los sudaneses. Como ya se pueden imaginar, la vista es hermosa desde lo alto de esta plataforma. El Nilo se extiende al oriente desde la punta del delta hasta más allá de Sakkarah, en donde se distinguen once pirámides más pequeñas que las de Gizeh. Al oeste, la cadena de montañas líbicas se desarrolla marcando las ondulaciones de un horizonte polvoriento. El bosque de palmeras que ocupa el lugar de la antigua Menfis, se extiende del lado del mediodía como una sombra verdosa. El Cairo, adosado a la cadena árida de Mokatam, eleva sus cúpulas y minaretes hasta la entrada del desierto de Siria. Todo esto es de sobra conocido como para dedicar demasiado tiempo a su descripción. Pero, dejando a un lado la admiración y recorriendo con la mirada las piedras de la plataforma, allí se encuentra con qué compensar los excesos de entusiasmo. Todos los ingleses que se han arriesgado a hacer esta ascensión, desde luego que han grabado sus nombres sobre las piedras. Algunos especuladores han tenido la idea de dar su dirección al público, y un vendedor de cera de Picadilly, incluso ha hecho grabar con esmero sobre un bloque pétreo entero los méritos de su descubrimiento garantizado por la Improved Patent de Londres. Ni qué decir tiene que allí también se encuentra el Crédeville Voleur, tan pasado de moda hoy en día, la carga de Bouginier[1], y otras excentricidades transplantadas por nuestros artistas viajeros como un contraste a la monotonía de los grandes souvenirs.          [1] Crédeville: tipo popular de ladrón o contrabandista, “que tiene la deplorable costumbre de dejar su nombre en todas las murallas de Francia y de París” (Crédeville ou le Serment du gabelou”, vaudeville de Leuven y Dumanoir, 1832) Bouginier es desconocido (GR)

Esmeralda de Luis y Martínez 13 febrero, 2012 13 febrero, 2012 Gizeh, Herodoto, Karafeh, Kefrén, Keops, Las pirámides, Menfis, Micerino, Mokatam, Saqqarah, Tebas
“VIAJE A ORIENTE” 036

IV. Las pirámides – II. La plataforma… Me temo que voy a tener que admitir que ni el mismísimo Napoleón llegó a ver las pirámides más que desde la llanura. Desde luego, look no habría comprometido su dignidad dejándose alzar entre los brazos de cuatro árabes como un simple balón que pasa de mano en mano, advice y estaría obligado a responder desde abajo con un saludo a los “cuarenta siglos” que, sovaldi según su cálculo, le contemplaban a la cabeza de su ejército. Tras haber recorrido con la mirada todo el panorama de alrededor, y leído atentamente estas inscripciones modernas que harán las torturas de los sabios en el futuro, me preparé para descender cuando, un caballero rubio, esbelto, arrebolado y perfectamente enguantado, franqueó, como yo acababa de hacer poco tiempo antes que él, la última grada de la cuádruple escalera y me dirigió un saludo bastante ceremonioso que yo merecía en calidad de ser el primer ocupante. Le tomé por un caballero inglés, y él me situó de inmediato como un francés. Me arrepentí al instante de haberlo juzgado tan a la ligera. Un inglés nunca me habría saludado al encontrarse sobre la plataforma de la pirámide de Keops, un lugar en el que nadie nos podría presentar. “Señor, me dijo el desconocido con un acento ligeramente germánico, me alegra encontrar aquí a alguien civilizado. Yo soy tan solo un oficial de la guardia de SM. el rey de Prusia. He obtenido un permiso para unirme a la expedición de M. Lepsius.[1], y como su esposa ha pasado por aquí hace algunas semanas, estoy obligado a ponerme al día visitando lo que supongo que ella ha debido ver”. Terminado su discurso, me dio su tarjeta de visita, invitándome a ir a verle si alguna vez pasaba por Postdam. “Pero, añadió, viendo que me preparaba para descender, usted sabe que la costumbre es hacer aquí una colación. Estos hombretones que nos rodean esperan compartir nuestras modestas provisiones…y, si usted tiene apetito, le ofreceré una parte del paté que ha traído uno de mis árabes”. Cuando se está de viaje, enseguida se traba conocimiento y, en Egipto sobre todo, en la cúspide de la gran pirámide, todo europeo se convierte para cualquier otro en un FRANCO, es decir, un compatriota; el mapa de nuestra pequeña Europa pierde, tan lejos, sus fronteras divisorias. Hago siempre una excepción para los ingleses, que es como si residieran en una isla aparte. La conversación del prusiano me gustó mucho durante el almuerzo. Llevaba con él cartas con las últimas y más frescas noticias de la expedición de M. Lepsius que, en ese momento, exploraba los alrededores del lago Moeris y las ciudades subterráneas del gran laberinto. Los sabios berlineses habían descubierto ciudades enteras escondidas bajo las arenas y construidas con ladrillos; Pompeyas y Herculanos subterráneas que jamás habían visto la luz, y que posiblemente se remontaban a la época de los trogloditas. No pude dejar de reconocer que era una noble ambición para los eruditos prusianos el haber querido ir tras las huellas de nuestro Instituto de Egipto, del que ellos no podrán más que completar sus admirables trabajos. El almuerzo sobre la pirámide de Keops es, en efecto, forzado por los turistas, como el que se hace de ordinario sobre el capitel de la columna de Pompeyo en Alejandría. Yo estaba feliz de haber encontrado un compañero instruido y amable que me lo hubo recordado. Las pequeñas beduinas habían conservado bastante agua en sus cantarillos de barro poroso, para permitir refrescarnos y después hacer unos “grogs” con una frasca de aguardiente que uno de los árabes llevaba a la zaga del prusiano. Mientras tanto, el sol se había convertido en un disco ardiente como para que pudiéramos quedarnos por más tiempo sobre la plataforma. El aire puro y vivificante que se respira a esa altura nos había permitido durante algún tiempo no darnos cuenta del calor. Ahora había que descender de la plataforma y penetrar en la pirámide, cuya entrada se halla aproximadamente a un tercio de su altura. Nos hicieron descender ciento treinta escalones por el procedimiento inverso al de la subida. Dos de los cuatro árabes nos suspendían de los hombros desde lo alto de cada grada, y nos depositaban en los brazos extendidos de los otros dos compañeros. Hay algo bastante peligroso en esta forma de descender, y más de un viajero se ha partido el cráneo o los huesos. Sin embargo, nosotros llegamos sin accidentes a la entrada de la pirámide. El acceso a la pirámide es una especie de gruta con las paredes de mármol y bóveda triangular, rematada por un enorme y ancho bloque de piedra que constata, gracias a una inscripción en francés, la antigua llegada de nuestros soldados a este monumento: es la tarjeta de visita del ejército de Egipto, esculpida sobre un bloque de mármol de 16 pies de ancho. Mientras yo leía respetuosamente, el oficial prusiano me hizo observar otra inscripción hecha más abajo en jeroglíficos y, cosa rara, grabada hacía muy poco. El conocía el significado de esos jeroglíficos modernos inscritos según el sistema de Champolión. “Esto significa, me dijo, que la expedición científica enviada por el rey de Prusia y dirigida por Lepsius, ha visitado las pirámides de Gizeh, y espera resolver con la misma suerte las otras dificultades de su misión”. Habíamos franqueado la entrada de la gruta: una veintena de árabes barbudos, con los cintos erizados de pistolas y puñales, se levantaban del suelo en donde acababan de dormir la siesta. Uno de nuestros guías, que parecía dirigir a los otros, nos dijo: “¡Vean ustedes lo terribles que son…observen sus pistolas y sus fusiles! –    ¿Quieren robarnos? –    ¡Al contrario! Están aquí para defenderles en caso de que fueran atacados por las hordas del desierto. –    ¡Se decía que habían dejado de existir con la administración de Mohamed-Ali! –    ¡Oh! Todavía queda bastante mala gente por ahí, tras las montañas… En cambio, por un COLONNATE, ustedes serán defendidos por estos fieros y bravos hombres contra todo ataque exterior”. El oficial prusiano inspeccionó las armas, y no pareció muy convencido de su potencia destructiva. En el fondo, para mí sólo se trataba de cinco francos con cincuenta céntimos, o de un tálero y medio para el prusiano. Aceptamos el trato, compartiendo los gastos y haciéndoles la observación de que nosotros no estábamos de acuerdo con esa suposición. “Pasa con frecuencia, dijo el guía, que tribus enemigas invaden esta zona, sobre todo cuando suponen la presencia de ricos extranjeros”. Es cierto que este asunto tenía visos de realidad y que sería una triste situación verse preso y encerrado en el interior de la gran pirámide. La colonnate (piastra de España) entregada a los guardianes nos aseguraba al menos que, en conciencia, ellos no podrían gastarnos esa broma fácil. Pero ¿cómo pensar ni un instante que gente honrada iba a hacernos algo así?. La actividad de sus preparativos, ocho antorchas encendidas en un abrir y cerrar de ojos, la amable atención de hacernos preceder de nuevo por las niñas hidróforas de las que ya he hablado, todo ello, sin duda, era bien tranquilizador. En principio, se trataba de agachar la cabeza y la espalda, y de colocar los pies lo mejor posible sobre dos ranuras de mármol que recorren los dos costados de esta pendiente. Entre ambas ranuras hay una especie de abismo tan ancho como la separación de las piernas, y en donde más vale no caerse. Se avanza pues, paso a paso, lanzando lo mejor posible los pies a derecha e izquierda, un poco sujeto, bien es cierto, por las manos de los porteadores de antorchas, y se va descendiendo, agachado de este modo durante unos ciento cincuenta pasos. A partir de ahí, el peligro de caer en la enorme fisura que apreciaba entre los pies, cesa de golpe y queda reemplazado por el inconveniente de pasar arrastrándose con el vientre boca abajo, bajo una bóveda obstruida en parte por la arena y las cenizas. Los árabes no limpian este pasaje sin que medie otra colonnate, acordada generalmente por las gentes ricas y corpulentas. Cuando uno se ha arrastrado durante algun tiempo bajo esta bóveda baja, a gatas, se entra por una nueva galería, no más alta que la precedente. Al cabo de doscientos pasos, que esta vez se hacen subiendo, se encuentra una especie de cruce cuyo centro es un amplio pozo profundo y sombrío, alrededor del cual hay que girar para ganar la escalera que conduce a la Cámara del Rey. Llegando allí, los árabes disparan sus pistolones y encienden hogueras con ramas para espantar, según ellos, a murciélagos y serpientes. La sala en la que nos encontramos, con una bóveda de cañón, tiene 17 pies de larga y 16 de ancha. Volviendo de nuestra exploración, bastante satisfechos, debimos reposar a la entrada de la gruta de mármol, y preguntamos qué podría significar esa extraña galería por la que acabábamos de ascender, con aquellos dos canales de mármol separados por un abismo, desembocando más lejos en un cruce en medio del que se halla el misterioso pozo del que no habíamos podido ver ni el fondo. El oficial prusiano, haciendo memoria, me propuso una explicación bastante lógica del uso de tal monumento[2]. Nadie, acerca de los misterios de la antigüedad es tan erudito como un alemán. Veamos, según su versión, para qué servía la galería baja dotada de raíles por la que habíamos descendido y después ascendido tan penosamente: “se sentaba en una carreta al hombre que se presentaba para las pruebas de iniciación. La carreta descendía por la fuerte inclinación del camino. Llegada al centro de la pirámide, el iniciado era recibido por los sacerdotes inferiores que le mostraban el pozo animándole a precipitarse en él. Como es natural, el neófito dudaba, lo que era visto como signo de prudencia. Entonces se le aportaba una especie de casco rematado por una lamparilla encendida, y provisto de este ingenio, debía descender con precaución al fondo del pozo, en donde se encontraban, aquí y allá, soportes de hierro sobre los que podía reposar los pies. El iniciado descendía durante largo tiempo, alumbrado un poco por la lámpara que llevaba sobre la cabeza; después, aproximadamente a cien pies de profundidad, encontraba la entrada de una galería cerrada por una reja, que se abría también ante él. Asimismo, aparecían tres hombres con máscaras de bronce imitando la faz de Anubis, el dios perro. No había que asustarse bajo ningún concepto de sus amenazas y había que avanzar hacia delante arrojándoles por tierra. Y así durante una legua, hasta que se llegaba a un espacio de grandes dimensiones, que producía el efecto de un bosque tupido y sombrío. Pero en cuanto se ponía el pie en el paseo principal, todo se iluminaba al instante y producía el efecto de un vasto incendio, que no eran más que fuegos de artificio y sustancias bituminosas entrelazadas entre las ramificaciones de hierro. El neófito debía atravesar el bosque, al precio de algunas quemaduras, lo que por regla general lograba . Más allá, se hallaba un riachuelo que había que atravesar a nado. Apenas había recorrido la mitad, cuando una inmensa agitación de las aguas, determinada por el movimiento de dos ruedas gigantescas, le paraba y le hacía retroceder. Cuando parecía que sus fuerzas le iban a abandonar, veía aparecer ante él una escalera de hierro que parecía debiera salvarle del peligro de perecer en el agua. Ésta era la tercera prueba. A medida que el iniciado ponía un pie en cada escalón, el que acababa de dejar, se desprendía y caía al río. Esta difícil situación se complicaba a causa de un viento espantoso que hacía temblar a la vez a escalera y postulante. Cuando estaba a punto de perder todas sus fuerzas, debía tener la presencia de ánimo suficiente como para atrapar dos anillas de acero que descendían hacia él, y de las que tenía que quedar suspendido por los brazos, hasta que veía abrirse una puerta, a la que llegaba gracias a un violento esfuerzo. Éste era el final de las cuatro pruebas elementales. El iniciado llegaba entonces al templo, daba una vuelta alrededor de la estatua de Isis, y se veía recibido y felicitado por los sacerdotes. [1] Bien acogido por Méhémet-Ali, el egiptólogo K. R. Lepsius, acompañado de sabios y eruditos ingleses y alemanes, residió en Egipto de 1842 a 1846. G.N. se refiere a la esposa de Lepsius que se unió al egiptólogo tras su llegada a Egipto. [2] J. Richer (Nerval et les doctrines ésotériques) y G. Rouger (ed. Crítica, Introducción) han demostrado cuáles son las fuentes en las que se inspiró Nerval para hacer de las pirámides un lugar de iniciación. Una, sobre todo, la famosa novela arqueológica del abad Terrason, SETHOS (1731).

Esmeralda de Luis y Martínez 13 febrero, 2012 13 febrero, 2012 Champolion, colonnate, Isis, la cámara del rey, las pruebas de "iniciación" en la pirámide, Lepsius, oficial prusiano, pirámide de Keops
“VIAJE A ORIENTE” 037

IV. Las pirámides – III. Las pruebas iniciáticas… Con estos recuerdos intentábamos poblar de nuevo esa soledad imponente. Rodeados de árabes que se habían echado a dormir, treatment esperando para abandonar la gruta de mármol que la brisa de la tarde hubiera refrescado el aire, buy nosotros nos dedicábamos a apuntar las más diversas hipótesis sobre los hechos realmente constatados por la tradición antigua. Estas extrañas ceremonias de iniciación tantas veces descritas por los autores griegos, see que todavía pudieron asistir a ellas, para nosotros cobraban un interés muy especial, al ver cómo lo narrado correspondía perfectamente con la disposición de aquellos lugares. “¡Qué hermoso sería, le dije al alemán, ejecutar y representar aquí “La flauta mágica” de Mozart[1]. ¿cómo es que ningún hombre rico se había permitido la fantasía de darse tal espectáculo?. Con poco dinero se podría llegar a limpiar todos estos conductos, y bastaría después con traer el vestuario adecuado a toda la trouppe italiana de El Cairo. Imagínese la voz tonante de Zoroastro resonando desde el fondo de la sala de los faraones, o a “La Reina de la noche” apareciendo sobre el sarcófago de la llamada Cámara de la Reina y lanzando hacia la sombría bóveda su argentina voz. Imagínese el sonido de la flauta mágica a través de estos largos corredores, y las muecas y el temor de Papagino, forzado por los pasos del iniciado su maestro, a afrontar al triple Anubis, después al bosque en llamas, luego este canal sombrío agitado por las ruedas de hierro, y más aún con esa extraña escalera de la que cada peldaño se desprende a medida que se asciende por ella, haciendo sonar el agua con un sinistro chapoteo… –    Sería difícil, dijo el oficial, interpretar todo esto en el interior mismo de las pirámides… Hemos dicho que el iniciado seguiría, a partir del pozo, por una galería de unas cuantas leguas. Esta vía subterránea le conduciría hasta un templo situado a las puertas de Menfis, cuyo emplazamiento usted ha visto desde lo alto de la pirámide. Una vez terminadas estas pruebas, el iniciado volvería a ver la luz del día; la estatua de Isis aún continuaría velada para él; todavía tendría que superar una última prueba totalmente moral, de la que no tenía pista alguna, y cuyo objetivo le quedaba oculto. Los sacerdotes le habrían llevado triunfalmente, como uno más entre ellos, los cánticos y la música habrían celebrado su victoria. Aún tendría que ser purificado mediante un ayuno de cuarenta y un días, antes de poder contemplar a la gran diosa, viuda de Osiris. Ese ayuno se rompería cada día al ponerse el sol, momento en que se le permitiría reponer fuerzas con algunas onzas de pan y una copa de agua del Nilo. Durante esta larga penitencia, el iniciado podría conversar, a ciertas horas, con los sacerdotes y sacerdotisas, cuya vida discurría en las ciudades subterráneas. Tenía derecho de preguntar a cada uno y de observar las costumbres de esta comunidad mística, que había renunciado al mundo exterior, y cuyo inmenso número espantó a Semiramis, la victoriosa, cuando al hacer retirar los cimientos de la Babilonia egipcia (el viejo Cairo) vio desmoronarse las bóvedas de una de esas necrópolis habitadas por seres vivos[2]. –    Y tras los cuarentaiún días, ¿qué pasaba con el iniciado? –    Todavía tendría que pasar dieciocho días de retiro, durante los que debería guardar un completo silencio. Sólo le estaría permitido leer y escribir. Después pasaría un examen en el que todas las acciones de su vida eran analizadas y criticadas. Esto duraba aún doce días. Después se le hacía acostarse a lo largo de nueve días detrás de la estatua de Isis, tras haber suplicado a la diosa que se le apareciera en sus sueños y le inspirara sabiduría. Por fin, hacia los tres meses, las pruebas habían terminado. La aspiración del neófito hacia la divinidad, ayudada por las lecturas, las enseñanzas y el ayuno, le llevaban a un grado tal de entusiasmo que por fin era digno de ver cómo caían ante él  los velos sagrados de la diosa. En ese momento, su sorpresa llegaba al colmo viendo cómo se animaba aquella fría estatua cuyos trazos habían tomado de repente el parecido de la mujer que más amaba o del ideal que se había formado sobre la belleza más perfecta3. “Pero en el momento en que extendía sus brazos para alcanzarla, ella se desvanecía en una nube de perfumes. Los sacerdotes entraban con gran pompa y el iniciado era proclamado igual a los dioses; ocupando un lugar de inmediato en el banquete de los sabios, entonces le estaba permitido degustar los más delicados manjares y embriagarse con la ambrosía, que no faltaba en estas fiestas. Sólo le quedaba una pena, la de haber admirado tan sólo por un instante la divina aparición que se había dignado sonreírle… Sus sueños se la iban a devolver. Un largo sueño, debido sin duda al jugo de loto exprimido en su copa durante el festín, permitía a los sacerdotes transportarle a algunas millas de Menfis, al borde del célebre lago que aún lleva el nombre de Karoun (Carón) Una balsa le recibía aún dormido y le transportaba en esta provincia de El Fayoum, oasis delicioso que, aún hoy, es el país de las rosas. Allí existía un valle profundo, rodeado en parte de montañas, y por otra separado del resto del país por abismos excavados por la mano del hombre, en donde los sacerdotes habían sabido reunir las dispersas riquezas de la naturaleza entera. Los árboles de la India y del Yemen entremezclaban allí su follaje tupido y sus extrañas flores con la vegetación más rica y variada de la tierra de Egipto. “Animales en cautividad daban vida a ese maravilloso escenario, y el iniciado, depositado allí, aún dormido sobre la hierba, se encontraba al despertar en un mundo que semejaba la perfección misma de la naturaleza creada. Se levantaba, respirando el aire puro de la mañana, renaciendo al fuego del sol que no había visto desde hacía mucho tiempo; escuchaba el cadencioso canto de los pájaros, admiraba las flores embalsamadas, la tranquila superficie de las aguas rodeadas de papiros y consteladas por lotos rojos, en donde el flamenco rosa y el ibis trazaban sus curvas graciosas. Pero aún faltaba algo para animar esta soledad. Una mujer, una virgen inocente, tan joven, que ella misma parecía surgir de un sueño puro y matinal, tan bello, que mirándola de cerca se podían reconocer los admirables rasgos de Isis vislumbrados a través de una veladura. Tal era la criatura divina que se convertía en compañera y recompensa del iniciado triunfante”. Aquí, me creo en el deber de interrumpir la narración imaginada por el sabio berlinés: “Me parece, dije, que usted me está contando la historia de Adán y Eva. –   Más o menos”, me respondió. En efecto, la última prueba, tan encantadora, pero tan imprevista, de la iniciación egipcia era la misma que Moisés relató en el Génesis. En aquel jardín maravilloso existía un árbol cuyos frutos estaban prohibidos al neófito admitido en el paraíso. Es tan cierto que esta última victoria sobre uno mismo era la cláusula de la iniciación, que se han encontrado en el Alto Egipto bajorrelieves datados de 4.000 años, representando a un hombre y a una mujer, bajo un árbol, en el que ésta última ofrece el fruto a su compañero de soledad. Alrededor del árbol está enroscada una serpiente, representación de Tifón, el dios del mal. En efecto, en general sucedía que el iniciado, que había vencido todos los peligros materiales se dejaba llevar por esta seducción, cuyo desenlace consistía en su exclusión del paraíso terrenal. Su castigo entonces debía ser el de errar por el mundo, y difundir en los pueblos extranjeros las enseñanzas que él había recibido de los sacerdotes. En cambio, si él resistía, lo que era muy raro, a la última tentación, se convertía en un igual al rey. Se le paseaba en triunfo por las calles de Menfis, y su persona era sagrada. Precisamente, por haber fallado en esta prueba, Moisés fue privado de los honores que esperaba. Herido por este resultado, declaró una guerra abierta contra todos los sacerdotes egipcios, luchó contra ellos mediante la ciencia y los prodigios, y terminó liberando a su pueblo gracias a un complot cuyo resultado es bien conocido4. El prusiano que me contaba todo esto era evidentemente un hijo de Voltaire…este hombre estaba aún anclado en el escepticismo religioso de Federico II y no pude evitar hacerle esta observación. “Se equivoca, me dijo: nosotros los protestantes, analizamos todo; pero no por ello somos menos religiosos. Si parece demostrado que la idea del paraíso terrenal, de la manzana y de la serpiente, ha sido conocida por los antiguos egipcios, esto no prueba de ningún modo que la tradición no sea divina. Estoy dispuesto a creer, incluso que la última prueba de los misterios no era más que una representación mística de la escena que pudo suceder en los primeros días del mundo; que Moisés, tal vez hubiera tomado esto de los antiguos egipcios, depositarios de la sabiduría primigenia; o que se haya servido, al escribir el Génesis, de las impresiones que él mismo hubiera podido conocer; pero aún así esto no implica que no sea cierta la verdad primera. Triptolemo, Orfeo y Pitágoras también pasaron por las mismas pruebas. El uno fundó Los Misterios de Eleusis, el otro, los de Las Cabirias de Samotracia; el otro, las asociaciones místicas del Líbano5. “Entonces, Orfeo tuvo menos éxito que Moisés. Falló en la cuarta prueba; en la que era necesario tener la suficiente fuerza de espíritu como para alcanzar los anillos suspendidos sobre él: cuando los peldaños de hierro comenzaron a caer bajo sus pies se precipitó en el canal, de donde le sacaron con dificultad y, en lugar de llegar hasta el templo, tuvo que volver hacia atrás y remontar el camino hasta la salida de las pirámides. Durante la prueba, su mujer le había sido arrebatada por uno de esos “accidentes naturales” que los sacerdotes amañan con facilidad y les dan esa apariencia. Pero Orfeo obtuvo, gracias a su talento y renombre, la gracia de comenzar de nuevo las pruebas, y por segunda vez falló, y así fue cómo perdió para siempre a Euridice, y él se vió reducido a llorarla en el exilio. –   Con este sistema, dije, es posible explicar materialmente todas las religiones, pero ¿qué ganaríamos nosotros?. –   Nada. Nosotros únicamente acabamos de pasar dos horas charlando sobre los orígenes de la historia. Ahora cae la tarde y es hora de buscar un refugio”. Pasamos la noche en una LOCANDA italiana, situada cerca de allí, y al día siguiente se nos condujo al emplazamiento de Menfis, situada a unas dos millas hacia el mediodía. Las ruinas allí son irreconocibles; de hecho, todo está recubierto por un bosque de palmeras en medio del que se encuentra la inmensa estatua de Sesostris, de sesenta pies de altura, pero caída sobre su vientre en la arena. Pero todavía debo hablar de Saqqarah, adonde se llega enseguida, de sus pirámides, más pequeñas que las de Gizeh, entre las que se distingue la gran pirámide de ladrillos construida por los hebreos. Un espectáculo aún más curioso se halla en el interior de las tumbas de animales, muy numerosas y extendidas por la llanura. Las hay de gatos, cocodrilos y de ibis. Se penetra a ellas con mucha dificultad, respirando la ceniza y el polvo, arrastrándose a veces por conductos por los que sólo de puede pasar de rodillas. Después, uno de encuentra ante vastísimos subterráneos en donde se acumulas a millones y simétricamente colocados todos estos animales, cuyos cuerpos, los bondadosos egipcios, se preocupaban en embalsamar y amortajar, igual que a los hombres. Cada momia de gato está envuelta en una gran cantidad de vendajes, en los que, de un extremo a otro, se han escrito en jeroglíficos, probablemente la vida y virtudes del animal. Incluso se hace lo mismo para con los cocodrilos… En cuanto a los ibis, sus restos son encerrados en vasijas de arcilla de Tebas, ordenadas perfectamente a lo largo de una superficie incalculable, como si fueran vasijas de mermelada en una granja. Pude cumplir fácilmente el encargo que me había hecho el cónsul, después, me separé del oficial prusiano, que continuó su ruta hacia el Alto Egipto, y yo, volví al Cairo, bajando por el Nilo en una barca. Me ocupé de ir a llevar al consulado el ibis obtenido al precio de tantas fatigas, pero me dijeron que durante los tres días consagrados a mi exploración, nuestro pobre cónsul había sentido cómo se agravaba su enfermedad y se había embarcado para Alejandría. Después me enteré de que había muerto en España. [1] Interpretación masónica de las antiguas iniciaciones, “La flauta mágica” ejerce sobre Nerval una fuerte atracción (ver n. 64) Se ve aquí la parte de intuición y de especulación que aporta a su descripción de las pirámides, lo menos arqueológica posible. La idea de reanimar las ruinas con un espectáculo aparece igualmente en ISIS, cap. I.  [2] Sobre los magos y los ancestros retirados en los hipogeos para cultivar allí los secretos primitivos, ver más abajo la leyenda de Adoniram (capítulos VI y VII) y “Aurelia I,8” 4.- Esas especulaciones sobre el origen egipcio de la Revelación bíblica se remontan al Renacimiento y se han convertido en lugar común de toda una tradición exotérica. Nada más nervaliano, sin embargo que esta búsqueda de un hogar común a todas las creencias y esa reducción del mensaje bíblico a un avatar de la Historia de las Religiones.  4.- El mito de Pigmalión, otro de los temas recurrentes en Nerval. 5.-  Alusión a la doctrina sincretista de la PRISCA TEOLOGÍA; el Hermes Trimegisto de los egipcios, Moisés, Orfeo, Pitágoras y otros sacerdotes antiguos, habrían recibido una revelación paralela y sus misterios enseñarían una verdad única y universal.

Esmeralda de Luis y Martínez 13 febrero, 2012 13 febrero, 2012 Adán y Eva, Isis, Las pirámides, Menfis, Moisés, Orfeo, Osiris, pruebas iniciáticas, Semiramis, Tifón
Conferencias Las relaciones artisticas en el mundo hispanico

Viernes 2 de marzo del  2012 : Conferencias En el marco del seminario del eje Civilizaciones Hispanicas, cialis dirigido por Almudena Delgado Larios y Edmond Raillard y dentro de las actividades dedicadas a Las relaciones internacionales en el mundo hispanico se celbraran dos conferencias sobre Las relaciones artisticas de España en la época moderna, 2 de marzo del 2012, Grenoble, Sala Jacques Cartier –          José RIELLO VELASCO  (Université Autonome de Madrid, Espagne), « Los escritos sobre arte del Greco ». –          Javier DOCAMPO CAPILLA (directeur de la Bibliothèque du Musée du Prado, Madrid, Espagne), « Las bibliotecas de artistas en España : de El Greco a Jose de Madrazo »  

Almudena Delgado 14 febrero, 2012 14 febrero, 2012 arte, bibliotecas, El Greco, España, Madrazo, relaciones internacionales
Actividades 2011-2012 del Eje Civilizaciones Hispanicas dirigido por Almudena Delgado Larios y Edmond Raillard

En el curso 2011-2012, buy cialis el Eje Civilizaciones Hispanicas dedica su seminario a dos temas: 1) La memoria de los acontecimientos traumaticos, mind siglos XIX-XX 2) Las relaciones internacionales en el mundo hispanico (relaciones politicas, economicas, sociales, culturales, artisticas). CALENDARIO – Vendredi 25 novembre 2011 : Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles)  interventions multiples des membres de l’Axe autour des principaux concepts (mémoire emblématique, traumatisme, etc). Plus particulièrement, Edmond Raillard aborde les concepts rencontrés dans l’étude du documentaire sur la mémoire des événements traumatisants ; Franck Gaudichaud évoque différents travaux théoriques sur la mémoire du passé historique au Chili. – Jeudi 2 février  2012 : Conférences Salle Jacques Cartier (ver documento especifico) – Vendredi 3 février 2012 : Journée d’études (ver documento especifico) Dans le cadre des travaux sur Les relations internationales dans le monde hispanique (relations politiques, économiques, sociales, culturelles, artistiques), Journée d’études sur « Frontières dans le monde hispanique », 9h-12h30, Salle Jacques Cartier  – Vendredi 24 février: Camille Lacau St Guily et Laurie-Anne Laget présentent leurs travaux de recherche – Vendredi 2 mars 2012 : Conférences Dans le cadre des travaux sur Les relations internationales dans le monde hispanique (relations politiques, économiques, sociales, culturelles, artistiques), 9h30-12h Salle Jacques Cartier, Conférences sur « Les relations artistiques de l’Espagne à l’époque moderne », Salle Jacques Cartier – Vendredi 9 mars 2012 : Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles) : châtiment et impunité interventions multiples des membres de l’Axe sur la situation pays par pays concernant la problématique de l’impunité et des politiques institutionnelles de la mémoire ou de l’oubli.  Marita Ferraro présentera l’Argentine; Lauriane Bouvet l’Uruguay, Franck Gaudichaud le Chili, Sandrine Rol et Christian Demange l’Espagne au XX siècle, Edmond Raillard et Margarita Remón (le Mexique, l’Amérique Centrale ), Pierre Géal et Almudena Delgado l’Espagne au XIX siècle (afrancesados, carlistas, liberales). – Vendredi 30 mars 2012 : Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles), Christian Demange exposera l’état de ses recherches sur la collection « Gregorio del Toro » portant sur « Memorias de la Guerra Civil ». – Vendredi 20 avril  2012: Séminaire Dans le cadre des travaux sur La mémoire des évènements traumatisants (XIX-XX siècles), Edmond Raillard et Olga Lobo feront des communications sur « Le cinéma documentaire et la mémoire ».  – Vendredi 1er juin : Séminaire Dans le cadre des travaux sur Les relations internationales dans le monde hispanique (relations politiques, économiques, sociales, culturelles, artistiques), interventions de Camille Lacau St Guily, Laurie-Anne Laget, Marta Ruiz Galbete, Véronique Jude et Almudena Delgado Larios sur « Les frontières dans le monde hispanique du Moyen Age à nos jours », travaux pour le numéro de ILCEA, le revue en ligne de l’équipe.

Almudena Delgado 14 febrero, 2012 14 febrero, 2012 América latina, España, memoria, relaciones internacionales, Seminario
Numero de la revista electronica ILCEA sobre Fronteras en el mundo hispanico

Textos de 40 000 caracteres espacios incluidos, see en español o en francés, sovaldi sale a enviar para el 10 de agosto fecha limite. Ponerse en contacto con Almudena Delgado previamente. La revista ILCEA -en formato electronico- figura en el sitio revues.org y es la revista del equipo ILCEA. Los articulos son sometidos a una doble relectura a ciegas antes de ser publicados. “À l’ère de la mondialisation, unhealthy alors que les informations, les biens ou les personnes circulent de plus en plus librement à une échelle globale, on pourrait croire que le concept de frontière a perdu beaucoup de sa pertinence. S’il est vrai que les frontières des Etats-nations ont été durablement tracées tout au long du XIXème siècle et que l’on s’attache désormais davantage à les brouiller dans des cadres économiques, politiques ou stratégiques supranationaux qu’à essayer de les questionner, un certain nombre de conflits territoriaux persiste néanmoins dans le monde hispanique (Chili-Bolivie, Venezuela-République de Guyana, Chili-Pérou, Malouines, Guatemala-Belice). Par ailleurs, alors que les grandes frontières globales liées à des clivages de type idéologique (Est-Ouest) ou économique (Nord-Sud) qui présidèrent aux analyses géostratégiques du monde contemporain ont désormais perdu de leur mordant, de nouveaux conflits civilisationnels ont émergé impliquant un questionnement nouveau du concept de frontière.  Nous nous proposons, dans ce numéro des Cahiers de l’ILCEA  d’interroger l’idée de frontière dans le monde hispanique du Moyen Âge à nos jours. Des frontières territoriales, aux politico-idéologiques, en passant par les frontières culturelles ou purement linguistiques, il s’agira tout d’abord de définir et décliner le concept dans toute sa richesse pour illustrer ensuite les différentes dynamiques créées autour de ces lignes de démarcation physiques, identitaires ou mentales. Dans la dialectique de la construction / abolition des frontières, quels sont les enjeux, les procédés et les forces mis en œuvre dans les cas analysés ? Comment les idées et les savoirs traversent-ils les frontières et sont-ils transformés ou réinventés lors de leur transfert? Pourquoi la frontière a-t-elle pu apparaître pour certains comme hermétique, une solution de continuité entre les pays? Et de quelle manière les idéologies créent-elles de véritables bastions territoriaux face à des ennemis extérieurs?  Ainsi, dans le monde hispanique toujours marqué par les enjeux de la frontière, comment a-t-on conceptualisé et représenté la frontière, les conflits nationaux ou les identités des territoires frontaliers ? Si la frontière n’est qu’une ligne imaginaire séparant deux territoires, quelles sont en fin de compte les raisons de les tracer et les effets de les traverser ?”

Almudena Delgado 14 febrero, 2012 14 febrero, 2012 fronteras en el mundo hispanico, revista ILCEA
Jaime Contreras: a propósito de las tendencias al secularismo y el Mundo Árabe

Descripción / Resumen: Secularism Trends and the Arab World      Jaime Contreras Alcala University, hospital Spain Para los occidentales de hoy, for sale a diferencia de otras épocas, hospital el Islam es un vecino nuestro, cada vez más cercano. El espacio que ocupa hoy en el mundo es tan intenso que llega a constituir  una parte sustancial de nuestras propias vidas. En sus manifestaciones culturales y sociológicas la cultura islámica expresa y desarrolla unos sistemas de vida cotidiana cuyas raíces tienen una larga historia de más de 14 siglos. Esa historia ha producido una sociedad que hoy, en muchos de sus parámetros, se encuentra traspasada e influida  por muchos de los valores de los sistemas culturales de occidente… Por este enlace se puede acceder también al texto completo: http://www.archivodelafrontera.com/wp-content/uploads/2012/03/Jaime-Contreras-ponencia-Sidney-2012.pdf

Emilio Sola 14 febrero, 2012 2 octubre, 2014 confesionalismo, interculturalidad, poder, secularismo, sociedad
Portada del libro en la edic. de 1999

Esta es la portada de la edición del libro de Fugaz ediciones, Alcalá, 1999. http://www.archivodelafrontera.com/wp-content/uploads/2012/02/Hist-desenc-JAPON.jpg     Como despedida, un dibujo de despedida.

Emilio Sola 15 febrero, 2012 11 septiembre, 2021 portada libro
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