E. Sola: CUENTOS DEL PARAÍSO DE LAS ISLAS, 14-2.2: Carla Canon visita al sabio Mirallá, Capítulo II
Autor del Documento: Emilio Sola
Descripción/ Resumen:
1
Banquete en el restaurante de enfrente
Carla no consiguió comunicación telefónica inmediata con Fausto Mirallá,
pero estaba decidida a hacerle una visita a su nuevo intersticio del Rin;
así se lo comunicó por un mensaje, bajo cubierta del logo
de la camella blanca Bernabé y los cisnes con que había llegado
la “Declaración individual de independencia personal Orbis Terrarum”,
lo que significaba mensaje prioritario en el sistema de signos tradicional
de la biblioteca del Naranjal. En ello andaba,
cuando irrumpieron en la sala de trabajo los primeros colegas
con los que había quedado a comer la víspera, a últimas horas de la noche.
Cortado, el Bakala, seguía en la ciudad del interior hasta dos días después,
y pensaba salir para campamentos de refugiados orientales con Perico Rincón
y un chaval de Siria que les acompañaba y que se traía con él para la comida.
Los acompañaba Marta la de los Archipiélagos, como le decían,
que se había unido al grupo al saber que Carla Canon iba a comer con ellos,
pues hacía tiempo que no la veía y así aprovechaba para saludarla.
Marta era una veterana tejedora experta en redes de nomadeo,
pero se había ido reciclando hacia asuntos de intendencia más globales,
durante un tiempo en los mismos grupos de acción de Carla Canon,
con quien se había entendido muy bien.
Carla y Marta se recibieron muy efusivas, con saltitos y risas.
“¿Te acuerdas de aquellos combates por una cultura de la bienvenida?”.
Y más saltitos y risas. “Muy astuta, tú,
conseguiste neutralizar a los pastosos aquellos de la ética de la condena”.
Y más risas y más saltitos y palmas. “¡Puaf, pastosos es poco!
Babosos, que luego, en las copas de la noche,
no había quien se los quitara de encima”. Encantadas de verse,
se sentían rejuvenecer.
Bajaron los cuatro al restaurante de enfrente. Carla y Marta
le explicaron al Bakala y al Sirio los avatares de la campaña
por una cultura de la bienvenida en la que habían participado activamente
en el inicio del montaje del campamento de los Archipiélagos,
y cómo habían conseguido que se aceptara el modelo organizativo
de conciertos de rock, clave para el éxito de aquel nuevo intersticio
de nomadeo africano. Carla había derivado luego hacia trabajos
de coordinación e intendencia en campamentos de refugiados orientales,
pero Marta debió quedarse más apalancada, como se decía,
en torno a los Archipiélagos. “Tu hija era por entonces casi un bebé”,
recordó Carla. “Sí, la crianza fue importante, pero más lata me dieron
los telares y talleres”. Su taller artesanal de tejidos de esteras
había tenido que crecer desmesuradamente al hacerse muy demandados
sus modelos, sobre todo los climatizados, y el crecimiento de los poblados
de los Archipiélagos al convertirse en intersticio de nomadeo de éxito,
así como las demandas de auxilio de otros campamentos
en proceso de creación y primeros montajes,
terminó desbordándolos a todos. Marta
hacía ya muchos meses, si no años, que no se ponía ante un telar.
Había sido engullida por la Organización centripetadora, ese monstruo
que a medida que se llenaba de vendemotos se iba convirtiendo
en más burocrático y depredador de energías.
Carla, Bakala y el Sirio se miraron y se encogieron de hombros.
“Lo de siempre. ¡Qué pesadez!”
Media docena más de comensales estaban por allí, y hubo nuevos saludos.
“La cultura de la bienvenida”, bromeó la Carla. Habían reservado ya
la gran mesa del restaurante, sobre el ventanal que daba al parque;
a mediodía era el lugar más agradable y distraído, pues siempre, sobre todo
cuando mejoraba el tiempo, había por allí varios grupitos en plan picnic
con almuerzos informales que aprovechaban para pequeñas asambleas.
“Como nosotros, desvirtualizando redes”, bromeó, a su vez, Bakala.
Uno de los informáticos, de los que habían llegado antes y se habían asentado ya
a la mesa preparada para el banquete, le comentó que esa era la clave,
o una de ellas al menos, la desvirtualización de grupos, la clave del éxito
de las nuevas redes. El Bakala le contestó que a buenas horas, mangas verdes.
“Siempre sois los últimos en enteraros de por dónde va la cosa,
colega Informático”.
Un camarero del restaurante le trajo a Carla un aperitivo caipiriñado
con un guiño risueño. Carla le dio una palmadita en el culo
y le devolvió el guiño. Era un chaval paquistaní que había llegado allí
hacía tres semanas y aún andaba en proceso de adaptación,
pero más listo y vivo que el hambre. Se lo presentó a todos,
aunque alguno ya lo conocía. Carla y Marta siguieron con sus recuerdos
de años atrás. “La cultura de la bienvenida, que impusimos al final
a los de la ética de la condena, tan extreñiditos ellos, fue clave
para terminar de definir la estructura del proyecto como de acogida,
protección y redistribución contra los facciosos y vendemotos del control,
encierro y devolución, que ni tenían argumentos
para hacer medianamente comprensible su proyecto”.
“¡Qué comprensible, Carla; aceptable sin más! Porque aquello,
a pesar de su retórica, se comprendía perfectamente”.
El Informático había estudiado recientemente el caso de Los Archipiélagos
y estaba encantado con lo que oía de las dos mujeres.
“Las redes virtuales, allí, fueron decisivas porque funcionaron, precisamente,
muchos desvirtualizadores al mismo tiempo, militares y policiales, sí,
pero también artísticos y musicales, artesanales e industriales,
universitarios y de transportes y no sé cuántos más…”
“Y las agallas de cada uno y de cada una, chaval”, saltó enseguida la Marta.
Aquello se animaba. “Eso es, precisamente, lo que me interesa.
Estoy comenzando a hartarme de un nomadeo de ordenador en ordenador…
Necesito liberarme, urgente…” “¿Y qué sabes hacer,
además de darle a la tecla?”. El Informático – se llamaba Fito,
y era un crac en lo suyo, como decían – le contestó que tenía alguna habilidad
en la cocina, de potajes y ensaladas a salsas y asados, y alguna vez
se había enredado algo en talleres de carpintería de reciclaje. “Pues te basta
y te sobra para darte un garbeo por ahí sin necesidad de deslomarte
en los cuadros de mando de los teclados, chico. Y cuanto antes, mejor,
y con más fuerza y sabiduría vas a volver a lo tuyo”. Luego le contó
alguna anécdota más de su intersticio de apalanque, Los Archipiélagos,
en donde estaba teniendo un desarrollo interesante, precisamente,
lo que interesó al Fito el Informático, una atarazana, el Tarazanal le decían,
de reconversión de cayucos, flucas y pateras menores en muelles,
pasarelas y pisos y accesorios básicos para nuevos poblados.
El paquistaní había traído por entonces abundantes ensaladas y botellas
de agua y de vino, mientras elegían un menú de temporada, y la conversación
derivó hacia lo que se comentaba por allí esos días, la actualidad,
que decían. Vendemotos y centripetadores, que se habían puesto las botas
en la última crisis, como solían llamar a la realidad cuando se les iban de las manos
sus malabares estadísticos, y se volvían más insaciables devoradores aún,
los vendemotos se habían sacado de la manga un nuevo modelo de contrato
para sus pagos globales, que llamaban “finiquito diferido
con simulación de contrato”, con el que se habían convertido en el hazmerreír
tanto de los académicos de la sociedad formal como de los oenegeros,
voluntarios y nómadas en general de los intersticios de nomadeo.
Se sospechaba que tan singular figura retórica encerraba un intento
de chuleo o choriceo o disimulación de información, con distracción
de energías bajo manga o bajo cuerda, en secreto en fin,
de donde saldrían perjudicados los recursos correspondientes
a las coordinadoras financieras de los intersticios de nomadeo.
“¡Que se lo metan por el culo!”, se indignó el Bakala.
A la llegada del pescadito frito y los marisquillos,
la gente aplaudió al paquistaní, y se relajó algo más la conversación.
Ya estaban a los postres, animados por el vinito blanco arribeirado
que les trajo el paquistaní ante un guiño de la Carla,
cuando apareció por allí Perico Rincón a buscar a sus colegas Bakala y el Sirio
para terminar de preparar el viaje del día siguiente.
“¡Cómo que viajamos mañana, tío! Habíamos quedado en salir pasado mañana
por la noche”. Pero tenían que salir al día siguiente:
un vuelo con oferta baratísima de última hora, y podrían llevarse
cuarenta kilos más de material. Una ganga. “¡Joder, con las prisas!
No le dejan a uno banquetear un poco, estos acelerados…”
Perico Rincón le dio unas palmaditas en la mejilla al Bakala,
y éste se tranquilizó. El Sirio se reía. Pidieron un café rápido y un té
para los que tenían que ponerse en movimiento, y Carla bromeó
con Perico Rincón. “El Bakala y tú ya vais de tándem permanente por la vida,
por lo que veo. ¿De equipo permanente o de pareja de hecho?”
Cortado Bakalaero se echó a reír. “Pura comodidad. Inercia o rutina.
Nos compenetramos de puta madre de bien, y cuando el Perico comienza
a ponerse nervioso, se hace un viaje rápido a ver a su novia la Murrús
y vuelve como nuevo”. Al oír el nombre de la Murrús,
Marta la de Los Archipiélagos se sobresaltó. “Anda ya, no me digas
que tú eres el Perico Rincón… ¡Dale un abrazo a tu suegra, colega!”
El Sirio los miraba perplejo, como diciéndose para sí que todos estaban locos,
y apuró su té con menta a la magrebí, que en aquel restaurante
preparaban estupendamente. El mundo era un pañuelo.
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14-2-2 Carla Canon visita al sabio Mirallá-II
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Archivos Adjuntos
Ficha Técnica y Cronológica
- Personajes: Carla Canon, Marta la Tejedora, Bakala, Perico Rincón, el Sirio,
- Palabras clave: El Paraiso de las Islas, EMILIO SOLA, frontera, literatura, novela
- Autor de la fuente:
- Título de la fuente:
- Impresor:
- Ediciones / Ediciones Críticas:
- Archivo de procedencia: - / Volumen: - Sección: - - Legajo: Biblioteca de don Borondón o Biblioteca del Naranjal - Documentos:
- Tipo de documento: Crónica / Estado: Fragmento
- Época: Contemporánea / Siglo: XXI DC / Año: Tiempo literario, a partir del siglo I de la GG y muerte de JB.
- Zona geográfica: Mediterráneo, Eurasia / Localización: