J. Francisco Peña: CERVANTES EN ALCALÁ

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Querido lector:

Ya nadie pone en duda que Miguel de Cervantes nace en 1547 en la casa de la calle de la Imagen. Los avatares de su vida le llevan a ver la luz del mundo por primera vez en ese lugar. Estas mismas circunstancias le hacen salir de Alcalá siendo niño, pero el espíritu de una ciudad viva y en plena expansión marcó su existencia. Alcalá, en ese año, es una urbe abierta a todas las corrientes culturales. En ella conviven los mejores profesores, filósofos, teólogos, médicos… de España, creando un ambiente que pocas veces se ha llegado a igualar. La imprenta adquiere aquí su mayoría de edad con la impresión de la Biblia Políglota y con el amplio abanico de impresores que dejaron su huella en cientos de libros repartidos por toda España. La Universidad abre sus puertas a un nuevo humanismo que está transformando la sociedad. El hombre comienza a ser la medida de todas las cosas y la figura de Dios se humaniza para permitir que el mundo interior y personal pueda recorrer el camino de la verdad. El renacimiento cultural recupera todo el simbolismo de la mitología para adaptar cada dios pagano a un mundo religioso mucho más tolerante y comprensivo. Se lee a Erasmo y se acepta la duda como principio de la sabiduría. Alrededor de esta universidad y de su idiosincrasia surgen por doquier colegios y conventos dispuestos a expandir esa cultura más allá de los límites de la ciudad y de España. Los reyes se acercan a Alcalá para conocer a los médicos que les curarán, los profesores escriben excelentes tratados sobre los problemas teológicos pero también sobre los sociales o sanitarios, como el magnífico estudio del profesor Pedro Ciruelo sobre la peste.

                Pero junto a eso, el aire de libertad que se respira permite también el juego y la diversión. Y así, poco después, se abre el Corral de Comedias, uno de los espacios más importantes de las tablas españolas en esa época. Alcalá es una ciudad abierta, tolerante, culta, con celebraciones universitarias integradas en la ciudad. Cada uno de sus espacios esconde una forma de pensar ligada directamente a la expresión vital más auténtica.

                A la llamada de este mundo acudirán los nombres más relevantes de la cultura española. Mateo Alemán, Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca y tantos otros no son más que el reflejo de la atracción de una ciudad asentada en la tolerancia, el estudio y el vitalismo. Mateo Alemán encontrará en la Universidad de Alcalá la inspiración para su magna obra El Guzmán de Alfarache, donde se puede ver con total claridad esa fusión de cultura y vida que impregna la ciudad. Lope de Vega no solo aprenderá en Alcalá los conocimientos básicos que le convertirán en el mejor autor de teatro de España, sino también el impulso vital de los amores de Marfisa, a la que le debemos que no se hiciera sacerdote en su juventud, aunque, visto lo visto, tampoco parece ser que hubiese sido un impedimento para su aventurada vida. Quevedo va a encontrar en Alcalá el sentir de la cotidianidad más inmediata, la de la vida del estudiante, con toda su grandeza pero también con toda su miseria. Leer El Buscón, de Quevedo, es descubrir ese mundo interior que se esconde tras cada una de las fachadas de las casas y posadas de la ciudad. El corazón que late en los corrales de los pollos y la Inquisición, dos extremos del concepto vital que forman al ser humano completo, es el que va de lo más ramplón a lo más excelso.

Con estos mimbres no es extraño que Alcalá haya servido de inspiración a Cervantes y a pesar de que posiblemente no escribiera aquí ninguna de sus obras, en todas ellas palpita el deambular de lo concreto a lo abstracto, de lo simple a lo complejo, de lo contingente a lo eterno, de lo casual a lo lógico, de la esencia a la existencia, del ser al parecer… Calla, amigo Sancho, que las cosas de la guerra, más que otras, están sujetas a continua mudanza; cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel sabio Fristón, que me robó el aposento y los libros, ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento.

                Sus personajes, y no solamente don Quijote, están impregnados del halo de la libertad, y en una España que camina hacia su debacle política, económica y social, la voz de Cervantes es la única que mantiene ese grito por encima de todas las circunstancias… y no son pocas ni pequeñas las que le tocó vivir. El discurso de Preciosa, la gitanilla, afirmando su voluntad de ser libre en todo momento, la igualdad social que propugna Dorotea o el grito de Mariana contra la opresión del hombre… son el bebedizo que tomó Cervantes entre las faldas de su madre y sus hermanas en los fogones de la casa de la calle de la Imagen.

                Alcalá levantó la casa de Cervantes, aunque fuese una libre recreación, en el mismo lugar en que estaba la original, y ha celebrado con más o menos acierto las conmemoraciones de sus centenarios. Sonada fue la celebración que siguió a la inauguración de la estatua que luce en la plaza de Cervantes, en 1879, según cuenta Esteban Azaña. Pero no cabe duda de que nos falta mucho para conseguir que Cervantes sea el reclamo cultural que es Shakespeare para Stratford. Un proyecto innovador como fue el del Centro de Estudios Cervantinos que aglutinaba al Ayuntamiento, la Comunidad y la Universidad se vino abajo. Hubiera sido, sin lugar a duda, el fundamento de la difusión de los valores culturales que se encuentran en la obra y la vida de Cervantes. Camina por buena senda el proyecto de la Gran Enciclopedia Cervantina, una magna obra que esperamos que pueda ver pronto su conclusión. Cervantes se lo merece.

                Y con esa intención van estas líneas, querido lector, para que podamos ir viendo cómo en cada uno de los rincones de la ciudad se encuentra un detalle del autor. No solo ha nacido aquí, sino que la Universidad le ha trasmitido su ideal de tolerancia; fue amigo del famoso médico Francisco Díaz, en el colegio de la Madre de Dios; se relacionó con los trinitarios para su liberación; estrenó sus obras en el Corral de Comedias; imprimió aquí La Galatea… todo huele a Cervantes.

                Y si la relación de los momentos vitales late en los espacios de la ciudad, los personajes de sus obras son el impulso de ese espíritu. No se puede conocer a Cervantes solo por lo que nos cuentan en sus biografías. Como el Quijote dice en varias ocasiones, cada uno es hijo de sus obras, y las de Cervantes, no solo las humanas sino también las literarias, se impregnan de las mismas piedras. ¿Dónde podemos conocer mejor el teatro de Cervantes que en el Corral donde estrenó sus obras y que, seguramente, pisó en varias ocasiones? ¿Dónde podemos sentir la verdad de la amistad con Francisco Díaz sino en el colegio donde los dos anduvieran en varias ocasiones leyendo el soneto que le dedicó? ¿Quién nos puede trasmitir mejor el sentimiento familiar que el aire de su casa natal y la fuerza de libertad que proclaman sus mujeres, las reales y las ficticias?

                Leer algunos textos de Cervantes es conocer a Cervantes. No hay mejor homenaje que sentir con fuerza el profundo valor humano que irradian sus palabras. Cervantes se merece que Alcalá se vuelque en el descubrimiento de su obra. Conocer a Cervantes es conocer el respeto, la tolerancia, la verdad, el amor, la ilusión… es conocer al hombre.

                Nada mejor que sus propias palabras a través del Persiles:

El ver mucho y leer mucho aviva los ingenios de los hombres.

 Francisco Peña Martín

Instituto Universitario «Miguel de Cervantes». Universidad de Alcalá

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