Baltasar Gracián, el nadador Critilo y el desnudo Andrenio

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EL NAÚFRAGO CRITILO SE SALVA A NADO EN SANTA ELENA Y SE ENCUENTRÁ ALLÍ CON ANDRENIO.

 

 Baltasar Gracián (1601-1658) es un clásico raro y terrible de la literatura barroca española, de siempre muy apreciado pero difícil de leer. El Criticón (1657) es su ficción filosófico-novelística máxima, y por ese raro azar – que no lo es tanto, por otra parte – comienza su relato con una escena de un náufrago de protagonista, Critilo, y su llegada a nado, ayudado por una tabla y con gran peligro, a la isla de Santa Elena.

 

De una edición mala pero completa, según dice, de Olimpia ediciones de 1995, sin referencia de traductor siquiera, sólo quiero seleccionar y versicular algunos fragmentos iniciales, como el inicio mismo de la “crisi primera”, como Gracián tituló en lugar de capítulos. Barrocazo circunvalador, fronterizo y terrible. La lucidez y los tiempos. Modificamos algo la ortografía y la puntuación; con las mayúsculas añadidas, algo a capricho, surge esta composición:

 

Pequeña Isla, Perla del Mar,

Esmeralda de la Tierra, Corona del Océano,

Portátil Europa, Oriente,

¡Oh Suerte, oh Cielo, oh Fortuna!

Monstruo de la Naturaleza y de la Suerte,

Fatales Confines de la Vida y de la Muerte.

 

 

La “crisi primera” de la primera parte: “Naúfrago Critilo encuentra con Andrenio, que le da prodigiosamente razón de sí”.

 

 

Ya entrambos mundos habían adorado el pie

a su universal monarca el católico Filipo;

era ya real corona suya la mayor vuelta

que el sol gira por el uno y otro hemisferio,

brillante círculo en cuyo cristalino centro

yace engastada una Pequeña Isla,

o Perla del Mar o Esmeralda de la Tierra:

diola nombre augusta emperatriz

para que ella lo fuese de las islas, Corona del Océano.

Sirve, pues, la isla de Santa Elena

-en la escala del un mundo al otro – de descanso a la Portátil Europa,

y ha sido siempre venta franca,

mantenida de la divina próvida clemencia en medio de inmensos golfos,

a las católicas flotas del Oriente.

 

*

 

Aquí, luchando con las olas,

contrastando los vientos y más los desaires de la Fortuna,

mal sostenido de una tabla, solicitaba puerto un naúfrago,

Monstruo de la Naturaleza y de la Suerte,

cisne en lo ya cano y más en lo canoro,

que así exclamaba entre los Fatales Confines de la Vida y de la Muerte:

 

¡Oh, vida, no habías de comenzar,

pero ya que comenzaste, no habías de acabar!

No hay cosa más deseada ni más frágil que tú eres,

y el que una vez te pierde tarde te recupera:

desde hoy te estimaría como a perdida.

 

Madrastra se mostró la naturaleza con el hombre,

pues lo que le quitó de conocimiento al nacer le restituye al morir:

allí porque no se perciban los bienes que se reciben,

y aquí porque se sientan los males que se conjuran.

 

¡Oh tirano mil veces de todo el ser humano aquel primero

que con escandalosa temeridad fió su vida

en un frágil leño al inconstante elemento!

Vestido dicen que tuvo el pecho de aceros,

mas yo digo que revestido de yerros.

En vano la superior atención separó

las naciones con los montes y los mares

si la audacia de los hombres halló puentes para trasegar su malicia.

 

Todo cuanto inventó la industria humana ha sido

perniciosamente fatal y en daño de si misma:

la pólvora es un horrible estrago de las vidas,

instrumento de su mayor ruina,

y una nave no es otro que un ataúd anticipado.

Parecíale a la muerte teatro angosto de sus tragedias la tierra

y buscó modo cómo triunfar en los mares,

para que en todos elementos se muriese:

¿qué otra grada le queda a un desdichado para perecer

después que pisa la tabla de un bagel,

cadahalso merecido de su atrevimiento?

Con razón censuraba el Catón aun de sí mismo

entre las tres necedades de la vida

el haberse embarcado por la mayor.

 

¡Oh Suerte, oh Cielo, oh Fortuna!,

aún creería que soy algo, pues así me persigues;

y cuando comienzas no paras hasta que apuras:

válgame en esta ocasión el valer nada para repetir de eterno.

 

*

 

De esta suerte hería los aires con suspiros,

mientras azotaba las aguas con los brazos,

acompañando la industria con Minerva.

Pareció ir sobrepujando el riesgo, que a los grandes hombres

los mismos peligros o los temen o los respetan; la muerte a veces

recela el emprenderlos, y la fortuna les va guardando los aires:

pero donaron los áspides a Alcides, las tempestades a César,

los aceros a Alejandro y las balas a Carlos Quinto.

Mas ¡ay!, que como andan encadenadas las desdichas, unas a otras

se introducen, y el acabarse una es de ordinario el engendrarse otra mayor.

Cuando creyó hallarse en el seguro regazo de aquella madre común,

volvió de nuevo a temer que enfurecidas las olas le arrebataran

para estrellarle en uno de aquellos escollos, duras entrañas de la Fortuna:

Tántalo de la tierra, huyéndosele de entre las manos cuando más segura la creía,

que un desdichado no sólo no halla agua en el mar, pero ni tierra en la tierra.

 

*

 

Fluctuando estaba entre uno y otro elemento, equívoco entre la muerte y la vida,

hecho víctima de su Fortuna, cuando un gallardo joven,

ángel al parecer y mucho más al obrar,

alargó sus brazos para recogerle en ellos,

amarras de un secreto imán, si no de hierro, asegurándole la dicha con la vida.

 

En saltando en tierra selló sus labios en el suelo, logrando seguridades,

y fijó sus ojos en el cielo, rindiendo agradecimientos.

Fuese luego con los brazos abiertos para el restaurador de su vida,

queriendo desempeñarse en abrazos y en razones.

 

No le respondió palabra el que le obligó con las obras,

sólo daba demostraciones de su gran gozo en lo risueño

y de su mucha admiración en lo atónito del semblante.

 

Repitió abrazos y razones el agradecido náufrago,

preguntándole de su salud y Fortuna, y a nada respondía el asombrado isleño.

 

Fuele variando idiomas, de algunos que sabía, mas en vano;

pues, desentendido de todo, se remitía a las extraordinarias acciones,

no cesando de mirarle y de admirarle, alternando extremos de espanto y de alegría.

Dudara con razón el más atento ser inculto parto de aquellas selvas,

si no desmintieran la sospecha lo inhabitado de la isla, lo rubio

y tendido de su cabello, lo perfilado de su rostro, que todo le sobreescribía europeo.

 

Del traje no se podían rastrear indicios, pues era sola la librea de su inocencia.

 

Discurrió más el discreto náufrago, si acaso viviría destituido

de aquellos dos criados del alma, el uno de traer y el otro de llevar recados,

el oir y el hablar. Desengañóle presto la experiencia,

pues al menor ruido prestaba atenciones prontas, sobre el imitar con tanta propiedad

los bramidos de las fieras y los cantos de las aves, que parecía entenderse mejor

con los brutos que con las personas: tanto pueden la costumbre y la crianza.

 

Entre aquellas bárbaras acciones, rayaba como en vislumbres la vivacidad

de su espíritu, trabajando el alma por mostrarse:

que donde no media el artificio, toda se pervierte la naturaleza.

 

*

 

Crecía en ambos a la par el deseo de saberse las fortunas y las vidas,

pero advirtió el entendido náufrago que la falta de un común idioma

les tiranizaba esta fruición. Es el hablar efecto grande de la racionalidad,

que quien no discurre no conversa. Habla, dijo el filósofo, para que te conozca…

 

 

Así comenzaba la gran aventura literaria de Gracián. Un náufrago, Critilo, en la isla de Santa Elena, escala de navegación de los portugueses hacia Oriente. Un Nadador. Náufrago y Nadador mal sostenido en una tabla, con peligro de estrellarse contra una escollera, entre la vida y la muerte, y un nuevo nacimiento, un recomenzar, un nuevo amanecer. Son los brazos de un gallardo joven, salvaje desnudo y de aspecto europeo, los que terminaron de asegurar en la dicha de la vida al náufrago Critilo, al que enseñará a hablar y al que puso el nombre de Andrenio. Se iniciaba la gran aventura del aprendizaje del nombre de las cosas. El anciano Critilo – “cisne en lo ya cano y más en lo canoro” – y el joven Andrenio enfrentados al mutuo deseo de saber. Destino y carácter del Nadador.

Baltasar Gracián, el nadador Critilo y el desnudo Andrenio en la Vakería de la Libertad, Sala 2012: http://vinculos.carlosmiragaya.name/index.php?id=1161#gracian