I.2.05 – EL VIAJE DE PIETRO DELLA VALLE A ORIENTE EN EL S XVII – Carta 2 – Constantinopla y Nápoles. Comparaciones

I.2.05 – EL VIAJE DE PIETRO DELLA VALLE A ORIENTE EN EL S XVII – Carta 2 – Constantinopla y Nápoles. Comparaciones

I.2.05 - Constantinopla.

I.2.05 – Constantinopla.

En la entrega anterior (I.2.04), el Señor della Valle hacía un recorrido por los distintos vestigios de época bizantina y otomana, que aún se pueden visitar en Estambul, y medita consternado sobre la triste suerte de los hijos del sultán Amurates, ante los catafalcos que ocupan el interior de su mausoleo, y las creencias populares acerca de Hierina, la madre del sultán Muhammed el viejo, y de sus orígenes… “… Bien podría ser que ese príncipe déspota de Serbia, del que salió esta dama, o su padre, o sus hermanos, o sus ancestros, cuando sus estados estaban en el esplendor, tuvieran algunas alianzas de sangre con la Casa de Francia, de donde procedería eso de que el Turco ha debido después mantener dichas alianzas con los Reyes de Francia; pero sea como sea, yo no sé nada, no tomándome la molestia de informarme sobre este parentesco entre franceses y turcos, ni de los asuntos particulares de estos. Sin perder tiempo en estas investigaciones hasta que pueda estar mejor informado, pasaré a otras materias, añadiendo únicamente a esto, que esta dama, madre del viejo Muhammed, aunque enterrada junto a su hijo, está fuera del patio y recinto de la mezquita, en un lugar profano, porque la consideraban infiel, al no haber querido abrazar la Ley de Mahoma, y haber perseverado constantemente y hasta su muerte en la Fe de Jesucristo; de modo que su sepulcro es una sencilla tumba, sin ninguna bóveda, ni ornamento alguno…”

(I.2.05) “Quisiera acabar esta larga descripción, comentándoos que, aunque reconozco que Constantinopla y su situación la convierten en una de las ciudades más bellas del mundo, sin embargo, bien sea por mi particular afecto, o por alguna otra cosa, yo prefiero Nápoles por las siguientes razones: el aire dulce y templado de Nápoles, en Constantinopla es muy variable, y en un mismo día se pasa de un calor extremo a un frío glacial, más aún que en Roma. Aquí se padecen inviernos muy rigurosos, y unos veranos tan ardientes, que producen dolor de cabeza. Los vientos del norte, que en Roma y Nápoles son bastante saludables, aquí no lo son por traer los malos olores directamente del mar Negro, que borbotea a causa de la confluencia de tantos ríos como allí desembocan, y como todo el territorio entre Constantinopla y el mar Negro está unido, y hay pocos promontorios, pues los primeros lugares más altos que invaden estos vapores son las colinas de la ciudad, sobre las que se acumulan, haciendo que todas las tejas y sus canalones, parecidos a los de Roma, aparezcan siempre cubiertos de esa herrumbre amarillenta, o como quiera que se llame; un moho que en Italia es señal de un aire contaminado. No cabe duda de que la peste que reina continuamente en Constantinopla, aunque el aire no se infecte por eso, sí que procede en parte de esta intemperie, así como del poco cuidado que se presta a la salubridad en muchos de sus aspectos; como el de permitir que se venda y coman en verano varias especies de pepinillos, así como diversas frutas antes de madurar; algo que, al mezclarse en el estómago con el agua, su bebida corriente, produce malos efectos; al igual que soportar que la mayoría de sus calles estén siempre muy sucias, por arrojar mil inmundicias que dejan pudrir allí en medio; esto antiguamente no sucedía, y tampoco lo haría hoy, si hubieran mantenido en buen estado la gran cloaca que, descendiendo en pendiente hasta el mar, servía de descarga general de las basuras de la ciudad, que se vaciaban por allí fácilmente, lo que mantenía las calles limpias; en cambio ahora no sirve para nada por culpa de la negligencia e ignorancia de los turcos, que han dejado que se arruine y se obstruya totalmente. En fin, que esta gente no pone remedio alguno para protegerse de la peste, ni toman precauciones de ningún tipo, ya que no solamente no se interesan por este asunto, sino que ni siquiera se cuidan de guardar la cuarentena; algo que antes sí se obligaba a los que llegaban del extranjero; tampoco airean sus muebles ni su ropa; sino que los propios vestidos y las mortajas que han servido para los que murieron de peste, se vuelven a vender en las plazas, en donde siempre hay una muchedumbre para adquirirlas y usarlas sin cuidado alguno. A buen seguro que por estas negligencias la peste se extiende y no se detiene, y si obraran de otro modo, esta enfermedad no les atacaría con tanta frecuencia, o se llegaría a extinguir hasta desaparecer. Así que, cómo se pueden comparar estos aires, siempre amenazantes de enfermedades, con la dulzura y calidad de los de Nápoles, con los que los cuerpos afligidos de cien dolencias encuentran curación, y adonde, el mismísimo Galeno enviaba desde lo más profundo de Grecia a numerosos enfermos para recuperar la salud, lo que ellos llamaban “tomar el aire de Stabia”…

I.2.05 – EL VIAJE DE PIETRO DELLA VALLE A ORIENTE EN EL S XVII – Carta 2 – Constantinopla y Nápoles. Comparaciones

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