«VIAJE A ORIENTE» 033

III. El harem – X. Choubrah 1 Al parecerle bien mi respuesta, la esclava se levantó aplaudiendo y repitiendo mil veces: ¡el fil!, ¡el fil!

“¿Qué es eso? Le pregunté a Mansour.

–          La SITI (dama) me dijo tras preguntarla, que querría ir a ver un elefante del que ha oído hablar y que se encuentra en el palacio de Méhémet-Ali, en el Choubrah”.

Era justo recompensar su aplicación en el estudio e hice preparar los asnos. La puerta de la ciudad, de la parte de Choubrah, no se encontraba a más de cien metros de nuestra casa; todavía es una puerta que se mueve gracias a unos gruesos tornos que datan del tiempo de Las Cruzadas. Se pasa de inmediato sobre el puente de un canal que se extiende hacia la izquierda, formando un pequeño lago rodeado de una fresca vegetación: casinos, cafés y jardines públicos se aprovechan de ese frescor y de esa umbría. El domingo es fácil encontrar a muchos griegos, armenios y damas del barrio franco, que no se despojan de sus velos más que en el interior de los jardines, y allí también se pueden estudiar las razas tan curiosamente contrastadas de Levante. Más lejos, la muchedumbre se pierde bajo las sombras del paseo del Choubrah, posiblemente el más hermoso del mundo. Los sicómoros y bananos que lo dan sombra durante más de una legua son de un enorme grosor, y la bóveda que forman sus ramas es tan densa que, a lo largo de todo el camino reina una especie de oscuridad, que se aclara a lo lejos gracias a los ardientes destellos del desierto que brilla a la derecha, más allá de las tierras cultivadas. A la izquierda, el Nilo rodea vastos jardines a lo largo de media legua hasta abrazar el paseo, al que sus aguas brindan una luminosidad de reflejos púrpuras. Hay un café adornado con fuentes y lacerías, situado a medio camino del Choubrah, y muy frecuentado por los paseantes. Campos de maíz y de caña de azúcar, y aquí y allá algunas quintas de recreo se diseminan a la derecha, hasta llegar a los grandes edificios que pertenecen al pachá.

Allí se exhibía un elefante blanco, regalado a su alteza por el gobierno inglés. Mi acompañante, transportada de alegría, no podía dejar de admirar a ese animal, que le recordaba a su país, y que incluso en Egipto era una rareza. Sus colmillos estaban adornados con aros de plata, y el domador le obligó a realizar algunos ejercicios ante nosotros. Llegó incluso a hacer que adoptara unas posturas que me parecieron de una decencia más que dudosa, y como le hice señas a la esclava, velada, pero no ciega, de que ya habíamos visto suficiente, un oficial del pachá me dijo con tono de gravedad: Aspettate…è per recreare le donne (Espera, es para divertir a las señoras) En efecto, allí había muchas que no estaban en absoluto escandalizadas y que se reían a carcajadas.

Es una deliciosa residencia la de Choubrah. El palacio del pachá de Egipto, bastante sencillo y de construcción antigua, da sobre el Nilo, frente a la explanada de Embabeh2, tan famosa por la batalla de los mamelucos. Del lado de los jardines han construido un kiosco cuyas galerías pintadas y doradas ofrecen un brillante aspecto. Allí, en verdad, es donde se encuentra el triunfo del gusto oriental.

Se puede visitar el interior, en el que se han dispuesto jaulas con pájaros exóticos, salones de recepción, baños, billares, y penetrando aún más, dentro del mismo palacio, se pueden apreciar esas salas uniformes, decoradas a la turca y amuebladas a la europea, y que constituyen por todas partes el lujo de las moradas principescas. Paisajes sin perspectiva pintados al huevo sobre los paneles y las puertas, cuadros ortodoxos, en donde no aparecía ninguna criatura animada, dando una mediocre idea del arte egipcio. De vez en cuando los artistas se permitían pintar animales fabulosos, como delfines, hipogrifos y esfinges. De las batallas, no pueden representar más que los asedios y combates marítimos: barcos en los que no se ven a los marineros luchan contra las fortalezas desde donde la guarnición se defiende sin dejarse ver; el fuego cruzado y las bombas parecen salir por sí solos, el bosque quiere conquistar las piedras, y el hombre está ausente. Y es, aún así, el único medio que tienen de representar las principales escenas de campaña de Grecia, de Ibrahim.

Sobre la sala en donde el pachá administra la justicia, se lee esta bella máxima: “Un cuarto de hora de clemencia vale más que setenta horas de oración”.

Volvimos a descender a los jardines. ¡Qué de rosas, Dios mío!. Las rosas de Choubrah es decir todo en Egipto; las de El Fayum sólo sirven para el aceite y las confituras. Los jardineros venían de todas partes a ofrecérnoslas. Aún hay otro lujo en la casa del pachá, y es que no se recogen los limones ni las naranjas, para que esos frutos dorados deleiten al paseante el mayor tiempo posible. Cada cual puede de todos modos, recogerlas una vez que han caído. Pero aún no he dicho nada del jardín. Se puede criticar el gusto de los orientales en los interiores, pero sus jardines son impecables. Vergeles por todas partes, lechos y gabinetes de “ifs” tallados, que recuerdan el estilo del renacimiento; es el paisaje del Decamerón. Es probable que los primeros modelos hayan sido creados por jardineros italianos. No se ve ninguna estatua, pero las fuentes son de un gusto exquisito.

Un pabellón acristalado, que corona una serie de terrazas escalonadas en forma de pirámide, se recorta en el horizonte con un aspecto de cuento de hadas. El Califa Haroun seguro que no tuvo uno tan bello, pero esto no es nada todavía. Se desciende de nuevo tras haber admirado el lujo de la sala interior y de los cortinajes de seda que revolotean al viento entre las guirnaldas y los festones de la jardinada; se continúa por largos paseos bordeados de bananos, cuya hoja transparente destella como la esmeralda, y así se llega al otro extremo del jardín, a unos baños demasiado maravillosos y conocidos como para describirlos aquí extensamente. Se trata de un inmenso estanque de mármol blanco, rodeado de columnas de gusto bizantino, con una fuente alta en el centro, de la que el agua se escapa por las fauces de cocodrilos. Todo el recinto está iluminado con gas, y durante las noches de verano, el pachá se hace pasear por el lago en una barcaza dorada en la que las mujeres de su harem llevan los remos. Estas bellas damas también se bañan bajo los ojos de su señor, pero con vestidos de crèpe de seda… el Corán, como sabemos, no permite la desnudez.



1.- Choubrah es un barrio con jardines a las puertas de El Cairo.

2.- Embabeh es un lugar próximo a El Cairo, famoso por haberse celebrado en sus proximidades la Batalla de las Pirámides, que tuvo lugar el 21 de julio de 1798 entre el ejército francés en Egipto bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte y las fuerzas locales mamelucas. En julio de 1798, Napoleón iba dirección El Cairo, después de invadir y capturar Alejandría. En el camino se encontró a dos fuerzas de mamelucos a 15 kilómetros de las pirámides, y a sólo 6 de El Cairo. Los mamelucos estaban comandados por Murad Bey e Ibrahim Bey y tenían una poderosa caballería; pero a pesar de ser superiores en número, estaban equipados con una tecnología primitiva, tan sólo tenían espadas, arcos y flechas; además, sus fuerzas quedaron divididas por el Nilo, con Murad atrincherado en Embabeh e Ibrahim a campo abierto. Napoleón se dio cuenta de que la única tropa egipcia de cierto valor era la caballería. Él tenía poca caballería a su cargo y era superado en número por el doble o el triple. Se vio pues forzado a ir a la defensiva, y formó su ejército en cuadrados huecos con artillería, caballería y equipajes en el centro de cada uno, dispersando con fuego de artillería de apoyo el ataque de la caballería mameluca, que intentaba aprovechar los espacios entre los cuadros franceses. Entonces atacó el campamento egipcio de Embabeh, provocando la huida del ejército egipcio. (http://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_las_Pir%C3%A1mides )

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