«VIAJE A ORIENTE» 028
III. El harem – V. La amable intérprete… A mí no me apetecía ir a comprar una habbarah, ni tan siquiera dar un simple paseo; pero de pronto, se me ocurrió que apuntándome al gabinete de lectura francesa, la amable Mme. Bonhomme se prestaría a servirme de intérprete para una primera explicación con mi joven cautiva. Yo sólo había visto a Mme. Bonhomme en la famosa representación de amateurs que había inaugurado la temporada en el Teatro de El Cairo, pero el vaudeville que había interpretado me la mostraba como una excelente y educada persona. El teatro tiene esa peculiaridad, que nos hace creer que conocemos perfectamente a una desconocida. De ahí, las grandes pasiones que inspiran las actrices sin que nos demos cuenta de que sólo las hemos visto de lejos*.
Si la actriz tiene ese privilegio de mostrar a todos un ideal que la imaginación de cada cual interpreta y entiende a su gusto, ¿por qué no reconocer en una bonita, incluso virtuosa intermediaria esa función, en general acogedora, y por así decirlo de iniciación, que proporciona al extranjero unas relaciones útiles y llenas de encanto?.
De todos es conocido hasta qué punto el bueno de Yorick, desconocido, inquieto, perdido en el gran tumulto de la vida parisina, estuvo encantado de encontrar acogida en la casa de una amable y complaciente tafiletera**; y cuánto más un encuentro de esta guisa es aún de mayor utilidad en una ciudad de Oriente.
Mme. Bonhomme aceptó con toda la gracia y paciencia posibles el papel de intérprete entre la esclava y yo. Había mucha gente en la sala de lectura, así que nos hizo pasar a un almacén de artículos de perfumería y otros objetos, que estaba junto a la biblioteca. En el barrio franco todos los comerciantes venden de todo. Y mientras la esclava extrañada examinaba con embeleso las maravillas del lujo europeo, yo explicaba mi problema a Mme. Bonhomme, que también tenía una esclava negra a la que de vez en cuando yo veía que le daba órdenes en árabe.
Le interesó lo que le conté, y le rogué que preguntara a la esclava si estaba contenta de pertenecerme. “Aioua” respondió ella. A esta respuesta afirmativa, añadió que aún estaría más contenta si la vistiera como a una europea. Esta pretensión hizo sonreír a Mme. Bonhomme, que fue a buscar un gorrito de tul y encajes y lo ajustó sobre su cabeza. Tengo que reconocer que aquello no le sentaba muy bien. La blancura del sombrero le daba un aire enfermizo. “Pequeña, le dijo Mme. Bonhomme, estás mejor tal y como eres. El tarbouche te sienta mucho mejor”. Y como la esclava renunciaba al gorrillo muy apenada, fue a buscarla un taktikos de mujer griega festoneado de oro que le quedaba mucho mejor. Comprobé que en estos teje-manejes había una ligera intención de fomentar la venta, pero el precio era moderado, a pesar de la exquisita delicadeza del trabajo.
Aprovechando esa doble condescendencia, hice que me contaran con detalle las aventuras de esta pobre muchacha. Se parecía a todas las historias de esclavas, a la Andriana de Terencio, a la Señorita Aïssé*…
Desde luego que no iba a presumir de obtener la verdad por completo. Nacida de padres nobles fue presa de pequeña en alta mar, algo impensable hoy en día en el Mediterráneo, pero muy probable en los mares del sur… Y por otra parte, ¿de dónde habría venido? No se podía dudar de su origen malasio: Los ciudadanos del Imperio Otomano no pueden ser vendidos bajo ningún concepto. Todo lo que no sea blanco o negro, es decir esclavos, no puede ser sino de la Abisinia o del archipiélago indio.
Había sido vendida a un cheikh muy viejo del territorio de La Meca. Muerto el cheikh, los mercaderes de la caravana la habían traído y puesto a la venta en El Cairo.
Todo era bastante normal, y me sentí feliz, en efecto, de creer que antes que yo no la había poseído más que aquel venerable cheikh amojamado por la edad. “Tiene dieciocho años, me dijo Mme. Bonhomme, pero es muy fuerte, y usted habría pagado más caro si no fuera de una raza que raramente se ve por aquí. Los turcos son gente de hábitos fijos, les hacen falta abisinias o negras. Puede estar seguro que la han paseado de ciudad en ciudad sin poder deshacerse de ella.”
– ¡Excelente! dije, eso quiere decir que la suerte hizo que yo pasara por allí. Me fue reservado el influir en su buena o mala fortuna”.
Esta forma de ver las cosas, en relación con el fatalismo oriental fue transmitida a la esclava y me valió su asentimiento.
Hice que le preguntaran porqué no había querido comer por la mañana y si era de religión hinduista. “No, es musulmana, me dijo Mme. Bonhomme después de hablar con ella. No ha comido hoy porque es día de ayuno hasta la puesta del sol”.
Sentí que no perteneciera al culto brahamánico por el que siempre tuve una cierta debilidad, así como sobre su idioma, pues se expresaba en el árabe más puro, y de su lengua primitiva no había conservado más que el recuerdo de algunas canciones o pantouns que me prometí hacerle cantar.
“Ahora, me dijo Mme. Bonhomme, ¿cómo hará usted para hablar con ella?
– Señora, le dije, yo conozco una palabra para mostrar conformidad con todo. Indíqueme solamente otra que exprese lo contrario. Mi inteligencia suplirá el resto hasta que pueda instruirme mejor.
– ¿Ya está usted en la fase del rechazo? Me dijo.
– Tengo experiencia, respondí, hay que preverlo todo.
– Ahí va esa terrible palabra, me dijo en voz baja Mme. Bonhomme: “¡ma fish!” esto comprende todas las negaciones posibles.
– Entonces recordé que la esclava ya la había pronunciado conmigo.
* Lugar común nervaliano: ver “Sylvie” (cap. I) “Corilla” y la introducción de “Filles du feu”
** STERNE, “Voyage sentimental: Paris: le pouls, le mari; les gants” (GR)
* Circasiana comprada por el Conde de Ferriol, embajador de Francia en Constantinopla. Mlle. Aïssé (1693-1733) fue llevada a París y brilló en los salones de la Regencia. Sus cartas a su confidente han sido publicadas después, una veintena de veces desde 1787 (GR)