«VIAJE A ORIENTE» 026
III. El harem – III. Asuntos domésticos… La pobre criatura se había dormido mientras le examinaba el cabello con esa solicitud del propietario que se inquieta por lo que han podido hacer los golpes con el preciado bien que acaba de adquirir. Oí a Ibrahim gritarme desde el exterior: ¡Ya sidi! (¡eh, señor!) y después otras palabras que me hicieron comprender que alguien venía a visitarme. Salí de la habitación, y encontré en la galería al judío Yousef que quería hablarme. Se dio cuenta de que yo no quería que entrase en la habitación, y nos paseamos fumando.
“Me he enterado, me dijo, que le han hecho comprar una esclava; y estoy contrariado.
– ¿Y por qué?
– Porque le habrán engañado o robado mucho. Los dragomanes siempre se entienden con el tratante de esclavos.
– Es muy posible.
– Abdallah habrá recibido al menos una bolsa por ello.
– ¿Y qué le voy a hacer?
– Aún no ha llegado usted al final. Cuando tenga que partir va a estar más que harto de esa mujer, y entonces él le ofrecerá comprarla por poca cosa. Eso es lo que habitualmente hace, y por eso no le ha animado a arreglar un matrimonio a la copta, lo que hubiera sido mucho más simple y menos costoso.
– Pero usted sabe muy bien que después de todo, siento bastantes escrúpulos en hacer uno de esos matrimonios que requieren siempre un tipo de consagración religiosa.
– ¿Y cómo no me había comentado antes esto?. ¡Le hubiera encontrado una doméstica árabe que se hubiera casado con usted tantas veces como lo hubiera deseado!”.
Lo peculiar de esta proposición hizo que me riera a carcajadas; pero cuando se está en El Cairo, se aprende deprisa a no extrañarse uno de nada. Los detalles que me proporcionó Yousef me enseñaron que conocía a gente bastante miserable como para hacer este tipo de tratos. La facilidad que tienen los orientales de tomar mujer y de divorciarse a su gusto, hacen posible estos arreglos, y sólo la queja de las mujeres podría desvelar esos manejos; pero, es evidente, que no es más que un medio de eludir la severidad del pachá con respecto a las costumbres públicas. Toda mujer que no vive sola o con su familia, debe tener un marido legalmente reconocido, aunque se divorcie a los ocho días, a menos que, como esclava, tenga un amo.
Insistí al judío Yousef diciéndole que algo así me habría disgustado.
“¡Pero bueno!, me dijo, ¿qué más da?…¡si sólo son árabes!
– También puede decir esto de los cristianos.
– Es una costumbre, añadió, que han introducido los ingleses; ¡tienen tanto dinero!
– Entonces, ¿eso cuesta mucho?
– Antes era muy caro; pero ahora es tal la competencia, que está al alcance de todos”.
Así que en eso consisten las reformas morales a las se ha llegado aquí. Se deprava a toda una población para evitar un mal mucho menor. Hace diez años, en El Cairo se podían ver bayaderas públicas, al igual que en la India, y cortesanas como en la antigüedad. Los ulemas se quejaron sin éxito durante mucho tiempo, porque el gobierno recogía un impuesto considerable de los servicios que prestaban estas mujeres, que estaban organizadas en una corporación, cuya mayoría residía fuera de la ciudad, en Mataré.
Al final, la gente piadosa de El Cairo ofreció pagar el impuesto en cuestión, y fue entonces cuando se desterró a todas esas mujeres a Esna*, en el Alto Egipto. Hoy en día, esta ciudad de la antigua Tebaida es para los extranjeros que remontan el Nilo, una especie de Capua. Hay Laïas y Aspasias que llevan una gozosa existencia, y que se han enriquecido particularmente a expensas de Inglaterra. Tienen palacios, esclavos y se podrían hacer construir pirámides como la famosa Rodope**, si en estos momentos estuviera de moda el sepultar el cuerpo en una montaña de piedra para probar su gloria; aunque ahora prefieren los diamantes.
Yo me daba cuenta de que el judío Yousef no cultivaba mi amistad sin un motivo, y esta incertidumbre me había impedido advertirle sobre mis visitas a los bazares de los esclavos. El extranjero siempre se encuentra en Oriente en la posición del enamorado naïf o en la del hijo de familia bien de las comedias de Molière. Hay que nadar entre el Mascarille y el Sbrigani.***
Para evitar cualquier malentendido, me lamenté de que el precio de la esclava casi había vaciado mis bolsillos. “¡Qué mala suerte!, repuso el judío, me habría gustado que hubieseis participado a medias en un negocio magnífico que, en unos días le habría reportado diez veces su dinero. Nosotros somos varios amigos que compramos toda la cosecha de hojas de morera de los alrededores de El Cairo, y después la vendemos al por menor a los criadores de gusanos al precio que queremos. Pero se necesita un poco de dinero en efectivo; lo que resulta más difícil de conseguir en este país: la tasa legal es del 24%. Por tanto, con razonables especulaciones, el dinero se multiplica. En fin, no se hable más. Le voy a dar únicamente un consejo: usted no sabe árabe. No utilice al dragomán para hablar con su esclava. Él le irá metiendo en la cabeza una serie de malas ideas sin que usted se percate, y cualquier día ella huirá. Eso está más que comprobado”.
Estas palabras me dieron en qué pensar. Si velar por una mujer ya es difícil para el marido, ¡qué no será para el amo!. Es la postura de Arnolphe**** o la de George Dandin*****. ¿Qué hacer? El eunuco y la dueña no son nada seguros para un extranjero. Conceder de inmediato la misma libertad que disfrutan las mujeres francesas a una esclava, sería absurdo en un país en el que las mujeres, es bien sabido, no tienen principios contra la más vulgar de las seducciones. ¿Cómo salir solo de casa? ¿y cómo salir con ella en un país en donde la mujer jamás se ha mostrado del brazo de un hombre? ¿Cómo se entiende que yo no hubiera previsto todo esto?.
Le pedí al judío que dijera a Mustafá que preparara la cena, ya que yo no podía evidentemente llevar a la esclava al comedor del hotel Domergue. El dragomán se había marchado para esperar la llegada de la diligencia de Suez, ya que no le empleaba el tiempo suficiente como para que no buscara pasear de vez en cuando a algún inglés por la ciudad. Cuando regresó le dije que sólo quería emplearle algunos días, y que no iba a quedarme con todo aquel personal que me rodeaba, y que teniendo una esclava, aprendería muy pronto algunas palabras con ella, con lo que sería suficiente. Como se había considerado más indispensable que nunca, esta declaración le extrañó un poco; pero finalmente se tomó bien la cosa, y me dijo que le podría encontrar en el hotel Waghorn cada vez que le necesitara.
Sin duda esperaba servirme de intérprete con la esclava para que yo pudiera conocerla; pero los celos es algo que se entiende muy bien en Oriente, la reserva es tan natural en todo lo relativo a las mujeres, que ni siquiera hizo comentario alguno.
Entré en la habitación, en la que había dejado a la esclava dormida. Se había despertado y estaba sentada en el alfeizar de la ventana, mirando a derecha e izquierda de la calle a través de las celosías laterales de la moucharabeyah. Había dos casas un poco más allá, dos jóvenes con atuendo turco de la reforma, sin duda oficiales de algún personaje, fumaban con indolencia delante de la puerta. Comprendí que por ahí había algún peligro. Buscaba en vano alguna palabra para hacerla comprender que no estaba bien mirar a los militares de la calle, pero no veía cómo con ese universal tayeb (muy bien) interjección optimista bien digna de caracterizar el espíritu del pueblo más dulce de la tierra, a todas luces insuficiente en esta situación.
¡Ay, mujeres! Con vosotras todo cambia. Yo era feliz, estaba contento con todo. Decía tayeb para cualquier cosa, y Egipto me sonreía. Ahora tengo que buscar palabras, que puede que no existan en la lengua de estos pueblos tan acogedores. Es cierto que había sorprendido a alguna gente del país diciendo una palabra acompañada de un gesto negativo: ¡Lah!, levantando la mano de manera indolente a la altura de la frente. Si algo no les agrada, lo cual es raro, te dicen ¡Lah!. Pero cómo decir con un tono rudo, y al tiempo con una mano lánguida ¡Lah!. De todos modos, y a falta de algo mejor, es lo que hice. Después llevé a la esclava hasta el diván, y le hice un gesto indicándole que era preferible que se mantuviera allí en lugar de en la ventana. Aparte de esto, le di a entender que no tardaríamos en cenar.
Ahora la cuestión era saber si yo la dejaría desvelarse delante del cocinero, lo que me parecía contrario a las costumbres. Nadie, por el momento, había pretendido verla. El mismo dragomán no había subido conmigo cuando Abd-el-Kérim me mostró a sus mujeres. Quedaba claro que si actuaba de modo diferente al de las gentes del país, sería despreciado.
Cuando la cena estuvo preparada, Mustaphá gritó desde abajo: ¡Sidi! Salí de la habitación, y me enseñó una olla de barro con arroz con pollo.
¡Bono. Bono!, le dije, y regresé para que la esclava volviera a colocarse el velo, lo que hizo de inmediato.
Mustaphá colocó la mesa, puso encima un mantel de tela verde, después, una vez dispuesta sobre un plato su pirámide de arroz, trajo varias verduras en platitos, y sobre todo, encurtidos en vinagre, así como trozos de gruesas cebollas nadando en una salsa de mostaza. La verdad es que este refrigerio no tenía mal aspecto. Mustafá se retiró enseguida discretamente.
* Flaubert que, en su Voyage en Orient habla mucho de sus relaciones amorosas, se detuvo evidentemente en Esna, lugar importante dentro de su peregrinación a Egipto.
** Si Laïs y Rodope eran famosas cortesanas de la antigüedad, Aspasia era conocida en Atenas por su belleza, su espíritu y su cultura.
*** Personajes de la comedia de Molière.
**** Arnolphe, también llamado “M. de La Souche” es un personaje de la comedia “L’École des femmes” de Molière. Arnolphe es un hombre de edad madura que desearía gozar de la felicidad conyugal; pero que siempre anda atormentado por el miedo de ser engañado por una mujer (http://fr.wikipedia.org/wiki/L’%C3%89cole_des_femmes)
***** George Dandin o le Mari confondu es una comedia-ballet en tres actos de Molière, creada en Versailles el 18 de julio de 1668, después representada ante el público en el Teatro del Palais-Royal el 9 de noviembre del mismo años. Fue vista por vez primera por el rey Luis XIV en Versalles (http://fr.wikipedia.org/wiki/George_Dandin_ou_le_Mari_confondu)