Introducción al contenido del curso

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CERVANTES, sick UNA INVENCIÓN CONTEMPORÁNEA.

 

     Miguel de Cervantes (1547-1616) fue un escritor con éxito –y mucho éxito– en vida, clinic tanto en el mundo hispánico como en el europeo en general –pronto se tradujo al francés y al inglés y se le ha encontrado influencia nada menos que en Shakespeare, por ejemplo–, y sin embargo, a su muerte, pasa más de un siglo de casi absoluto olvido, sobre todo en su cultura de origen, en la literatura y el pensamiento hispánico. Con la Ilustración, y sobre todo con el Romanticismo, pasó a convertirse en muy apreciado escritor a nivel europeo, comenzando por Francia y sobre todo Inglaterra, y enseguida en Alemania y Rusia. Su prestigio estaba basado casi únicamente en el Quijote y en su técnica literaria que hoy se considera creadora de la novela moderna. A lo largo del siglo XIX la erudición hispana perfiló mucho la figura histórica del autor, del que se había olvidado casi todo lo referente a su biografía, y esa investigación sobre el autor fue de  importancia también para el conocimiento de su época, los años centrales de lo que luego los hispanistas llamaron Siglo de Oro, una gran generación creadora a todos los niveles. La vida del autor se mostró cada vez más apasionante a medida que se progresaba en las investigaciones y se comenzó a profundizar en las obras de Cervantes otras que el Quijote, en sus otras novelas o en el teatro. Su conocimiento directo de la cultura italiana, su estancia en el Africa berberisca, su conocimiento de lo que hoy llamaríamos la “España profunda” en los años finales del siglo XVI, cuando se apunta la crisis terrible y duradera que comenzaba a minar la monarquía imperial católica de los Austrias, le dieron una perspectiva de validez general que no deja de agrandarse con el tiempo y, sobre todo, travestirse y enriquecerse en cada lectura crítica generacional.

 

     Se podría hablar de un “quijotismo” generalizado en el tratamiento de la obra de Cervantes que creía que la genialidad cervantina apuntaba sólo en el Quijote y desaparecía en la casi totalidad del resto de su obra; Unamuno fue el que mejor expresó esta corriente crítica, que sin duda se terminó convirtiendo en un condicionamiento intelectual o en pre-juicio.  Pero a lo largo del pasado siglo XX el cervantismo se puede decir que cada vez se fue convirtiendo en más “cervantista”, sobre todo a medida que se conocía más de la época y de las circunstancias biográficas del escritor.  Y su deriva vital, en paralelo a la de otros contemporáneos suyos de deriva paralela, como Antonio de Sosa, Mármol Carvajal, Diego Suárez, Diego Galán o Diego de Torres –por citar sólo a los que dejaron testimonios literarios amplios de su experiencia vital pudiéramos decir de frontera europea, similar a la de Cervantes–, en paralelo a su creación literaria, los convierte de alguna manera en toda una generación  de nuestro siglo de oro, tal vez la que dejó testimonios de mayor interés hoy, en un mundo en el que lo fronterizo parece instalarse en el corazón de la Europa post-colonial, en un mundo que dicen global y sin embargo cada vez más fragmentado por nuevas fronteras.

 

     Cervantes es para muchos un hombre más del Renacimiento que del Barroco, como suele decir el lenguaje académico, sigue siendo fundamentalmente un Humanista, y cada época vio reflejado en él su perfil más progresista o anticasticista: románticos liberales, anticlericales y socialistas, existencialistas, escépticos o feministas. Hoy, en plena revolución científica y de la información, parece clara la necesidad de volver a los clásicos –como hicieron en el Humanismo renacentista y barroco– ante la crisis de los argumentos de autoridad y los discursos tradicionales; plenos de fundamentalismos nacionalistas y economicistas hoy esos discursos, plenos de fundamentalismo religioso entonces y que diera lugar a la revolución científica moderna, en ambos casos una manera nueva de narrar el mundo y a nosotros mismos. Y es por eso que la figura histórica de Cervantes y su obra literaria, surgidas de/en/por unas circunstancias muy similares a las actuales nuestras, no deja de cobrar más interés y ofrecer más perspectivas de valor global o general. Por eso cobran especial relieve y nuevas perspectivas mitos literarios como la Gran Sultana Catalina de Oviedo, el señor Monipodio/Monopolio y su corte de apicarados buscavidas, la pastora Marcela, Bernardo del Carpio y su escudero vizcaíno, la bella católica morisca Ana Félix y su novio cristiano viejo Gaspar Gregorio, o el cuarteto don Quijote / Sancho Zancas / Dulcinea / Cide Hamete –a la vez narrador/autor de la historia verdadera–, y a los cuales el segundo autor mismo don Miguel evoca explícitamente en un momento de lúcido entusiasmo: “¡Oh, autor celebérrimo! –Cide Hamete– ¡Oh, don Quijote dichoso! ¡Oh, Dulcinea airosa! ¡Oh, Sancho gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos para gusto general y pasatiempo de los vivientes!” (Quijote, II, 40). No cabe mayor expresión de deseo comunicativo de un autor –en este caso don Miguel versus Cide Hamete–, cuatro siglos después por fin con regusto de profecía. Siglos interminables –sobre todo este último siglo XX– para gusto general o global y celebración de la vida, pasatiempo de los vivientes.

 

     Cervantes y el mundo literario cervantino necesitan hoy de una puesta al día con las nuevas técnicas narrativas y expositivas –básicamente audiovisuales y digitales–, y tal vez sea un crimen cultural que no se esté tomando más en serio el asunto. No hay más que echar una ojeada al por tantos motivos paralelo mundo literario y cultural shakespeariano, con sus cientos y miles de adaptaciones audiovisuales, y la absoluta carencia de adaptaciones de la casi absoluta totalidad de la obra cervantina. Por no hablar de la calidad y corto vuelo de los ensayos hispanos. Aunque no por ello lo cervantino esté ausente de la narrativa hispana, sobre todo la estrictamente literaria. En sentido más amplio, bien pudiera haberse considerado una buena adaptación cervantina –sólo hubiera faltado un guiño explícito erudito, podríamos decir– una obra como la película “El día de la bestia” (A. de la Iglesia), por citar sólo un ejemplo que despertó cierto interés general, con un personaje claramente aquijotado y su colega sanchozanquesco, por seguir con el juego. Tal vez ese sea uno de los retos a los que tendrán que enfrentarse los que hoy son bachilleres.

 

Final.

     Por mi experiencia docente sé que es mejor no forzar una lectura completa del Quijote, y mucho menos a un bachiller, pues aún en la Universidad muchos estudiantes de letras recuerdan haberse  alejado del mundo literario cervantino precisamente por unas lecturas obligadas de textos desmesurados para su edad. El arte de fragmentar se impone, de alguna manera, y más en estos tiempos digitalizados del cortar y pegar, que tanto está afectando al mundo estudiantil. Los ocho primeros capítulos del Quijote, más el capítulo 9 –el del autor don Miguel perdido en el Alcaná de Toledo y su encuentro con el relato del primer autor Cide Hamete–, pueden servir como primer fragmento recomendable, unas dos horas de lectura. Y luego, el continuar o no, puede ser considerado como aventura personal, a su libre gusto o placer de lector.

 

(Alcalá, septiembre 2001, Emilio Sola). Hoy, Alcalá, enero de 2012.