Historia de un desencuentro: Capítulo 5

España y Japón, 1580-1614: Historia de un desencuentro’s Docs Historia de un desencuentro: Capítulo 5

CAPITULO V.

1. NAVEGACIÓN Y PÉRDIDA DEL GALEÓN SAN FELIPE.

 

El 12 de julio de 1596, sovaldi antes de que el nuevo gobernador Francisco Tello llegara a la ciudad, salió de Manila el galeón San Felipe con destino Acapulco. Llevaba una rica carga valorada por algunos en un millón trescientos mil pesos y viajaban en él 233 personas, entre ellas cuatro frailes agustinos, dos dominicos y dos franciscanos. El general del galeón era don Matías de Landecho. Uno de los frailes era Juan Pobre, con una misión en la corte hispana para negociar, una vez más, la derogación de las trabas legales que impedían el paso a Japón vía Filipinas. El otro franciscano era Felipe de las Casas, o Felipe de Jesús, que moriría mártir en Japón como punto final de este viaje[1].

 

Después de esperar unos días en Ticao la llegada de los pliegos y despachos del gobernador, comenzó la navegación el 26 de julio. De ella tenemos una puntual, casi diaria relación, debida al escribano del galeón Andrés de Saucola, así como de todos los sucesos que presenciaron y de los que fueron protagonistas en Japón. Es una de esas piezas literarias inolvidables que uno se encuentra de vez en cuando, con ese verismo peculiar tan próximo a la pura oralidad en ocasiones, y de gran rigor narrativo al mismo tiempo.

 

Hasta mediados de septiembre la navegación se desarrolló sin problemas, salvo el de la excesiva carga que llevaba el galeón. El 18 de septiembre, estando en 34 grados en el paraje de la cabeza del Japóncomenzó el tiempo a amenazar y, en muy poco rato, a cargar con muy fuerte huracán, venteando el viento sudeste tan recio que dentro de cuatro horas estábamos a punto de perdernos. Y desconfiados de salvar las vidas, como vimos la nao arrasada de agua;  y la mar tan alterada y embravecida, que cada golpe de ella encapillaba por encima de los combés y sacaba a los hombres fuera; y un solo golpe de mar sacó quince personas fuera –de las cuales se ahogaron, y algunas de ellas dentro de la nao–, llevándose la bitácora, correderas y fogón a la mar, haciendo pedazos el timón, el árbol mayor y mesana, porque fue necesario cortarlo según quedó de rendida la nave. Todo lo cual nos causó grande admiración a los que fuimos presentes; que, poniéndonos en gran temor, ya no hacíamos cuentas de las vidas en esta ocasión. Se decidió entonces tomar puerto en Japón, si no mejoraba el tiempo, lugar seguro por la paz asentada con Hideyoshi. El día 25 de septiembre nos dio otro temporal, casi tan recio como el pasado, que duró 36 horas y nos obligó a hacer nueva alijación. Y el 3 de octubre, víspera de San Francisco, un nuevo temporal que duró cinco días y dejó al galeón inmovilizado y sin timón frente a la cosa japonesa. Hasta el 14 de octubre no pudieron llegar a la costa, y eso por poco tiempo pues los vientos los volvieron a alejar de ella. Cuatro funeas de pescadores, que son ciertas embarcaciones que allí usan, les informaron de que estaban en Urado, en la bahía de Tosa, a doce leguas de un buen puerto –Chocongami en la documentación–, y que podían esperar buena acogida del daimyo de la región. Esta información pudieron recibirla gracias a la presencia en el galeón de un naguatato japonés –cristiano nuevo– que iba a Nueva España y que sirvió de intérprete provisional.

 

La tarde del 17 de octubre conseguían entrar en la bahía de Tosa y al día siguiente el daimyo les envió muchas funeas –más de 210 al decir de algunos– para que fuesen remolcados hasta el puerto. Al mismo tiempo, un enviado del daimyo les llevaba como presente 18 tinas de vino y una vaca, así como promesa de buen recibimiento en todo el país. Las funeas hicieron guardia durante toda la noche y a la mañana siguiente –sin descargar nada pues no había permiso de Hideyoshi para ello– fue remolcado el galeón para salvar la barra en la que había embarrancado; fue una operación peligrosa pues iba sobrecargado y, aunque estaba la mar en calma, el galeón se resquebrajó lo que hizo cobrar conciencia a la tripulación del peligro que habían corrido durante las últimas tormentas. El 19 de octubre, por fin, entre las cinco y las siete de la tarde, desembarcaron en la playa y estuvieron bajo vigilancia hasta que dos días después terminaron de ser alojados todos en la ciudad.

 

Matías Landecho escribió a Pedro Bautista para darle cuenta del suceso y el franciscano le contestó condoliéndose por la pérdida de la nave pero tranquilizando al general del San Felipe en el sentido de que, asentadas las paces, Hideyoshi daría permiso para reparar daños y seguir viaje. Los hispanos decidieron llevar un presente al kuampaku con la petición de licencia para aderezar la nave, poder comprar el avío necesario para la navegación y protección para estos trabajos.

 

El presente fue valorado en más de seis mil pesos y en la embajada iban los frailes Juan Pobre y Felipe de las Casas, Antonio Malaide, Cristóbal del Mercado y 23 más, acompañados por el padre del daimyo de Urado y un secretario de nombre Jone. Una vez en la corte de Hideyoshi, les acompañó Pedro Bautista, en calidad de embajador ordinario, para dar el presente y embajada. Fue entonces cuando los hispanos cobraron conciencia de la gravedad de su situación y una serie de dilaciones comenzó a preocupar a la expedición. Cuando la situación se hizo más tensa intervinieron también los padres de la Compañía.

Hideyoshi envió a la bahía de Tosa a un gobernador –Masuda Emonho-ojo-Nagamosi, Nomonujo  para el escribano Andrés de Saucola– para hacer averiguaciones, a la vez que las negociaciones inútiles parecían mostrar que el kuampaku tenía una idea ya formada de lo que había de hacer con el galeón español.

 

A partir de entonces el ambiente que rodeó a los hispanos fue totalmente hostil. El 4 de noviembre fueron encerrados los naúfragos que habían quedado en Urado en un corral, entre vejaciones y malos tratos; allí los encontraron fray Juan Pobre y Antonio Malaide, a su regreso de la corte japonesa, asustados y confusos ante la sospecha de que el kuampaku les iba a quitar la hacienda del galeón. En el mismo corral iban metiendo la ropa y mercancía que sacaban del San Felipe. Tras una semana de encierro, llegó el gobernador enviado por Hideyoshi y tomó lista de la gente e hizo inventario de la mercancía; la misma noche levantaron una nueva cerca en torno al corral en donde estaban los hispanos. El 13 de noviembre el gobernador Nomonujo y el daimyo de Urado, Chosokabe, desalojaron el corral sin permitir al escribano Andrés de Saucola y al general Matías de Landecho presenciar el acto y sellaron con el sello de Hideyoshi toda la ropa, rompiendo los papeles del galeón. Al día siguiente el intérprete les comunicó el contenido de una carta de Hideyoshi en la que lo explicaba todo. Las razones que se exponían en la carta eran muy concretas:

 

Que eran ladrones corsarios

que venían a comarcar la tierra

para después tomarla

como lo habían hecho en Perú, Nueva España y Filipinas,

enviando primero a los frailes franciscanos

para que predicasen la ley de Nambal;

que iban cargados de oro y grana,

que esto le habían informado algunas personas

y tres portugueses que estaban entonces en Meaco.

Que, presupuesto todo lo anterior, le diesen todo el oro que traía cada uno,

bajo graves penas para los que ocultasen algo,

y no sólo para ellos sino también para sus compañeros y japoneses donde estuviesen alojados.

 

Según el escribano Andrés de Saucola, la razones eran una disculpa para quedarse con la nao, tras saber de la riqueza que transportaba. El 27 de noviembre fueron embarcadas la ropa y mercancías hacia Meaco, con una guardia de unos cuatrocientos soldados, y quedaron los hispanos en Urado mal asentados y alimentados, con temor de sus vidas. Matías de Landecho pidió permiso al daimyo de Urado para llevar una segunda embajada a Hideyoshi; Chosokabe concedió el permiso de mala gana y el 3 de diciembre salió la expedición. Además de Landecho y del escribano Saucola, iban el alférez Pedro Cotelo de Morales, el piloto Francisco de Landia, Diego Valdés, fray Juan Pobre y el agustino Diego de Guevara, así como el naguatato japonés que viajaba en el San Felipe. Su intento era que el kuampaku les devolviese parte de la carga confiscada.

 

El viaje a Osaka lo hicieron por mar y fue de gran lentitud y dureza, con frecuentes interrupciones de dos o tres días –en una ocasión nueve a causa de una tormenta– en las ciudades por donde pasaban. A la semana de partir de Urado, sin noticias de Meaco, Landecho despachó a fray Juan Pobre en una funea para que se adelantara, en compañía de un japonés cristiano. Estando cerca de Osaka los hispanos recibieron la noticia de que otro navío cristiano había llegado a Japón y temieron que fuera el galeón San Francisco.

A las nueve de la noche del 22 de diciembre llegó Matías de Landecho y sus compañeros a Osaka; fueron alojados, prácticamente prisioneros, por el daimyo de Urado Chosokabe y allí conocieron las últimas noticias sobre las medidas tomadas por Hideyoshi contra los franciscanos y los cristianos japoneses. El propio Chosokabe les advirtió de que no intentaran contactar con el kuampaku por medio de los franciscanos, puesto que éstos estaban presos para ser crucificados. Fray Martín de Aguirre o de la Ascensión lo estaba allí, en Osaka, en donde tenía su iglesia y había cumplido su ministerio.

 

Y comenzó una dura peregrinación de los naúfragos hacia Nagasaki, en el extremo sur del Japón, paralela a la de los franciscanos hacia su martirio.

 
 
2. LOS MARTIRIOS DE NAGASAKI DE FEBRERO DE 1597.

 

Los días de Navidad de 1596 fueron tristes para los hispanos en Japón. Chosokabe les dio permiso para pasar las fiestas en compañía del fraile preso Martín de Aguirre y fueron conducidos a su prisión con veinte hombres de guardia, a las once de la mañana del 24 de diciembre; allí pasaron toda la noche, se confesaron, oyeron misa de gallo y comulgaron. Martín de Aguirre tenía cartas de Pedro Bautista dándole cuenta de la prisión de los franciscanos en Meaco. El día de Navidad llegó Cristóbal de Mercado a Osaka; preso en Meaco al ir allí con el presente para Hideyoshi, había participado en la negociación de Pedro Bautista primero, y luego de los mismos padres jesuitas, para solucionar el asunto del galeón; confirmó la sentencia que el kuampaku había dado contra los frailes hispanos y veinte cristianos japoneses: llevarlos a Nagasaki –con las orejas izquierdas cortadas, atados y en público–, a más de cien leguas de allí, en donde sería crucificados.

 

Estuvieron un día y medio con Martín de Aguirre y pasaron de nuevo a su prisión en casa del daimyo de Urado; pero siguieron en contacto con el franciscano por cartas, en ocasiones escritas en vascuence para que los japoneses no comprendieran su contenido. En la última carta de Aguirre, cuatro días después, les decía que iba a ser conducido a Meaco; también les decía que en Osaka quedaba escondido Jerónimo de Jesús, por orden de Pedro Bautista y para que atendiese a los cristianos. El primero de enero de 1597 llevaron a Aguirre a Meaco. Pocos días después fray Jerónimo de Jesús se ponía en contacto con Matías de Landecho a través de un japonés cristiano de confianza, llamado Sancho, y les confirmaba una vez más la sentencia de crucifixión dada por Hideyoshi. El 2 de enero había comenzado a ejecutarse.

 

Son innumerables los testimonios literarios que estos sucesos generaron; informaciones con declaraciones de testigos, relaciones y cartas particulares, en Manila, Japón y Macao, así como publicaciones impresas en todos los lugares del imperio hispano[2]. Surgían también en un momento muy interesante en el que –de manera paralela a la arqueología paleocristiana surgida como fruto de los debates de la Reforma– cobran auge los martirologios, y en particular los martirologios exóticos[3]. Pero de mucho mayor interés son los testimonios recogidos en la época de testigos presenciales, plenos de oralidad y verismo.

 

Según la declaración de Pedro Cotelo de Morales[4], los franciscanos –hechos prisioneros seis u ocho días antes de Navidad de 1596– no recibieron el castigo de que se les cortara la nariz, a la vez que la oreja izquierda, por intercesión de Matías de Landecho ante el verdugo por mediación del daimyo de Urado. Fue lo único que el general del San Felipe pudo hacer por los mártires. El 4 de enero llegaron a Osaka los franciscanos y japoneses cristianos sentenciados, pero no dejaron a los hispanos salir a verlos; supieron que iban camino de Sakay después de paseados por Fuxime y Meaco  con el pregón de la sentencia al frente. De Sakay fueron llevados de nuevo a Osaka y desde allí salieron para Nagasaki. Estando en Osaka, fray Pedro Bautista escribió desde la prisión a los españoles para darles, una vez más, cuenta de la sentencia de crucifixión que pesaba sobre ellos.

 

El día 5 de enero estaba Hideyoshi en Osaka con gran fausto para recibir a su hijo y Matías de Landecho juzgó que era buena ocasión para hablar con el kuampaku, a pesar de las malas noticias recibidas por el intérprete japonés; a saber, que todos podrían morir como ladrones corsarios y que Hideyoshi preparaba en ejército para tomar Manila, con escala en Formosa. Chosokabe, el daimyo de Urado, se prestó para negociar una entrevista con el gobernador Nomonujo, y fueron recibidos por éste con gran soberbia. Les dijo que no había hablado a Hideyoshi de la nueva embajada porque estaba muy airado con el asunto de los frailes, pero que le hablaría; un par de días después les dijo que Hideyoshi se iba para Osaka el día 12 y que para entonces tendrían permiso para ir a Nagasaki.

 

Una semana después de la salida de los mártires para Nagasaki y de la entrevista con el gobernador, Matías de Landecho se embarcó para Nagasaki; habían recibido alguna ropa y avío para el viaje, así como dinero que le diera el daimyo de Urado y el jesuita Vicente Ruiz; éste les había visitado con noticias de los hispanos presos en Urado. La expedición se dividió en dos grupos; uno, con el piloto Francisco de Landia, se dirigió a Urado, mientras Matías de Landecho con el otro grupo se dirigió a Nagasaki para intentar una última gestión para salvar la vida de los mártires. Cuando llegó Landecho a Simonoseki, el 29 de enero, hacía cuatro días que estos habían pasado por allí. Decidieron seguir por tierra para ganar tiempo, después de disfrazar de sangleyes a los frailes Diego de Guevara y Juan Pobre para evitar peligros. Hubieron de enseñar al gobernador encargado de ejecutar la sentencia la provisión de Hideyoshi que les permitía viajar a Nagasaki y se vieron con los padres Pasio y Juan Ruiz, de la Compañía; esperaban a los mártires para oírlos en confesión y trataron entre ellos de la posibilidad de rescate de los condenados. El último tramo del viaje lo hicieron por mar. El día 4 de febrero entraron en Nagasaki, en unos caballos que les enviaron los padres de la Compañía, y de madrugada llegaron a la casa del portugués Antonio Parces, en la que se alojaron y supieron que era imposible la operación de rescate por ser irrevocable la sentencia de Hideyoshi. Como a las 11 de la mañana del día 5 de febrero recibieron noticia de que los condenados estaban cerca de Nagasaki; cuando llegaron al lugar, como a dos tiros de ballesta de la ciudad, ya los encontraron a todos crucificados. Bartolomé Rodríguez, de los acompañantes de Landecho en este viaje, se quedó como a tres leguas de Nagasaki y llegó a hablar al paso con fray Pedro Bautista –lo evoca en su declaración–, aunque no pudo seguirlos. Cuando llegó al lugar los encontró también crucificados. Tampoco los hispanos que estaban presos en Urado pudieron presenciar la ejecución; enterados del asunto por cartas de los frailes Francisco Blanco y Jerónimo de Jesús, así como por Francisco de Landia, algunos consiguieron escaparse y llegar a Nagasaki. Poco a poco, en sucesivos viajes, fueron volviendo a Manila.

 

Los verdaderos protagonistas de los sucesos de Nagasaki de febrero de 1597 fueron los mártires, entre ellos los seis franciscanos. Fueron éstos: Pedro Bautista, custodio de los franciscanos y embajador del gobernador de Filipinas, Pedro García, Francisco Blanco, Francisco de San Miguel y Martín de Aguirre o de la Ascensión; a ellos se unió en la prisión y martirio Felipe de Jesús, llegado a Japón en el galeón San Felipe y que viajara a Meaco con el presente enviado por Matías de Landecho a Hideyoshi. De los otros franciscanos que estaban en Japón entonces, tres fueron embarcados para Macao, desde donde volverían a Manila; el cuarto, Jerónimo de Jesús, permaneció escondido por orden de Pedro Bautista. Finalmente, Juan Pobre, también llegado en el San Felipe a Japón, no perdió la vida por el cuidado que pusieron los hispanos en que no se entregara.

 

Presos la semana anterior a la Navidad, el texto de la sentencia aparecía escrito en japonés en un rótulo que acompañó a los mártires en su viaje a Nagasaki; lo transcribe el obispo de Japón, Pedro Martines, en versión de Pablo Rodríguez, en carta testimonial que envió a Manila a raíz de los hechos. Decía así: Teniendo yo prohibido los años pasados rigurosamente la ley que predicaban los padres, vinieron éstos de los Luzones diciendo que eran embajadores y se dejaron estar en Meaco promulgando esta ley; por lo cual a ellos y a aquellos que recibieron la misma ley, mando justiciar. Son por todos 24, los cuales se pongan en la cruz en Nagasaki y se dejen estar en ella. Y, así, de aquí por adelante mucho más y más prohibida está esta ley, por lo cual hago saber esto, para que (se) prohiba muy rigurosamente. Y si por ventura hubiese alguien que quiebre este mandato, lo mandaré justiciar con toda su familia. Fecha el primero año de la era Kueuenchoo, a 20 días de la luna. Sello.”

 

El escribano Andrés de Saucola y Diego Valdés –vecino de Manila que había conocido a Pedro Bautista antes de su ida a Japón– trajeron otra versión más breve y correcta de la sentencia[5]. La de Andrés de Saucola dice así: Por cuanto estos hombres vinieron de Luzón con título de embajadores y quedaron en Meaco predicando la ley que su alteza prohibió rigurosamente los años pasados, manda que sean crucificados juntamente con los japoneses que se hicieron de su ley; y los pondrán, todos 24, en cruz en Nagasaki. Y manda de nuevo su alteza prohibir de aquí adelante no haya más hombres de esta ley; y si hubiere alguno que lo quebrante será, y toda su generación, castigado.

 

Muchos cristianos, algunos de familias nobles, se presentaron al martirio, según algunos testimonios, y Hideyoshi ordenó que se limitara la ejecución de la sentencia a los 24 iniciales, que en Nagasaki serían 26. Tras cortarles las orejas izquierdas y llevarlos en público por las ciudades de Meaco, Fuxime, Osaka y Sakay, como dijimos, fueron crucificados; sujetos con argollas por manos, pies y cuello, una vez crucificados les dieron dos lanzadas que iban desde debajo de las costillas a los hombros, por los dos costados, atravesando toda la cavidad torácica. Los cuerpos de los mártires cristianos permanecieron en la cruz muchos días después de la muerte; los visitaron cristianos –portugueses, hispanos y japoneses– y se contaron diversos sucesos milagrosos que ocurrieron en aquellos días[6].

 

 

 

3. POLÉMICAS SOBRE LOS SUCESOS DE NAGASAKI.

 

Los primeros testigos de los sucesos de febrero de Nagasaki llegaron a Manila a mediados de mayor de ese año de 1597. Dos aspectos fundamentales resaltaron de lo sucedido. Por un lado, el temor de los japoneses a la agresividad hispana, manifestada en las conquistas de Nueva España, Perú y Filipinas con participación de frailes evangelizadores; estaba explicitado en el bando de la sentencia, así como los fundamentos de la sospecha, los testimonios de algunas personas y tres portugueses… en Meaco. El segundo aspecto, fue el hecho de que sólo condenasen a franciscanos y a ningún jesuita, a pesar de su presencia conocida en Japón y de que tres de los japoneses mártires eran hermanos de la Compañía.

 

Estos aspectos están presentes en los análisis de lo sucedido procedentes de la colonia hispana filipina. Fray Juan de Garrovillas no es muy explícito, pero alude a la mala actitud de los jesuitas frente a los franciscano, así como que la persecución y martirio habían ido por caminos ocultos, por malos terceros y no por voluntad de Hideyoshi, que apreciaba a los frailes hispanos[7]. Fernando de Avila y Domingo Ortiz, al abordar el desastre económico que supuso la pérdida del San Felipe, citan la sospecha que tienen de portugueses, y aún religiosos, como causantes de aquella acción agresiva de los japoneses contra los castellanos[8]. La misma opinión muestra Antonio de Morga, oidor de la nueva Audiencia; objetivo y poco inclinado al optimismo frecuente hasta entonces en los medios castellano-mendicantes, no deja de decir que los portugueses deseaban ver desterrados a los castellanos del Japón, lo mismo que los jesuitas; éstos habían causado molestias a los frailes hispanos antes del martirio y ahora se encontraban ya solos y a su gusto en Japón [9]. El gobernador Francisco Tello de Guzmán llegaba más lejos aún: muchos portugueses en Extremo Oriente eran partidarios aún del pretendiente al trono portugués, don Antonio[10]. En los medios castellano-mendicantes pareció extremarse su actitud ante jesuitas y portugueses, con frecuencia en tonos de particular acritud.

 

La réplica a los hispanos más elaborada la hizo, una vez más, el padre Alejandro Valignano en una extensa carta dirigida al viceprovincial de los jesuitas en Filipinas, el padre Raimundo Prado[11]. Merece la pena detenerse en sus razonamientos, de alguna manera continuación de las Razones para no ir al Japón otros religiosos sino los de la Compañía, de 1583.

 

He aquí sus argumentos principales:

 

A. La ida de los franciscanos a Japón y su actuación en aquellas tierras eran la consecuencia de los males que se siguieron a la cristiandad japonesa.

B. Hideyoshi respetaba a los jesuitas y la presencia de franciscanos perjudicaba la acción de estos.

C. Criticaba la información llegada a Madrid y Roma en la que los hispanos criticaban la actuación de los jesuitas.

D. Consideraba lógicos los sucesos de Nagasaki dada la desafortunada actuación de los franciscanos y hace hincapié en la ayuda prestada por los jesuitas a los naúfragos en Japón y en Macao.

E. El comercio hispano-japonés causaba perjuicios al comercio de los portugueses.

 

A continuación, alertaba del peligro de enfrentamientos similares en el futuro. Así, pues, la gestión de los hispanos por el asunto del galeón había sido desafortunada por tener pocos amigos y factores en la corte; los jesuitas lo hubieran hecho mejor. Si Hideyoshi respetaba a los jesuitas era por el interés en no perder el comercio con los portugueses, además de llevar ya medio siglo allí sin intentar conquista alguna. Levantaron, además, sospechas que utilizó Hideyoshi para favorecer a su codicia. El piloto Francisco de Landia habría hecho confidencias inoportunas a un notable cortesano sobre la agresividad de los hispanos y su modo de conquistar, asociando a ello la predicación evangélica, así como el hecho de que españoles y portugueses tenían el mismo rey. Estas sospechas despertadas, en la base de los sucesos de Nagasaki, habían perjudicado también a los jesuitas pues Hideyoshi había permitido que se quedaran sólo unos pocos en Nagasaki.

 

Desmentía Valignano que los franciscanos fueran hijos predilectos de Hideyoshi, como ellos decían, y que predicaran libremente. Lamentaba, en fin, lo que podría considerar una propaganda que exaltaba desmesuradamente a los mártires y llegaba a culpar a portugueses y jesuitas; entre los escritos que lamentaba citaba los tratados de fray Martín de la Ascensión, desorbitados en su contenido. Y su conclusión era la misma que quince años atrás, la inconveniencia de que pasaran mendicantes a Japón.

 

La parte final del verdadero informe que era la carta de Valignano debió de ser lo que más interesó en Manila; al margen hay una nota de José de Rivera en la que dice que fue leída por el gobernador y que debía guardarse por su interés para consultas posteriores. El recelo a los hispanos de reyes y señores en Extremo Oriente –su fama de conquistadores– hacía que cuantos más pasasen de Filipinas a China y Japón, más males se seguirían para la cristiandad. Esos recelos comenzaban a extenderse también a los portugueses por estar bajo el mismo rey, y eso los perjudicaba mucho en lo comercial; a la competencia de los productos que se llevaban de Manila a Japón se unió el hecho de no poder enviar el navío de Macao en 1597; la pérdida del San Felipe y la expropiación de sus mercancías por Hideyoshi había saturado el mercado y al año siguiente no enviarían los portugueses su nave de Macao por no ser viable económicamente. Los portugueses, por esos hechos, estaban cada vez más alterados con los hispanos. La pérdida del comercio repercutiría inmediatamente en la pérdida de la cristiandad. Para terminar, el padre Alejandro Valignano recomendaba a los gobernadores de Filipinas no emprender campañas improvisadas y de dudosa eficacia –tal vez pensara en las pasadas a las Molucas, en una de las cuales encontrara la muerte Dasmariñas–, más perjudiciales que provechosas; sólo deberían emprenderlas con gran fuerza y éxito asegurado.

 

La polémica sobre los sucesos de Nagasaki de febrero de 1597 no se limitó a los medios castellano-mendicantes y jesuítico-portugueses en Extremo Oriente; rápidamente trascendió a México, Madrid y Roma. Ambos partidos tuvieron sus defensores, sus partidarios. En la Real Academia de la Historia de Madrid se conservan una gran cantidad de textos a este respecto; de particular interés resulta una Apología en favor de los padres portugueses de la Compañía de Jesús de Japón sobre las muertes de los padres descalzos castellanos. Hecha por un fraile agustino. Año de 1597; de un agustino portugués, incluye lo fundamental de las calumnias contra los jesuitas que pasaron por Nueva España y la refutación de las mismas. Debió de ser texto similar a la Apología que el padre Valignano prometía escribir en su carta al padre Raimundo Prado[12]. Todo esto habría de dar lugar a nuevas batallas partidarias en las cortes de Madrid y de Roma.

 
4. REACCION EN MANILA Y EN LA CORTE ESPAÑOLA.

 

Las primeras noticias llegadas a Manila en mayo, fueron cartas secretas para el gobernador Francisco Tello en las que se alertaba de la ida de una armada japonesa a Filipinas, vía Formosa, preparada por el que fuera embajador de Hideyoshi Harada Kikuyemon; Harada habría tenido mucho que ver también con los recientes sucesos trágicos[13]. Tello reunió un consejo de guerra para tratar de la situación y les propuso la conquista de Formosa para neutralizar fuera de las Filipinas el empuje japonés[14]; no fue aceptado el plan por el consejo de guerra, sin embargo, debido a la poca guarnición de Manila –no más de mil doscientos hombres– para una empresa de tal envergadura. Se decidió finalmente fortificar la zona norte de la isla de Luzón, el Cagayán, y actuar con moderación con los japoneses, tratando bien a los que llegaran a la ciudad para evitar posibles represalias en Japón. Se decidió también enviar un embajador; fue elegido un capitán de artillería, veterano de Flandes y llegado a Filipinas con el gobernador Tello, Luis de Navarrete; era caballero y hombre que reunía las partes necesarias –sin duda de acuerdo con las recomendaciones de Pedro Bautista– para una misión así: gestionar la devolución de los bienes del galeón San Felipe.

 

Así las cosas, el 17 de mayo llegaron a Manila noticias más precisas sobre lo que había sucedido en Nagasaki por medio de los dos agustinos naúfragos, que regresaban con cartas de Matías de Landecho y del obispo de Japón[15]. La pérdida del galeón español, los martirios de Nagasaki y las sospechas de culpabilidad jesuítico-portuguesa, precisadas más y más a medida que llegaban nuevos testigos, generaron una intensa actividad; el mismo día de la llegada de la noticia se organizó una procesión al convento de San Francisco de la ciudad y hay muchos textos literarios sobre el asunto de estas fechas.

 

Desde el punto de vista económico, la pérdida del San Felipe causó también pesar y alarma en Manila; suponía todas las mercancías de los habitantes de la ciudad y una parte de ella, incluso, ligadas a compromisos de deuda con comerciantes sangleyes. Antonio de Morga calculaba en un millón y medio de pesos el valor de lo perdido[16]. Suponía una grave situación para la colonia hispana de Filipinas, muy dependientes de ese comercio de intermediarios entre Asia y México. Este sería uno de los aspectos que se resaltó en la corte hispana: había que extremar la vigilancia para que no salieran galeones sobrecargados y fuera de temporada, como había sido el caso del San Felipe[17].

 

La llegada de una carta de un notable japonés, Catto Canzuyeno Cami, permitía abrigar la posibilidad de seguir manteniendo buenas relaciones con señores particulares del Japón, al margen de cómo estuvieran las relaciones con Hideyoshi[18]; también este aspecto se destacó en la corte hispana, al mismo tiempo que se aconsejaba no pasar de momento más frailes a Japón desde Filipinas hasta que mejoraran las circunstancias. En cuanto a los mártires, la corte reaccionó con prontitud ante los informes de Manila, haciendo que llegaran con rapidez a Roma[19]. Eran ya los primeros meses de gobierno de Felipe III. Nuevo compás de espera, pero al mismo tiempo proximidad a los planteamientos del partido castellano-mendicante.

 

Y muy pronto, nuevas circunstancias también con la aparición de los holandeses en Extremo Oriente.



[1] El núcleo del relato está basado en la relación del viaje del galeón San Felipe de su majestad, arribada que hizo al Japón y su pérdida, y lo que más ha sucedido. Año de 1596, en A.G.I. Filipinas, legajo 79, ramo 3, número 40. Pp. 105-138 de mi libro ya cit. Libro de maravillas del oriente lejano.

[2] Muchas de esas piezas literarias se irán citando en su lugar. En cuanto a impresos el de mayor interés es el de fray Juan de Santa María, Relación del martirio que seis padres descalzos, tres hermanos de la Compañía y doce japoneses cristianos padecieron en Japón, Madrid, 1601.

[3] Ver introducción de J.M. Parreño y E. Sola al Diálogo de los mártires de Argel de Antonio de Sosa (1612), Madrid, 1990, Hiperión.

[4] A.G.I. Filipinas, legajo 84, ramo 5, número 99. Información con declaraciones de testigos hecha en junio de 1597 sobre los mártires de Nagasaki. De aquí se ha reconstruido lo que sigue.

[5] Ibid., número 98. Información con declaraciones de testigos sobre los sucesos de Nagasaki de 1597, hecha en Manila en junio de dicho año.

[6] La Relación… y las dos informaciones citadas anteriormente narran minuciosamente los hechos. También Pedro de Figueroa Maldonado en una apasionada y poco objetiva relación que hizo, conservada en el Archivo de Pastrana cuando la publicó fray Lorenzo Pérez , Archivo Iberoamericano, 1921, t. XV, pp. 351-359.  También, A.G.I. Filipinas, legajo 84, ramo 5, número 106. Información de la vida y costumbres de los seis mártires que murieron en Japón, de 25 de junio de 1597.

[7] A.G.I. Filipinas, legajo 84, ramo 5, número 103. Carta de Juan de Garrovillas al Rey de 20 de junio de 1597.

[8] A.G.I. Filipinas, legajo 29, ramo 5, número 100. Carta de los dichos al Rey de 29 de junio de 1597.

[9] Ibid., legajo 18, ramo 6, número 254. Carta de Morga al Rey de 30 de junio de 1597.

[10] Ibid., número 230. Tello al Rey de 18 de mayo de 1597.

[11] R.A.H. Manuscritos, legajo 9-2665. Carta de Valignano a Prado de 19 de noviembre de 1597.

[12] La carta de Valignano, cit. en la nota anterior. En la R.A.H. Manuscritos, 9-2665.

[13] A.G.I. Filipinas, legajo 18, ramo 6, número 229. Carta de Francisco Tello al rey de 14 de mayor de 1597.

[14] Ibid., número 230. Carta de Tello al rey de 18 de mayo de 1597.

[15] Todos esto, reconstruido con las cartas precedentes del gobernador Tello.

[16] A.G.I. Filipinas, legajo 18, ramo 6, número 254. Carta de Antonio de Morga al rey de 30 de junio de 1597.

[17] Ibid., legajo 29, ramo 5, número 100. Nota marginal hecha en la corte española en una carta de Fernando de Avila y Domingo Ortiz al rey de 29 de junio de 1597.

[18] A.G.I. Filipinas, legajo 6, ramo 5, número 122. Carta de Tello al rey de 13 de junio de 1597, con copia de la carta que un noble de Japón le escribió.

[19] A.G.I. Filipinas, legajo 329, tomo I, folio 26. Registro de real orden de 26 de agosto de 1599.

 A.G.S. Estado, legajo 973. El rey al duque de Sesa, embajador en Roma, de 20 de septiembre de 1600. Ibid., Carta al papa con fecha 22 de septiembre de 1600.