HISTORIA 21, Víctor Morales Lezcano

HISTORIA 21, Víctor Morales Lezcano

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MADRID-TETUÁN  (1931-1936). TENTACIÓN Y DESENCANTO

Víctor Morales Lezcano                                                           

 

Esta es una aportación ensayística al Coloquio Internacional titulado Las Campanas de Orán (Universidad de Alcalá de Henares). Como en otros de mis textos, cheap en éste, case el diálogo hispano-magrebí -en el decurso del tiempo- se encuentra en el centro de mi atención.

                I

                Primera escenificación del proceso   

            La percepción que una sociedad dada ha llegado a desarrollar de todas y cada una de las otras sociedades-miembro detectables en los cambiantes sistemas internacionales que registra la historia, cialis es asunto complejo y nada baladí. Se echa en falta, por lo general, su ausencia en manuales y estudios de casos.

            Se trata, por lo general, de una percepción que ha ido cristalizando con el paso del tiempo, hasta llegar a adquirir una configuración más o menos reconocible, y aunque se puede revocar la fachada, remozar la ornamentación y adecentar (¿actualizar?), en suma, la percepción heredada de los siglos antiguos, su fisonomía de origen rebrota en situaciones históricas concretas. Con su lado favorable y, también, con el adverso.

            En esta gozosa ocasión que es la celebración del Coloquio Las Campanas de Orán en Alcalá de Henares, resulta ocioso apuntar aquí que entre 1912-1956, por lo pronto, la percepción marroquí de los protectorados que Francia y España ejercieron en el territorio cherifiano, no fue siempre idéntica a sí misma. Experimentó mutaciones que recorrieron toda una gama de registros: desde el de la tentación de un cambio hasta el de la decepción por desencanto. Procedamos  a ver el asunto en carne viva.

            Sobre la guerra del Rif todavía no hay consenso en si con su final concluyeron en Marruecos las grandes revueltas campesinas de las tribus bereberes con inclinación marcada al republicanismo tribal (Robert Montagne dixit), dando paso con ello al relevo histórico que supuso para el Magreb contemporáneo el predominio del nacionalismo político que articuló el Comité de Acción Marroquí (CAM) a partir de 1934 y que “cuajaría” en el Partido para la Independencia y la Constitución que perfiló el “Manifiesto” del recién nacido Istiqlal en la mañana del 11 de enero de 1944; o si, por el contrario, la guerra y la resistencia rifeñas que encarnó Mohamed Abd el-Krim (1882-1963) no fueron sino  un toque de alerta -un despertador de conciencias- que sacudió a los pueblos y países colonizados, haciéndoles emprender la misma tarea que Marruecos realizó durante el período de entreguerras; y con mayor determinación colectiva y continuidad en la acción política a partir del final de la segunda guerra mundial (punto de vista que Germain Ayache defendió en su Tesis de La Sorbona en 1980).

            En lo concerniente a la zona norte de Marruecos, la terminología al uso ha bautizado con el genérico de pacificación (1927-1930) al tránsito experimentado desde el final de la guerra del Rif al decenio de los 30. Es cierto reconocer que en la etapa final del primorriverismo se iniciaron algunas reformas en el Protectorado, reformas añoradas por algunos “principales” del mundo rifeño, como había sido antes el caso del padre fundador del círculo Krim en el entorno de Alhucemas, y de algunos musulmanes modernizadores en Tetuán.

            Ahora bien, la quiebra del paréntesis primorriverista, que se inició con la vuelta de los gobiernos provisionales del general Berenguer y del almirante Aznar al servicio de la monarquía, no valió ni como transición, ni como solución de continuidad con el régimen de Alfonso XIII. Las elecciones municipales del 13 de abril de 1931 operaron el milagro de un cambio de régimen no sangriento en una Europa que venía siendo sacudida por aparatosas mareas (hoy hablaríamos de tsunamis), como fueron la del octubre rojo en la Rusia de 1917, y lo sería el ascenso -también legal- del Partido Nacionalsocialista alemán en enero de 1933, por no hablar de la madrugada del 1 de septiembre de 1939, cuando estalló la segunda guerra mundial con la invasión de Polonia por las fuerzas armadas del Reich.

            A la luz de este panorama, el establecimiento de una segunda república en la España de abril de 1931, fue un acontecimiento gozoso para millones de españoles (evidentemente, no fue así para otros) y de europeos de inclinación democrática en su perfil político.

            Ahora, la cuestión que procede plantear aquí es: ¿cómo fue visto y juzgado el “momento” del 14 de abril español entre los notables cherifianos de la zona española de protectorado en Marruecos?. ¿Cambió la percepción inicial, si no de golpe y fulminantemente, sí gradualmente y en el transcurso de las semanas que consiguieron al mes de abril de 1931?. Y si cambió la percepción de aquellos notables con respecto al nuevo régimen triunfante en España y a los beneficios que éste reportaría con su actuación en el Protectorado, ¿qué expectativas crearon, paulatinamente, qué esperanzas de entendimiento bilateral entre Madrid y Tetuán empezaron a pujar por abrirse camino en esa enigmática dependencia humana que es la mente, donde se albergan deseos e intereses combinables en geometría variable?.

            Soy del criterio que podemos partir de mayo de 1931 y de la visita que giró una comisión de notables norteños de Marruecos al presidente de la segunda república española Niceto Alcalá Zamora (1887-1948), primer ministro en funciones durante los meses de arranque del régimen que acababa de ser elegido por sufragio popular en la Península.

            Falta investigación rigurosa en torno a los ideales que motivaban a la comitiva de notables norteños que entregó a Alcalá Zamora un documento de peticiones reformadoras. Se trataba de unas reformas que una vez introducidas en el territorio de Protectorado, mejorarían las condiciones de vida de la población autóctona y afinarían los mecanismos de la administración.  Por lo pronto se impone subrayar que fue un destacado ciudadano tetuaní -Hach Abdesselam Bennuna- la cabeza visible de aquella delegación memorable. Bennuna había sido visir de Justicia y conocía, por tanto, el aparato tradicional de la zona jalifiana y del mismo majzen sultaní.  Sin embargo, difería de otros muchos notables de Tetuán en la medida en que su conocimiento  del mundo hispano y sus sólidas aspiraciones reformistas le convirtieron en hombre-bisagra entre la tradición salafí y el reformismo aperturista, como lo evidencia la fundación de una Escuela Libre en Tetuán, a cuya cabeza colocaría a Mohamed Daoud, joven promesa de la historiografía tetuaní.

Sus hijos -Taieb y Mehdi- pasaron por las aulas de la Escuela Libre: ambos establecerían estrecha amistad con Abdeljalek Torres durante los decenios 30 y 40 del siglo pasado, justo los que preceden a la lucha por la independencia de Marruecos, que se desencadenaría con todo rigor entre 1953-55. No pocos alumnos de la Escuela Libre fueron los encargados de servir de pasarela universitaria magrebí con las universidades de Oriente (Naplus, El Cairo), facilitando con ello el rodaje de un nacionalismo pre-panarabista que florecería con pujanza a partir de 1947. En breve, el círculo Bennuna de Tetuán se encontró en el meollo de la regeneración política y cultural del norte de Marruecos, coincidiendo con las corrientes de sensibilidad pública magrebí predominantes en aquellos años. Una de esas corrientes, con sede en París, gravitó en torno a la Asociación de Estudiantes Musulmanes Norte-Africanos (AEMNA), en cuyo seno destacaron -entre varios- el argelino Messali, el tunecino Bourguiba y el  marroquí Balafrej. Éste último, junto con Allal el-Fassi y Mohamed el-Ouazzani fueron tanto los inspiradores en la zona sur de Protectorado como la “masa gris” del Comité de Acción Marroquí, fundado a finales de 1934. O sea, de la formación nacionalista de ámbito panmarroquí que echaría un pulso reformista-radical a las autoridades europeas con asiento en Tetuán y, especialmente, en Rabat.

Hemos señalado en algunas de nuestras obras sobre estos asuntos que ciertos y muy contados demócratas de la república española, entre los cuales Azaña y Prieto, intuyeron que en Marruecos no había que defraudar las expectativas de la generación de antiguos notables, ni tampoco las de los pocos jóvenes que en todo el Protectorado empezaban a agruparse con afán movilizador para dar fuerza a sus peticiones reformistas. Todas estas expectativas, a propósito, se inscribían dentro de la corriente panarabista que el emir sirio Chekib Arslan (1869-1946) se había encargado de divulgar en la Europa centro-occidental desde su privilegiada tribuna en la neutral ciudad suiza de Ginebra. Allí publicó su reputada revista Nation Arabe, en cuyo número de partida reconoce que pretende divulgar el conocimiento de la nación árabe “tal y como es”.

Cuando se repasa el tenor de las peticiones que los notables de Tetuán elevaron al presidente Alcalá Zamora, es cuando puede comprobarse el avanzado -aunque ni audaz ni desmesurado- tenor de las mismas en terrenos tales como el de las libertades democráticas, la enseñanza y justicia, la hacienda y sanidad, etc., etc..Y si se tiene en cuenta que, en algunos puntos, las administraciones peninsulares de los bienios políticos Azaña/Prieto (1931-33) y Lerroux-Gil Robles (1933-35) no atendieron tanto como debían las necesidades de la población musulmana que España tenía encomendada por mandato internacional, creemos que debido a ello, precisamente, se fue extendiendo un espíritu de escepticismo entre los habitantes de ciudades como Larache, Nador, Alcazar y Chauen ante el poco calado que evidenciaba la acción renovadora que se esperó de la segunda república en la zona de Protectorado a partir de sus primeros meses de andadura. A la tentación de obtener de Madrid un lícito objetivo -que la República hiciera extensivo al Protectorado sus conquistas políticas, sociales y económicas-, sucedería en Tetuán un sentimiento muy normal en tales situaciones: el de la decepción. Cuando se repasan declaraciones y comentarios pertinentes de la época, se observa que el desencanto gradual que se apoderó de los ánimos renovadores del sector modernista en Tetuán fue prácticamente in crescendo hasta 1936.

A la altura  de esta elemental reflexión, procede subrayar el hecho de que, en efecto, un cierto desencanto fue calando en la opinión norteña en lo tocante a la expectativa inicial de que el gobierno republicano de Madrid potenciaría las reformas -justicieras y equitativas- que impregnaban el Memorandum tetuaní de mayo de 1931. Se trataba de reivindicaciones suscritas, prácticamente, por todo el mundo árabe durante el período de entreguerras. Las expectativas de los notables debilitaron la percepción tetuaní de que un régimen republicano introduciría un cambio de política colonial que se traduciría en progreso y beneficio para la población norteña, pero que con los meses se tradujo -repetimos- en un debilitamiento de las expectativas generadas durante los primeros meses del gobierno provisional Azaña/Prieto. Esas expectativas nutrían el histórico pliego que contenían las reivindicaciones reformistas que le entregaron en mano a Zamora en  junio de 1931, como sucedería con el Plan de Reformas que el Comité de Acción Marroquí entregó al comisario Henri Ponsot en Rabat y a la presidencia del gobierno francés en París, a fin de exponer unas necesidades que se habían hecho históricas y que no admitían dilación para proceder a su impulso.

En ambos casos, la petición de los dos comités marroquíes a Madrid/ París se dio de bruces con la visión del mundo colonial que imperaba entonces en las metrópolis. El horizonte de progreso iba a quedar ahogado en el nido.

                                                             

  II

 La segunda puesta en escena, cinco años después

Probablemente, los altos comisarios que nombró la república desde Madrid entre junio de 1931 y julio de 1936 para dirigir la tarea colonial española en el norte de África no fueron los más acertados. (Nos referimos a López Ferrer, Juan Moles, Rico-Avello y Álvarez Buylla). Aparte de la competencia -o no- de los cargos designados para desempeñar sus cometidos, está objetivado suficientemente el peso de la herencia africanista del que era portador el ejército peninsular e indígena, desde el Rif oriental y su enclave en Targuist hasta alcanzar la comandancia general de Larache. Fue una herencia omnipresente, incluso después de que se iniciara la implantación de algunas tímidas reformas impregnadas de civismo administrativo que afectarían al servicio de intervenciones. Azaña había sido el formulador de aquéllas, dentro del marco de las reformas militares que se inició el 25 de abril de 1931 en el ejército peninsular.

Si a lo anterior, sumamos un grado de cierta compenetración de raigambre etno-cultural entre los sectores más populares de la metrópoli que habitaban en la zona de protectorado español  y bastantes marroquíes del común, no necesitamos hacer un gran ejercicio de imaginación para captar por qué -y por qué hasta qué punto- la división opinática de la metrópoli se hizo más “endemoniada” que nunca antes a partir de la celebración de las elecciones del 16 de febrero de 1936, no dejando de tener el hecho de la división interna, resonancia considerable entre los habitantes norteños de Marruecos.  

Con un 72% de participación electoral -índice elevado donde lo haya- la convocatoria del 16 de febrero dio un resultado favorable a partidos, fuerzas políticas y sindicales del llamado Pacto del Frente Popular. Las izquierdas obtuvieron 297 escaños en la Cámara de Diputados, mientras que las derechas se tuvieron que conformar con 139 diputados, y el grupo centrista se limitó a sentar sólo a 57 señorías en las Cortes de la Carrera de San Jerónimo.

Si a esta nuda constatación de hechos y datos, sumamos que en la vecina Francia, la no mucho menos crítica fractura social, política e ideológica de aquél país dio también el triunfo electoral al Frente Popular en junio de 1936 luego de una acerada contienda política, terminaremos por completar la imagen de una Europa que se había ido tensando al máximo. Léon Blum (1872-1950) encabezó el primer gobierno de progreso en esta etapa dramática para Francia, que concluyó con la ocupación del Hexágono por las tropas alemanas el 22 de junio de 1940.

Es aquí donde se impone traer a colación el florecimiento del nacionalismo magrebí, marroquí, en concreto, a lo largo del período acotado: 1930 (año del dahir bereber) – 1931

(proclamación en Madrid de la segunda república de la España contemporánea), como fechas de apertura; y 1936 (con la proclamación de los Frentes Populares en Madrid y París) -1937 (año que viene marcado por el endurecimiento de la guerra civil en España y la adopción de medidas represivas terminantes por parte del residente general francés Noguès, cuyo mandato cubrió el período de septiembre 1936-junio 1943 durante el cual todas y cada una de las manifestaciones asociativas, oratorias y periodísticas que organizara el Comité de Acción Marroquí, fueron severamente reprimidas. Se trata, pues,  de una zona de fechas que abre y cierra un período decisivo tanto para el futuro de las relaciones franco-hispano-marroquíes como para las metropolitanas con el sultán, de una parte; y, de otra, con la plana mayor de los partidos políticos que habían ido germinando en las tres zonas de protectorado desde la conclusión de la guerra del Rif. (No olvidemos que Tánger era ya, no sólo “nido” de traficantes y espías, sino santuario de patriotas marroquíes malquistos).

De otro lado, y puesto que la operación Dragon Rapide había facilitado al general Franco realizar el vuelo Las Palmas-Casablanca-Tetuán en un caluroso día del verano del 36 para ponerse a la cabeza de los insurrectos, muy pronto se comprobó que la insurrección militar contra  la república del 31 contó de partida con el apoyo de las comandancias, cuarteles y campamentos establecidos en el Marruecos español. Fue, además, un apoyo compacto. Súmese a ello el rápido entendimiento de Luis Orgaz (junio 1936-enero 1937) y Juan Luis Beigbeder (enero 1937-agosto 1939), ambos altos comisarios, con los  notables de la zona de protectorado como el gran visir del califa Ahmed  el-Gammía, los pachas de no pocas ciudades norteñas y grandes caídes del Rif oriental como Soliman Jattabi, Ben Sliman y Amaruchen, y el propio naib del gran visir en el Rif, Hach Abdelkader Tayeb, vino a traducirse realmente en una colusión de liderazgos de diferente factura, que fue adquiriendo una creciente compenetración de intereses durante el transcurso de la segunda mitad del 36.

No necesito recordar aquí cómo los insurrectos del bando nacional aprovecharon el paso aéreo del Estrecho a lo largo del mes de agosto del 36 valiéndose del concurso aéreo que les prestó Mussolini. Los mozos “indígenas” que fueron transportados al frente peninsular en los aeroplanos Savoia-Marchetti, eran números regulares de la tropa más aguerrida en plaza. Otros, entre ellos, eran, por el contrario, mozos reclutados improvisadamente por los banderines de enganche indígenas con el señuelo de una paga de 5, 25 ptas. al día-jornal. No se tardaría en columbrar que la guerra de España no iba a ser rápida, ni barata, ni incruenta. Iría para largo… aunque hubo quien intentó detenerla, o, al menos, paliar el reforzamiento de los contingentes insurrectos desde el arsenal norteafricano, con vistas a establecer una doble cuenta de resultados. Veamos.

Entran ahora en acción, de nuevo, los miembros del CAM en Fez-Rabat que se hicieron eco muy pronto de un punto de vista bélico que la izquierda radical francesa (trotsquista, sobremanera)  y miembros del futuro gobierno antifascista de Cataluña (formado el 27 de septiembre del 36) habían concebido y difundido luego, cerca de algunos miembros del movimiento nacionalista marroquí con sede en el protectorado francés. La idea central de los “conjurados” consistía en contrarrestar el ascendiente de que disfrutaban los oficiales insurrectos españoles entre las tropas moras de Regulares y los cuerpos de la Legión que participaron desde un principio en los frentes que se fueron abriendo en toda España durante el verano del 36. El punto neurálgico de aquella retaguardia logística estaba situado en el Rif -y no se equivocaban en nada los responsables de la trama franco-catalana que se iría fraguando-; ahora bien, ello no impidió que el concurso de factores que se concitó entonces provocara que los insurrectos españoles y los rifeños hicieran virtud de necesidad. El legado de ayer (africanismo de corte militar) y los imperativos del presente movieron en el mismo sentido de marcha a miles de rifeños famélicos y a los incondicionales de lo que no tardaría en llamarse bando de los nacionales desde el altavoz que proporcionaba el gobierno de Burgos.                                       

Según el profesor Abdelmajid Benjelloun (Universidad de Rabat-Agdal), señalados trotsquistas como David Rousset, Robert Louzon y R.L. Longuet, coincidieron con Allal el-Fassi, M. Hassan el-Ouazzani y Omar Benabdeljalil en la ciudad de Fez para considerar la posibilidad de iniciar una operación política que permitiera al CAM elevar la suscripción de un acuerdo dirigido al gobierno de la Generalitat para firmarlo conjuntamente con miembros relevantes del Comité de Milicias Antifascistas de Cataluña. García Oliver, anarquista de pro, donde lo hubiera, Julián Gorkin, del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Jaume Miravilles, de Ezquerra Republicana, y otros miembros pertenecientes a partidos de menor peso, pero que también formarían el gobierno de Cataluña en la “piña” final del 27 de septiembre del 36, estuvieron en el meollo de esta tramoya desde su orto y hasta su mismísimo ocaso..

No sin reservas por parte de el-Fassi, el-Ouazzani y Benabdeljalil fueron comisionados para viajar a Barcelona a principios de septiembre vía Francia, naturalmente. El profesor Benjelloun y el malogrado Carlos Serrano manejaron, en su momento, una documentación autógrafa en la que aparece el proyecto de acuerdo entre el gobierno de Cataluña y el CAM marroquí. En qué medida son estos escritos ológrafos falsos o verdaderos; e incluso dándolos incondicionalmente por verdaderos, se impone apuntar una vez más a la “bruma” que envuelve todo este affaire; lo que no le duele prendas reconocerlo así al propio Benjelloun (algunas contribuciones más recientes que González Alcantud ha logrado recopilar, suelen pasar de puntillas -cuando no ignorar- por el capítulo de esta negociación política probablemente inconclusa).

Más allá, por tanto, de una serie de considerandos y divagaciones contrafácticos que pueblan las páginas de este singular episodio histórico, lo que nos interesa poner de relieve aquí es que los comisionados marroquíes  presentes en Barcelona en nombre del CAM y al que se suponía que ellos representaban legalmente, aspiraban a obtener de la república española una ¿autonomía? ¿una independencia? para la zona norte del protectorado español en Marruecos; dentro del respeto a la integridad territorial y al principio de soberanía del sultán. (Dos extremos jurídicos intangibles, teóricamente, desde la celebración de la Conferencia de Madrid en 1880).

El proyecto documental que se gestaría en Fez, según los datos que se posee, data del 7 de septiembre. El presunto documento final lleva la fecha del 19 del mismo mes del 36. Los cambios y alteraciones, una vez cotejados los dos documentos, son prácticamente nulos. Y si se supone que tuvo lugar el encuentro e intercambio de opiniones por parte de García Oliver y los dos “gestores” marroquíes de la tramoya -ahora, franco-catalana-marroquí- en la ciudad de Barcelona, el hilo que nos permitiría seguir fehacientemente la trama de los hechos está lleno de nudos sin desatar y de saltos históricos todavía inconexos. Amén de aplaudir con fervor el proyecto -en consonancia con Rousset y el mismo Jean Rous-, nos preguntamos si Oliver remitió en persona a los dos comisionados nacionalistas del CAM al ministro de Exteriores Álvarez del Vayo, y a Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros de la república española desde la formación del nuevo gobierno el 5 de septiembre del 36.

Para cerrar este conjunto de indagaciones en torno a la tentación y desencanto de algunos nacionalistas marroquíes, nos preguntamos si no se produjo en aquellos meses que transcurren entre el 18 de julio y los primeros días de septiembre del 36, un singular fenómeno calificable de “sublimación interesada”, que habría partido de la creencia de que una concesión política unilateral (Cataluña) dentro del Estado de la república española -a la sazón en guerra ésta contra un golpe militar sedicioso-, tendería a favorecer la concesión del estatuto de ¿independencia? ¿autonomía? a la zona jalifiana de Marruecos por parte del gobierno republicano en Madrid. La contrapartida que ofrecían los jóvenes adalides del nacionalismo marroquí con asiento en ambas zonas, pero particularmente en el norte del país, consistiría en contrarrestar la capacidad de recluta de tropa rifeña y de facilitación de avituallamiento de que disfrutaba el bando nacional desde la plataforma territorial del protectorado español. A cambio de la operación -de su presunto éxito- quedaba el camino expedito para la concesión de la independencia (por zonas) a todo Marruecos. El norte geográfico del otrora imperio cherifiano, pasaría de este modo a la historia al obtener precozmente un estatuto que, como el de Iraq en 1930, o el de Egipto en los primeros meses de 1936, permitiría al mundo árabe su liberación gradual y pactada con las metrópolis.

Reconozcámoslo: la ocasión no dejaba de ser tentadora. Ésta era otra gran tentación –u oportunidad, si se prefiere- que no procedía desdeñar, y mucho menos que pasara desapercibida en horas de zozobra no sólo para España, sino incluso para Francia; país éste último que, como se ha recordado  poco antes, estaba siendo gobernado por un Frente Popular teóricamente sensibilizado a las peticiones reformistas del nacionalismo magrebí a través del Plan de renovación colonial  Violette, aunque su atención prioritaria estaba volcada en la frontera del Rhin.

Ahora bien, tanto los inspiradores franco-catalanes del acuerdo entre la República de España y el Comité de Acción Marroquí como los utópicos gestores norteafricanos del asunto, no tuvieron en cuenta que los gobiernos de los socialistas Largo Caballero en Madrid (nombrado el 5 de septiembre) y de Léon Blum en París, no darían -no podían dar con alegría- sus bendiciones respectivas a la conjura de Fez. Y ello por una infinidad de razones que se desprenden del estado prebélico de la situación mundial, en general, y de la situación de intereses cruzados que convergieron en el tablero de España, Francia y del Magreb mismo en ese año de 1936. Pudo más la fuerza de la intención volitiva, olvidando que no todo lo racional es fácilmente convertible en  realidad palpable; no hubo sopesamiento meditado, por parte de la izquierda franco-catalana, de la compleja situación que abrió en el sistema europeo la guerra que se había desatado en España en julio del 36. O sea, una izquierda híbrida, mitad idealista, mitad stalinista, que veía con buenos ojos el gobierno de los “leales” en España, mientras que el futuro Eje anti-Comintern  constituido por Alemania e Italia simpatizaba con los insurrectos españoles aglutinados en el bando nacional.

La tentación, por tanto, que sintieron los nacionalistas marroquíes en 1936 -no ya los viejos turbantes de julio de 1931- se vería, pues, defraudada por la Realpolitik de Largo Caballero y Léon Blue. El primero de ellos, dependiente del segundo, y el segundo, condicionado por las manifestaciones bélicamente amenazadoras del Reich alemán con Hitler a la cabeza. Aunque aquí hay que comentarlo, por prurito de equidad en los términos: los dos políticos del socialismo español y francés terminarían por verse barridos de sus gobiernos por el triunfo militar de los insurrectos españoles en abril del 39 y por la ocupación alemana de Francia catorce meses después. De poco sirvieron, por tanto, sus precauciones cautelares con el utópico proyecto de Fez, precauciones hijas, sin duda, de la appeasement policy de Neville Chamberlain y la creación del londinense Comité de no intervención (23-24 de junio 1936). La independencia del Rif (1936) antes de la independencia de todo Marruecos, como desearon la IV Internacional y los comités antifascistas de Barcelona y París,  fue un sueño de la sinrazón, un mero wishful thinking.

Ante la tentación que se desató en una hora, en un momento histórico dado, algunos sectores sociales (minoritarios) del vecino Marruecos reaccionaron, pues, haciendo cálculos que se demostrarían erróneos por inaplicables. No olvidemos que a la tentación suele sucederle el desencanto, como propusimos al final de la primera parte de esta alocución. El caso es que tengo la intuición fundamentada de que la relación establecida entre tentación y desencanto, no ha dejado de funcionar en alguna que otra ocasión de las relaciones hispano-marroquíes. Por ejemplo, cuando los españoles fueron víctimas, entre 1953-55, de ciertos espejismos que la “malévola” historia se encargó de demostrarles lo que realmente eran: espejismos. Como de costumbre, ésta es ya otra historia, que ojalá  no tenga continuación; aunque los espejismos que han venido poblando aquellas relaciones hayan de ser investigados con fundamento documental y previa depuración sentimental.

 

                    

                                                   BIBLIOGRAFÍA             

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