Discurso de la Edad de Oro de Trato de Argel

Discurso de la Edad de Oro de Trato de Argel

TEXTO AUDIOVISUALIZABLE, II

B.- Discurso de la Edad de Oro, en boca del cautivo Aurelio, en la pieza dramática “El trato de Argel” (vv.1313-1375). En un marco general del desterrado / cautivo / esclavo que lamenta en las invocaciones finales la ausencia o lejanía del cielo, de la tierra patria, de su amada Silvia y de su propio pensamiento.

 

Aurelio:

 

“¡Oh sancta edad, por nuestro mal pasada

a quien nuestros antiguos le pusieron

el dulce nombre de la Edad dorada!

 

¡Cuán seguros y libres discurrieron

la redondez del suelo los que’n ella

la caduca mortal vida vivieron!

 

No sonaba en los aires la querella

del mísero cautivo, cuando alzaba

la voz a maldecir su dura estrella.

 

Entonces libertad dulce reinaba

y el nombre odioso de la servidumbre

en ningunos oídos resonaba.

 

Pero, después que sin razón, sin lumbre,

ciegos de la avaricia, los mortales,

cargados de terrena pesadumbre,

 

descubrieron los rubios minerales

del oro que en la tierra se escondía,

ocasión principal de nuestros males,

 

éste que menos oro poseía,

envidioso de aquel que, con más maña,

más riquezas en uno recogía,

 

sembró la cruda y la mortal cizaña

del robo, de la fraude y del engaño,

del cambio injusto y trato con maraña.

 

Mas con ninguno hizo mayor daño

que con la hambrienta, despiadada guerra,

que al natural destruye y al estraño.

 

Esta consume, abrasa, y echa por tierra,

los reinos, los imperios populosos,

y la paz hermosísima destierra,

 

y sus fieros ministros, codiciosos

más del rubio metal que de otra cosa,

turban nuestros contentos y reposos.

 

Y, en la sangrienta guerra peligrosa,

pudiendo con el filo de la espada

acabar nuestra vida temerosa,

 

la guardan de prisiones rodeada,

por ver si prometemos por libralla

nuestra pobre riqueza mal lograda.

 

Y así, puede el que es pobre y que se halla

puesto entre esta canalla al daño cierto

su libertad a Dios encomendalla,

 

o contarse, viviendo, ya por muerto,

como el que en rota nave y mar airado

se halla solo, sin saberr dó hay puerto.

 

Y no tengo por menos desdichado

al que tiene con qué y el modo ignora

cómo llegar al punto deseado,

 

porque esta gente, do bondad no mora,

no dio jamás palabra que cumpliese

como falsa, sin ley, sin fe y traidora.

 

Guardará por su dio al interese,

y do éste no interviene, no se espere

que por sola virtud bondad hiciese.

 

Aquí en diverso traje veo que muere

el ministro de Dios, y por su oficio

más abatido es, peor se quiere,

 

y el mancebo cristiano al torpe vicio

es dedicado desta gente perra,

do consiste su gloria y su ejercicio.

 

¡Oh cielo santo! ¡Oh dulce, amada tierra!

¡Oh Silvia! ¡Oh gloria de mi pensamiento!

¿Quién de tu alegre vista me destierra?