Los secretos del mar Rojo, Henry de Monfreid, traducción y prólogo de Luis Claramunt, Bassarai, Bilbao, 2004.

Descripción / Resumen

Avisos de un hombres de frontera en el siglo XX.

Los secretos del mar RojoUna certeza parece alumbrarse desde este Archivo de la Frontera ensayado: es más fácil desde la frontera describir el centro que su contrario. Y su consecuencia inmediata: la experiencia de la frontera genera un hombre de frontera, único capaz de captar y describir esa realidad, tal vez la realidad.

Sin entrar aquí en lo que pudiera ser la esencia de la frontera –desde la vivencia misma del ser y considerarse uno fronterizo–, la esencia de las diferentes fronteras, todas válidas y enriquecedoras, se puede afirmar que la novela “Los secretos del mar Rojo”, escrita por un francés de origen catalán afincado en Djibuti, traducida, ilustrada y presentada por un artista pintor vasco-madrileño –que se sintió en los últimos años de su vida identificado con el texto con rara intensidad hasta necesitar traducirlo y evocarlo gráficamente como algo esencialmente significativo de su visión del mundo–, es un producto cultural –comunicador– de rara intensidad fronteriza.

Por todo ello, el resultado es mucho más que un “discurso” antinacionalista y anticolonialista, de alguna manera,  para transformarse en un “aviso” de alguien inmerso en “el estado de las cosas”, en la realidad. Una hermosa pieza literaria
de lo que intentamos tipificar por su verismo como una “literatura de avisos”.

El Autor

Henry de Monfreid publicó esta su primer novela en 1931; pasados los cincuenta años de su vida, es un escritor tardío por lo tanto. Desde treintañero en Africa, recogió en ella sus primeras experiencias africanas, y desde entonces no dejó de escribir y publicar con éxito. Pero este primer título tiene el encanto especial de la iniciación a la vida aventurera y a la literatura y se convierte en un aviso testimonial de hondo valor por su fidelidad al “estado de las cosas”, a la realidad de una frontera que está surgiendo en torno a la I Guerra Mundial y que ha conocido personalmente desde 1910 y ha vivido con especial intensidad. Es la misma realidad que había conocido Arthur Rimbaud, muerto en Marsella (1891) veinte años antes de la salida de Monfreyd para Djibuti desde aquella misma ciudad (1910), y no es extraño que el autor lo evoque a través de uno de los personajes de su novela, Ato Joseph, antiguo criado del poeta y hombre clave en aquel momento por haber sido nombrado agente de aduanas del Negus de Etiopía en Djibuti, espía y poderoso patrón en el contrabando de armas de la región. Y la voluntad literaria del autor Monfreid queda patente cuando entre líneas alude sobre la marcha a Cervantes:

“El sentido común debe intervenir
siempre que cedemos a un impulso.
Siempre Don Quijote y Sancho,
que se reparten eternamente el corazón del hombre.” (p.147).

No olvidemos que don Quijote renuncia a la continuación de sus aventuras, tras ser vencido por un fingido Caballero de la Blanca Luna en las playa mediterránea de Barcelona, que deseaba que fueran al otro lado del mar, en la frontera de la Berbería, una de las fronteras más íntimas de Europa. Que es precisamente lo que haría Monfreid, trescientos años después, con ese espíritu cervantino-quijotesco que explicita en su primera novela.

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