¡Banquero al agua!, por Leonardo da Vinci
¡BANQUERO AL AGUA!, EN UN RÍO LITERARIO.
Un chiste sabio del gran Leonardo da Vinci, recogido de sus Aforismos, reúne en una historia graciosa a dos frailes y un mercader, nombre que en la época designaba al financiero; en este caso, más que mercader dice mercachifle, diminutivo despectivo, pero no viene al caso: es el que controla el dinero, avariento, frente a los otros dos pobrecitos mendicantes y hambrientos.
La escena sucede en un río genérico, literario, y podía no ser muy profundo puesto que se disponen a vadearlo, con lo que en vez de nadar pudo salir chapoteando fácilmente sin duda, no tenía por qué ser un gran nadador para ganar su vida a nado. Mas la historia es sapiencial y se merece figurar entre estos episodios de Nadadores.
Gracias al maestro Carlos Miragaya por el envío, con sus referencias editoriales, pues esto no va más allá de ser un estímulo mínimo a una lectura interesante y más amplia y reposada. La selección y traducción de estos Aforismos de Leonardo da Vinci es de E. García de Zúñiga (Madrid, 1977, 2ª edic., Óptima-Espasa Calpe, p.173, puntos 693, 694 y 695). Sobre ella establecemos el texto versiculado.
De un fraile y un mercader.
Los hermanos mínimos
acostumbraban a observar la Cuaresma en sus conventos
absteniéndose de comer carne;
pero cuando van de viaje, como viven de limosnas,
les está permitido alimentarse de todo lo que les ofrecen.
Entrando, pues, en una posada dos de esos religiosos,
en compañía de cierto mercachifle,
se sentaron los tres a la misma mesa. Sirviéronles,
como único manjar, un pollo hervido,
que otra cosa no había disponible en la mísera posada.
Viendo el mercader que este único plato apenas bastaba
para él solo, se volvió a los religiosos y les dijo:
«Si mal no recuerdo, vosotros no coméis en vuestros conventos
y en días como estos ninguna clase de carne».
A estas palabras los religiosos, de acuerdo con su regla,
hubieron de contestar sin ambages que tal era la verdad,
con lo que el mercachifle, muy satisfecho, se comió el pollo;
y los hermanos tuvieron que conformarse como pudieron.
***
Partiéronse luego en compañía
y sucedió que después de andar un trecho,
llegaron a un río de bastante anchura y profundidad.
Como los tres iban a pie –los hermanos por pobreza,
y el otro por avaricia– fue necesario
para comodidad de la compañía que uno de los frailes
se descalzara y cargara sobre sus hombros al mercachifle,
y así lo hizo, dándole a guardar sus zuecos entretanto.
***
Cuando el fraile se encontró en la mitad del río,
le vino a la memoria una de las reglas de su orden,
y este nuevo San Cristóbal, alzando la cabeza,
preguntó al hombre que cargaba: «Dime,
antes de seguir adelante, ¿llevas contigo algún dinero?»
«Sin duda –contestó el otro–; ¿puedes pensar, acaso,
que un mercader como yo emprenda viaje en otras condiciones?»
«¡Cuánto lo siento! –exclamó el fraile–;
nuestra regla nos prohíbe llevar dinero encima.»
Y sin más, lo arrojó al agua.
Comprendió entonces el mercader que esta era
la alegre venganza de su mal proceder,
y sonriendo pacíficamente, con rubor y vergüenza la soportó.