Historia de un desencuentro: Capítulo 6

España y Japón, 1580-1614: Historia de un desencuentro’s Docs Historia de un desencuentro: Capítulo 6

CAPITULO VI.
1. EMBAJADA DE LUIS DE NAVARRETE Y CONTESTACIÓN DE HIDEYOSHI.

 

El consejo de guerra reunido en Manila por el gobernador Tello de Guzmán resolvió adoptar una postura moderada con respecto al Japón, generic a pesar de que el propio gobernador sugiriera la conquista de Formosa. El general del galeón San Felipe, viagra Matías de Landecho, no rx protagonista excepcional de aquel trágico incidente, de regreso a Manila mostró una postura extrema, violenta y drástica: conquistar la isla Hermosa y enviar a Japón cuatro fragatas que atacaran sus costas en represalia por la confiscación de los bienes hispanos del San Felipe y la muerte de los franciscanos y cristianos japoneses. No prosperó la propuesta, como evocamos más arriba, y se decidió, finalmente, enviar una embajada con el veterano de la guerra de Flandes, Luis de Navarrete, acompañado por el caballero portugués Diego de Sosa[1].

 

El motivo fundamental de la embajada era, una vez más –como en las anteriores de Dasmariñas padre e hijo–, ganar tiempo; con la disculpa de pedir explicaciones que aclararan los motivos reales de la persecución a los cristianos, así como negociar la devolución de la hacienda del galeón San Felipe. Los rumores de posible invasión de Formosa y/o Filipinas, en el momento en que Hideyoshi iba a preparar su segunda invasión de Corea hacían prioritario ese ganar tiempo, retrasar la invasión en el caso que fuera cierta.

 

El embajador Navarrete Fajardo era caballero y hombre de autoridad, conocedor del estilo español que entonces imperaba en las cortes europeas, y llevaba consigo un presente excepcional valorado en tres mil pesos, con un elefante que causó el efecto de sorpresa y expectación deseado en la corte de Hideyoshi[2]. La expedición llegó a Hirado en agosto de 1597; fue bien recibida y la expectación causada por el elefante, animal nunca antes visto en Japón, causó un gran tumulto en el que murieron siete personas. Una vez en presencia de Hideyoshi, el presente fue mostrado en doce bufetes; en él figuraban algunos retratos que interesaron particularmente a Hideyoshi, quien pidió explicaciones sobre algunos detalles técnicos de las pinturas. Los asuntos tratados por Navarrete Fajardo fueron sobre todo dos; se quejó de la incautación del San Felipe y pidió la restitución de su hacienda; se quejó de la injusta muerte de los frailes, sin consideración al fuero de embajadores, y pidió que le fuesen entregados sus cuerpos.

 

La respuesta de Hideyoshi fue calificada por algunos de frívola[3]. Declaraba que eran legales tanto la confiscación de los bienes del San Felipe como los ajusticiamientos de Nagasaki y confirmó la prohibición de que vinieran más frailes en adelante. Sin embargo, dio permiso para que entregaran a los españoles los cuerpos de los mártires que se localizaran y confirmaba el permiso para continuar con el comercio entre hispanos y japoneses con la promesa de una mejor acogida en lo sucesivo a las naves hispanas. En la carta enviada al gobernador Tello se recogía todo esto con claridad[4]. Después de la entrevista, Hideyoshi invitó a comer a los embajadores y dio al embajador el presente para el gobernador de Filipinas, doce cuerpos de armas, treinta lanzas y dos frisones[5].

 

Una vez más, una adversa Fortuna truncó un desenlace feliz de la última embajada hispana a Hideyoshi. Luis de Navarrete Fajardo murió en Nagasaki, de regreso, y Diego de Sosa se hizo cargo de cartas y regalos oficiales de la embajada. Tampoco llegó a Manila; naufragó una vez más en las cercanías de Formosa, como había sucedido años atrás con la primera embajada de Juan Cobo. En el verano de 1598, un año después del envío de Fajardo, aún seguían en Manila con dudas a pesar de haber recibido el texto de la carta por un enviado japonés, alguno de los que hiciera anualmente viaje comercial entre los dos archipiélagos[6].

Con la llegada del portador japonés de la carta de Hideyoshi, también llegaron noticias de preparativos navales –la segunda invasión de Corea– y en Manila despertaron las sospechas de invasión de nuevo; Matías de Landecho juzgó espía al enviado japonés portador de la carta; según él, se había enterado del número de gente de guerra y estado de la defensa de las islas hispanas[7].

 

De Filipinas se enviaron avisos por entonces a las autoridades de Cantón y Chincheo por Juan de Zamudio, en la línea de la vieja propuesta de alianza con los chinos en caso de amenaza japonesa[8]. El nombre de Harada también se asoció con aquellos temores. La tensión desapareció con el gran aviso del momento, la muerte de Hideyoshi.

 
2. JAPÓN A LA MUERTE DE HIDEYOSHI TOYOTOMI.

 

El 16 de septiembre de 1598 murió Hideyoshi Toyotomi  –al amanecer del 13 de septiembre había muerto Felipe II en el Escorial–, después de haber sido durante tres quinquenios el jefe político absoluto del Japón. Había puesto final a un largo periodo de guerras civiles y había hecho una labor importante de unificación y fortalecimiento interior. Dejaba al morir un hijo suyo de corta edad, Hideyori, e instituido un régimen provisional de gobierno para la minoría de su hijo y sucesor previsto. La figura principal de ese gobierno era el señor del Kantó, Tokugawa Ieyasu; tenía un prestigio superior al de sus co-gobernantes y pronto estos se apercibieron de su progresiva apropiación de poder. Los cuatro gobernantes –Mori Terudono, Maeda Toshiie, Uesugi Magekutsu y Ukida Hideie[9]–  pretendieron desplazar a Ieyasu, y en ese intento se les unieron la mayoría de los daimyos. Tras diversas intrigas y preparativos, los dos grandes bandos se enfrentaron en 1600 en la batalla de Sekigahara; Ieyasu salió vencedor y todo el país quedó bajo su control. La participación de varios daimyos cristianos en la contienda en el bando contrario a los Tokugawa fue, sin duda, el primer acontecimiento importante que minó la buena disposición del futuro shogún hacia los cristianos. En 1603 Ieyasu fue nombrado shogún, título que permanecería en su familia hasta la restauración Meiji de 1868. En 1605 abdicó en su hijo Hidetada, aunque de hecho siguió llevando las riendas del poder en Japón. Hideyori, el hijo de Hideyoshi, aglutinó en su residencia de Osaka las fuerzas de una posible futura oposición a los Tokugawa; en 1615, después de la destrucción del castillo de Osaka y la muerte de Hideyori, los Tokugawa quedaron como dueños absolutos del país.

 

Otros tres quinquenios, pues, decisivos en la formación del Japón moderno. Y decisivos también para las relaciones hispano-japonesas pues supusieron una nueva apertura y ampliación de relaciones, el apogeo de estos contactos entre los dos pueblos y el hundimiento final de esas relaciones, ya los holandeses plenamente instalados en la región.

 

En los medios castellanos fue seguida con gran interés la evolución política japonesa hasta el definitivo triunfo de los Tokugawa[10]. Año y medio antes de la muerte de Hideyoshi, Jerónimo de Jesús había comentado como una cosa natural que a la muerte del kuampaku habría enfrentamiento entre los daimyos y guerra civil, como sucedió, pues dudaba que el hijo de Hideyoshi fuera capaz de dominar la tierra como su padre[11]. El análisis –casi pronóstico– más exacto lo hizo para Dasmariñas hijo el mártir Martín de Aguirre; decía del señor del Kantó, Ieyasu: es uno de los reyes más poderosos que hay en Japón, después del kuampaku, y muerto el kuampaku se entiende ha de suceder en el gobierno de todos los reinos y será señor de todo como lo es el kuampaku[12]. Es posible que fuera una opinión –y muy acertada– en medios políticos japoneses de alguna manera más aperturistas. Tokugawa Ieyasu –según este fraile, aún en vida de Hideyoshi– deseaba que los hispanos llegasen a uno de sus puertos del Kantó para que aquella región se beneficiara del comercio exterior de la misma manera que había sucedido con Nagasaki y el comercio portugués; para este proyecto se había puesto en contacto con los franciscanos, juzgando que un trato de favor y permiso para predicar en sus tierras a estos frailes sería el camino más directo para iniciar y asegurar el trato comercial con los hispanos, como había sucedido con los jesuitas y los portugueses. En aquel diseño del futuro shogún también se incluían viajes comerciales entre Japón y Nueva España, con el tiempo uno de los factores de escisión del partido castellano-mendicante; Martín de Aguirre pensaba que podrían plantearse estos viajes de manera que no perjudicaran a los intereses comerciales filipinos, pero sin duda no fue bien vista esta posibilidad en el mundo comercial de Manila.

 

3. NUEVAS PERSPECTIVAS EN LAS RELACIONES HISPANO-JAPONESAS.

 

En el verano de 1599 puede decirse que los hispanos de Filipinas, una vez más, están tranquilos de nuevo; numerosos navíos de comerciantes llegaron –nueve naves, cuando normalmente venían dos o tres– y avisos del momento indicaban que Harada ya no tenía apoyo necesario para la temida invasión japonesa tras la muerte de Hideyoshi. La vuelta de los soldados de Corea, no obstante, llegaron a alarmar de nuevo por la mayor presencia de corsarios japoneses en la costa; en abril y mayo habían llegado a vista de Manila, y contra siete naves corsarias se envió a Juan Ronquillo y Juan de Alguegar primero y,  con más éxito después, a Gaspar Pérez y Cristóbal de Azquieta. La petición de refuerzos siguió acompañando a las cartas informativas y en el círculo de Luis Dasmariñas se percibe de nuevo el afán expansivo de la colonia hispana con planes de intervención en Siam y Camboya[13].

 

El franciscano Jerónimo de Jesús pasó a cobrar particular protagonismo. Testigo de los sucesos dramáticos de Nagasaki, había permanecido oculto en Japón por orden de Pedro Bautista; tras la muerte de Hideyoshi, a finales de 1598, se puso en contacto con Ieyasu para ofrecerle gestionar una mayor comunicación hispano-japonesa. La oferta fue bien recibida.

Jerónimo de Jesús preparó cartas para el gobernador Tello de Guzmán en las que expresaba los deseos del futuro shogún y las envió a Manila por el japonés Gioyemon –o el embajador Shikiro del que habla Lera. Aunque no eran cartas de Ieyasu mismo, el franciscano indicaba que las escribía por encargo directo suyo y reflejaba sus deseos con fidelidad[14].

 

Estas peticiones se resumían en tres puntos fundamentales:

A. El envío de naves comerciales al puerto principal del Kantó –Edo, la actual Tokio–; serían bien recibidas y era antiguo deseo expresado de Ieyasu.

B. El envío de maestros de navíos y pilotos que mostrasen a los japoneses los secretos de la navegación y de la construcción de grandes barcos.

C. El envío de mineros y maestros que les enseñasen a beneficiar la plata, pues se habían descubierto importantes minas argentíferas.

 

Parece extraño que estas propuestas tan sugestivas –tal de un acuerdo de cooperación técnica avanzado, de gran modernidad– fueran tan poco tratadas en la documentación hispana de la época. Salvo la citada relación del año 1600  –que hace referencia a un informe más extenso anterior– y una optimista carta del gobernador Tello presentando dicha relación[15], no existen apenas referencias; y ello contrasta con la mayor insistencia con que se tratan los sucesos de Siam y Camboya de aquellos momentos[16].

 

La respuesta del gobernador Tello de Guzmán a ésta que pudiera llamarse primera embajada a Manila de Ieyasu –el Daifusama de la documentación española, o el Daifu, como Hideyoshi había sido el kuampaku o el Taico o Taicosama–, no fue nada concreta. C.A. Lera –que trató breve pero magistralmente este momento de las relaciones hispano-japonesas[17]– atribuyó el poco interés del gobernador Tello ante el ofrecimiento de Ieyasu precisamente al interés puesto entonces por los sucesos del continente asiático, mayor que en un Japón poco digno de confianza tras el golpe que supuso para Manila la pérdida del galeón San Felipe meses después de contactos diplomáticos que generaran gran optimismo en los medios hispanos de Filipinas. Todo contribuía a aquel recibimiento apático de las nuevas ofertas japonesas, y sólo el entusiasmo de Jerónimo de Jesús y del propio Ieyasu suplieron la momentánea frialdad del gobernador español.

 

A principios del verano de 1599 Francisco Tello escribió a Tokugawa Ieyasu, a varios nobles y al obispo y padres jesuitas del Japón para asegurarse de que las cartas llegaran a su destino, y las envió con dos navíos de los llegados de Japón en viaje comercial[18]. El gobernador se quejaba de la gran afluencia de corsarios a las costas de Luzón y pedía que se capturase a los culpables, se les castigase y se devolviera lo hurtado. También pedía poner orden en los navíos que iban a Manila a la contratación, de manera que no fueran más de tres o cuatro al año ya que estos bastaban para abastecer a los hispanos de lo que necesitaban de Japón.

 

La reacción de Ieyasu a las cartas de Francisco Tello fue inmediata[19]. Encargó a Aximandono y a Konishi Yukinaga –el daimyo cristiano don Agustín– que ejecutasen la petición del gobernador hispano y estos llevaron a cabo la orden con diligencia. Sesenta y una personas fueron crucificadas, cuarenta en Meaco y ventiuna en Nagasaki; el castigo alcanzó no solo a los corsarios sino también a los familiares más próximos, a usanza de Japón, y se hizo depósito de la hacienda confiscada en su poder y de parte de la ya vendida. Ayudó mucho –dice el autor de la relación de 1600– el mucho deseo que Daifusama tenía de que se cumpliese la promesa que fray Jerónimo de Jesús le había hecho. Ordenó también Ieyasu que no fuese ningún navío de Japón a Filipinas sin su licencia, estableciendo ley sobre ello, ni pasasen a comerciar más de dos navíos[20].

 

La buena voluntad del nuevo hombre fuerte del Japón parecía clara. A finales de 1599, Jerónimo de Jesús viajó a Manila.

 
4. EMBAJADA DE FRAY JERÓNIMO DE JESÚS.

 

Si en Japón las embajadas de estos primeros años de gobierno de Tokugawa Ieyasu en torno a 1600, como recoge Lera[21], se relacionan con el embajador Shikiro, en la documentación y relatos hispanos del momento el protagonismo se le da al franciscano Jerónimo de Jesús, hasta su muerte en octubre de 1601. La venida del fraile en persona a Manila –inmediatamente antes de la batalla de Sekigahara–, con la buena noticia de la justicia hecha en los corsarios japoneses, debió insistir sobre todo en el envío de un navío anual a un puerto del Kantó. Lera dice que el gobernador Tello dio largas a la respuesta definitiva sobre el asunto a Ieyasu en espera de mejores circunstancias, ocupada como estaba Manila en la jornada de Camboya. El resumen de la Audiencia es claro: la acción de Jerónimo de Jesús estaba destinada a tratar de asentar las paces entre aquel reino y estas islas, objetivo que era cosa de importancia[22].

 

En el otoño de 1600 fue despachado de nuevo el franciscano para Japón, con cuatrocientos pesos para comprar regalos para la embajada, pero su navío salió con retraso y hubo de regresar por mala fortuna a Manila. Hasta la primavera de 1601 no pudo realizar su viaje de regreso a Japón, bien conocido por una relación excepcional de él, la de su acompañante fray Pedro Burguillos[23].

 

El 20 de mayo de 1601 salió de Manila Jerónimo de Jesús, con otros dos franciscanos descalzos, fray Pedro Burguillos y fray Gómez, un presente para Ieyasu y cartas del gobernador Tello de Guzmán; el 29 de junio llegaron a Hirado, siendo visitados en su nave por el propio daimyo y bien acogidos, de telón de fondo el viejo conflicto de este señor con los jesuitas por el traslado del puerto comercial a Nagasaki. Avisaron a Ieyasu de su llegada con cartas a Fuxime, en donde se encontraba en aquel momento, y recibieron respuesta de pasar con la mayor brevedad a la corte para dar la embajada. Ya era el señor absoluto del Japón. En Hirado se entrevistaron con el daimyo y otros notables en varias ocasiones y recibieron unos breves que habían llegado a Manila al tiempo de su partida –nos enviaron los breves del papa Clemente VIII que habían llegado en las naos de Castilla después de nosotros partidos–, que podían interpretarse como favorables al establecimiento de los mendicantes en Japón. Después de un viaje de veinte días, los hispanos llegaron a Fuxime y fueron recibidos inmediatamente por Ieyasu. La espléndida narración de Pedro Burguillos insiste en el gran deseo de recibir las cartas y noticias de Manila del shogún puesto que, a pesar de estar enfermo y no dar audiencia a nadie, recibió a Jerónimo de Jesús en su palacio nada más llegar el embajador a Fuxime y mantuvo una larga conversación con él.

 

Dos días después volvió a recibir a Jerónimo de Jesús, que le llevó perfumes, medicinas y miel y charlaron de medicina y de otros asuntos de manera familiar. Jerónimo de Jesús y el shogún hablaban directamente, preguntando y respondiendo el padre fray Jerónimo; el cual, por ser tan buena lengua, sin intérprete a todo le daba cumplida satisfacción. Las visitas a Ieyasu menudearon. Burguillos lo evoca con su frescura habitual: …todas las veces que queríamos… el hermano fray Jerónimo le visitaba y hablaba con mucha libertad, dándole entrada sin que llevase dones y presentes, cosa para contra la costumbre y estilo de estos japoneses; otras veces le enviaba a llamar el mismo emperador para tratar con él cosas de esta tierra y de España, las cuales trataba con mucho gusto por el deseo grande que tenía de la comunicación y contrato de su tierra y los españoles cortesanos. Una vez le mandó a llamar el emperador… Otra vez que le íbamos a hablar… etc. Una delicia de texto, pleno de oralidad[24] al referirse a aquellas entrevistas del verano de 1601 entre Jerónimo de Jesús y Tokugawa Ieyasu.

Jerónimo de Jesús murió en Meaco –a donde lo llevaron para atender mejor su enfermedad– el 6 de octubre de ese año, sin poder ver coronadas las gestiones que tan hábilmente había llevado. Pero quedaban abiertas las puertas para el periodo clásico por excelencia de las relaciones hispano-japonesas. A finales de febrero de 1602 una nueva embajada de Ieyasu, con cartas de septiembre del año anterior[25], salía para Manila. Había de ser recibida por el nuevo gobernador Pedro de Acuña.

 

 

 

 

5. LA CUESTION DE LOS BREVES PONTIFICIOS.

 

De manera simultánea a estos sucesos que condujeron a una nueva y esperanzadora apertura de Japón a los hispanos, en las cortes española y pontificia las negociaciones de franciscanos y jesuitas crearon un ambiente tenso. Las gestiones de Francisco de Montilla favorables al partido castellano-mendicante en Oriente se interrumpieron al llegar la noticia de los martirios de febrero de 1597 en Nagasaki; ahora se le unía fray Marcelo de Ribadeniera, compañero de los mártires franciscanos, que había salido para España inmediatamente después de los trágicos sucesos. Tramitar la canonización de los mártires iba a ser otro apoyo para las aspiraciones castellano-mendicantes; Felipe III reaccionó favorablemente y en septiembre de 1600 escribía al duque de Sesa y al papa recomendando a los franciscanos, al mismo tiempo que fray Martín de Galbaes salía para España para asuntos relacionados con dicha canonización[26]. En la corte española parecían tener más simpatías las gestiones de los franciscanos que las de los padres de la Compañía y su asistente en España el padre Bartolomé Pérez.

 

La polémica entre mendicantes y jesuitas alcanzó a veces matices de gran dureza y llegó hasta el tribunal de la Inquisición[27]. Los franciscanos exaltaban sin límite a los mártires, mientras que los jesuitas, respetuosos con su santidad por el martirio, hablaban de la imprudencia e indiscreción de su celo evangelizador como causa de la tragedia. Los jesuitas obtuvieron un éxito parcial en Roma con la concesión de un breve por Clemente VIII, el 12 de diciembre de 1600, por el que se seguía exigiendo el paso por la India de Portugal de los predicadores que fueran a Extremo Oriente[28]. En la corte española pareció que aquel breve atentaba al real patronato, derecho en que el rey de España tenía interés especial, y pronto se pidió su derogación.

 

 



[1] A.G.I. Filipinas, legajo 35, ramo 3, número 39. Carta de Matías de Landecho al rey de 4 de julio de 1598. Ibid., legajo 18, ramo 6, número 229. Carta de Francisco Tello al rey de 14  de mayo de 1597.

[2] A.G.I. Filipinas, legajo 6, ramo 6, número 129. Carta de Tello al rey de 17 de junio de 1598.

[3] F. Colin, Labor Evangélica, Madrid, 1663, p. 147.

[4] Publicada por fray Lorenzo Pérez, Archivo Iberoamericano, 1921, XV, pp. 349-351, según traducción conservada en Roma.

[5] A.G.I. Filipinas, legajo 6, ramo 6, número 129. Carta de Tello al rey de 17 de junio de 1598.

[6] J. Sicardo, Cristiandad del Japón, Madrid, 1698, cap. V, trata extensamente de la embajada de Navarrete Fajardo. También A. Morga, op. cit. pp. 61-63 y F. Colin, op. cit., p. 147.

[7] A.G.I. Filipinas, legajo 35, ramo 3, número 39. Carta de Landecho al rey de 4 de julio de 1598.

[8] Morga, op. cit. pp. 80-81 y Sicardo, op. cit. cap. V, señalan la conexión entre la embajada de Zamudio y las relaciones con Japón.

[9] En la documentación hispana aparecen con los nombres, dentro de algunas variantes, de Guenifoin, Fungen, Ximonojo y Xicoraju.

[10] La muerte de Hideyoshi y el ascenso de Ieyasu fueron evocados con frecuencia. Por ejemplo, en las cartas de Tello citadas, o en la de la Audiencia de Filipinas al rey de 12 de julio de 1599 (A.G.I. Filipinas, legajo 18, ramo 7, número 325), También en un informe del Consejo de Indias sobre el estado de Japón, de 1600 (Ibid., legajo 27, ramo 2, número 58) o en un memorial sobre Japón del mismo año (Ibid., número 53).

[11] A.G.I. Filipinas, legajo 29, ramo 4, número 92. Carta de Jerónimo de Jesús a Francisco de las Misas de 10 de febrero de 1595. Ibid., Patronato, legajo 25, ramo 58. Carta de Jerónimo de Jesús a Luis Pérez Dasmariñas de 13 de noviembre de 1595.

[12] Relación… ya cit. de 28 de junio de 1597.

[13] A.G.I. Filipinas, legajo 18, ramo 7, número 325. Carta de la Audiencia al rey de 12 de julio de 1599. Ibid., legajo 6, ramo 6, número 154. Carta de Tello al rey de 12 de julio de 1599.

[14] Ibid., legajo 74, ramo 3, número 68. Relación sobre el estado de Japón en 1600.

[15] Ibid., legajo 7, ramo 1, número 20.

[16] Se alude a esta embajada previa a la que trajo en persona Jerónimo de Jesús en Sicardo, op. cit. capítulo V; Colin, op. cit. pp. 150-151 oscurece más aún la cuestión al situar el viaje de Jerónimo de Jesús a Manila como embajador de Ieyasu poco después de la llegada del nuevo gobernador Acuña, cuando el franciscano ya había fallecido. Morga, op. cit. p. 103 parece aclarar el asunto y según su versión lo expongo. Más tarde, pp. 128-131, cae en algunas contradicciones –salvables por la más abundante documentación–, extrañas en una obra tan precisa, justificables por la mayor atención prestada en ese momento a los asuntos del sudeste asiático.

[17] “Primitivas relaciones oficiales entre Japón y España, tocantes a México” (Tokio, 1905), publicado íntegro por Retana en la edición de Sucesos de las islas Filipinas de A, de Morga ya cit. pp. 405-406. Bien podría pensarse también en razones psicológicas para explicar la apática actitud del gobernador Tello, según me sugirió atentamente la Dra. M.L. Díez Trechuelo.

[18] A.G.I. Filipinas, legajo 74, ramo 3, número 68. Relación del año 1600. En Ibid., legajo 27, ramo 2, número 53 hay otra copia en mejor estado y escrita con mayor claridad. En esta relación se llama Gioyemon al embajador japonés, nombre que conservo en el texto.

[19] Ver docs. cit. en nota anterior, y A.G.I. Filipinas, legajo 19, ramo 3, número 79. Carta de Tello al rey de 23 de marzo de 1602.

[20] Relación cit. en nota 232. A.G.I. Filipinas, legajo 7, ramo 1, número 21. Copia de carta del obispo de Japón al gobernador de Filipinas de 2 de marzo de 1601.

[21] Artículo cit., publicado por Retana en op. cit. de Morga, p. 440.

[22] Ibidem y A.G.I. Filipinas, legajo 19, ramo 2, número 57. Carta de la Audiencia al rey de 13 de junio de 1601.

[23] B.P.O. Manuscritos II, legajo 767, folios 1-14. Relación hecha por fray Pedro de Burguillos… de las cosas sucedidas en Japón desde el año pasado de (1)601 hasta el de (1)602.

[24] La relación de Burguillos citada la he editado en Libro de maravillas… ya cit. pp. 165-188.

[25] La carta está en Lera, cit. p. 441.

[26] Las cartas de Garrovillas del verano de 1597, en A.G.I. Filipinas, legajo 84, ramo 5, números 103 y 108. Ibid., legajo 79, ramo 4, número 55. Carta de un fraile franciscano al rey de 3 de julio de 1599. A.S.V. Estado, legajo 973. El rey al duque de Sesa de 26 de septiembre de 1600. Ibid., el rey a l papa de 22 de septiembre de 1600.

[27] A.S.V. Estado, legajo 973. Sobre el memorial que los padres jesuitas dieron contra los descalzos en la Inquisición.

[28] Una copia del breve puede verse en A.G.I. Filipinas, legajo 60.