Una entrevista de Amador Fernández-Savater a Germán Labrador Méndez, que titula Economía libidinal de la transición, y una pieza artística de Concha Jerez, que titula Seguimiento de una noticia, 1977

Descripcón / Resumen:

2017-Labrador-01-portada

2017-Labrador-01-portada

Una entrevista de Amador Fernández-Savater a Germán Labrador Méndez, que titula Economía libidinal de la transición, y una pieza artística de Concha Jerez que titula Seguimiento de una noticia, 1977, conforman un cuadernillo del MNCARS.

En el Archivo de la frontera ya nos habíamos hecho eco de esta obra de Germán Labrador aquí evocada:

http://www.archivodelafrontera.com/bibliografia/german-labrador-mendez-culpables-por-la-literatura-imaginacion-politica-y-contracultura-en-la-transicion-espanola-1968-1986-en-editorial-akal/

http://www.archivodelafrontera.com/bibliografia/culpables-por-la-literatura-imaginacion-politica-y-contracultura-en-la-transicion-espanola-1968-1986-de-german-labrador-presentacion-de-la-segunda-edicion-en-la-libreria-bakakai-de-granada/

Amador Fernández-Savater: Economía libidinal de la transición

Conversación con Germán Labrador Méndez sobre Culpables  por la literatura (imaginación política y contracultura, 1968-1986)

«Lo que sostiene a todo sistema social es una posición de deseo», afirma Jean-François Lyotard en los textos previos a su Economía libidinal (1974). Una posición sobre lo deseable y lo indeseable, sobre lo que nos importa y lo que no, sobre lo que nos hace vibrar y lo que nos deja indiferentes. A nivel de cuerpo y de piel, no meramente ideológico. Una posición canalizada a través de una multiplicidad de «dispositivos pulsionales» que regulan las energías (culturales, políticas y económicas) de una sociedad dada. Por tanto, según este esquema, una revolución no puede pensarse si no como mutación radical de la posición del deseo: el deseo social empieza a funcionar diferente, a desear otras cosas, a desear diferente.

En Culpables por la literatura, Germán Labrador Méndez ha descrito la «economía libidinal» de la transición1 española. La disputa, en primer lugar, entre los dispositivos pulsionales contraculturales –con especial atención a la literatura y su capacidad de magnetizar el deseo a través de la imaginación– y los dispositivos franquistas, todo un edificio represivo y disciplinario que producía y reproducía cotidianamente un tipo de cuerpo, de hábitos y de afectos. El desafío contracultural hizo vacilar la libido franquista y volvió deseables otras formas y figuras de ciudadanía, de política y participación en los asuntos comunes. La transición no se entiende en absoluto sin captar esto. Pero el libro narra también una segunda disputa: entre los «adoradores del volcán» contraculturales y el enfriamiento libidinal de las energías que fue necesario producir para instaurar la «nueva democracia», una democracia de muy baja intensidad popular, donde la gestión de los asuntos de la vida cotidiana se delegaba en una clase política profesionalizada. Dos batallas pues en el campo del deseo social, una ganada y otra perdida.

El periodista Guillem Martínez acuñó la denominación crítica «Cultura de la Transición» para referirse a la membrana de legitimidades que protegía al Régimen del 78. Es un término que se volvió popular sobre todo tras el 15M, cuando esa membrana protectora entró en crisis y se hizo posible la crítica, la discusión y la guasa. Pero el término encierra un equívoco. Da a entender que la cultura consensual que se impuso al final de la transición, y que ha regido el país durante tres décadas, fue la cultura que se produjo en el proceso transicional. Así cambiamos el signo de valor pero mantenemos la misma mirada: allí donde unos alaban la apertura y la democratización, la crítica habla de cierre político y elitización, pero seguimos ciegos a las energías creativas y subversivas de un periodo. La estrategia de Germán Labrador Méndez es distinta: no crítica, sino afirmativa. Afirmativa justamente de eso otro que la historia oficial niega, borra e invisibiliza.

Afirmativa en dos sentidos importantes: en primer lugar, Germán hace una relectura de la transición española que descoloca todas las piezas del relato histórico dominante, mostrándonos muy claramente cómo la «nueva democracia» no rompió tanto con el franquismo como con los proyectos de otra democracia y otra ciudadanía que se describen ampliamente a lo largo de páginas. Y en segundo lugar, el libro no reduce las energías de aquel momento histórico a un simple fenómeno para estudiar y conocer, sino que –fundamentalmente a través de un trabajo poético de escritura– les sirve de vehículo para relanzarlas en el presente, haciendo pasar vibraciones y afectos entre las grietas culturales, políticas y existenciales de entonces y las de ahora. Germán es lo que podríamos llamar un «historiador de las energías»: no solo preocupado por el rigor objetivo histórico (que también y de manera exigente), sino espoleado por la necesidad de hacer pasar algunas intensidades con las que ha tenido íntimo contacto. Intensidades y potencias de las que tenemos hoy necesidad.

Por tanto, no estamos exacta o únicamente ante un libro de historia, sino más bien ante un transformador de las energías subversivas de un momento de la historia contemporánea de España, un «dispositivo pulsional» elaborado muy lentamente a lo largo de un trabajo de más de quince años y que revisamos pormenorizadamente –tanto en su contenido como en su forma y factura– en la siguiente conversación entre amigos mantenida en el verano de 2017.

Amador Fernández-Savater:  Germán, leyendo tu libro me ha venido todo el rato esta pregunta: ¿cómo es que sabíamos tan poco de la historia que tú cuentas? Estoy hablando seguramente demasiado en general, pero por ejemplo cuando mi generación se politizó a lo largo de los años 90 –en los movimientos de okupación, de insumisión, en el movimiento estudiantil, más tarde en la onda antiglobalización– buscamos referencias en el Mayo francés, en el 68 americano o en el proceso de luchas y experimentaciones (políticas, culturales y existenciales) que cristaliza en el año 77 en Italia. Pero muy poco en la contracultura española. Es ciertamente un trabajo que se empieza a hacer enseguida (los estudios de Pablo Carmona y otros), pero desde luego esa memoria no estaba ahí, al alcance de la mano. Se comienza a buscar, cuando nacemos a la experiencia política, pero partiendo de nada o de casi nada. Y esa memoria, me parece, se reconstruye más por el costado político que contracultural.  Te quería preguntar si compartes esa sensación. Y si la compartes cómo la explicas. En resumen: ¿por qué la amnesia con respecto a la contracultura española?

Germán Labrador Méndez:  Es cierto. Hay como una dificultad a la hora de ver la desbordante dimensión política y artística de este mundo de la contracultura, la dificultad de «creérselo». La presuposición de que no pasó nada en los años setenta digno de interés está muy extendida, incluso entre gente que podemos ser muy afines en lo político y lo cultural, gente con una sensibilidad de algún modo vecina al 15M. Hay una especie de predisposición a pensar que en el contexto español no existen tradiciones dignas de crédito y valor. Y así estamos condenados a asumir que, o bien la transición española fue ese mito estupendo que nos cuentan (el «consenso»), o más bien fue lo contrario, una pesadilla, un pacto cerrado entre élites, un erial. Pero siempre parece que no hubo otra cosa, o que si hubo otro tipo de proyectos, estos fueron anecdóticos y derrotados. Y esa derrota parece a veces lo único que llegamos a ver, lo único que nos llegamos a creer. Es curioso, porque a propósito de las otras referencias que citas –como el 68 francés y americano o el 77 italiano– no las valoramos en los términos exclusivos de sus derrotas, que también las hubo y bien pesadas.

El texto completo puede leerse aquí:

ECONOMÍA LIBIDINAL DE LA TRANSICIÓN Y SEGUIMIENTO DE UNANOTICIA, 1977

Ficha Técnica y Cronológica

Imagen de perfil de Arráez Frontera
perfil de editor de E.Sola

Ver perfil de Arráez Frontera

Responder