Roberto P. Sánchez-Arévalo: De donde vienen los bárbaros. Memoria histórica y reproducción ideológica del consentimiento político actual. Presentación de Merinakis

LA DOMESTICACIÓN DE LA MEMORIA

 

2020-ANCHEZ AREVALO-CONTRAHISTORIA-01

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El uso político de la memoria histórica y el intento de hacer pasar por oficial la memoria dominante en cada momento hurtando el debate y escamoteando las que son críticas es constante y se ha convertido en una cuestión perenne, aunque salga a la palestra solo periódicamente, cuando la coyuntura lo pone bajo los focos. Roberto Sánchez-Arévalo analiza meticulosamente su naturaleza como factor determinante, si no origen, del actual asentimiento social ante la situación política. Aunque los ejemplos utilizados para ilustrar sus argumentos se circunscriben fundamentalmente al ámbito estatal, sus conclusiones pueden, mutatis mutandis, extrapolarse a cualquier otro dominio político. Hasta tal punto es así que el subtítulo reflejaría con mayor precisión el contenido del volumen suprimiendo el adjetivo “actual”; es decir, en nuestras manos tenemos un artefacto urgente que indaga sobre el proceso de domesticación de la memoria en cualquier tiempo y lugar.

Es el producto final de un proceso que se remonta al I Congreso La Casa Negra sobre el tema “Encuentros contra el olvido”, celebrado en Aranjuez los días 26 y 27 de abril de 2019. La breve pero interesante aportación de Sánchez-Arévalo a ese debate fue el germen de una serie de artículos publicados mensualmente en Al Tajo, revista editada por CNT Aranjuez. Por esa razón el libro ha sido coeditado por A.C. La Casa Negra y la Fundación Anselmo Lorenzo bajo los auspicios de Cuadernos de Contrahistoria.

Partiendo del análisis de la remembranza y sus relaciones con la historiografía, el autor rastrea minuciosamente, capítulo a capítulo, los factores que confluyen en ese afán imperioso por despojar de cualquier residuo ideológico a la res publica. Todos ellos merecen amplio espacio: la irrupción de la tecnocracia en las instituciones, basada en el elitismo y la renuncia a la cooperación de clase; la imposición de la equidistancia como presupuesto metodológico; la elaboración de textos constitucionales mostrencos y carentes de identidad; la metamorfosis del consenso en consentimiento; y la invención de un adversario sin identidad específica, polivalente y proteico, capaz de adoptar cualesquiera atributos y asumir valores según convenga en cada momento.

Tal como se señala en la contraportada, la desaparición de facto del autor en beneficio de las fuentes redunda en una exposición coherente de las tesis expuestas, de manera que la argumentación avanza como un mecanismo racional perentorio y acuciante, pero fluido, probablemente por el estilo didáctico del discurso, propio de quien se dedica cotidianamente a enseñar. De la apabullante profusión de datos se desprende un trabajo previo escrupuloso y concienzudo, empeñado en el rigor, en el que se marcan claramente las fronteras entre la subjetividad y la arbitrariedad (esta última desaparece totalmente sepultada bajo una cantidad exuberante de textos).

La reproducción ideológica ejecutada por la memoria pública oficial supone “la liquidación democrática de la democracia” (Dauvé-Nesic, p. 23) porque fomenta una memoria colectiva sustentada en los símbolos oficiales, completamente desconectados de la memoria popular común. La construcción de una memoria colectiva democrática requiere necesariamente el rescate de los lugares de la memoria que han sido escamoteados. La ciencia política, la ciencia que estudia el poder, entiende la política como una lucha para conseguirlo o conservarlo, de manera que, en una sociedad en la que el núcleo político es el estado (entidad que reclama el monopolio de la fuerza legítima sobre un territorio), el desequilibrio de la relación de fuerzas entre gobernantes y gobernados, representantes y representados, dominantes y dominados, produce una discordancia entre los derechos constitucionales y la realidad social que no puede resolver la ética común cuando el ejercicio de unos derechos colisiona con la práctica de otros. Se precisa del consenso.

Esta cuestión, la de la gestión de la convivencia mediante el consenso es el punto sobre el que basculan las tesis del autor: en lugar del consenso ideológico se busca un consenso de intereses. Y, en ese ámbito se impone siempre la fuerza física del estado legitimada por los actores políticos. En tal escenario, eliminado el factor ideológico del debate, se procede a la racionalización de la vida pública y social, con el dogma del progreso como espejismo, cuyo funcionamiento sostienen precisamente sus víctimas (Benjamin, ps. 74-75).

Es el momento en el que la equidistancia, disfrazada de progreso científico, relativiza o suprime lo que queda de ideología y, junto con la nacionalización de la sociedad (la apelación al sentimiento irracional y difuso que amalgama lengua, cultura, religión y territorio), engendra una unidad nacional interclasista y la naturaliza o normaliza. La equidistancia (que en ningún caso es sinónimo de objetividad), aplicada a la dicotomía víctimas/verdugos, falsifica y pervierte la memoria de los que no fueron verdugos porque generaliza y, de esa manera, aleja de la verdad del sujeto, iguala a víctimas con verdugos y condena a unos por los hechos de otros por el mero hecho de compartir características. Se abole, pues, la idea de responsabilidad y el castigo colectivo se generaliza: todos culpables.

Instalados ya en el territorio del dominio, del que el progreso y la técnica son solamente herramientas, la consolidación de un poder benefactor consistente en un estado social combinado con el pluralismo partidista -que genera una situación de escepticismo político permanente-, la integración en estructuras orgánicas cada vez más amplias y la proclamación reiterada del fin de las ideologías despiertan la suspicacia, el recelo y la sospecha respecto a  las utopías sociopolíticas. Se impone la desconfianza del pensamiento conservador en las posibilidades utópicas y emancipadoras de la razón. Por otra parte, la exigencia de conocimientos de carácter especulativo condena a la mayor parte de la población y la excluye de las decisiones políticas, creando la condición óptima para el desarrollo de sistemas autoritarios: el elitismo basado en la racionalidad, la especialización y la aptitud (p. 132).

En tal contexto, se presenta como universal y necesario un estado de cosas particular y arbitrario, que hace pasar por cierta determinada perspectiva y determinada construcción de la realidad y se borran las huellas que pudiesen delatar su carácter artificioso y  fraudulento, de manera que se percibe como real. De hecho, las constituciones reflejan la concepción que tenía el bando dominante en el  período correspondiente respecto a la forma de convivencia. Este fascismo, erigido sobre el cultivo del distingo y, con demasiada frecuencia, del odio, acomete impunemente sus prácticas: intervencionismo militar, trasvase de dinero público a empresas privadas, socialización de los costes de producción,  rebajas fiscales que incentivan y favorecen la privatización de bienes. Pero, al mismo tiempo, en un proceso de blanqueamiento que busca el acercamiento al electorado, se declaran no fascistas y anticomunistas, someten la voluntad colectiva del presente al pasado e imponen límites a la acción democrática instrumentalizando el conocimiento científico, tal como se ha dicho, disociándolo de las emociones. De esa manera el estado se convierte en guardián protector de los intereses de las clases dominantes y garantía de la continuación de su predominio.

Ese acercamiento al electorado con una oferta diversificada que se apodera sin pudor de conceptos de todo el espectro político y los mezcla con debates de identidad falsos, oculta o niega la diversidad y la realidad de las necesidades e impulsa solamente las que tienen proyección para el estado. Y en esta labor juega una labor importante la Iglesia, que fomenta la discordia favoreciendo y patrocinando iniciativas que alimentan la invención de un adversario imaginario, de un enemigo ficticio (la anti-España en el ámbito nacional escogido por el autor para ejemplificar), que se define por exclusión y al que se combate en una guerra total. Este oponente inventado es una categoría abierta en la cabe demonizar los valores declarados hostiles por la ideología dominante que patrimonialice la etiqueta y detente, en cada ocasión, la prerrogativa de imponerla. La etiqueta, por tanto, “fija y unifica al enemigo” (p. 148) y siempre se asocia a unos valores absolutos, pero cambiantes a capricho, según las exigencias de los intereses particulares de los dominantes. El relativismo elevado a principio absoluto. Ya no puede haber consenso, sino solo el consentimiento del otro.

Ante este panorama la historia debería ser una herramienta útil para reconocer y analizar lo que se es y decidir lo que se quiere ser, en lugar de estar al servicio de quienes dicen cómo hay que ser. El dilema del historiador oscila entre imponer una identidad colectiva o favorecer con sus investigaciones que cada ciudadano construya su identidad y que la convivencia entre los individuos dirima de manera natural la identidad colectiva de la comunidad. En ese dilema el autor tiene clara su postura. La función de la historia es investigar las distintas memorias para sentar las bases de “una identidad común que recoja la pluralidad de una sociedad” y revisar críticamente todas las memorias con la pretensión de verdad como meta (p. 77). La cuestión está en conciliar memorias históricas discrepantes, e incluso incompatibles, en una identidad común. El principio metodológico fundamental es la compatibilidad entre la memoria y la verdad histórica, partiendo del hecho de que no puede haber historia sin memoria (p. 74). Todo pasa por un acto de justicia reparadora: el reconocimiento a las víctimas invisibilizadas y la restitución a los herederos de algo de lo perdido, de los bienes expoliados.

La identidad colectiva que une a una comunidad exige la fijación de un pasado en el imaginario colectivo, tarea que es responsabilidad del historiador, del profesor de historia y del divulgador: investigar críticamente la memoria popular. La investigación histórica cumple, pues, una función social, que Roberto P. Sánchez-Arévalo consuma sobradamente en esta densa reflexión que ahora somete a debate público.

Yanis Merinakis

 

Sánchez Arévalo-De donde vienen los bárbaros-2020

Ficha Técnica

  • Temática: El uso político de la memoria histórica y el intento de hacer pasar por oficial la memoria dominante en cada momento hurtando el debate y escamoteando las que son críticas es constante y se ha convertido en una cuestión perenne, aunque salga a la palestra solo periódicamente, cuando la coyuntura lo pone bajo los focos.
  • Palabras clave: , , , , , , , , ,
  • Zona geográfica: América,Mediterráneo,Eurasia
  • Cita Bibliográfica: Roberto P. Sánchez-Arévalo: De donde vienen los bárbaros. Memoria histórica y reproducción odeológica del consentimiento político actual. Madrid, 2020. FAL, Cuadernos de Contrahistoria, A.C. La Casa Negra
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Profesor de Historia Moderna de la Universidad de Alcalá.

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1 comentario

  1. Imagen de perfil de Ignacio Jalvo Lázaro

    Ignacio Jalvo Lázaro - 4 enero, 2021, 12:02 Report user

    Es muy interesante.

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